Cuando la sala fue desalojada por todo el mundo, Madame llevó a su despacho a su amiga.
Una tasa de té con pastelitos estaba preparada sobre la mesa.
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Toma asiento, petite, y cuéntame qué es lo que te preocupa. Nunca te he visto tan
decaída.
Katherine tomó asiento nerviosa,
las piernas le temblaban y ella intentó pararlas.
Al ver sus lágrimas, su amiga maldijo por lo bajo. No quería
martirizarla. Bueno, sí que quería que reconociera lo bien que le venía el
viaje, pero no quería hacerla llorar. Esperó pacientemente. Como ella no respondió, intentó adularla—: Kathie…
Ella la miró otra vez, negando con la cabeza.
-
No lo entiendes —dijo de corrido, tras respirar
hondo.
La diseñadora clavó en ella sus ojos azules y rodó su silla
cerca de la de ella. Se sentó, mirándola cara a cara y haciendo que apoyara sus
manos sobre las suyas.
-
Pues explícamelo. —Las palabras no dejaban otra
opción.
-
Esto está bien, ¿sabes? —declaró Kath,
intentando restarle importancia a sus palabras con un tono ligero—. El caso es
que… incluso en este momento, bajo la amenaza de tu cólera, sintiendo algo de
miedo y un poco de dolor por todo lo que he pasado—Se interrumpió para añadir
en un aparte—: Y con eso no quiero decir que me arrepienta de lo que me ha
llevado hasta aquí —Alabanza que aceptó su amiga con un gesto de cabeza—. Pues,
a pesar de todo eso… —entonces dijo el resto—, este ha sido uno de los mejores
días de mi vida.
Kath notó la confusión en su mirada e intentó explicárselo.
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Hoy me he sentido viva.
-
¿Viva?
-
Sí. Me he pasado veintiséis años haciendo lo que
todo el mundo esperaba que hiciera… siendo lo que todos esperaban que fuera. Y
es horrible no gustarte a ti misma. —Se interrumpió un rato antes de
continuar—. Tenías razón, soy una cobarde.
-
Fui una imbécil. No debería haberte dicho eso-su amiga la abrazó fuertemente. Una lágrima corrió rebelde por su pómulo.
-
No, no eres una… —Elizabeth se interrumpió,
incapaz de decirlo en voz alta.
-
Te aseguro que lo soy.- un silencio impregnó la
estancia-. No estoy casada, no tengo hijos ni soy un pilar de la sociedad.
—Agitó el brazo derecho como si la vida que describía estuviera más allá de la
habitación—. Soy invisible. Entonces ¿por qué seguir siendo una florero cobarde
que no se atreve a probar todas las cosas que siempre ha soñado experimentar?
¿Por qué no viajar por todo el mundo y practicar esgrima? Confieso que son
cosas que siempre me han interesado mucho más que los estudios, las labores y
los odiosos problemas que han ocupado casi todo mi tiempo. —Buscó de nuevo su
mirada—. ¿Le encuentras sentido a mis palabras?
Elizabeth asintió con la cabeza,
muy seria.
-
Sí. Estás tratando de encontrar a Katherine.
Ella agrandó los ojos.
-
¡Sí! En algún momento de mi vida, perdí a Katherine.
Quizá nunca fui ella. Pero hoy, aquí, la he encontrado.
Su amiga esbozó una sonrisa
torcida.
-
¿Katherine es esgrimista?
Ella correspondió con otra.
-
Katherine es muchas cosas. También la encontré hoy
entre las prendas.
El silencio se apoderó de nuevo.
Entonces, Elizabeth estiró la mano y se la deslizó por la
cara.
-
No deberías perder las esperanzas tan pronto, petite. Mi queridísima petite sigues siendo ella misma de una
manera única, absolutamente nueva y diferente de todas las mujeres que habías
conocido antes. Y es esa intoxicante mezcla de curiosidad inocente y voluntad
femenina es lo que te ha llevado a comportarte de la manera en que lo haces hoy
en día. Has cambiado, quizás demasiado rápido, pero eso te ha ayudado a ser
fuerte, a no temer a seguir adelante. No te plantas ante las dificultades,
buscas salidas y luchas por tus sueños.
Las lágrimas resbalaron por las mejillas de ambas.
-
Y, en el preciso momento, con los miembros más
importantes de la sociedad de Londres a solo unos metros, todos los hombres
estarán impactados por tu belleza; por los brillantes ojos caoba; por el
reluciente pelo castaño, rojizo bajo la luz; por tu boca, ancha y receptiva,
capaz de poner de rodillas a un hombre. Eres, en realidad, extraordinaria. Eres
preciosa. El atractivo del juego que harás allí se ve realzado por la emoción
de ganar y el miedo a perder. No importa lo que yo sienta, ni lo que nadie diga.
