¿Recuerdas cuando eras
pequeña y creías en los cuentos de hadas?
Fantaseabas sobre como sería
tu vida: con un vestido blanco y tu príncipe azul llevándote a su castillo
sobre las colinas; por la noche te echabas en la cama, cerrabas los ojos y te
abandonabas a tu fe.
Santa Claus, el Ratoncito Pérez, el príncipe azul estaban tan cerca que los saboreabas… Pero vas creciendo, y un día abres los ojos, y los cuentos de hadas han volado.
Santa Claus, el Ratoncito Pérez, el príncipe azul estaban tan cerca que los saboreabas… Pero vas creciendo, y un día abres los ojos, y los cuentos de hadas han volado.
La mayoría de la gente acude
a aquellos en quienes confía.
La cuestión es que es
difícil dejar que los cuentos de hadas desaparezcan; a casi todo el mundo le
queda una mínima esperanza de que un día abrirán los ojos y verán que se han
hecho realidad.
Cuando el día llega a su fin, la fe es un misterio, aparece cuando menos te lo esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que los cuentos no son exactamente como habías soñado.
El castillo, puede que no sea un castillo; no es tan importante eso de ser felices para siempre, basta con ser felices en el momento.
Cuando el día llega a su fin, la fe es un misterio, aparece cuando menos te lo esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que los cuentos no son exactamente como habías soñado.
El castillo, puede que no sea un castillo; no es tan importante eso de ser felices para siempre, basta con ser felices en el momento.

Volvió su rostro al grupo de
hombres trabajadores colocando los últimos ladrillos grises en el suelo del
mercado. Después de dos semanas de continuo trabajo, habían conseguido mejorar
esa zona en especia, y que ya estaba empezando a llenar de nuevos mercaderes,
nuevas oportunidades económicas para la población. Algunos también habían
solicitado arreglar varias casas antiguas para poder hospedarse en ellas, y también otros las habían comprado para la
temporada. Los olores característicos de las panaderías y dulcerías se abrieron
paso por los pasillos amplios de los vendedores… Las caras de felicidad de la
multitud alegraron su corazón, que hasta ahora parecía granito frío.
-
¡Bravo! ¡Bravo!
¡Bravo!- vitorearon repetidas veces una vez inaugurada la gran plaza. Los
hombres se estrechaban las manos, orgullosos del magnífico trabajo realizado en
conjunto. Las mujeres sonreían a sus maridos, parecidos estos a niños abriendo
su regalo en Navidad. Ni siquiera Catherine intentó resistirse a tanta
felicidad. Sus labios se tornaron en una ligera sonrisa, y sus ojos castaños se
iluminaron bajo el cielo mañanero.
Dejando a la población disfrutar de tanto
regocijo, emprendió su camino hacia el castillo, en busca del próximo mapa para
mejorar distintas casas y hogares de la periferia. Ascendía con lentitud,
dolorida por el esfuerzo anormal de su cuerpo, acostumbrado a las comodidades.
Pero tampoco se arrepentía, se enorgullecía de poder participar activamente.
Una panadera sacaba sus dulces a la ventana.
Olían tan bien que hicieron rugir el estómago de Catherine. Corrió hacia la
mujer, y compró el dulce más calentito que vio. Un panecillo suave al tacto,
tierno y azucarado. Una delicia, pensó mientras se relamía los labios.
Unos pasos sonaron a su lado cuando reanudó el
camino. Al hacer caso omiso de ellos, notó como aceleraban hasta colocarse a su
altura.
-
Buenos días,
señorita- saludó educadamente Alistair.
-
Buenos
días,-respondió ella seca. Aún no se sentía cómoda ante la grosera confianza
del joven soldado, ni seguía sintiéndose así cuando la miraba de una forma tan
familiar, tal cual libertino.
-
He visto que la
construcción ha ido a las mil maravillas. Me alegro mucho porque el marqués
decidiera invertir en las obras- a su parecer, Alistair intentaba demasiado
llamar su atención sobre el asunto… Pero desconocía el motivo, ni siquiera
imaginaba qué podría habérsele pasado por la cabeza para hablarle cuando
normalmente se sentaba lejos de ella y rehusaba hablarle.
