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¡Dos minutos!
Los nervios corroían mi interior
haciéndome sentir impotente ante el inminente fracaso.
¿Cómo saldría el concierto? Era la
primera vez que tocaba el violín ante tanta gente y sola. Durante semanas había
ensayado y aprendido la canción de memoria, junto con la orquesta que me
acompañaba en la obra, practicado distintas velocidades, pero sobre todo, tocar
con el corazón y el alma que era lo más difícil.
-
¡Un minuto y empezamos a salir de forma
ordenada!
Mi pelo estaba trenzado de tal
forma que permitía la mayor comodidad a la hora de colocarme el violín sobre el hombro con la almohadilla.
No llevaba pendientes ni collar, solo un traje blanco de diamantes heredado de
mi bisabuela. Y además, tenía el don de mi madre; tocar a la perfección cualquier
partitura difícil.
-
¡Vamos, saliendo!
- ¿Estás bien?-me preguntó el director de la orquesta.
- Sí... Demostremos de lo que es capaz su música.
Fui la última en colocarme al lado
del director, con la piel de punta, llena de miedo si se me olvidaba alguna
nota o me perdía.
No tenía tiempo, la cabeza del
director me miró, inspirándome confianza, esperando mi señal para empezar.
Todos notábamos la tensión en el aire, mucho más la solista, es decir yo.
Las manos del hombre se alzaron,
preparando los arcos de los cuarenta violines y violonchelos. Respiramos hondo…
Y al par de segundos, la suave melodía creció de mis cuerdas, flotando en el
anfiteatro y provocándome una descarga de tensión.
El vibratto surgió sin esfuerzo, y
las notas aparecían en mi cabeza a una velocidad vertiginosa. Mis ojos se
cerraron ante la pantalla mental de belleza y colores. Los sonidos agudos y
graves tomaron fuerza y consistencia, mi cuerpo se movía al mismo compás, y los
demás instrumentos proporcionaron el aura mágica y elegante.
En décimas de segundos, mi mano
provocó un deliberado glissando y un finísimo pizzicato. Aumenté la velocidad,
continuando los acordes respectivos. Decían que
el concierto para violín de Tchaikovsky estaba maldito, aquél que lo
tocara, nunca lo olvidaría, lo tocaría una y otra y otra vez. Pero era tan
sublime, demasiado difícil resistirse a tal maravillosa obra.
La orquesta subió de volumen, muy
fuerte, resonando por todo el pavimento bajo nuestros pies y haciendo temblar
algunos cristales. Todos miraban sorprendido cómo la joven hasta hacía unos
meses, demostraba su valía y la complejidad de un instrumento barroco
aparentemente fácil.
Nada existía cuando tocaba; ni la
gente de mi espalda, o los de delante; no había un director, ni un equipo de
ayuda detrás del escenario. No existía ni yo misma como ser. Sólo materia y
energía crepitando en el recinto. Sólo un espacio donde la música era algo más
que trazos dibujados sobre una hoja; era la vida de una persona.
Las ganas de gritar crecían dentro
de mí, ansiando dar un golpe con el pie y soltar la energía corriendo por mis
venas. Alcé la vista al director, asegurándole con la mirada que no parara la
obra en el punto convenido antes por si me cansaba. Quería demostrar al mundo
lo equivocados que estaban del compositor, y lo difícil que sería superarle.
Amaba la música clásica, y si la forma de demostrar al mundo lo rica de ella,
lo haría gustosa.
Puse mi cuerpo en tensión,
subiendo de formación y hacer el agudo un poco chirriante. Las notas LA y MI
sonaban al mismo tiempo, pero era debido al deseo español de exclamar.
Giré la cabeza al público,
enmudecido y asombrado. Les gustaba. Como a mi madre, en medio de ellos, con
pañuelo en mano y sonriendo de orgullo; como mi novio a su lado, sacándome la
lengua, retándome en silencio a superarme más que en los ensayos.
El ritmo de la música fluía sin descanso por mis dedos,
pisando con delicadeza, como si de porcelana se tratara, las cuerdas del
violín.
Sentía como la tranquilidad
invadía mi cuerpo. Con calma, sin prisas… Para relajar mis músculos y mi
muñeca, dando velocidad al arco.
Mi mano izquierda tocaba las notas mientras la derecha
deslizaba la cola de caballo por encima. Se deslizaban sobre el instrumento con
facilidad, tocando un rompecabezas.
No quería
acabar, deseaba seguir, continuar la tela de araña que forjaba… Pero el
concierto llegó a su fin, y posteriormente los aplausos y alabanzas de los
congregados.
Las rosas caían a nuestro alrededor, mientras mis ojos se
iluminaban y las lágrimas caían dulcemente.
Lo había conseguido. Me superé a mí misma.
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