martes, 11 de junio de 2013

Por el deber, debes renunciar a tu libertad

-          Entonces, Lord Falcondrige ¿de cuántas propiedades contamos en este momento?
-          El patrimonio asciende a cinco castillos en Irlanda, tres de ellos en muy mal estado;  dos barcos de larga travesía y cinco de corta, aunque están sin tripulación y uno de ellos necesita una urgente reparación; cuatro palacios para cada estación, uno de ellos fue vendido al conde Freemantle por deudas… Excelencia, hemos recuperado muchas de las propiedades, pero me temo que se me escapan las situados en otros países…
Catherine contempló como el viejo conde asesor del ducado dudaba al empezar una nueva oración, y ella misma era consciente de la sarta de mentiras que le contaba. La única realidad, por triste que pudiera parecer, era que su tío, falto de dinero para las apuestas y el avance de las tropas, fundió todo el dinero de su herencia y la herencia de ella. Y ahora ella tenía que hacer frente de todas esas deudas y arreglos caros. ¿Pero por dónde debía empezar? Las propiedades podrían ser productivas y recaudar fondos por medio de la agricultura… Podría arreglar los barcos y comprar una tripulación adecuada al comercio entre el Reino Unido y los diferentes continentes; pero no podría construir sin saber que podría costearse tantos contratos y compromisos…
-          ¿De cuánto es la deuda que debemos pagar?- preguntó, aún esperando un milagro.
-          De 150.000 libras… Más el coste de arreglo, y comprar otra vez las viviendas que no poseemos, podría llegar a costar unas 500.000 libras. Además del salario que deberíamos pagar a los trabajadores: 80.000 libras.
-          Es mucho dinero…-respondió Catherine asustada por tanta cifra. Necesitaba una vía de escapa más fácil.
-          Excelencia… El duque Harrington me comentó hace unas noches la posibilidad de contraer matrimonio con él. Se ha ofrecido a pagar las deudas y ayudarla- La nueva duquesa no pudo evitar reírse ante la ocurrencia del lívidoso duque, vecino a sus tierras, que tan conocido era por sus gustos ostentosos, su humor machista y su deseo especial por los golpes. No podría considerarlo. Moriría antes que permitirlo… Pero si podría ganarse su favor.
-          Consideraré la opción que me sugiere, conde. Pero ahora debemos ocuparnos de que el baile de esta noche sea todo un éxito. Encontraremos la forma de saldar las deudas y salir adelante.
-          Por supuesto, my lady.
El hombre se alejó de la estancia, dudando de si realmente ella llegaría a sacar a flote el ducado. Quizás él no fuera conocedor de que ella sabía exactamente cada una de las palabras que gritaba entre sus “admiradores” y amigos en el club de caballeros White’s. Sabía que dudaban de su credibilidad como duquesa y de su capacidad para arreglar el estropicio de su tío. Pero aún así, el hombre se le presentaba con una sonrisa, dispuesto a ayudarla si hacía falta… O dispuesto a casarla con el primer maltratador que encontrara.
-          Entonces ¿considerarás de verdad casarte con el duque?-insistía Alistair desde la puerta más cercana a su asiento. ¿Desde cuándo llevaría escuchando? ¿Y qué más le daba a él lo que ella hiciera?
-          Es probable. A fin de cuentas, necesitamos el dinero.
-          Puedes buscar otras formas, en vez de casarte con ese empedernido sexual… Pide el dinero a tu madre.
-          Mi madre no está aquí,  ni si quiera sé dónde encontrarla. Y en el caso de poder hacerlo, dudo que pueda darme dinero. Ella debe de estar peor que yo.
-          ¿Cómo estás tan segura?- sus ojos, los ojos del joven apuesto, contemplaban serios cada uno de los movimientos que ella hacía, observando atento sus debilidades, y machacándolas.
-          Porque es así como debe ser. Después de ser repudiada por un duque ¿quién iba a aceptarla en otro lugar con suficiente dinero para mantenerla?
-          Alguien que no vea importancia en los caprichosos de otro hombre inglés.
-          La visión de un escocés es muy distinta a la de aquí. Mientras los hombres van por su vía, felices sin rendir cuentas a nadie, las mujeres debemos obedecer y contentarnos con las migas que queráis darnos. ¿Acaso eso si es justo? Independientemente de lo que desee, al final deberé aguantarme y seguir permitiendo vuestro dominio.
-          No serás capaz de hacer nada para cambiarlo.
-          Una mujer sola, ante todo un mundo de hombres, no puede cambiar nada.
-          Pero sí puede cambiar su mundo.
Frustrada por no saber qué responder para hacerle realmente ver la maldición que era ser una mujer, desistió y continúo su ascenso por las escaleras del castillo, hacia el torreón donde dormía. Escuchó los pasos del escocés detrás de ella.
-          ¿Por qué me sigues?- quiso saber molesta por la intrusión del individuo en su habitación.
-          ¡Porque no permitiré que arruines la mierda que queda de tu vida!-explotó el guardaespaldas, sin poder contenerse por más tiempo-. ¡Si tú no te preocupas por tu futuro, alguien tendrá que hacerlo!
-          ¡Tú no eres el más adecuado para saber qué narices quiero!- gritó ella también, ajena a todo suceso del día, y a cada momento triste. Sólo quería desahogarse.