-
Sí, fue una
alegría saber que contaríamos con su apoyo-cansada por la rapidez de sus pasos
en librarse del guardaespaldas, paró en seco para respirar hondo y agarrarse el
costado que le dolía.
-
¿Está
bien?-preguntó alarmado el chico. Cogió su mano para aguantarla con firmeza,
apoyándola contra su poderoso pecho masculino. Señal de debilidad. Con agilidad
se zafó del abrazo que él le ofrecía, respondiendo negativamente a la ayuda.
¿Qué pensaría la gente si la veían derrumbarse por una tonta caminata?
Desconfiarían en su capacidad de aguante, y no podía permitirse fallos en ese
momento.
-
No me hace falta
su ayuda.
Siguió caminando, esta vez un poco más lento por
el dolor de la espalda. Mientras, escuchaba la voz del hombre cerca de su
brazo.
-
¿Por qué
rechazas mi contacto? No te voy a pegar ninguna enfermedad…- replicó él
contento por poder picarla.
-
No he recordado
darte permiso para tutearme- contempló enfadada cómo él se reía de su
respuesta. Se divertía enormemente intentando molestarla como una abeja.
-
Y no lo has
hecho… ¿O si? Ya no te acuerdas de nuestras conversaciones… Menuda cabecita-
seguía Alistair jocoso.
-
¡Claro!-
intercaló ella entusiasta-. ¡Cómo tenemos tantos intercambios de palabras!
¿Cómo se me pudo haber olvidado tanta tontería?- le respondió ella furiosa en su cara.
-
Vamos, vamos…
¿Para qué alterarse? Ya sé que no puedes
pensar en nada más cuando me ves- y empezó a reírse a carcajada limpia, como si
nadie más los mirara, y tuvieran toda la confianza del mundo.
-
¡No me digas que
quieres bailar! ¿Por qué no lo dices simplemente?- sin esperar su consulta,
Alistair la cogió por la cintura y la llevó hasta un grupo de parejas que
disfrutaban quietos de la música interpretada por una banda. En el espacio que
dejaban de separación la colocó pegada a su cuerpo, su mano derecha en la suya,
y empezó una danza animada.
-
¡Oh Dios
mío!-suplicó ella a quién no la
escucharía. ¡¡¡QUÉ VERGÜENZA!!! Todo el mundo los miraba curiosos por el
pasodoble.
Empezó a moverla en una línea, haciéndola saltar
con los pies cual canguro. Sus faldas dejaban ver sus medias y enaguas,
mientras ella intentaba por mantener el ritmo sin pisarle. Varias niñas la
saludaron sonrientes desde la fila de enfrente, absortar en la belleza de su
compañero de baile. Ella las saludó tímida con una mano. ¿Y si quizás con el
baile ganara más amistades entre la población? Intentó parecer feliz con los
distintos movimientos mientras Alistair sonreía de oreja a oreja.
Empezó a contar los pasos que daba para repetirlos,
soltando una de sus manos para dar una vuelta sobre sus pies. Después tenía que
cruzar las piernas y dar otra vuelta… Vueltas y más vueltas… Salto y vuelta…
Vuelta que daba y vuelta que más se mareaba.
Llegó un momento en que las mujeres formaron un
coro alrededor de los hombres y alzaron sus piernas, agarradas de sus brazos.
Catherine reía por todo lo alto, dando vueltas y saltando todo el tiempo,
abrazando a Alistair y dando giros.
La música comenzó a sonar más rápido mientras
ellos volvían a repetir los movimientos del principio. Todos estaban contentos
por disfrutar de la fiesta.
Y a Catherine le llegó una gran verdad:
A veces, muy de vez en cuando, la gente puede darte una grata sorpresa; de vez en cuando, la gente te deja sin respiración y sin armas que resistirte.
A veces, muy de vez en cuando, la gente puede darte una grata sorpresa; de vez en cuando, la gente te deja sin respiración y sin armas que resistirte.
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