"No, no, no, no…" Pensaba la joven mientras
corría hacia la penumbra del jardín. Su cabeza entre sus delicadas manos, sus
ojos cerrados con fuerza mientras las lágrimas caían por sus mejillas con
fuerza y propia voluntad. Sus pasos casi iban al mismo ritmo que las
pulsaciones de su corazón, martilleándole su pecho sin piedad. De la misma
forma, sentía cómo el dolor ascendía por su columna, apuñalándola una y otra
vez.
Cada segundo pensando en el mismo asunto: la muerte de un
ser querido nunca era una buena noticia, ni podía darse de una forma tranquila
sin causar pesar en el receptor. Dolía, a pesar de las buenas intenciones, y
cualquier buena acción seguiría provocando el mismo resultado. O al menos el
que siempre causaba en ella.
Recordó cómo su madre había corrido ese día al teléfono, con los nervios a flor de piel. Su voz temblaba cuando respondió por él. Se ahogó en un mar de lágrima cuando lo supo.
Se dijeron sin palabras la noticia, y aunque esa fue la forma en que peor había enfrentado una crisis, para su pesar, sintió por pocas fechas en su vida, que su mundo se derrumbaba de repente, sin avisar, sin pedir perdón, sin miedo. Sólo cayendo en medio de la nada, hasta lo más hondo y oscuro de su alma. Para minutos después sentir su corazón estallar en pequeños pedacitos esparcidos por su cuerpo, desintegrándose en el aire sofocante, cuando vio a su madre corriendo hacia el coche y luego hacia el hospital.
Se dijeron sin palabras la noticia, y aunque esa fue la forma en que peor había enfrentado una crisis, para su pesar, sintió por pocas fechas en su vida, que su mundo se derrumbaba de repente, sin avisar, sin pedir perdón, sin miedo. Sólo cayendo en medio de la nada, hasta lo más hondo y oscuro de su alma. Para minutos después sentir su corazón estallar en pequeños pedacitos esparcidos por su cuerpo, desintegrándose en el aire sofocante, cuando vio a su madre corriendo hacia el coche y luego hacia el hospital.
¿Era de ella la culpa de ésa muerte? Se hizo la pregunta
cuando se arrodilló al lado del lago, temblando por el sufrimiento. No, desde
luego que no era culpa suya.
A pesar de ver cómo se abuela envejecía en una
cama prostrada, sin hablar, consciente de todo lo que le rodeaba. Contemplando
la forma en que sus ojos, de un azul preciosos antes, se iban volviendo negros
y oscuros, tristes y solitarios. Sus ganas de vivir mermaban cada día, pero
ello no le impedía seguir luchando. Si de alguien era la culpa, no era solo de
ella, sino de toda su familia. Pocos iban a visitarla, y cuando lo hacían,
quedaban callados sin decir nada a una pobre mujer que no veía nada que no
fuera una ventana y una televisión noche y día encendido. Siempre la
encontrábamos mirando el reloj, desesperada por la llegada del que tenía que
darle la comida o cambiarle el pañal. Nadie la sacaba al sol, nadie le leía
un libro. ¿Qué manera de vivir era ésa?
¿De dónde había sacado tanta fuerza de voluntad si cualquier otro se hubiera
rendido ante eso? Los últimos meses de su vida los había pasado en un
geriátrico, comiendo por sondas, echándole mentalmente reprimendas a Dios, y
llorando cuando nadie creía que la veía. Ni siquiera la nieta que había criado se había apiadado. Yo odiaba ir a hacerle cosas. No hacía más que avergonzarse de ése comportamiento. Su madre pensaba que no le importa su abuela.
Se fue quitando la ropa a tirones, con sollozos desgarrados,
quedando en una suave camisola de tela muy fina, formando una melodía triste y
afligida mientras aspiraba aire por la nariz y ahogaba gritos. No quería ver a
nadie, no quería hablar con nadie. Quería llorar sin miedo a que le dijeran
nada, sin temor a ser descubierta, comportarse irracionalmente si así conseguía
desahogarse.
