Aunque albergó la esperanza de poder llevar un equipaje más
abultado… La única maleta que ocupaba el techo de su carruaje era sinónimo de
la aventura tan inesperada que le esperaba. Una aventura que al parecer de
muchos, debía evitar a toda costa pues ponía en riesgo su seguridad, y en mayor
medida: su vida.
Pero a ella no le importaba. Tenía la posibilidad de conocer
mundo, de ver otras tierras, otras gentes. Y sobre todo tenía la esperanza de
vencer en la ayuda de su pueblo. Eso era lo que importaba realmente. Demostrar
que siendo aún una mujer, y considerada por ello débil, podía proteger a su
gente de cualquier amenaza. ¿Y qué mejor forma que en alta mar, batallando
contra los alemanes?
Catherine caminó aún más decidida por la larga rampa que unía el saturado puerto con
el principal barco de guerra. El nuevo barco Emerald.
Escuchó el saludo militar de sus soldados, y el relincho de los
caballos al fondo. La multitud gritaba extasiada mientras los marineros
mascullaban por lo bajo la amenaza que supondría llevar una mujer a bordo. Pero
no hizo caso, ella confiaba en cada uno de ellos, y sobre todo confiaba en ella
misma. Pero y si… ¿Y si moría en la batalla? ¿Sobreviviría cobarde por intentar
vivir un segundo más? ¿O moriría con arrojo, al igual que los demás? Los cobardes mueren muchas veces antes de su
verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez. ¿Pero qué
quería ella? Estaba claro que quería sobrevivir, pero no a costa de la vida de
muchos más. Mucho menos cuando ella proclamaba la libertad e igualdad entre
todos.
Por tanto, paró cerca de la
popa, despidiendo a su pueblo con la mano, sonriendo en una señal de esperanza,
de aliento para luchar por cada futuro, por cada vida que formaría la historia
del mañana.
Y fue hasta ver de lejos su
castillo, que se presentó a la tripulación:
-
Sé que no estáis cómodos con la compañía de
dos mujeres, y sé que desconfiáis de mi capacidad para resolver el problema,
pero os aseguro que o muero en el intento de daros la libertad como dueños de
estas aguas inglesas o no pararé hasta ver cumplida la promesa que ahora os
hago a cada uno de vosotros. Estoy abierta a sugerencias, tácticas de batallas
sobre alta mar, y lista para empezar. Habéis tenido la oportunidad para
rechazar estar aquí hoy, pero sin embargo habéis aparecido, y eso ya dice mucho
de vosotros, porque no estáis dispuestos a luchar por mí, sino a defender lo
que os pertenece. Y eso vale más que cualquier fidelidad. Gracias por vuestra
atención.
Pero solamente sonaron varios gritos de guerra
pertenecientes a los escoceses de Alistair Cocks. Sin dejar de desanimarse
entró en el camarote principal, abrió varios mapas de la zona en la que
lucharían, y finalmente pasó a organizar las tropas en el navío. Su dama de
compañía preparaba su vestido de guerra en el armario, su espada en un perchero
al lado de la cama, y su Schoolfield debajo de su almohada. Además contaba con
varios botes de pólvora inflamable y dagas en sus botas.
Cuando Alistair entró acompañado por el capitán y
varios navegantes más, dio paso a la discusión. Catherine no sabía cómo sería
realmente la batalla. Contaban con más de 60 cañones a corta distancia y 40 a
larga, un total de mil marineros y 100 soldados preparados, 50 de los cuales elegidos especialmente para
protegerla a ella, aunque sabía que llegado el momento, los mandaría a
fortalecer el ataque. Los escoceses eran los únicos sin clasificación, no se
sabía si estaban para protegerla a ella o para luchar, o para incluso gastar
las reservas de cerveza.
Varias horas más tarde, bien entrada la noche
salían todos del camarote, dispuestos a cenar. Catherine prefirió permanecer en
el aposento, revisando las notas que había tomado a lo largo de la tarde y
escribiendo en otras sus ideas para el día siguiente.
