Nunca le habían gustado los bailes. Bueno, no el baile en
sí, sino la reunión de la alta sociedad en los diferentes palacios para
celebrarlos. O quizás era que no soportaba el tipo de gente con el que solía
reunirse cada noche. Sí, sería eso, porque le gustaba vestirse para esos
eventos. Le gustaba arreglarse el pelo, llevar trajes nuevos de diseño francés,
y sobre todo, le gustaba bailar el vals, o la cuadrilla, o cualquier otro tipo
de música, además de cantar y tocar el piano. Pero al contrario de lo que se
esperaba de los de su clase, no aprobaba criticar a los demás, ni maltratar, ya
fuera física o psíquica, a los criados. Ella misma se negaba a seguir las
mismas reglas de la otra cara de la aristocracia: chicas de cabeza hueca,
viudas que buscaban jugosos cotilleos que las entretuvieran durante un largo
período de tiempo, libertinos y calaveras de todas las edades, madres
estresantes que reprendían todo el tiempo… Protocolo y normas… Hipocresía y
quimeras.
Definitivamente no soportaba a los nobles.
Pero como futura duquesa de Kingsbridge debía asistir a las
veladas y dar una buena imagen de sí misma, por no decir conseguir un futuro
marido lo suficientemente tonto como para dejarla ser libre y tomar sus propias
decisiones sobre su ducado. No quería ser su mejor amiga, la condesa de
Montalville, Anna, que debía ser sumisa a cada deseo de su esposo: un obeso de
cincuenta años, libidoso y sarcástico. Katherine consideraba el sarcasmo como
una cualidad poco atractiva en un hombre y
a él le sobraba. Al contrario, Katherine se prometió hace mucho tiempo
no ser como su madre, ni dejar que un hombre controlara su patrimonio. Ella era
la heredera, y ella decidiría sobre lo suyo. Empezaría por arreglar las casas
de los campesinos, compraría las propiedades que su padre perdió en las
apuestas, y reformaría el castillo en que vivían, de tal forma que volviera a
ser la misma residencia alegre de antes. Y si para conseguir su objetivo debía
soportar las críticas de la gente, estaría encantada de hacerlo.
La mansión de los Montalville en Mayfair estaba iluminada
por varios farolillos en el exterior. Los carros avanzaban lentamente por el
suelo adoquinado, y las mujeres con elegantes vestidos subían la escalinata
acompañadas por sus parejas. A veces envidiaba a esas parejas jóvenes, conocían
los secretos del matrimonio, disfrutaban de un respeto mayor entre los nobles,
por no decir el derecho a negarse asistir a bailes, reuniones sociales y
fiestas.
En cuanto su transporte frenó, un lacayo abrió la puerta y
tendió su mano para ayudarla a descender. Obediente a la señal de su madre,
cogió la mano y bajó los dos escalones del carruaje negro. Varios nobles la
miraron un momento, para luego volver la vista a otra dama mucho más atractiva.
Katherine era consciente de su poco atractivo, su cuerpo estaba al contrario de
la moda del momento: curvas, de piel morena, ancha de caderas, rostro cuadrado,
labios jugosos y ojos marrones. Todo en vez de piel sonrosada, flacas, rostro
fino y afilado, boca fina y ojos azules. Pero no le importaba. Lo que hoy
estaba de moda, mañana sería viejo.
Avanzó, por detrás de sus padres, a la entrada del gran
edificio, donde la gente se arremolinaba para entrar. Entre el gentío pudo reconocer al conde de
Mashvile, al duque St.Warrington y a la condesa Hunt, mientras esperaba un leve
reconocimiento, ninguno la saludó aún cuando pasó por cada lado de ellos.
Contuvo su lengua para no soltar un improperio delante de sus caras ansiosas
por coquetear. Sin embargo se abstuvo de ser condenada socialmente, y saludó de
manera educada al marido de su mejor amiga, para después abrazar a su querida
Anna.
Cuando se dio cuenta, la condesa Hunt se le había acercado.
-
Mi querida Newhile, ¿cómo se encuentra?- a pesar
de sus palabras cariñosas, sus ojos fríos demostraban que no le importaba en
absoluto saber cómo estuvo esos últimos días.
-
Muy bien, condesa. ¿Y usted? ¿Ha disfrutado del
tiempo en Stradford?
-
Al contrario, siempre prefiero la ciudad. Hay
más diversión, ya me entiende usted-guiñó un ojo, y su mirada se tornó
maliciosa- O quizás no- ¿cómo no iba a saber la ironía de ese comentario? Esa mujer no pensaba en otra cosa que no
fuera compartir lecho con una nueva adquisición-. Espero que esta noche nos
deleite con su hermosa voz…
-
No creo que sea posible, condesa Hunt…
-
Boberías. Una voz como la suya no debería estar
guardada bajo siete llaves.
