viernes, 10 de mayo de 2013

Highlander 2

Un rayo de sol empezó a calentar el bello rostro de la muchacha sobre el césped. Su vestido estaba revuelto en sus piernas, y un brazo se apoyaba detrás de su cuello. La mañana se presentaba animada y alegre. Era el primer día de construcción después de tres días respetuosos a la muerte de su tío. El trino de varios pájaros se escuchaba a lo lejos, y el gorjeo de una moza labradora se iba acercando. No le importaba. Era su hora personal antes de comenzar de cara al público, era su descanso íntimo y su refugio.
Alentada por las nuevas energías de hacer algo de provecho en su vida que no fuera en compañía de nobles y mujeres sin mente, se levantó del suelo, arreglando el vestido sencillo marrón y blanco que llevaba. Caminó durante todo el sendero varios minutos, llegando a la zona de entrenamiento de los soldados. Ellos, los defensores de su herencia, se negaron a dejar de practicar cada día de entrenamiento, y ella respetó esa decisión. Habían sido educados en esa estricta formación, y si para ellos, estar en forma era practicar día tras día, no sería ella quien pusiera en cuestión tales asuntos. Esperó a que dos luchadores salieran de su paso para adentrarse en la zona, descendió una pequeña cuesta y apareció delante de la zona mercadera. Aunque en realidad no podía llamarse como tal. Los habitantes del ducado sólo tenían dos pequeñas tiendas donde poder intercambiar productos, y esas tiendas estaban en mal construidas. No había espacio para los juglares, ni para los circos abundantes, las tiendas de ropa alquilaban locales a un coste elevado y cada uno de los compradores debía moverse entre una gran multitud. Katherine se decidió a cambiar eso. 

Los consejeros reales intentaron disuadirla de la decisión que había tomado, pero no lo consiguieron. Se negaba a dejar a la población a la intemperie, desprotegida, tal y como estaban. Se merecían algo más, y era su turno darlo. Al ver que nadie tenía intención de ayudarla, sino de permanecer atentos a sus movimientos, empezó ella a sacar un mazo grande de la mula de carga traída por uno de sus guardaespaldas. Dudando de si tuviera o no fuerzas suficiente, avanzó hacia el puesto más cercano a ella. Remangó sus mangas hasta los codos, y ató su cabello en un moño fuerte. 
- Excelencia, usted no podrá con eso…-soltó angustiado el mozo. Preocupado por la integridad de la chica.
- Déjeme, Mathew, sé qué hago.
Cuando los presentes vieron lo que estaba dispuesta a hacer, varios gritos sonaron entre la multitud. Arremetió con toda la fuerza que pudo contra la madera, dañándola apenas. Pero no cesó en su intento. Continuó golpeándola… Hasta bien entrada la tarde, sin que nadie se presentara para ayudarla, ni para darle agua, ni para acompañarla o examinar qué hacía. 
El primer día pudo soportar la desilusión… Pero el segundo, y el tercero, y el cuarto… Pudieron con ella. No tenía ganas de volver a levantarse, ni de hacer el ridículo pegando a una madera de una caseta más vieja que ella. No quería seguir luchando por mejorar las condiciones de unos vagos que no hacían nada… Pero el recuerdo de que su madre no luchara por ella… O que su padre se rindiera a la muerte, la obligaron a levantarse un quinto día mas, para seguir demostrando el cambio de poder.
Volvió a la plaza, examinando el derrumbamiento de la primera y segunda caseta, faltaban dos más. Después vendría arreglar el suelo, probablemente con algo de piedra, y luego reconstruiría esas casetas pero más cómodas y espaciosas. 
No acababa de evaluar la situación, cuando un grupo de hombres fuertes y bajos se presentaron delante de ella. Sintió una nueva esperanza renacer en su interior.
- Buenos días, caballeros-saludó respetuosamente. A su juicio, debía mostrar importancia y respeto a aquellos habitantes que la ayudaran y le provisionaran comida día tras día. Debía comportarse de forma adecuada en su presencia, haciendo que estuvieran orgullosos de ella. 
- Buenos días, excelencia- respondió el más fuerte de todos, cuadrando sus hombros y haciendo una pequeña reverencia.
Como ninguno más habló decidió seguir avanzando, sonriente, por un lado del grupo. Al momento uno de ellos volvió a llamar su atención.
- Excelencia, hemos escuchado rumores de que ha planeado cambiar la organización del mercado…-dudaba en continuar. ¿Pensó que iba a matarlo por dirigirle la palabra? Ella no será su tío, Dios bendito.
- Por favor, continúe. Tiene toda mi atención- intentaba reconfortar al hombre, ahora avergonzado de su sonrojo. El de menor edad se adelantó esperanzado por llamar su atención.
- Excelencia, queremos ayudarla a mejorar el mercado. Estamos dispuestos a ayudarla a construir cualquier cosa. Sólo pídanoslo.
Varias caras de orgullo y admiración se abrieron paso a medida que surgieron más voluntarios a su causa. Ella se sintió henchida de felicidad por recibir esa tan ansiada ayuda, y poder descansar sus manos de las llagas y dolores. Pero no mostró su dolor, es más, regaló una gran sonrisa a los hombres.
- Será un placer recibir su ayuda, señor. Y la de todos vosotros- reconoció alzando la voz-. Vengan aquí y les contaré mi plan.
Desplegó sobre un espacio apartado de la zona de construcción un plano donde se veía un dibujo de las distintas casetas que repartió. Todo por secciones. Haciendo forma de círculo, y en el centro, explicó, construiría una fuente en la que se pudiera ir a buscar agua. Los hombres la miraban asombrados, evaluando con cierto aire de sorpresa las ideas de la joven duquesa. Algunos asentían continuamente, otros dudaban al hablar y expresar opiniones. Era indudable que haría falta una gran cantidad de dinero para desembolsar pero más adelante podrían comerciar con los condados cercanos, e incluso encontrar subvenciones de otros aliados. Al terminar la larga explicación varios jóvenes volvieron con herramientas para echar abajo el resto de cobertizos, mientras otros cargaban carros con la madera podrida y la repartían por las casas para darles calor esa misma noche en las chimeneas. Ella se ocupó de organizar y ayudar a cargar las leñas en los carromatos. Las mujeres llegaron más tarde, con vasos de agua y cosas de comer. Pasaron un gran rato todos juntos, acompañados de risas y bromas, anécdotas divertidas y comida.
Cuando menos ganas tenía de irse, vino el enviado de su madre: Alastair Cocks, el odio escocés que no dejaba de expiarla. Ella hizo caso omiso de la osadía del joven al ordenarle volver al castillo, pero no se dio por vencido con la ignorancia, sino que además, le recordó a la nueva duquesa sus deberes como representante del pueblo en los bailes sociales, y que esa misma noche tenía uno… De golpe recordó la asistencia a ese baile del marqués Stephan Swift, que podría ayudarla a seguir construyendo e incluso recomendar el mercado del ducado St.James a los mercaderes.