Estaba nerviosa. Quería tomar parte activa de la
batalla, no solo permanecer en un rincón del buque, nerviosa por el encuentro
al enemigo, o ajena a todo lo de fuera. Quería luchar, y sólo había una forma.
Esperó hasta después de cenar, incluso hasta
después de que todos estuvieran dormidos, para prepararse. Cogió la sábana más
fina que tenía y con una de sus dagas corto una ancha tira. Poco a poco fue
escondiendo su pecho en ella, tapando la gran evidencia de su sexo. El
siguiente paso era esconder su cabello. ¿Cómo lo hacía para esconder la melena?
Podría atarse una cinta y después colocar otra tela y encima un sombrero… Pero
podría caerse durante la lucha cuerpo a cuerpo. Sólo había una solución y que en gran parte le parecía atractiva. Corrió hasta las ventanas iluminadas por la
luna llena, y con cuidado, empezó a cortar su cabello, desde la nuca, hasta
parecer un chico. Ahora tocaba el turno de su rostro que tanto conocían los
soldados: cortó un poco de madera de la pata de su cama y lo quemó en un
recipiente con la vela, el polvito negro que salió lo mezcló con agua, y lo
restregó por su rostro y sus manos. Finalmente, decidió olvidar la ropa que le
había sido asignada. No llevaría el traje intentando parecer un hombre. Cogió
la falda del vestido y cortó la malla de la falda por la mitad hacia abajo, y
que luego coció en forma de pantalón con nuevas tiras de la sábana más
pequeñas. Pensó en lo tonta que parecería con una falda rota, envuelta en lazos
blancos, pero continúo en su labor. Una vez vestida, tapando el resto del vestido
con la túnica del escudo de su familia, se armó con sus dagas, espada y
pistola. Ya estaba lista para luchar. Y antes tenía que estar escondida, apenas
faltaban unas horas para el amanecer.
Cuando Alistair descubrió la desaparición de la
duquesa, armó un revuelo en todo el barco. Nadie la había visto desde la noche
anterior, ni siquiera su propia dama de compañía que tanto decía haber estado
atenta a sus movimientos. Estaba aturdido por el instinto protector que la loca
hija prometida provocaba en él. Quería matarla con sus propias manos, pero no
quería que sufriese ningún dolor. Distribuyó a sus soldados por todo el galeón,
buscaron durante una hora y media y no encontraron a ninguna mujer tonta.
¿Habría sido raptada? Imposible, pensó para sí mismo, nadie había entrado a la zona de las dependencias privadas, menos
cuando hubo relevo de guardia. Ya se encargaría de matar él mismo al culpable.
Corrió en busca de sus armas cuando la batalla
era inminente. Y sería durante ella que buscaría a la loca.
Catherine vio cómo su oportunidad para echarse
atrás desaparecía de un plumazo. Por un momento pensó que la descubrirían, pero
nadie se fijó en el relevo que hizo en el mástil al avistor. Nadie la pillaría
allí arriba. Pero inmediatamente descendió cuando gritó con voz grave la
llegada de varios galeones enemigos.
Se colocó al lado de los escoceses, que tan
furiosos parecían luchar, pero que aún estaba por ver. Alistair apreció varios
minutos después, dirigiendo unas palabras a la tripulación:
-
¡Marineros! ¡Soldados!
¡Escoceses! Estamos aquí, ahora, preparados para luchar por lo que tanto
ansiáis. Y no estamos aquí para dar la vuelta como cobardes. ¡¡¡NO!!! ¡Vamos a
luchar como feroces guerreros! Y vamos a hacer que esos alemanes se coman sus
propias palabras. ¡Vamos a darles una buena patada en el orgullo a esos
asquerosos! ¿Quién está conmigo?
La tripulación respondió al
momento con mayor energía que cuando Catherine había dicho su discurso. ¿Quizás
era la seguridad que a ella tanto le faltaba lo que motivaba a los demás?
-
¡Vamos a enseñar
cómo luchamos! ¡Lucharemos por nuestros hermanos caídos! Por nuestros amigos y
compañeros. ¡Vamos a vengarles! ¡Porque no hemos venido a dormirnos! ¡Hemos
venido a luchar!
