miércoles, 29 de mayo de 2013

Highlander 5. What shall we die for...?

Aunque albergó la esperanza de poder llevar un equipaje más abultado… La única maleta que ocupaba el techo de su carruaje era sinónimo de la aventura tan inesperada que le esperaba. Una aventura que al parecer de muchos, debía evitar a toda costa pues ponía en riesgo su seguridad, y en mayor medida: su vida.
Pero a ella no le importaba. Tenía la posibilidad de conocer mundo, de ver otras tierras, otras gentes. Y sobre todo tenía la esperanza de vencer en la ayuda de su pueblo. Eso era lo que importaba realmente. Demostrar que siendo aún una mujer, y considerada por ello débil, podía proteger a su gente de cualquier amenaza. ¿Y qué mejor forma que en alta mar, batallando contra los alemanes?
Catherine caminó aún más decidida por la larga rampa                 que unía el saturado puerto con el principal barco de guerra. El nuevo barco Emerald.
Escuchó el saludo militar de sus soldados, y el relincho de los caballos al fondo. La multitud gritaba extasiada mientras los marineros mascullaban por lo bajo la amenaza que supondría llevar una mujer a bordo. Pero no hizo caso, ella confiaba en cada uno de ellos, y sobre todo confiaba en ella misma. Pero y si… ¿Y si moría en la batalla? ¿Sobreviviría cobarde por intentar vivir un segundo más? ¿O moriría con arrojo, al igual que los demás? Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez. ¿Pero qué quería ella? Estaba claro que quería sobrevivir, pero no a costa de la vida de muchos más. Mucho menos cuando ella proclamaba la libertad e igualdad entre todos.
Por tanto, paró cerca de la popa, despidiendo a su pueblo con la mano, sonriendo en una señal de esperanza, de aliento para luchar por cada futuro, por cada vida que formaría la historia del mañana.

Y fue hasta ver de lejos su castillo, que se presentó a la tripulación:
-           Sé que no estáis cómodos con la compañía de dos mujeres, y sé que desconfiáis de mi capacidad para resolver el problema, pero os aseguro que o muero en el intento de daros la libertad como dueños de estas aguas inglesas o no pararé hasta ver cumplida la promesa que ahora os hago a cada uno de vosotros. Estoy abierta a sugerencias, tácticas de batallas sobre alta mar, y lista para empezar. Habéis tenido la oportunidad para rechazar estar aquí hoy, pero sin embargo habéis aparecido, y eso ya dice mucho de vosotros, porque no estáis dispuestos a luchar por mí, sino a defender lo que os pertenece. Y eso vale más que cualquier fidelidad. Gracias por vuestra atención.
Pero solamente sonaron varios gritos de guerra pertenecientes a los escoceses de Alistair Cocks. Sin dejar de desanimarse entró en el camarote principal, abrió varios mapas de la zona en la que lucharían, y finalmente pasó a organizar las tropas en el navío. Su dama de compañía preparaba su vestido de guerra en el armario, su espada en un perchero al lado de la cama, y su Schoolfield debajo de su almohada. Además contaba con varios botes de pólvora inflamable y dagas en sus botas.
Cuando Alistair entró acompañado por el capitán y varios navegantes más, dio paso a la discusión. Catherine no sabía cómo sería realmente la batalla. Contaban con más de 60 cañones a corta distancia y 40 a larga, un total de mil marineros y 100 soldados preparados,  50 de los cuales elegidos especialmente para protegerla a ella, aunque sabía que llegado el momento, los mandaría a fortalecer el ataque. Los escoceses eran los únicos sin clasificación, no se sabía si estaban para protegerla a ella o para luchar, o para incluso gastar las reservas de cerveza.
Varias horas más tarde, bien entrada la noche salían todos del camarote, dispuestos a cenar. Catherine prefirió permanecer en el aposento, revisando las notas que había tomado a lo largo de la tarde y escribiendo en otras sus ideas para el día siguiente.
Estaba nerviosa. Quería tomar parte activa de la batalla, no solo permanecer en un rincón del buque, nerviosa por el encuentro al enemigo, o ajena a todo lo de fuera. Quería luchar, y sólo había una forma.
Esperó hasta después de cenar, incluso hasta después de que todos estuvieran dormidos, para prepararse. Cogió la sábana más fina que tenía y con una de sus dagas corto una ancha tira. Poco a poco fue escondiendo su pecho en ella, tapando la gran evidencia de su sexo. El siguiente paso era esconder su cabello. ¿Cómo lo hacía para esconder la melena? Podría atarse una cinta y después colocar otra tela y encima un sombrero… Pero podría caerse durante la lucha cuerpo a cuerpo. Sólo había una solución  y que en gran parte le parecía atractiva.  Corrió hasta las ventanas iluminadas por la luna llena, y con cuidado, empezó a cortar su cabello, desde la nuca, hasta parecer un chico. Ahora tocaba el turno de su rostro que tanto conocían los soldados: cortó un poco de madera de la pata de su cama y lo quemó en un recipiente con la vela, el polvito negro que salió lo mezcló con agua, y lo restregó por su rostro y sus manos. Finalmente, decidió olvidar la ropa que le había sido asignada. No llevaría el traje intentando parecer un hombre. Cogió la falda del vestido y cortó la malla de la falda por la mitad hacia abajo, y que luego coció en forma de pantalón con nuevas tiras de la sábana más pequeñas. Pensó en lo tonta que parecería con una falda rota, envuelta en lazos blancos, pero continúo en su labor. Una vez vestida, tapando el resto del vestido con la túnica del escudo de su familia, se armó con sus dagas, espada y pistola. Ya estaba lista para luchar. Y antes tenía que estar escondida, apenas faltaban unas horas para el amanecer.

