domingo, 14 de abril de 2013

Dancing...Society...Reviews...Chains


Nunca le habían gustado los bailes. Bueno, no el baile en sí, sino la reunión de la alta sociedad en los diferentes palacios para celebrarlos. O quizás era que no soportaba el tipo de gente con el que solía reunirse cada noche. Sí, sería eso, porque le gustaba vestirse para esos eventos. Le gustaba arreglarse el pelo, llevar trajes nuevos de diseño francés, y sobre todo, le gustaba bailar el vals, o la cuadrilla, o cualquier otro tipo de música, además de cantar y tocar el piano. Pero al contrario de lo que se esperaba de los de su clase, no aprobaba criticar a los demás, ni maltratar, ya fuera física o psíquica, a los criados. Ella misma se negaba a seguir las mismas reglas de la otra cara de la aristocracia: chicas de cabeza hueca, viudas que buscaban jugosos cotilleos que las entretuvieran durante un largo período de tiempo, libertinos y calaveras de todas las edades, madres estresantes que reprendían todo el tiempo… Protocolo y normas… Hipocresía y quimeras.
Definitivamente no soportaba a los nobles.
Pero como futura duquesa de Kingsbridge debía asistir a las veladas y dar una buena imagen de sí misma, por no decir conseguir un futuro marido lo suficientemente tonto como para dejarla ser libre y tomar sus propias decisiones sobre su ducado. No quería ser su mejor amiga, la condesa de Montalville, Anna, que debía ser sumisa a cada deseo de su esposo: un obeso de cincuenta años, libidoso y sarcástico. Katherine consideraba el sarcasmo como una cualidad poco atractiva en un hombre y  a él le sobraba. Al contrario, Katherine se prometió hace mucho tiempo no ser como su madre, ni dejar que un hombre controlara su patrimonio. Ella era la heredera, y ella decidiría sobre lo suyo. Empezaría por arreglar las casas de los campesinos, compraría las propiedades que su padre perdió en las apuestas, y reformaría el castillo en que vivían, de tal forma que volviera a ser la misma residencia alegre de antes. Y si para conseguir su objetivo debía soportar las críticas de la gente, estaría encantada de hacerlo.
La mansión de los Montalville en Mayfair estaba iluminada por varios farolillos en el exterior. Los carros avanzaban lentamente por el suelo adoquinado, y las mujeres con elegantes vestidos subían la escalinata acompañadas por sus parejas. A veces envidiaba a esas parejas jóvenes, conocían los secretos del matrimonio, disfrutaban de un respeto mayor entre los nobles, por no decir el derecho a negarse asistir a bailes, reuniones sociales y fiestas.
En cuanto su transporte frenó, un lacayo abrió la puerta y tendió su mano para ayudarla a descender. Obediente a la señal de su madre, cogió la mano y bajó los dos escalones del carruaje negro. Varios nobles la miraron un momento, para luego volver la vista a otra dama mucho más atractiva. Katherine era consciente de su poco atractivo, su cuerpo estaba al contrario de la moda del momento: curvas, de piel morena, ancha de caderas, rostro cuadrado, labios jugosos y ojos marrones. Todo en vez de piel sonrosada, flacas, rostro fino y afilado, boca fina y ojos azules. Pero no le importaba. Lo que hoy estaba de moda, mañana sería viejo.
Avanzó, por detrás de sus padres, a la entrada del gran edificio, donde la gente se arremolinaba para entrar.  Entre el gentío pudo reconocer al conde de Mashvile, al duque St.Warrington y a la condesa Hunt, mientras esperaba un leve reconocimiento, ninguno la saludó aún cuando pasó por cada lado de ellos. Contuvo su lengua para no soltar un improperio delante de sus caras ansiosas por coquetear. Sin embargo se abstuvo de ser condenada socialmente, y saludó de manera educada al marido de su mejor amiga, para después abrazar a su querida Anna.
Cuando se dio cuenta, la condesa Hunt se le había acercado.
-          Mi querida Newhile, ¿cómo se encuentra?- a pesar de sus palabras cariñosas, sus ojos fríos demostraban que no le importaba en absoluto saber cómo estuvo esos últimos días.
-          Muy bien, condesa. ¿Y usted? ¿Ha disfrutado del tiempo en Stradford?