Y un coro en crecento aumentó desde el silencio.
Golpeaban con fuerzas las armas contra el suelo del barco, se preparaban para
la guerra.
En la distancia, el barco alemán daba la
impresión de un navío desierto, callado en su abandono. Los hombres camuflados
en sus puestos acechaban la aparición del galeón enemigo: discretamente
colgados de los mástiles, ocultos detrás de los toldos, agazapados en los
corredores de popa. En proa atisbaban.
Alistair Cocks acompañado de Corner, Jack,
O’Connel y Carty, el contramaestre, y
dos de los mejores piratas en el manejo del hacha de abordaje. Catherine se
situó agachada junto a Marcus, el sgundo timonel sustituto, pues los pilotos
eran ahora Alistair y Corner.
Ameneció con la habitual iridiscencia de la
claridad intensa que sustituye a una
noche estrellada, sin una sola nube, el cielo más azul que de costumbre,
el mar plateado hacia el lateral derecho, azul añil en el centro, verdoso hacia
el lado izquierdo.
-
Tienen los cañones preparados. Dispararán
antes que nosotros- comentó Jack.
-
Es su
estrategia. Nos han visto y se han preparado de ante mano- Alistair comenzó a
dar órdenes para calentar nuestros cañones y preparar las armas. Cat agarró su
pistola con fuerza, colocando las balas y manteniendo su cabeza gacha.
El tiempo transcurrió más lento de lo esperado, a
causa del viento suave que empujaba las velas. Los marineros empezaban a
fatigarse de guardar las posturas inmóviles. El Emerald brillaba esparciendo reflejos dorados sobre las aguas. El
mascarón de proa simbolizaba a una sirena alada esculpida en madera preciosa,
las manos abiertas al aire, el perfil desafiante a otra bravía y suprema
belleza. La estatua de cabellera encrespada al viento.
Cada vez que el galeón alemán avanzaba más
próximo de los marineros, Jack hizo un gesto con la barbilla, fue izado la bandera
inglesa y el escudo de armas de los Newhile. Catherine, envuelta en una capa
negra, los puños cerrados y listos en las armaduras, dirigió su mirada a lo
alto, hacia Alistair. Este hecho y el abordaje eran los momentos que más miedo
le causaban.
Alistair reconoció a la joven nada más encontrar
su mirada. Estaba escondida, como si tuviera miedo de lo que iba a pasar,
agazapada detrás de varios hombres, intentando protegerse. No cabía duda, había
cambiado su físico para morir como una tonta en una lucha que no era la de
ella. Por un lado lo consideraba heroico, y de merecer, pero eso no quitaba
sitio a la locura que la joven iba a cometer.
El dirigente asintió con el mentón por segunda
ocasión, y uno de los cañones del Emerald disparó en pleno centro del barco,
junto a la bomba de achique, y picó al lado del pañol de balas. Los adversarios
no tardaron en contestar también a cañonazo limpio, e hicieron blanco en el
velamen de los mástiles, traspasándolo, las balas de cañón cayeron al lado
opuesto, salpicaron a babor, y fueron a varar al fondo del mar. Catherine
Newhile aguardaba en su puesto, para nada pasiva, haciendo gala de su magnífica
puntería, disparaba trabucazos y tumbaba alemanes como gorriones, vociferando
atronadora con el objetivo de animar a los compañeros de a bordo para que una
vez situados a menos espacio del navío enemigo obedecieran al clamor del
asalto.
-
¡Al
abordaje!-gritó de una vez Alistair, atronador.