Cuando Alistair descubrió la desaparición de la duquesa, armó un revuelo en todo el barco. Nadie la había visto desde la noche anterior, ni siquiera su propia dama de compañía que tanto decía haber estado atenta a sus movimientos. Estaba aturdido por el instinto protector que la loca hija prometida provocaba en él. Quería matarla con sus propias manos, pero no quería que sufriese ningún dolor. Distribuyó a sus soldados por todo el galeón, buscaron durante una hora y media y no encontraron a ninguna mujer tonta. ¿Habría sido raptada? Imposible, pensó para sí mismo, nadie había entrado  a la zona de las dependencias privadas, menos cuando hubo relevo de guardia. Ya se encargaría de matar él mismo al culpable.

Corrió en busca de sus armas cuando la batalla era inminente. Y sería durante ella que buscaría a la loca.

Catherine vio cómo su oportunidad para echarse atrás desaparecía de un plumazo. Por un momento pensó que la descubrirían, pero nadie se fijó en el relevo que hizo en el mástil al avistor. Nadie la pillaría allí arriba. Pero inmediatamente descendió cuando gritó con voz grave la llegada de varios galeones enemigos.
Se colocó al lado de los escoceses, que tan furiosos parecían luchar, pero que aún estaba por ver. Alistair apreció varios minutos después, dirigiendo unas palabras a la tripulación:
-          ¡Marineros! ¡Soldados! ¡Escoceses! Estamos aquí, ahora, preparados para luchar por lo que tanto ansiáis. Y no estamos aquí para dar la vuelta como cobardes. ¡¡¡NO!!! ¡Vamos a luchar como feroces guerreros! Y vamos a hacer que esos alemanes se coman sus propias palabras. ¡Vamos a darles una buena patada en el orgullo a esos asquerosos! ¿Quién está conmigo?
La tripulación respondió al momento con mayor energía que cuando Catherine había dicho su discurso. ¿Quizás era la seguridad que a ella tanto le faltaba lo que motivaba a los demás?
-          ¡Vamos a enseñar cómo luchamos! ¡Lucharemos por nuestros hermanos caídos! Por nuestros amigos y compañeros. ¡Vamos a vengarles! ¡Porque no hemos venido a dormirnos! ¡Hemos venido a luchar!
Y un coro en crecento aumentó desde el silencio. Golpeaban con fuerzas las armas contra el suelo del barco, se preparaban para la guerra.
En la distancia, el barco alemán daba la impresión de un navío desierto, callado en su abandono. Los hombres camuflados en sus puestos acechaban la aparición del galeón enemigo: discretamente colgados de los mástiles, ocultos detrás de los toldos, agazapados en los corredores de popa. En proa atisbaban.