Antes de poder pronunciar una
palabra más, la condesa había salido corriendo detrás de su amante. Katherine
buscó a sus padres con la mirada en un fracasado intento. Negándose a
permanecer en la puerta sola, como un conejillo temeroso, extendió su vestido
añil con decorados violetas y atravesó el umbral de la puerta correspondiente a
la sala de baile.
Algunas parejas ya estaban bailando al ritmo de la música en
la pista. La mayoría damas presentadas en esa misma temporada. Ninguna de su
edad. Estaban todas casadas. Menos ella, por supuesto. Pocos hombres se
atrevían a sacarla a bailar, y mucho menos un vals. Kathie sospechaba que era
por su inteligencia: los hombres tenían miedo de aquellos especímenes mucho más
inteligentes, y la única forma de protegerse era manteniéndolos alejados. En su
caso, permanecer sentada en una silla, esperando y esperando a que terminara la
velada o sus padres quisieran marcharse. Como
un florero.
Mientras rodeaba la sala, tarareó en voz baja una canción
para entretenerse. Los demás permanecían inalterables a su paso. Ninguno
parecía fijarse en ella. Caras borrosas tras sus ojos de fémina. De repente,
una voz sonó tras su espalda:
-
No me diga, señorita, que está usted aburrida.
¿Acaso no hay suficiente entretenimiento en esta sala para usted?
-
Debería…
-
¿Por qué no lo ha buscado?-inquirió él. Al darse
la vuelta pudo analizar el rostro del hombre. Era alto, una cabeza más que
ella, ancho de espalda y de marcados músculos bajo la ropa que llevaba. Sus
cara era de ángulos marcados y ancha, labios gruesos y ojos grandes azul
grisáceo. Su cabello estaba recogido en una coleta hacia atrás, de un negro
azabache. Su vestimenta hecha a medida.
-
Se supone que debería venir a mí- el dirigió una
tímida sonrisa. Aún no conseguía mantenerse serena ante un sexo opuesto.
Mientras su rostro se volvía rojo de vergüenza, su acompañante le tendió una
mano.
-
Si así gusta, dama solitaria, le propongo bailar
una pieza del siguiente vals.
Asombrada, Katherine no supo qué
contestar a la invitación del hombre. Ni siquiera se había presentado, pero
¿sabría él quién era ella? ¿Sabría que sería duquesa? No creía otra forma de
que se le acercara.
-
Ni siquiera se ha presentado, my lord. ¿Cómo
bailaré con usted sin siquiera saber su nombre?
-
Por supuesto. ¡Qué maleducado por mi parte! Mi
nombre es Jason Harry Rutteldge, hijo de Harry Rutteldge y Poppy Hathaways,
vizconde. Discúlpeme por interrumpir nuestras presentaciones, pero nuestra
pieza empezará en breve. ¿Me hace el placer de bailar conmigo esta pieza?
Ella aceptó de inmediato, rozando
levemente su mano con la de él. Avanzaron por entre la multitud, él seguro de
sí mismo, ella nerviosa. ¿Qué nombre debía decirle? ¿El verdadero? ¿No debería
mentir? ¿Sería un buscador de fortunas?
La mano derecha de Rutteldge se
posó poderosa en la cintura de ella, atrayéndola más de lo debido a su propio
cuerpo. Y comenzaron a dar vueltas por entre las parejas. Los pasos de ambos se
acoplaban a la perfección, él la dirigía a ella sin temor, y ella se dejaba
guiar. Rutteldge la mantenía en posición, y ella disfrutaba del calor que
transmitía su cuerpo.
-
Es su turno de presentarse, damisela- sus ojos
azules se posaron sobre los de ella, manteniendo en una batalla la mirada.
-
Soy Katherine Newhile, heredera del ducado de
Kingsbridge. Hija de Dereck Newhile y Elizabeth Mason.
-
¡Vaya! Tengo una duquesa entre las manos.
Sorprendente…
-
Lo dice como si estuviera acostumbrado,
Rutteldge.
-
Y lo estoy, créame- respondió socarronamente.
La mano de James comenzó a bajar
lentamente por su cintura. Inmediatamente, Katherine estiró su mano para
colocarla donde estaba en un principio.
-
Si vuelve a ser ese movimiento, me veré obligada
a dejar la pista de baile, usted en ella.
-
¿Qué movimiento, duquesa solitaria? Yo no he
hecho nada…- ¡¿Cómo se atrevía a negar su movimiento?!
-
Yo le he avisado, señor.