Esa será tu noche. Eres tú quien tiene que vivir la experiencia. Yo solo soy tu
acompañante sentimental.
Tomó el mensaje como una señal de
que no podía pasarse el día sintiendo lástima por sí misma y se preparó para
pasar la tarde en el departamento de diseño.
Su amiga se levantó de inmediato,
y con ella Katherine. Hizo que diera una vuelta completa mientras su mirada
analizaba cada centímetro de su cuerpo.
-
Te haremos un sensacional vestido color
escarlata. El diseño resaltará la exuberante silueta de tu cuerpo; el corpiño
se cerrará en la espalda con una hilera de minúsculos y elegantes botones, cada
uno de los cuales tendrá un diminuto y perfecto ojal. Pero a cambio quiero que
seas consciente de tus cualidades físicas, y que se note cada día que pases
allí la palpable confianza en ti misma
que deberás irradiar. Parecer la dueña y señora, ya no de la estancia… sino del
mundo. Hazlo, y estarás magnifique.-Pensó
durante un instante-. Las mujeres muestran más confianza en sí mismas si les
gusta lo que llevan bajo la ropa. Es evidente la diferencia entre una mujer que
usa lencería de seda y raso y otra que no… la usa. Será preciosa la lencería
que te haremos, con multitud de pequeños
detalles, como cintas de raso o flores bordadas a mano en distintos colores,
que añadirán una feminidad que jamás has considerado que necesitaras.
-
Sí, hazlo. No me importa. Prometo ser eso y
mucho más- replicó entusiasmada.
-
Y con respecto al vestido azul… Los pechos quedarán
perfectamente resaltados por el corte bajo del vestido y parecerán exuberantes
y plenos sin resultar vulgares; la seda, que caerá en cascada sobre la ancha
cintura, las caderas y el vientre, hará que te veas bien proporcionada, y el
color, el tono más precioso y brillante de azul que jamás hallas visto, dará a tu
piel un matiz más iluminado.
-
¿De verdad crees que funcionará,
madame?-preguntó por última vez, entre la duda y el miedo a ser rechazada.
-
Escúchame bien, mon coeur. No sabría por
dónde empezar a enumerar todo lo que te hace hermosa… Un hombre podría perderse
en tus ojos; en tus preciosos labios, que están hechos para besar; en tu sedoso
pelo; en tus suaves y deliciosas curvas; en tu piel morena y perfecta, que se
sonroja y adquiere el mismo color que los melocotones maduros. Y eso por no
hablar de tu calidez, tu inteligencia, tu humor, y de la manera en que me quedo
totalmente subyugada cuando entras en la habitación en la que estoy- Su amiga
cogió su cara entre las manos, apretándole los cachetes -. Jamás dudes de tu
belleza, Kath, pues eso es lo que ha arruinado a muchas otras.
-
Pero tengo miedo de sufrir… No quiero seguir
llorando por cualquier hombre, ni atormentarme sin conseguir uno.
-
Coeur,
eres una romántica empedernida. Lo eres desde niña. Es el resultado natural de
que tus padres estuvieran absoluta y
completamente enamorados en su momento, de haber leído todas las novelas
románticas que han caído en tus manos durante los últimos veinte años y de tu
propia resistencia a contraer un matrimonio sin amor. Me sorprendería que te
casaras sin una promesa de amor. Lo que me lleva a preguntarte: ¿dudas de que
alguien pueda amarte? ¡Debes mostrarte orgullosa y fuerte ante cualquiera!
-
Aún, después de tanto tiempo, creo que no me
acepto del todo. Y me duele, porque he llegado muy lejos. He pasado por tantas
cosas, que la sola idea de rendirme se me antoja una mentira. No podría aunque
quisiera. He llegado demasiado lejos como para echarlo todo por la borda ahora.
-
En efecto. Y no permitiré que unos aristócratas
tan «nobs»… —hizo una pausa—, te ahuyenten. Si regresases a Suiza, solo estarías
dándoles la razón en cualquier tontería que te digan. Recuerda que ellos no te
conocen, no saben nada de ti. Tú eres quien sabe la verdadera y única verdad.
Recuérdalo antes de tomar una decisión.
Después de pasar toda la tarde
probándose diferentes estilos de trajes, además de sombreros y encajes, llegó
la noche. Y con ello la hora de marchar a casa a preparar su maleta.
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