Está comprobado. La vida no es más que una sucesión de
hechos repetidos, un círculo vicioso por el que pasas siempre, da igual en que
aspecto de él nazcas, pero a medida que vas creciendo, pasas por cada una de
sus distintas situaciones.
Soledad: te das cuenta de que realmente estás tú solo en el
mundo. Nadie puede comprenderte como tú, nadie puede ser fuerte por ti, y tú
eres tú único chaleco salvavidas. No puedes confiar en nadie, no puedes querer,
no sientes… no vives.
Esperanza: de repente todo comienza a ir bien. Una luz se
abre camino desde tu alma. Lo desconocido empieza a tomar forma y nombre, nacen
nuevos sueños, nuevas fuerzas de flaqueza. Te ves capaz, dentro de la
dificultad, de conseguir lo que quieres. Y por un breve tiempo, esa esperanza,
eres rayito de luz en tu atormentada cabeza, es poder suficiente para alcanzar
la felicidad.
Felicidad: nuestro sueño cumplido, nuestra vida realizada,
nuestro mejor momento experimentado. ¿Qué más puedes pedir? Estás feliz, todo
sale bien, todo es como has soñado y no quieres que cambie. Estás rodeado de
amigos, de personas que te quieren, de chicos que te adoran, un novio que te
ama, relaciones perfectas… pero basta que pienses en algo negativo para que
todo caiga… Y vuelvas al principio.
Soledad.
Desesperación.
Esperanza.
Felicidad…
Yo estaba feliz. Pensaba en lo feliz que sería de ahora en
adelante, en lo bien que me salía todo… Pero bastó un comentario mal dicho para
que todo cayera en picado. Y ahora vuelvo a estar en la primera etapa de todas,
la soledad. Pero no es ella quién me da tanto miedo, porque la conozco desde
que nací, he aprendido a lidiar con ella, soy fuerte para permanecer ahí. No…
Lo que más miedo me da es lo que viene después, la completa oscuridad, la Nada
de la que parece imposible escapar. El sentimiento constante de impotencia, el
daño continuo a tu cuerpo por sentir que estás viva, el machaque mental de que
no vales nada. Aguantar que todo sale mal, que nada sea como quieres, que nada
sale bien, que nada… que nada…
A eso sí que no estoy acostumbrada, y creo que
nunca podría estarlo.
Un desaliento constante, dolor absoluto… deseo perpetuo de
que alguien te salve.
Pero no hay nadie. Sólo estás tú, y el dolor. Y sólo te queda seguir soportándolo.