-          ¡Lo soy si tú no estás en tus capacidades!- el insulto reverberó en toda su mente, haciendo que su enfado subiera de nivel cada segundo que pasaba. ¡Este atrevido maleducado era capaz de insultarla sin miedo a ser colgado!
-          Escúchame- terció más calmado-. Pospón el baile cinco días más, lo suficiente para que varios escoceses poderosos puedan venir al baile. Intenta ahí ganarte su favor, pero convenciéndoles de que es lo mejor. Me tendrás de tu parte, y te ayudaré a no ofenderles.
-          Los ingleses no toleran la compañía de los distintos a ellos. No podría meterlos en la misma habitación sin montar un problema nacional.
-          En ese caso, haz otro baile para ellos, distinto, otro día. Yo mismo me encargaré de contactar con ellos, no tendrás que ocuparte de nada, yo mismo podré organizarlo todo para que se sientan cómodos- Catherine se pasó nerviosa las manos por el pelo, frotando sus ojos cansada de tantos problemas. ¿Podría funcionar? Había posibilidades de poder salir sin un matrimonio… Además, nadie le garantizaba que el duque de Harrington fuera a cumplir la promesa de ayudarla.
-          Está bien, pero sin problemas.
Sin embargo no contaba en cómo se presentaría ése mismo duque al baile que realizaban esa misma noche.
El sujeto en cuestión apareció en la entrada con un chaleco de vivos colores, entre ellos mezclados el rosado con el oro, y unos pantalones de caña negra. Su modista debía de tenerle odio, pues el duque vestía algo de por sí pasado de moda y demasiado extravagante. Si ése iba a ser su marido, prefería quedarse soltera y con deudas.
-          ¡Vaya! ¿Se podía venir disfrazado?- exclamó Alistair cerca de su espalda.
-          Al menos él mantiene distancias- se giró sobre sus talones, contemplando el bellísimo rostro del joven guardaespaldas. Sus rasgos marcados hacían aún más poderosa su mirada, provocando escalofríos por todo su cuerpo. Le encantaban esos ojos, esas cejas pobladas, y esa mandíbula marcada que le proyectaba seguridad.
-          Disculpe, excelencia. Olvidaba que se ponía nerviosa al tenerme cerca. Si gusta, puedo apartarme lo suficiente como para dar espacio a sus delincuentes para atacarla.
-          No sé quién querría atacarme…-respondió ella dudando. No tenía ningún enemigo, no robó el poder a nadie, y su madre aún estando viva, no tenía ningún poder sobre ella. Si alguien intentaba quitarle el ducado debería ser el rey en persona o por medio de la fuerza y revolución. Viendo cómo estaba de feliz el pueblo, la revolución era una opción a descartar.
-          Muchos, se lo aseguro- pasados varios minutos contemplando a su futuro marido intercambiar saludos con la aristocracia, Alistair volvió a romper el silencio, aún más serio-. Creo que debería pasar una temporada fuera de Londres. Incluso fuera de Stony Cross.
-          ¿Y dónde me sugieres?
-          En Escocia. Tengo territorios allí que necesitan una mejoría, y viendo cómo usted ha arreglado su ducado…-carraspeó nervioso. Era la primera vez que le veía dudar en lo que decía. El joven que siempre parecía seguro de sí mismo, arrogante o incluso amenazador, ahora cambiaba el peso de un pie para el otro, eligiendo sus palabras con sumo cuidado-. Quiero decir, si le apetece, me gustaría que me acompañara.
-          Es una agradable oferte, pero antes debo asegurar mi compromiso con el duque.
-          Comprendo- fue su seca respuesta. A continuación desapareció de su lado, dejando tras sí un aura de enfado y frustración. En Catherine se adueñó  un sentimiento de fracaso y desazón. Quería ir con él, quería conocer mundo y relajarse. Si iba, era para no planificar proyectos, ensanches, ni mejorar nada. Sólo para poder levantarse tarde por las mañanas, leer libros en una biblioteca iluminada, hablar otro idioma, llevas otros trajes más sencillos. Confundirse con la plebe.
El duque de Harrington se le acercó sonriendo. Una hilera de dientes mal cuidados provocó su primer  rechazo. Su aliento a alcohol terminó por provocarle arcadas. Intercambiaron los saludos correspondientes, ella tendiendo su mano y él besándola más tiempo del debido. Dejó un rastro de saliva en ella, que cuidadosamente limpio asqueada.
-          Es un placer verla, duquesa. Cada día está más bella…- “cada día porque casi ni nos vemos”, se dijo para sí misma. No había algo que odiara más que alguien hipócrita.
Una hora más tarde, descansando en su despacho,  irrumpió Alistair furioso, dando un sonoro portazo en su puerta y haciendo temblar el suelo.
-          ¡¡¡No me puedo creer que hayas aceptado contraer matrimonio con ese mequetrefe!!!
-          No creo que eso sea asunto tuyo, Cocks.
-          ¡¡¡Pero él no te hará feliz!!! No te dejará libertad para nada- su rostro se tornó de un color rojo furia, sin poder aguantar cada palabra que decía.

-          No me interesa encontrar la felicidad. Bien sabe Dios que hoy día no hay nada que pueda proporcionarlo. Pero tampoco hay nada que de libertad. 

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