-          Al contrario, siempre prefiero la ciudad. Hay más diversión, ya me entiende usted-guiñó un ojo, y su mirada se tornó maliciosa- O quizás no- ¿cómo no iba a saber la ironía de ese comentario?  Esa mujer no pensaba en otra cosa que no fuera compartir lecho con una nueva adquisición-. Espero que esta noche nos deleite con su hermosa voz…
-          No creo que sea posible, condesa Hunt…
-          Boberías. Una voz como la suya no debería estar guardada bajo siete llaves.
Antes de poder pronunciar una palabra más, la condesa había salido corriendo detrás de su amante. Katherine buscó a sus padres con la mirada en un fracasado intento. Negándose a permanecer en la puerta sola, como un conejillo temeroso, extendió su vestido añil con decorados violetas y atravesó el umbral de la puerta correspondiente a la sala de baile.
Algunas parejas ya estaban bailando al ritmo de la música en la pista. La mayoría damas presentadas en esa misma temporada. Ninguna de su edad. Estaban todas casadas. Menos ella, por supuesto. Pocos hombres se atrevían a sacarla a bailar, y mucho menos un vals. Kathie sospechaba que era por su inteligencia: los hombres tenían miedo de aquellos especímenes mucho más inteligentes, y la única forma de protegerse era manteniéndolos alejados. En su caso, permanecer sentada en una silla, esperando y esperando a que terminara la velada o sus padres quisieran marcharse. Como  un florero.
Mientras rodeaba la sala, tarareó en voz baja una canción para entretenerse. Los demás permanecían inalterables a su paso. Ninguno parecía fijarse en ella. Caras borrosas tras sus ojos de fémina. De repente, una voz sonó tras su espalda:
-          No me diga, señorita, que está usted aburrida. ¿Acaso no hay suficiente entretenimiento en esta sala para usted?
-          Debería…
-          ¿Por qué no lo ha buscado?-inquirió él. Al darse la vuelta pudo analizar el rostro del hombre. Era alto, una cabeza más que ella, ancho de espalda y de marcados músculos bajo la ropa que llevaba. Sus cara era de ángulos marcados y ancha, labios gruesos y ojos grandes azul grisáceo. Su cabello estaba recogido en una coleta hacia atrás, de un negro azabache. Su vestimenta hecha a medida.
-          Se supone que debería venir a mí- el dirigió una tímida sonrisa. Aún no conseguía mantenerse serena ante un sexo opuesto. Mientras su rostro se volvía rojo de vergüenza, su acompañante le tendió una mano.
-          Si así gusta, dama solitaria, le propongo bailar una pieza del siguiente vals.
Asombrada, Katherine no supo qué contestar a la invitación del hombre. Ni siquiera se había presentado, pero ¿sabría él quién era ella? ¿Sabría que sería duquesa? No creía otra forma de que se le acercara.
-          Ni siquiera se ha presentado, my lord. ¿Cómo bailaré con usted sin siquiera saber su nombre?
-          Por supuesto. ¡Qué maleducado por mi parte! Mi nombre es Jason Harry Rutteldge, hijo de Harry Rutteldge y Poppy Hathaways, vizconde. Discúlpeme por interrumpir nuestras presentaciones, pero nuestra pieza empezará en breve. ¿Me hace el placer de bailar conmigo esta pieza?
Ella aceptó de inmediato, rozando levemente su mano con la de él. Avanzaron por entre la multitud, él seguro de sí mismo, ella nerviosa. ¿Qué nombre debía decirle? ¿El verdadero? ¿No debería mentir? ¿Sería un buscador de fortunas?
La mano derecha de Rutteldge se posó poderosa en la cintura de ella, atrayéndola más de lo debido a su propio cuerpo. Y comenzaron a dar vueltas por entre las parejas. Los pasos de ambos se acoplaban a la perfección, él la dirigía a ella sin temor, y ella se dejaba guiar. Rutteldge la mantenía en posición, y ella disfrutaba del calor que transmitía su cuerpo.
-          Es su turno de presentarse, damisela- sus ojos azules se posaron sobre los de ella, manteniendo en una batalla la mirada.
-          Soy Katherine Newhile, heredera del ducado de Kingsbridge. Hija de Dereck Newhile y Elizabeth Mason.
-          ¡Vaya! Tengo una duquesa entre las manos. Sorprendente…
-          Lo dice como si estuviera acostumbrado, Rutteldge.
-          Y lo estoy, créame- respondió socarronamente.
La mano de James comenzó a bajar lentamente por su cintura. Inmediatamente, Katherine estiró su mano para colocarla donde estaba en un principio.