Alistair Cocks acompañado de Corner, Jack, O’Connel y  Carty, el contramaestre, y dos de los mejores piratas en el manejo del hacha de abordaje. Catherine se situó agachada junto a Marcus, el sgundo timonel sustituto, pues los pilotos eran ahora Alistair y  Corner.
Ameneció con la habitual iridiscencia de la claridad intensa que sustituye a una  noche estrellada, sin una sola nube, el cielo más azul que de costumbre, el mar plateado hacia el lateral derecho, azul añil en el centro, verdoso hacia el lado izquierdo.

-           Tienen los cañones preparados. Dispararán antes que nosotros- comentó Jack.
-          Es su estrategia. Nos han visto y se han preparado de ante mano- Alistair comenzó a dar órdenes para calentar nuestros cañones y preparar las armas. Cat agarró su pistola con fuerza, colocando las balas y manteniendo su cabeza gacha.

El tiempo transcurrió más lento de lo esperado, a causa del viento suave que empujaba las velas. Los marineros empezaban a fatigarse de guardar las posturas inmóviles. El Emerald brillaba esparciendo reflejos dorados sobre las aguas. El mascarón de proa simbolizaba a una sirena alada esculpida en madera preciosa, las manos abiertas al aire, el perfil desafiante a otra bravía y suprema belleza. La estatua de cabellera encrespada al viento.

Cada vez que el galeón alemán avanzaba más próximo de los marineros, Jack hizo un gesto con la barbilla, fue izado la bandera inglesa y el escudo de armas de los Newhile. Catherine, envuelta en una capa negra, los puños cerrados y listos en las armaduras, dirigió su mirada a lo alto, hacia Alistair. Este hecho y el abordaje eran los momentos que más miedo le causaban.

Alistair reconoció a la joven nada más encontrar su mirada. Estaba escondida, como si tuviera miedo de lo que iba a pasar, agazapada detrás de varios hombres, intentando protegerse. No cabía duda, había cambiado su físico para morir como una tonta en una lucha que no era la de ella. Por un lado lo consideraba heroico, y de merecer, pero eso no quitaba sitio a la locura que la joven iba a cometer.

El dirigente asintió con el mentón por segunda ocasión, y uno de los cañones del Emerald disparó en pleno centro del barco, junto a la bomba de achique, y picó al lado del pañol de balas. Los adversarios no tardaron en contestar también a cañonazo limpio, e hicieron blanco en el velamen de los mástiles, traspasándolo, las balas de cañón cayeron al lado opuesto, salpicaron a babor, y fueron a varar al fondo del mar. Catherine Newhile aguardaba en su puesto, para nada pasiva, haciendo gala de su magnífica puntería, disparaba trabucazos y tumbaba alemanes como gorriones, vociferando atronadora con el objetivo de animar a los compañeros de a bordo para que una vez situados a menos espacio del navío enemigo obedecieran al clamor del asalto.