James rompió a reír delante del
público que les observaba.
-
Qué inteligente parece usted, Katherine.
-
No le he dado permiso para usar mi nombre de
pila, Rutteldge.
-
¡Oh, sí! Disculpe de nuevo. Quizás prefiera
¿Madame? ¿Soledad?
-
No le veo la gracia, señor- ese señorito de cuna
se estaba pasando con sus comentarios. A parte de que ella no soportaba a los
tontos de mollera, no iba a tolerar tal agravio a su persona, menos viniendo de
alguien que no la conocía.
-
Vamos…-respondió al ver el rostro enfadado de
Katherine- sonría, duquesa. Son sólo bromas.
-
Quizás para usted, pero para alguien
inteligente, no deja de faltar al respeto.
-
O usted se siente dañada en la verdad.
Los ojos del maleducado no dejaban
de contemplarla fijamente. Humedeció sus labios con su lengua. Ese chico le
gustaba, pero al mismo tiempo era tan, pero tan insoportable para su carácter,
que ni siquiera sopesaba la idea de aguantarle más tiempo.
Tras varias vueltas más en la
pista de baile, Katherine se despidió de Rutteldge y dio media vuelta sobre sus
pies, de camino a la salida. Pero no todo había acabado. La condesa Hunt
apareció en su campo de visión, de forma sospechosa, y sonriendo.
-
Mi querida excelencia. ¿Está lista para mostrar
su hermosa voz?
-
¿Cómo?-respondió asombrada Katherine. ¿De verdad
tenía que cantar? ¿Era acaso una broma? Justo cuando se libró de un muermo,
¿tenía que cantar delante de tanta gente?
-
Por supuesto, querida. ¡Toda atención! ¡Presten
atención!-gritó a los presentes- Katherine Newhile nos cantará con su hermosa
voz una canción. Démosle un fuerte aplauso.
El público respondió con unas
suaves palmadas mientras la orquesta cesaba en su canto. El miedo escénico
comenzó a embargarla. ¡Socorro! Quiso gritar.
James Rutteldge se acercó a su
padre, indignado. Katherine pudo entender unas frases de la conversación:
-
¡Debe hacer algo! ¿Va a dejarla cantar así como
así?
-
¿Y quién es usted para decirme nada,
muchacho?-respondió rojo de furia su padre.
-
No podemos hacer nada. Negarnos sería ponerla en
una situación aún más comprometida-respondió su madre.
-
¡Pero no pueden dejarla así!
-
Sobrevivirá- fue la breve respuesta de su padre.
A regañadientes caminó al
escenario. Ascendió recogiendo sus faldas y se preparó para cantar. Localizó a
James con la mirada, pues no veía a Anna.
Cantó la primera canción que pasó
por su cabeza:
¿Cuánto he de estar esperando
para escucharte correr?
¿Cuánto he de estar
actuando para que tú lo dejes de hacer?
No quieras que, quiera seguir así
sobre esta resaca de un mar sin fin
oculta en el espacio, vacío y de cristal
sin nada que, consiga, hacerme hablar
¿Cuánto has de estar, invernando
para escucharme llover?
¿Cuánto has de estar en sus brazos
para intentar entenderme?
No quieras que, quiera seguir así
sobre esta resaca de un mar sin fin
oculta en un espacio, vacío y de cristal
sin nada que consiga, hacerme hablar
no quieras que, quiera vivir así
con estas cadenas en tu mundo gris
oculta en tu mano, vacía y de cristal
sin huecos que me dejen respirar
No quieras que, quiera seguir así
Sobre esta resaca de un mar sin fin,
oculta en un espacio, vacío y de cristal
sin nada que consiga, hacerme hablar
No quieras que, quiera vivir así,
Con estas cadenas de tu mundo gris
Oculta en tu mano, vacía y de cristal
sin huecos que me dejen, respirar.
Cuando terminó de cantar, James se
le acercó corriendo, pero ella ya estaba saliendo por la terraza, en dirección
al palacete escondido entre los árboles para llorar y soltar los nervios de su
cuerpo.
No escuchó cómo él la seguía rápidamente, hasta cogerla por el brazo y
aplastándola contra su pecho, manteniéndola unida a su cuerpo. Mostrándole
seguridad y protección.
-
Ya ha pasado, ya ha pasado…-Susurraba contra su
cabello repetidas veces.
-
Por Dios, sácame de aquí un rato…-rogó entre las
lágrimas.
Cogiéndola en brazos, caminó por
el sendero de tierra hasta la fuente de hadas y ángeles, donde una glorieta
reinaba en medio de los árboles.
-
Has sido muy valiente, Katherine.
-
Ha sido horrible…
-
Pero has sabido llevarlo. Y lo hiciste genial.