Se intentó poner de pie, resbalando con la orilla y cayendo
de cara al agua, sintiendo astillas en su piel, la manera en que su cerebro se
colapsaba por el intenso frío y su mente se quedó sin energía para mantenerla
atada a la cordura. Gimió con más fuerza, agarrándose a sus piernas, poniéndose
inconscientemente en posición fetal. Escondió su rostro en
medio de las rodillas, dejando sus nudillos blancos de la fuerza. Las lágrimas corrían por su cara. No había nadie que pudiera cambiar. Nadie que pudiera ayudar. El frío se acomodó en su corazón. Se convirtió en granito.
Y así permaneció durante horas enteras de la oscura y fría
noche de invierno. Después, sólo hubo la nada.
********
Cuando Ilya encontró a Evie en el lago horrorosamente
pálida, se asustó muchísimo. Corrió hacia ella, entrando de un salto en las
gélidas aguas, temiendo por su vida.
-
Evie, cariño… ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?-palmeó
con cuidado aunque de forma frenética el cuerpo de la muchacha, buscando una
herida y las zonas más frías-, ¿por qué te has quitado la ropa? Respondeme, por
lo que más quieras…
No escuchó ninguna respuesta a su pregunta. Sacudió el cuerpo una y otra vez, cada vez con más fuerza. Sus propias lágrimas, ocultas desde hacía tiempo, brotaron de sus ojos negros, cayendo con intensidad en la cara de la joven. Volvió a hacer la pregunta, pero el silencio seguía siendo el dueño de la respuesta. Ella se estaba muriendo, y él la estaba perdiendo para siempre.
Pegó su oído al pecho de ella. Su respiración era muy débil.
- Por favor, Evie... No me abandones ahora que puedo estar contigo. Te amo.
Pero seguía sin ocurrir su milagro. Estrechó a su novia en sus brazos, llorando desconsoladamente. Apretando el cuerpo hasta más no poder, dando por seguro su perdición. Mientras el frío congelaba su poderoso cuerpo.
Sin embargo, llegó a entender unas palabras muy bajas, casi como si fueran un halo de esperanza.
-
Vete… Quiero estar sola, por favor.
-
¿Piensas que voy a dejarte sola aquí?
¿Arriesgándome a perderte por una hipotermia? Antes loco que…
-
Se ha muerto, Ilya… ¿No lo entiendes? Se murió.
Se murió y me duele muchísimo…
Sus manos rodearon a la pequeña, subiéndola en sus brazos y
sacándola del estanque, colocándola sobre la tierra con cuidado y la arropó con
su chaqueta, atrayéndola hacia él. Le regalaba su calor, y ella casi no oía lo
que le decía debido al castañeo de sus dientes entre sus labios morados.
-
Evie, sabes que siempre me vas a tener de tu
lado, siempre: a mi, a Óscar, a Erika, a Esther, a tu madre y tu hermano… A todos
tus amigos y familiares. No quiero que te vayas sin decirme nada, sin decirme a
dónde, pero si lo necesitas, si de verdad lo quieres, te dejaré ir. Yo, si te
soy sincero, no quiero que te marches que nos dejes, espero que lo pienses
mejor o no sé... Ahora que volverá Esther, que ha vuelto Martina; podremos echarnos
unas risas al estar juntos. Besarte y amarte, sé que se hará igual en una
ciudad u otra pero preferiría que te quedaras. Te amo mucho nena, eres una
persona muy especial para mi, aunque algunas veces me cabreo, o te irrito, o te
cabreas tu conmigo…Lo nuestro no lo rompe nadie, así que no creas que podrás
escapar tan fácilmente de mí cuando más lo necesites, porque será cuando más
intente estar para ayudarte.
-
Dios… ¿Por qué me dices estas cosas ahora? ¿No
ves que me haces llorar más?
-
Porque sé que ahora es cuando las tomarás
enserio de verdad.
-
Calla ya... Llévame lejos de aquí, por
favor… Si mi madre me encuentra no quiero escucharla. A ella ni a sus reprimendas...
-
Te llevaré hasta el fin del mundo si hace falta,
cariño mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejar un comentario, será la forma perfecta en la que veré si compartes mis ideas, tienes mis mismos sueños, o si incluso te ha gustado.