Pasaron dos horas hasta que estuvo lista para el acontecimiento social. Portaba un traje verde oscuro de satén, que se estrechaba a partir de su cintura hacia el pecho y permanecía erguido gracias a unas asillas verdes y unos lazos. Caía en capas a lo largo y alrededor de sus piernas, formando un círculo y arrastrando parte de la tela hacía atrás, mientras que por un lado permanecía recogido, mostrando la capa negra de debajo. Era de sus trajes favoritos, y de los que más le favorecían. Notaba el aire besando su piel desnuda de la espalda, y cómo la tela rozaba con extrema dulzura sus piernas...
Bajó las escaleras apurada por llegar tarde a la velada, pero no se dio cuenta cómo dentro del carruaje la esperaba un hombre enchaquetado de negro, con botas negras hasta las rodillas y una espada colgada del cinto de su cintura. ¡¡¡Maldito Alastair!!! ¿No iría a ir con ella? Seguro que cualquier oportunidad de conseguir el favor económico del marqués se iría al traste con tremenda cabeza dura de soldado.
Pero ninguno de los dos dijo ninguna palabra durante todo el trayecto, hasta llegar a la casa vecina a su territorio: las propiedades del conde Hormford. En su gran mayoría jardines y bosques, respetando la naturaleza… Y casi pareciendo una selva.

Mientras el salón se llenaba de nuevas caras sociales, ella buscó los aristócratas más ricos que podía, alentándolos con su labia para invertir en el mercado que construía, para ofrecer apoyo en el trabajo y productos. Gracias a Dios, Alastair no decía nada a su espalda.
El único momento de la noche en que pasó una vergüenza horrible fue al hablar con el machista y corto de miras barón de Mortangue.
- ¿En serio está usted construyendo un mercado? ¿En el ducado?
- Sí, barón-respondía ella ignorante a la mala mente del hombre, ilusionada con su reforma.
- ¿Pero cómo va a ser eso, mi querida excelencia? ¡todo el mundo sabe que las mujeres no saben organizar el terreno! Eso solo podemos hacerlo los hombres, mi querida señorita. Ese proyecto se irá al traste, marqués, ya verás.
- ¿Cómo dice usted?-respondió ella enfadada por el agravio del hombre.
- Oh, disculpe si le ha ofendido, señorita, pero es la verdad. Las mujeres no saben mirar más allá de lo que ven sus maridos. Usted necesita a alguien que organice eso mejor, no puede hacerlo, no tiene tanta capacidad…
Su parafernalia siguió lo suficiente como para que su guardaespaldas se percibiera de los agravios que la duquesa recibía, y de los cuales no sabía cómo defenderse. ¿Qué debía decir? ¿Darle un bofetón al maleducado? ¿Marcharse con la cabeza erguida? Pero perdería el apoyo del marqués…
- Ya puede retirar todos esos insultos, barón de Mortangue. Usted no ha visto cómo va la edificación, ni siquiera sabe de cimentación. Y si como ejemplo debemos tomar su intento de crear el palacio Mortangue, no dudo que eso sí sería un error. ¿O acaso ya ha pagado sus deudas después del fracaso?
La humillación que sintió el barón se hizo notar aún más cuando abandonó la sala rojo de rabia. Pero ella agradeció la intervención de Alastair. Qué cobarde de ella por no saber defenderse sola. Y qué valiente él por saber actuar sin miedo a las consecuencias.
Finalmente, el marqués aceptó prestar sustento y materiales a los constructores, y que si teníamos algún problema, mandáramos un mensaje, que él respondería de inmediato. Sólo por eso valió la pena soportar el insulto del barón. 
Cuando regresó a la seguridad de su habitación en el castillo, pasó un momento pensando en cómo había cambiado su vida de repente: la muerte de su tío, la revelación de la existencia de su madre, la ayuda prestada por los obreros, los buenos momentos, la defensa de Alastair... Eran demasiadas cosas buenas que no le pasaban desde hacía tiempo, y ahora que lo tenía delante, no podía darse cuenta... Pero si hoy había salido bien, ¿por qué no podía ser igual mañana?

Y así, sus sueños comenzaron a dar forma a un nuevo futuro, el de todas las personas.

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