Tu cantar fue precioso.
-
¿Por qué vengo a este tipo de cosas? Odio cantar
en público, odio fingir como ellos, odio ser ellos…
-
Es tu obligación como hija del duque.
Al final todo eran obligaciones, reglas que debía
cumplimentar para hacer a los demás felices. Debía fingir que todo iba bien, no
podía mostrar nada o sería la comidilla de la sociedad.
Fingir y hacer que nada le importaba. Pero es que en
realidad, deseaba con todas sus fuerzas ser feliz con alguien, compartir
momentos, tener hijos, reír y llorar de felicidad, conocer mundo con alguien
que la quisiera. Olvidar el dolor. No encontraría un hombre hasta que estuviera
dispuesta a exponerse a un posible daño, a asumir el riesgo del rechazo, o la
traición y a que se le rompiera el corazón, los cuales iban unidos a la experiencia
de querer a alguien.
En su incesante lucha por salir adelante ella misma, había
tantas emociones que no se había permitido vivir enteramente, tantas cosas que
no había explicado, que ahora no podía parar.
-
La gente rica es tan desgraciada como la pobre.
De hecho, es más desgraciada- comentó él contra su piel.
-
Intento ser comprensiva, pero en mi opinión
existe una diferencia entre los problemas reales y los inventados.
Él volvió a callar, sumido en sus
pensamientos. Y Katherine continuó en los suyos. Pero al rato, ella inició la
conversación:
-
El amor consigue en escoger a la persona
adecuada, no encontrar. Se trata de realizar una buena elección y entregarse de
corazón.
-
¿Tú crees? En mi opinión, el amor llega a
nosotros sin avisar. A veces, la vida tiene un cruel sentido del humor y nos da
lo que siempre hemos querido en el peor momento posible.
-
Mi madre me ha dicho a menudo que el destino de
una mujer era padecer y soportar todo aquello que el Buen Dios quisiera
enviarle. Y en el pasado, mi tía Mariam me había dicho que incluso el peor de
los esposos era preferible a no tener esposo. Pero eso estaría muy bien para
algunas chicas, pero no para mí. Yo no quiero a alguien que siempre me haga
estar con la cabeza gacha. Quiero poder luchar con alguien, tener conversaciones inteligentes, viajar por
el mundo… Tengo otras ambiciones aparte de servirle de yegua a algún pomposo
aristócrata al que asusta muchísimo la idea de que su esposa sea más lista que
él.
-
Eres demasiado inteligente para todos ellos. Por
eso nadie se acerca a ti. Tienen miedo de quedar como tontos. Por eso estás tan
sola, sin nadie que te entienda. El dominio de ti misma que muestras en todo
momento es realmente notable para una muchacha de tu edad. No tienes miedo, o
al menos no lo muestras.
-
Una buena parte de la sociedad considera que un
exceso de educación resulta perjudicial para una mujer. He tenido que aprender
muchas cosas por mi propia cuenta.
-
No quieres ser como ellas, ¿verdad?
-
En absoluto.
-
Y no lo eres, Katherine. Eres hermosa de una
manera tan irresistible como poco convencional, sin que el atractivo que
suscitas por mí tenga nada que ver con algo tan banal como las proporciones
clásicas. Todos tus rasgos están llenos de firmeza, las líneas de tus pómulos,
tu mandíbula y tu cuello dibujados con impecable pureza. Y yo nunca he visto
nada tan invitador como esa abundancia de pecas- James rió por todo lo alto, en
una carcajada limpia. Ella permanecía roja por los cumplidos dados. ¿Realmente
resultaba atractiva para él? Dios debió de haber escuchado sus súplicas.
-
Gracias.
-
Sólo digo la verdad. Si fueras una chica dócil y
apacible, no habrías durado ni cinco minutos conmigo- al volver a fijar sus ojos sobre los de él, ella se sintió invadida por un cálido calorcillo en su cuerpo. Quería ser besada por James. Quería sentir sus labios sobre los de ella... Quería su primer beso.
James parecía haber leído su mente, y con lentitud, bajó su cabeza hacia la de ella... A pesar del tono dulce al principio, empezó en una vorágine de emociones, tornándose más y más ardiente... Hasta que ella dejó de existir.
Wow!! Realmente me atrapó ¡GENIAL! ;)
ResponderEliminarOh vaya!! Muchísimas gracias por el comentario :)
ResponderEliminarMe alegro que te guste, hasta hace poco he ido colgando lo que sería algo parecido a la historia de Catherine Newhile. Comienza en Hihlander parte 1. Por si te interesa.
Y otra vez, muchísimas gracias por tu tiempo y comentario =)