sábado, 26 de noviembre de 2011

Finish


-          Eres una inútil, no sirves para nada… No sé ni siquiera por qué te tuve… Eres una desagradecida, no te mereces nada de lo que hago por ti… ¿Cómo eres capaz de echarme esto en cara? ¿Tú? ¿Qué no eres más que una inmadura chiquilla?...
Sus palabras vibraban en mi mente… Repitiéndose una y otra vez… Al igual que las mías:
-          ¿Qué yo qué? ¿Desde cuando te ha importado a ti lo que yo haga? Si ni siquiera me dejas salir a la vuelta de la esquina por si me encuentro con un supuesto borracho, o con gente desconocida que pueda hacerme daño… Cuando ni siquiera me dejas ir  a una discoteca donde es seguro que me dejen entrar con una chica de mi instituto…
Había sido muy injusta con ella… Era cierto, no se merecía lo que le dije horas antes… Pero yo tampoco merecía su siguiente frase:
-           Eres una irresponsable, una puta que va detrás de los chicos como si de ellos dependiera su vida… Estás gorda, y por más que te diga de ponerte a dieta siempre pasas, te da igual lo que piensen de ti… Sólo te importa el internet, ésa es toda tu vida. A ver si maduras y dejas de ser tan idiota…
De repente, me vino a la mente una frase que había leído hace mucho tiempo. Era ese tipo de frases que nunca piensas que necesitarás porque tu vida es demasiado perfecta. Incluso la borramos de tal forma, que cuando llega, cuando reactivamos el conjunto de células que nos llevan a ellas, nos sorprendemos de la falta que nos hacía esa simple frase:
Coraje es sentir la punzada cotidiana del acero implacable y continuar viviendo.
¿Pero cómo? ¿Cómo lo haría si la persona, su propio ídolo, no dejaba de enumerar los defectos que me conformaban?


Por algo debía empezar, y sería diciéndoselo, ahora, en ese mismo momento, aunque luego saliera corriendo con el corazón en la mano y lágrimas en los ojos.
-          Estoy cansada de estar siempre defendiéndote, de no dejar de repetirte las cosas y cuidarte sin que me agradezcas nada… Porque como siempre, eres igual a tu padre, una oportunista…
-          ¡¡¡SE ACABÓ!!! El que te veas con derecho  a decirme todas estas cosas no significa que lo tengas, y es una pérdida de tiempo intentar convencerte de que tienes una de las mejores hijas en el mundo, es problema es que tú no lo sabes  ni ver ni apreciar y estás tan frustrada con tu propia vida que lo pagas conmigo. ¿Sabes algo que me molesta mucho de ti? Que cuando las cosas van bien entre nosotras me digo que no quiero arriesgarme a perder la armonía, pero cuando todo va mal, cuando todo mi mundo se desmorona, me echo la culpa de ello, me digo que he perdido el valor, incluso me arrepiento de nacer. Y lo más doloroso, es que estas palabras vengan de ti, y lo gracioso es que yo no deje de dudar de mí misma, de mis habilidades para cuidarme sola; debería haberme buscado la vida si tanto te molestaba, aunque eso significara dejar de ver a mi hermano pequeño.
-          ¿Pero de qué hablas, cabra loca? Deja de decir cosas que no son y de pintarte a los demás como una mártir, que me han dicho que no dejas de criticarme a mis espaldas con todo el mundo, incluso dices que te pego. Si yo te hiciera las mentiras que tú vas diciendo por ahí sí que terminarías mal. E incluso ahora, podrías meterme en un gran problema por decir esas mentiras sólo porque tú no sepas hacer cosas de provecho…

-          El hecho de que yo sea sincera y nunca finja, no significa que sea fría. Simplemente, fiel a una misma. Y si no querías tener hijas… ¿Para qué coño me tuviste? Me hubieras matado cuando ni siquiera vivía aún, así tendrías una carga menos.



Cogí mi chaqueta, que colgaba al lado de la puerta. A ella no le di tiempo ni a terminar lo que empezaba, directamente, impulsada por un resorte salí por la puerta colocándome el gorro negro y bajando las escaleras rápido.
Fuera llovía.
Oscuridad, soledad, tristeza, frustración, amargura, locura, silencio, miedo, rabia…
No buscaré la manera de sentirme culpable. No me angustiaría pensando si habría podido evitar todo este sufrimiento que yo ahora le provocaba, o al menos cambiarlos.
Empecé a correr por la acera, aumentando la velocidad en la gran bajada. Intentaba descargar toda mi ira, todo aquello que atenazaba mis músculos sin compasión.
Un pie adelante, el otro hacia atrás… Un brazo inclinándose, y el otro enderechándose… Los ojos, húmedos…
Maldecía haber nacido, sufrir tanto, pasar por tantas cosas que ni yo misma quería… Sueños que nunca realizaría, ni personas que conocería. Momentos que otro niño en mi lugar habría aprovechado sin vacilación… ¿O era probable que fuera mío el problema?
Llegué a la plantación de árboles que rodeaban mi pueblo, como un frondoso bosque…
Me adentré en él, sintiendo como las ramas arañaban mi cara y mis pantalones se rasgaron.
Mi pie, sin darme cuenta, se enredó en una rama y caí al suelo súbitamente, sin poder protegerme la cara.
Un picor subió por mi mejilla, y siguió ascendiendo hasta el ojo derecho, donde un dolor punzante bloqueó mi mente.
Estaba cansada…
Llené mis puños de la hierba mojada. Las gotas de la lluvia mojaron toda mi chaqueta, resbalaban por mi frente… Caían desde mi barbilla.
Fue ahí, ese segundo, en el que empecé a llorar. Como si fuera la primera vez que experimentara el sentimiento del dolor tan agudo e mi corazón.
-          ¿Evie?
Una voz sonó a mis espaldas. ¿Me habían reconocido? ¿Quién?
<<Mierda…>> Pensé. Si me habían descubierto sería muy difícil explicar la situación.
-          ¿Evie?- repitió la voz, esta vez sonando compasiva.
Las manos del desconocido, porque era un hombre, rodearon mis caderas, atrayéndome a su pecho, y ocultándome la cara en su hombro.
-          Mi pequeña… Mi cielo… Mi vida… Mi estrella.
Le reconocí. Era Skayder, la misma  persona que se negaría a dejarme sola en cualquier circunstancia.
-          Suéltalo, cariño. Sea lo que sea que haya pasado, desahógate.
Ni fui consciente de cuando grité bajo la tormenta, ni de cuándo lloré desconsoladamente… Sólo sé que sentía sus firmes brazos que en ningún momento me soltaron, abrazándome con mucha fuerza, su chaqueta tapándonos las cabezas, y sus labios que tocaban una y otra vez mi frente. Mis piernas estaban sobre las de él, mis manos a cada lado de su espalda, y mi cuello apoyado sobre su otra mano.
-          No pasará nada, yo estoy aquí; yo te cuidaré…
Al día siguiente, el sol entró por la ventana de un cuarto pintado de un amarillo suave, muy nítido. Mientras mi cuerpo descansaba relajado sobre otro. Y una mano en mi cintura, la otra enlazada a mi mano.
Y un sueño, un sueño compartido que tendría un nuevo comienzo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dejar un comentario, será la forma perfecta en la que veré si compartes mis ideas, tienes mis mismos sueños, o si incluso te ha gustado.