Desde babor, los más fornidos lanzaron anclas de
cuatro puntas, las cuales fueron a clavarse en los bordes del navío, y hasta en
las espaldas de algunos desprevenidos oficiales, quienes sirvieron de carne de
lanza, o de escudos; de este modo, los ingleses consiguieron halar con
numerosos esfuerzos el navío hacia ellos. Decenas de hombres saltaron
impulsados por el viento de los mástiles sobre la cubierta del galeón,
pendientes de gruesas sogas, sirviéndose de ellas como lianas sujetas de
frondosos árboles. Los esgrimistas más certeros deslizaban tablones entre
cubierta y cubierta, e incluso desde la santabárbara, para atravesarlos a pie,
ágiles como panteras todos ellos, batiéndose en el abismo contra el enemigo, a
riesgo de morir atrapados en el feroz oleaje; finalmente, dando múltiples
volteretas, lograban caer encima del entablado. Catherine no necesitó soga, ni
anclas siquiera, mucho menos tablones, brincó valiéndose de su envidiable
ligereza, espada en mano, daga entre los dientes, y pistola en la izquierda;
ojos y tez rojos de ira. O morían ellos mismos, o moría el enemigo… Y ella no
iba a regresar sin su tripulación. Aunque fuera la primera vez que matara a
alguien. Ya tendría tiempo de llorar más tarde.
Cat tasajeó mejillas y muslos, cortó brazos,
cercenó orejas y narices, clavó el puñal en el único ojo sano de un contrario,
de un sablazo diagonal cortó la cabeza de un sargento, la cual rodó por todo el
barco enredada entre el hormigueo de los pies de los contrincantes. La chica
aprovechó un respiro y limpió su sable ensangrentado en el dorso de la capa, la
sangre espesa goteó encima de sus pies. Dominada por el enardecimiento,
percibió junto a ella, una vez más, a Alistair, desaforado, impío, combatiendo
junto a sus malvados compañeros.

Mientras, por su lado, Alistair Cocks se batía,
observó de reojo a la joven loca disfrazada, y no pudo menos que dejar correr
un escalofrío persuadido del coraje de Catherine, asustado de semejante
maniobra temeraria. Corner descendió a las galeras y liberó a los remeros, en
su mayoría negros, y encontró a los ingleses capturados en maniobras pasadas. Una
vez en libertad, los esclavos se sumaron a la contienda y asesinaron vengativos
a diestra y siniestra; aquellos que no alcanzaron armas, les bastaba sacar
hígados con las uñas, hundir los dedos en las clavículas, estrangular, morder…
Había sido una terrorífica cacería, una horrible
carnicería, aunque uno de los escoceses comentó que era un bello y digno
espectáculo de los soberanos de la mar.
Crujió amenazador el barco alemán, y se partió
justo por el lado de Catherine, resbalando y quedando ella sujeta al borde
lleno de astillas, haciéndose daño en las palmas de las manos, y sintiendo cómo
la gravedad la empujaba hacia el fondo. Gritó el nombre de Alistair con todas
sus fuerzas, gritó con el remordimiento de haber dado su vida sin sentir nada
más. El barco empezó a arder cegando a ambos bandos con la creciente humareda.
Alistair escuchó de repente, mientras cruzaba el
puente entre ambos barcos, el aterrador grito de ayuda de Catherine. No sabía
donde estaba, y no podía verla. Gritó a sus compañeros de lucha que le
acompañaran hasta encontrarla, sabiendo que arriesgarían su vida por la misión
encomendada.
Corrieron a lo largo de todo el barco, guiándose
por el sonido de la ayuda. Estaba desesperado por encontrarla y darle un par de
zarandeos por su locura.
-
¡¡¡Catherine!!!
¿Dónde estás?-gritó él también asustado por perderla, por fallar.
-
¡Alistair!
Ayúdame ¡estoy cerca de la rotura del barco!
La cabeza rubia de Alistair apareció en su campo
de visión, agarrando sus manos con fuerza, y tirando de ella hacia arriba. Sus
compañeros le ayudaron a empujar más fuerte cuando el pantalón improvisado de
Catherine se quedaba enganchado por medio de los hilos en un clavo. Cuando la
consiguieron sacar, Alistair la ayudó a correr sobre el barco en llamas y los
tablones rotos. Apenas podía mover sus pies en comparación con los del joven,
que huía de la creciente muerte más cercana.
Cogió la primera cuerda que vio para saltar al
otro barco, que ya estaba alejándose para salvarse de las llamas. Agarró con
fuerza el cuerpo de la joven y saltó sobre el mar encrispado.
