domingo, 30 de septiembre de 2012

Había una vez...


Había una vez cuatro chicas. Una era guapa. Otra era lista. Otra era encantadora y la cuarta...Misteriosa. 
Pero estaban todas heridas. Había algo en la cuarta que le faltaba. Algo en la sangre. Grandes sueños. Era toda una soñadora. Creía que podría ser diferente. Especial. Que podía cambiar lo que era: una chica herida, a quien nadie quería. Marginada.
Pero había una cosa que le impedía mostrarse como era realmente. El miedo. Tenía miedo de olvidar de dónde venía y de enfrentarse a un futuro incierto, sin saber a dónde debía dirigirse, sin saber si estaría acompañada o en plena soledad.
Al mismo tiempo, ella quería dejar espacio a lo que es real, a todo aquello que podía oler y tocar, saborear y sentir: brazos alrededor de sus hombros, lágrimas e ira, decepción y amor.
Sentía que siempre tenía que perseguir lo que sea que quisiera, siempre tendría que preguntarse si era deseada de verdad o si simplemente se habían conformado con ella. Sentía deseos de impresionar, de demostrar que podía competir con todos los demás y que no era tan fácil ganarla. Pero siempre volvía el miedo para recordarle todo lo arriesgaba. Y que ese riesgo podía volverse en su contra. Hacer que lo perdiera todo.
"Toda elección tiene sus consecuencias" se decía a sí misma, con la esperanza de calmarse. "Cualquier elección nos lleva a saber más, a ver más allá de lo que hay".
Pero no se daba cuenta de una cosa muy sencilla y a la vez tan dura: había momentos en la vida, en que uno debía elegir un camino. Y con ese camino, forjaría su carácter.

La joven miró una vez más su reflejo en el estanque, preguntándose qué debía hacer. Intentando recordar las enseñanzas de su madre tiempo atrás. Sin embargo, nada venía a su memoria. La nada, aquello que no debía ser, y que realmente era, traía el dolor y el olvido.
Sin embargo, recordó un momento con sus amigas. Un día en el que estaban en ése mismo lugar, acostadas bajo el sol, y sobre la hierba. La brisa del otoño jugueteando con sus cabellos y los árboles muriendo.
Reviviendo ése instante guardado, dijo en un murmullo suave y lastimero: "Aquí estuvimos una vez sentadas, como yo ahora... Contando las nueves en el cielo azul. Azul como el vestido de mi madre. Azul como una promesa. Una esperanza. Pero nunca se conoce a nadie del todo" y calló para sí misma "y ellas me lo demostraron. Abandonaron todo lo que fuimos en su tiempo y espacio. Cambiaron una amistad por poder y riquezas. Mientras yo permanezco aquí, con preguntas existencialistas y sueños lejanos. Sin saber a dónde ir, ni qué soy y seré."
Una solitaria lágrima, correspondida en algún otro lugar, brotó de su alma, limpiando su corazón lleno de dolor. Por mucho que creyese que había madurado, cuando lloraba, siempre volvía a tener cinco años, de nuevo.
Ella no se daba cuenta de que todos somos desconsiderados alguna vez. Todos hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos. Al final, esas lamentaciones simplemente acaban formando parte de lo que somos, junto con todo lo demás. Perder el tiempo intentando cambiarse, es, en fin, como perseguir nubes.
Una voz desde lo más profundo del bosque. Una voz sabia y melodiosa, se abrió paso a través de los árboles secos y altos. Un viento otoñal alzó las hojas dispersas a su alrededor, rodeándola por completo.
Esa voz decía "Escucha a tu corazón. Debes conocerte a ti misma, saber lo que quieres.Escucha a tu corazón, y deja que sea él quién decida."
Las tres frases continuaron tres veces más, y tal y como vino, se fue. Misteriosamente.
Asustada, prefirió pensar en otra cosa y olvidar el suceso. Se concentró una vez más en su imagen reflejada, en un pequeño espacio roto por las que fueron vida de los robles y sauces.
El lago le devolvió el rostro de una adolescente, no muy mayor de veinte años, con un vestido sencillo pero elegante de color violeta claro. El pelo castaño oscuro ondeando en la suave brisa, su cuerpo curvilíneo y su cara redondita. Sus ojos marrones y verdes cerca del iris, sus pecas y su pequeña nariz. Toda una dama de la corte, en cambio una desconocida para ella misma.
El perdón. La frágil belleza de la palabra arraiga dentro de ella cuando vuelve al bosque, pasando por el sauce caído y el lago cristalino, donde la tierra permanecía húmeda en cualquier estación, dejando un ambiente fresco en comparación a su ciudad, situada a doscientos metros del bosque. Ahorita todo desaparecería. Pero el perdón.... "Debo aferrarme a eso".... "Me aferrare a esa frágil porción de esperanza y la mantendré cerca de mí, recordando que en cada uno de nosotros hay cosas buenas y malas, luz y oscuridad, arte y dolor, elecciones y lamentaciones. Cada uno de nosotros es su propio claroscuro, su propio trozo de ilusión que lucha por convertirse en algo sólido, algo real. Tenemos que perdonarnos eso. Tengo que perdonarme a mí misma. Porque hay mucho gris con qué trabajar. Nadie puede vivir siempre bajo la luz. Y porque quiero ver hasta dónde puedo llegar antes de parar".
La revelación vino de golpe. Todo con una simple concentración alejada de todos:
En cada final... Hay también un principio.

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