
Recuerdo cuando era pequeña, y mi madre acostumbraba a
decirme “no confíes en nadie”. No te dejes llevar por los sentimientos,
contrólate… o podrás llegar a perderlo todo. No muestres tus sentimientos, no
te encariñes con nadie, no busques amigos porque siempre te traicionarán.
Y así he vivido toda mi vida, y parece que el destino se
puso de acuerdo con mi madre para recordarme esas lecciones.
Tengo un novio. Un chico maravilloso pero con sus defectos.
Confío en él, le quiero y ansío poder estar con él algún día… si no fuera porque
él no parece tener aspiraciones en la vida, y yo tenga el deseo de volar tan
alto como mis alas puedan soportar. Él prefiere ahora una vida tranquila, y mi
sueño más suave es recorrer el mundo probándolo todo.
Ahora lleva varios días sin conectarse, y eso me pone muy
triste, porque para mí, un novio es alguien que debe estar ahí siempre, que te
quiera y te mime, que te salude o te deje un mensaje en la noche y en la mañana…
pero él no está. En su lugar hay amigos. Amigos simpáticos, graciosos, cariñosos.
Chicos con los que hablo todo el día y de los que no me quiero encariñar,
porque al final me harán daño.
Son chicos bromistas, divertidos, pícaros… Son chicos que
podrían conquistar el corazón de cualquier otra chica, y sin embargo yo soy la
tonta que siempre piensa en cómo estaría con ellos. Me confío, les hablo aún
sabiendo que no me podré controlar, bromeo… y entre broma y broma surge algo
nuevo. Más ganas de hablarle, de ser su centro de atención, de ser querida. Y
ahí vuelve a aparecer mi madre “no confíes en nadie, no te encariñes, porque
saldrás herida”. Entonces busco algo que me aleje de ese cálido sentimiento, de
ésa tranquila felicidad. Huyo, huyo a mis sombras, a mi interior, a mi corazón
helado… esa piedra marchita y triste. Pero me quedo más tranquila. Ellos no
saben por qué me alejo, no saben por qué dejo de hablar, o por qué paro las
bromas. No lo sospechan, porque apenas me conocen, apenas notan un cambio en
mí.


La chica que antes hablaba siempre por el chat, pasa poco a
poco, casi inadvertidamente, a ser la joven que responde con una sonrisa falsa
y una mirada vacía a las bromas de sus amigos; luego soy la adolescente que
mira por la ventanilla cuando nadie se da cuenta de ella… y finalmente, soy de
las que dejan una nota de despedida. Una breve carta, general para todos, en la
que mezclo sentimientos y palabras sin sentido, en la que me dejo llevar a otra
dimensión… una dimensión donde mi paraíso de flores y color, se vuelve blanco y
negro, marchito corazón. Y ellos apenas se dan cuenta. Porque yo soy la niña
que siempre ayuda a todos, sin pedir nada a cambio; la que escucha los
problemas de los demás, pero luego nadie está ahí para escucharla a ella; la
que oculta lo que siente para que no lo usen en su contra, no la conozcan; la
que guarda sus sentimientos e impotencia bajo siete llaves, la que guarda su
corazón de todo lo que pueda causarle el mínimo daño; la joven, que aunque no
lo quiera, llora por dentro y por fuera sonríe como si no ocurriera nada…
porque cuando le preguntan cómo está, ella sigue respondiendo “bien, todo bien”
y una nueva parte de su alma vuela… buscando el alma de alguien mejor, alguien
feliz y fuerte…


Porque mientras su luz se apaga, y nadie se da cuenta, ella
se va. Para no sufrir. Porque, el hecho de ser la buena chica que reparte entretenimiento,
dinero, o ayuda a los demás, no quiere decir que sea siempre la chica fuerte
que aparenta. A veces, sólo necesita que alguien insista un poco más en su pregunta
de “¿estás bien?”… A veces sólo necesita que le digan “relájate… deja que yo me
preocupe por ti… ya has hecho suficiente preocupándote por los demás, deja que
yo cuide de ti… deja que te proteja… todo saldrá bien”. Pero nadie dice nada
nunca. Y esa pequeña Cathie se hunde en un mar de rostros felices, rostros
desconocidos, ajenos a la única realidad de ella. Porque a pesar de aparentar
ser fuerte… ella cae como una pluma al barro, sin dudarlo… sin quererlo… sin
poder evitarlo, preguntándose si a alguien le importa realmente, si alguien la echará de menos, si alguien lucharía por ella
.
Y vuelve a lo que ha sido siempre, la chica invisible… de la
que nadie sabe nada, ni quieren saber. La chica invisible que pasa
desapercibida incluso para el más observador… la chica invisible que nunca es
vista, pero si aprovechada por los listos para conseguir cosas. La chica
invisible que se rinde, y deja de luchar, por no ser herida. Y resulta que su
mayor culpa, su mayor herida, es ella misma. Una chica invisible…