-          ¡Al abordaje!-gritó de una vez Alistair, atronador.
Desde babor, los más fornidos lanzaron anclas de cuatro puntas, las cuales fueron a clavarse en los bordes del navío, y hasta en las espaldas de algunos desprevenidos oficiales, quienes sirvieron de carne de lanza, o de escudos; de este modo, los ingleses consiguieron halar con numerosos esfuerzos el navío hacia ellos. Decenas de hombres saltaron impulsados por el viento de los mástiles sobre la cubierta del galeón, pendientes de gruesas sogas, sirviéndose de ellas como lianas sujetas de frondosos árboles. Los esgrimistas más certeros deslizaban tablones entre cubierta y cubierta, e incluso desde la santabárbara, para atravesarlos a pie, ágiles como panteras todos ellos, batiéndose en el abismo contra el enemigo, a riesgo de morir atrapados en el feroz oleaje; finalmente, dando múltiples volteretas, lograban caer encima del entablado. Catherine no necesitó soga, ni anclas siquiera, mucho menos tablones, brincó valiéndose de su envidiable ligereza, espada en mano, daga entre los dientes, y pistola en la izquierda; ojos y tez rojos de ira. O morían ellos mismos, o moría el enemigo… Y ella no iba a regresar sin su tripulación. Aunque fuera la primera vez que matara a alguien. Ya tendría tiempo de llorar más tarde.

Cat tasajeó mejillas y muslos, cortó brazos, cercenó orejas y narices, clavó el puñal en el único ojo sano de un contrario, de un sablazo diagonal cortó la cabeza de un sargento, la cual rodó por todo el barco enredada entre el hormigueo de los pies de los contrincantes. La chica aprovechó un respiro y limpió su sable ensangrentado en el dorso de la capa, la sangre espesa goteó encima de sus pies. Dominada por el enardecimiento, percibió junto a ella, una vez más, a Alistair, desaforado, impío, combatiendo junto a sus malvados compañeros.


Mientras, por su lado, Alistair Cocks se batía, observó de reojo a la joven loca disfrazada, y no pudo menos que dejar correr un escalofrío persuadido del coraje de Catherine, asustado de semejante maniobra temeraria. Corner descendió a las galeras y liberó a los remeros, en su mayoría negros, y encontró a los ingleses capturados en maniobras pasadas. Una vez en libertad, los esclavos se sumaron a la contienda y asesinaron vengativos a diestra y siniestra; aquellos que no alcanzaron armas, les bastaba sacar hígados con las uñas, hundir los dedos en las clavículas, estrangular, morder…

Había sido una terrorífica cacería, una horrible carnicería, aunque uno de los escoceses comentó que era un bello y digno espectáculo de los soberanos de la mar.


Crujió amenazador el barco alemán, y se partió justo por el lado de Catherine, resbalando y quedando ella sujeta al borde lleno de astillas, haciéndose daño en las palmas de las manos, y sintiendo cómo la gravedad la empujaba hacia el fondo. Gritó el nombre de Alistair con todas sus fuerzas, gritó con el remordimiento de haber dado su vida sin sentir nada más. El barco empezó a arder cegando a ambos bandos con la creciente humareda.

Alistair escuchó de repente, mientras cruzaba el puente entre ambos barcos, el aterrador grito de ayuda de Catherine. No sabía donde estaba, y no podía verla. Gritó a sus compañeros de lucha que le acompañaran hasta encontrarla, sabiendo que arriesgarían su vida por la misión encomendada.
Corrieron a lo largo de todo el barco, guiándose por el sonido de la ayuda. Estaba desesperado por encontrarla y darle un par de zarandeos por su locura.
-          ¡¡¡Catherine!!! ¿Dónde estás?-gritó él también asustado por perderla, por fallar.
-          ¡Alistair! Ayúdame ¡estoy cerca de la rotura del barco!
La cabeza rubia de Alistair apareció en su campo de visión, agarrando sus manos con fuerza, y tirando de ella hacia arriba. Sus compañeros le ayudaron a empujar más fuerte cuando el pantalón improvisado de Catherine se quedaba enganchado por medio de los hilos en un clavo. Cuando la consiguieron sacar, Alistair la ayudó a correr sobre el barco en llamas y los tablones rotos. Apenas podía mover sus pies en comparación con los del joven, que huía de la creciente muerte más cercana.


Cogió la primera cuerda que vio para saltar al otro barco, que ya estaba alejándose para salvarse de las llamas. Agarró con fuerza el cuerpo de la joven y saltó sobre el mar encrispado.