-          Si vuelve a ser ese movimiento, me veré obligada a dejar la pista de baile, usted en ella.
-          ¿Qué movimiento, duquesa solitaria? Yo no he hecho nada…- ¡¿Cómo se atrevía a negar su movimiento?!
-          Yo le he avisado, señor.
James rompió a reír delante del público que les observaba.
-          Qué inteligente parece usted, Katherine.
-          No le he dado permiso para usar mi nombre de pila, Rutteldge.
-          ¡Oh, sí! Disculpe de nuevo. Quizás prefiera ¿Madame? ¿Soledad?
-          No le veo la gracia, señor- ese señorito de cuna se estaba pasando con sus comentarios. A parte de que ella no soportaba a los tontos de mollera, no iba a tolerar tal agravio a su persona, menos viniendo de alguien que no la conocía.
-          Vamos…-respondió al ver el rostro enfadado de Katherine- sonría, duquesa. Son sólo bromas.
-          Quizás para usted, pero para alguien inteligente, no deja de faltar al respeto.
-          O usted se siente dañada en la verdad.
Los ojos del maleducado no dejaban de contemplarla fijamente. Humedeció sus labios con su lengua. Ese chico le gustaba, pero al mismo tiempo era tan, pero tan insoportable para su carácter, que ni siquiera sopesaba la idea de aguantarle más tiempo.
Tras varias vueltas más en la pista de baile, Katherine se despidió de Rutteldge y dio media vuelta sobre sus pies, de camino a la salida. Pero no todo había acabado. La condesa Hunt apareció en su campo de visión, de forma sospechosa, y sonriendo.
-          Mi querida excelencia. ¿Está lista para mostrar su hermosa voz?
-          ¿Cómo?-respondió asombrada Katherine. ¿De verdad tenía que cantar? ¿Era acaso una broma? Justo cuando se libró de un muermo, ¿tenía que cantar delante de tanta gente?
-          Por supuesto, querida. ¡Toda atención! ¡Presten atención!-gritó a los presentes- Katherine Newhile nos cantará con su hermosa voz una canción. Démosle un fuerte aplauso.
El público respondió con unas suaves palmadas mientras la orquesta cesaba en su canto. El miedo escénico comenzó a embargarla. ¡Socorro! Quiso gritar.
James Rutteldge se acercó a su padre, indignado. Katherine pudo entender unas frases de la conversación:
-          ¡Debe hacer algo! ¿Va a dejarla cantar así como así?
-          ¿Y quién es usted para decirme nada, muchacho?-respondió rojo de furia su padre.
-          No podemos hacer nada. Negarnos sería ponerla en una situación aún más comprometida-respondió su madre.
-          ¡Pero no pueden dejarla así!
-          Sobrevivirá- fue la breve respuesta de su padre.
A regañadientes caminó al escenario. Ascendió recogiendo sus faldas y se preparó para cantar. Localizó a James con la mirada, pues no veía a Anna.
Cantó la primera canción que pasó por su cabeza:

¿Cuánto he de estar esperando
para escucharte correr?
¿Cuánto he de estar
actuando para que tú lo dejes de hacer?
No quieras que, quiera seguir así
sobre esta resaca de un mar sin fin
oculta en el espacio, vacío y de cristal
sin nada que, consiga, hacerme hablar
¿Cuánto has de estar, invernando
para escucharme llover?
¿Cuánto has de estar en sus brazos
para intentar entenderme?
No quieras que, quiera seguir así
sobre esta resaca de un mar sin fin
oculta en un espacio, vacío y de cristal
sin nada que consiga, hacerme hablar
no quieras que, quiera vivir así
con estas cadenas en tu mundo gris
oculta en tu mano, vacía y de cristal
sin huecos que me dejen respirar
No quieras que, quiera seguir así
Sobre esta resaca de un mar sin fin, 
oculta en un espacio, vacío y de cristal
sin nada que consiga, hacerme hablar
No quieras que, quiera vivir así, 
Con estas cadenas de tu mundo gris
Oculta en tu mano, vacía y de cristal
sin huecos que me dejen, respirar.

Cuando terminó de cantar, James se le acercó corriendo, pero ella ya estaba saliendo por la terraza, en dirección al palacete escondido entre los árboles para llorar y soltar los nervios de su cuerpo.
No escuchó cómo él la seguía rápidamente, hasta cogerla por el brazo y aplastándola contra su pecho, manteniéndola unida a su cuerpo. Mostrándole seguridad y protección.
