sábado, 29 de septiembre de 2012

Dolor... Muerte. Siempre están ahí.


"No, no, no, no…" Pensaba la joven mientras corría hacia la penumbra del jardín. Su cabeza entre sus delicadas manos, sus ojos cerrados con fuerza mientras las lágrimas caían por sus mejillas con fuerza y propia voluntad. Sus pasos casi iban al mismo ritmo que las pulsaciones de su corazón, martilleándole su pecho sin piedad. De la misma forma, sentía cómo el dolor ascendía por su columna, apuñalándola una y otra vez. 
Cada segundo pensando en el mismo asunto: la muerte de un ser querido nunca era una buena noticia, ni podía darse de una forma tranquila sin causar pesar en el receptor. Dolía, a pesar de las buenas intenciones, y cualquier buena acción seguiría provocando el mismo resultado. O al menos el que siempre causaba en ella.
Recordó cómo su madre había corrido ese día al teléfono, con los nervios a flor de piel. Su voz temblaba cuando respondió por él. Se ahogó en un mar de lágrima cuando lo supo.
Se dijeron sin palabras la noticia, y aunque esa fue la forma en que peor había enfrentado una crisis, para su pesar, sintió por pocas fechas en su vida, que su mundo se derrumbaba de repente, sin avisar, sin pedir perdón, sin miedo. Sólo cayendo en medio de la nada, hasta lo más hondo y oscuro de su alma. Para minutos después sentir su corazón estallar en pequeños pedacitos esparcidos por su cuerpo, desintegrándose en el aire sofocante, cuando vio  a su madre corriendo hacia el coche y luego hacia el hospital.
¿Era de ella la culpa de ésa muerte? Se hizo la pregunta cuando se arrodilló al lado del lago, temblando por el sufrimiento. No, desde luego que no era culpa suya.
 A pesar de ver cómo se abuela envejecía en una cama prostrada, sin hablar, consciente de todo lo que le rodeaba. Contemplando la forma en que sus ojos, de un azul preciosos antes, se iban volviendo negros y oscuros, tristes y solitarios. Sus ganas de vivir mermaban cada día, pero ello no le impedía seguir luchando. Si de alguien era la culpa, no era solo de ella, sino de toda su familia. Pocos iban a visitarla, y cuando lo hacían, quedaban callados sin decir nada a una pobre mujer que no veía nada que no fuera una ventana y una televisión noche y día encendido. Siempre la encontrábamos mirando el reloj, desesperada por la llegada del que tenía que darle la comida o cambiarle el pañal. Nadie la sacaba al sol, nadie le leía un  libro. ¿Qué manera de vivir era ésa? ¿De dónde había sacado tanta fuerza de voluntad si cualquier otro se hubiera rendido ante eso? Los últimos meses de su vida los había pasado en un geriátrico, comiendo por sondas, echándole mentalmente reprimendas a Dios, y llorando cuando nadie creía que la veía. Ni siquiera la nieta que había criado se había apiadado. Yo odiaba ir a hacerle cosas. No hacía más que avergonzarse de ése comportamiento. Su madre pensaba que no le importa su abuela.
Se fue quitando la ropa a tirones, con sollozos desgarrados, quedando en una suave camisola de tela muy fina, formando una melodía triste y afligida mientras aspiraba aire por la nariz y ahogaba gritos. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Quería llorar sin miedo a que le dijeran nada, sin temor a ser descubierta, comportarse irracionalmente si así conseguía desahogarse.
Se intentó poner de pie, resbalando con la orilla y cayendo de cara al agua, sintiendo astillas en su piel, la manera en que su cerebro se colapsaba por el intenso frío y su mente se quedó sin energía para mantenerla atada a la cordura. Gimió con más fuerza, agarrándose a sus piernas, poniéndose inconscientemente en posición fetal. Escondió su rostro en medio de las rodillas, dejando sus nudillos blancos de la fuerza. Las lágrimas corrían por su cara. No había nadie que pudiera cambiar. Nadie que pudiera ayudar. El frío se acomodó en su corazón. Se convirtió en granito.
Y así permaneció durante horas enteras de la oscura y fría noche de invierno. Después, sólo hubo la nada.
********
Cuando Ilya encontró a Evie en el lago horrorosamente pálida, se asustó muchísimo. Corrió hacia ella, entrando de un salto en las gélidas aguas, temiendo por su vida.
-          Evie, cariño… ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?-palmeó con cuidado aunque de forma frenética el cuerpo de la muchacha, buscando una herida y las zonas más frías-, ¿por qué te has quitado la ropa? Respondeme, por lo que más quieras…
No escuchó ninguna respuesta a su pregunta. Sacudió el cuerpo una y otra vez, cada vez con más fuerza. Sus propias lágrimas, ocultas desde hacía tiempo, brotaron de sus ojos negros, cayendo con intensidad en la cara de la joven. Volvió a hacer la pregunta, pero el silencio seguía siendo el dueño de la respuesta. Ella se estaba muriendo, y él la estaba perdiendo para siempre.
Pegó su oído al pecho de ella. Su respiración era muy débil.
 - Por favor, Evie... No me abandones ahora que puedo estar contigo. Te amo.
Pero seguía sin ocurrir su milagro. Estrechó a su novia en sus brazos, llorando desconsoladamente. Apretando el cuerpo hasta más no poder, dando por seguro su perdición. Mientras el frío congelaba su poderoso cuerpo.
Sin embargo, llegó a entender unas palabras muy bajas, casi como si fueran un halo de esperanza.
-          Vete… Quiero estar sola, por favor.
-          ¿Piensas que voy a dejarte sola aquí? ¿Arriesgándome a perderte por una hipotermia? Antes loco que…
-          Se ha muerto, Ilya… ¿No lo entiendes? Se murió. Se murió y me duele muchísimo…
Sus manos rodearon a la pequeña, subiéndola en sus brazos y sacándola del estanque, colocándola sobre la tierra con cuidado y la arropó con su chaqueta, atrayéndola hacia él. Le regalaba su calor, y ella casi no oía lo que le decía debido al castañeo de sus dientes entre sus labios morados.

-          Evie, sabes que siempre me vas a tener de tu lado, siempre: a mi, a Óscar, a Erika, a Esther, a tu madre y tu hermano… A todos tus amigos y familiares. No quiero que te vayas sin decirme nada, sin decirme a dónde, pero si lo necesitas, si de verdad lo quieres, te dejaré ir. Yo, si te soy sincero, no quiero que te marches que nos dejes, espero que lo pienses mejor o no sé... Ahora que volverá Esther, que ha vuelto Martina; podremos echarnos unas risas al estar juntos. Besarte y amarte, sé que se hará igual en una ciudad u otra pero preferiría que te quedaras. Te amo mucho nena, eres una persona muy especial para mi, aunque algunas veces me cabreo, o te irrito, o te cabreas tu conmigo…Lo nuestro no lo rompe nadie, así que no creas que podrás escapar tan fácilmente de mí cuando más lo necesites, porque será cuando más intente estar para ayudarte.
-          Dios… ¿Por qué me dices estas cosas ahora? ¿No ves que me haces llorar más?
-          Porque sé que ahora es cuando las tomarás enserio de verdad.
-          Calla ya... Llévame lejos de aquí, por favor… Si mi madre me encuentra no quiero escucharla. A ella ni a sus reprimendas...
-          Te llevaré hasta el fin del mundo si hace falta, cariño mío.

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