Cuando Cat tocó pie sobre la superficie del
barco, salió corriendo al extremo contrario, escondiéndose de todos. Le dolía
su costado, y sentía picores por toda la cara. Un impulso de su cuerpo y mente
le pidió quitarse toda la sangre que la envolvía y que tanto asco le daba.
Pero no
encontró agua… Y se limitó a arrodillarse contra la madera de popa, y agarrar
sus rodillas, protegiendo su cuerpo del exterior… Rezando por no ser condenada,
lamentándose por todos los niños que estarían sin padres en ese momento. Y se
vio como lo que era, una asesina… Asesina que no dudaba en matar para mantener
la felicidad de otros.
Alistair salió a la cubierta una hora después de
ocuparse del trabajo de Catherine. Todos estaban al tanto de la mujer
disfrazada que había luchado con ellos, sin protección, y por eso, había ganado
la fidelidad de esos marineros… A costa de su propia integridad. Porque algunos
no estaban hechos para matar personas.
Halló a
Catherine junto a la escotilla, tiznada y cubierta de manchas de sangre,
parecía que acaparaba más que disfrutar de la brisa marina, los labios
cuarteados y pálidos, la vista perdida en lontananza. Alistair llegó hasta ella
y la abrazó, delicado, besando su frente, que olía a leña carbonizada.
-
Vamos a dentro,
aquí te pondrás enferma después del calor.
Ella permaneció callada, tiritando de miedo.
-
Hoy he dejado a
muchos niños sin padres…-susurró contra la ropa de él. Sus palabras le dejaron
mudo-. Mañana, cuando las noticias lleguen a Alemania, los niños, y sus
esposas, estarán destrozados por la pérdida.
-
Esas esposas que
tú comentas, no estarán tan destrozadas. Se han librado de un holgazán, que
casi ni se acuerda de ellas.
-
¿Cómo estás tan
seguro? ¿Por qué no podía ser uno de ellos un amante verdadero?- sus ojos
rezongaban culpabilidad y dolor ajeno. Su capacidad para ponerse en el lugar de
los demás sobrepasaba sus propias fuerzas, y para él, no tenía sentido ponerse
en ese lugar.
-
Porque conozco
la vida de un marinero, y ellos no sólo tienen una mujer, ni hijo único… Te
aseguro que tienen miles de mujeres y a saber cuántos niños repartidos por el
globo terráqueo.
-
Pero he
matado…-volvió a decir ella, aún mas congojada.
-
Has matado para
poder ver a tu país feliz. Luchaste por la libertad y la justicia que
necesitaban. Y esos marineros de los que te lamentas, no te hubieran dejado
vivir, te habrían violado cada uno de ellos y después de habrían arrancado la
carne de tu piel. No habrían sentido ningún remordimiento, y se habrían alegrado
de tu dolor- el rostro de ambos se crisparon en muecas. Ambos sabían la
veracidad de sus palabras, y ella aún seguía sin saber qué creer.
-
Creo en tus
palabras, pero no puedo más que pensar en la injusticia que he hecho a otros,
por el bien de quiénes quiero…
-
Ese es uno de
los problemas de amar, cielo. Siempre tendrás que elegir entre hacer el bien
para unos, y causar el dolor para otros. Y lo que quieres, rara vez coincide
con tu deber- su tono de voz dejaba entrever el cariño que empezaba a sentir
por la muchacha. Sin quererlo, cada momento de su lucha, de su debilidad, había
funcionado para hacer que él le cogiera cariño.
-
Abrázame, por
favor…- y no hizo falta ninguna palabra. Él la cogió entre sus brazos,
estrechándola con fuerzas contra su poderoso pecho, dándole la seguridad que
ella tanto quería, y compartiendo el dolor que tanto la mataba.

Al regresar al puerto, todos
los aplaudían como héroes. Ajenos al dolor, a las escenas horribles que
tuvieron que presenciar… Ajenos al dolor que sintieron y el miedo que
sufrieron. A ellos sólo les importaba que sus familiares habían vencido… Sólo
les importaba su felicidad, porque eran ajenos a todo lo que rodeaba su país.