Cuando Cat tocó pie sobre la superficie del barco, salió corriendo al extremo contrario, escondiéndose de todos. Le dolía su costado, y sentía picores por toda la cara. Un impulso de su cuerpo y mente le pidió quitarse toda la sangre que la envolvía y que tanto asco le daba.
 Pero no encontró agua… Y se limitó a arrodillarse contra la madera de popa, y agarrar sus rodillas, protegiendo su cuerpo del exterior… Rezando por no ser condenada, lamentándose por todos los niños que estarían sin padres en ese momento. Y se vio como lo que era, una asesina… Asesina que no dudaba en matar para mantener la felicidad de otros.

Alistair salió a la cubierta una hora después de ocuparse del trabajo de Catherine. Todos estaban al tanto de la mujer disfrazada que había luchado con ellos, sin protección, y por eso, había ganado la fidelidad de esos marineros… A costa de su propia integridad. Porque algunos no estaban hechos para matar personas.

 Halló a Catherine junto a la escotilla, tiznada y cubierta de manchas de sangre, parecía que acaparaba más que disfrutar de la brisa marina, los labios cuarteados y pálidos, la vista perdida en lontananza. Alistair llegó hasta ella y la abrazó, delicado, besando su frente, que olía a leña carbonizada.

-          Vamos a dentro, aquí te pondrás enferma después del calor.
Ella permaneció callada, tiritando de miedo.
-          Hoy he dejado a muchos niños sin padres…-susurró contra la ropa de él. Sus palabras le dejaron mudo-. Mañana, cuando las noticias lleguen a Alemania, los niños, y sus esposas, estarán destrozados por la pérdida.
-          Esas esposas que tú comentas, no estarán tan destrozadas. Se han librado de un holgazán, que casi ni se acuerda de ellas.
-          ¿Cómo estás tan seguro? ¿Por qué no podía ser uno de ellos un amante verdadero?- sus ojos rezongaban culpabilidad y dolor ajeno. Su capacidad para ponerse en el lugar de los demás sobrepasaba sus propias fuerzas, y para él, no tenía sentido ponerse en ese lugar.
-          Porque conozco la vida de un marinero, y ellos no sólo tienen una mujer, ni hijo único… Te aseguro que tienen miles de mujeres y a saber cuántos niños repartidos por el globo terráqueo.
-          Pero he matado…-volvió a decir ella, aún mas congojada.
-          Has matado para poder ver a tu país feliz. Luchaste por la libertad y la justicia que necesitaban. Y esos marineros de los que te lamentas, no te hubieran dejado vivir, te habrían violado cada uno de ellos y después de habrían arrancado la carne de tu piel. No habrían sentido ningún remordimiento, y se habrían alegrado de tu dolor- el rostro de ambos se crisparon en muecas. Ambos sabían la veracidad de sus palabras, y ella aún seguía sin saber qué creer.
-          Creo en tus palabras, pero no puedo más que pensar en la injusticia que he hecho a otros, por el bien de quiénes quiero…

-          Ese es uno de los problemas de amar, cielo. Siempre tendrás que elegir entre hacer el bien para unos, y causar el dolor para otros. Y lo que quieres, rara vez coincide con tu deber- su tono de voz dejaba entrever el cariño que empezaba a sentir por la muchacha. Sin quererlo, cada momento de su lucha, de su debilidad, había funcionado para hacer que él le cogiera cariño.
-          Abrázame, por favor…- y no hizo falta ninguna palabra. Él la cogió entre sus brazos, estrechándola con fuerzas contra su poderoso pecho, dándole la seguridad que ella tanto quería, y compartiendo el dolor que tanto la mataba.


Al regresar al puerto, todos los aplaudían como héroes. Ajenos al dolor, a las escenas horribles que tuvieron que presenciar… Ajenos al dolor que sintieron y el miedo que sufrieron. A ellos sólo les importaba que sus familiares habían vencido… Sólo les importaba su felicidad, porque eran ajenos a todo lo que rodeaba su país.

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