-          Ya ha pasado, ya ha pasado…-Susurraba contra su cabello repetidas veces.
-          Por Dios, sácame de aquí un rato…-rogó entre las lágrimas.
Cogiéndola en brazos, caminó por el sendero de tierra hasta la fuente de hadas y ángeles, donde una glorieta reinaba en medio de los árboles.
-          Has sido muy valiente, Katherine.
-          Ha sido horrible…
-          Pero has sabido llevarlo. Y lo hiciste genial. Tu cantar fue precioso.
-          ¿Por qué vengo a este tipo de cosas? Odio cantar en público, odio fingir como ellos, odio ser ellos…
-          Es tu obligación como hija del duque.
Al final todo eran obligaciones, reglas que debía cumplimentar para hacer a los demás felices. Debía fingir que todo iba bien, no podía mostrar nada o sería la comidilla de la sociedad.
Fingir y hacer que nada le importaba. Pero es que en realidad, deseaba con todas sus fuerzas ser feliz con alguien, compartir momentos, tener hijos, reír y llorar de felicidad, conocer mundo con alguien que la quisiera. Olvidar el dolor. No encontraría un hombre hasta que estuviera dispuesta a exponerse a un posible daño, a asumir el riesgo del rechazo, o la traición y a que se le rompiera el corazón, los cuales iban unidos a la experiencia de querer a alguien.
En su incesante lucha por salir adelante ella misma, había tantas emociones que no se había permitido vivir enteramente, tantas cosas que no había explicado, que ahora no podía parar.
-          La gente rica es tan desgraciada como la pobre. De hecho, es más desgraciada- comentó él contra su piel.
-          Intento ser comprensiva, pero en mi opinión existe una diferencia entre los problemas reales y los inventados.
Él volvió a callar, sumido en sus pensamientos. Y Katherine continuó en los suyos. Pero al rato, ella inició la conversación:
-          El amor consigue en escoger a la persona adecuada, no encontrar. Se trata de realizar una buena elección y entregarse de corazón.
-          ¿Tú crees? En mi opinión, el amor llega a nosotros sin avisar. A veces, la vida tiene un cruel sentido del humor y nos da lo que siempre hemos querido en el peor momento posible.
-          Mi madre me ha dicho a menudo que el destino de una mujer era padecer y soportar todo aquello que el Buen Dios quisiera enviarle. Y en el pasado, mi tía Mariam me había dicho que incluso el peor de los esposos era preferible a no tener esposo. Pero eso estaría muy bien para algunas chicas, pero no para mí. Yo no quiero a alguien que siempre me haga estar con la cabeza gacha. Quiero poder luchar con alguien,  tener conversaciones inteligentes, viajar por el mundo… Tengo otras ambiciones aparte de servirle de yegua a algún pomposo aristócrata al que asusta muchísimo la idea de que su esposa sea más lista que él.
-          Eres demasiado inteligente para todos ellos. Por eso nadie se acerca a ti. Tienen miedo de quedar como tontos. Por eso estás tan sola, sin nadie que te entienda. El dominio de ti misma que muestras en todo momento es realmente notable para una muchacha de tu edad. No tienes miedo, o al menos no lo muestras.
-          Una buena parte de la sociedad considera que un exceso de educación resulta perjudicial para una mujer. He tenido que aprender muchas cosas por mi propia cuenta.
-          No quieres ser como ellas, ¿verdad?
-          En absoluto.
-          Y no lo eres, Katherine. Eres hermosa de una manera tan irresistible como poco convencional, sin que el atractivo que suscitas por mí tenga nada que ver con algo tan banal como las proporciones clásicas. Todos tus rasgos están llenos de firmeza, las líneas de tus pómulos, tu mandíbula y tu cuello dibujados con impecable pureza. Y yo nunca he visto nada tan invitador como esa abundancia de pecas- James rió por todo lo alto, en una carcajada limpia. Ella permanecía roja por los cumplidos dados. ¿Realmente resultaba atractiva para él? Dios debió de haber escuchado sus súplicas.
-          Gracias.
-          Sólo digo la verdad. Si fueras una chica dócil y apacible, no habrías durado ni cinco minutos conmigo- al volver a fijar sus ojos sobre los de él, ella se sintió invadida por un cálido calorcillo en su cuerpo. Quería ser besada por James. Quería sentir sus labios sobre los de ella... Quería su primer beso.
James parecía haber leído su mente, y con lentitud, bajó su cabeza hacia la de ella... A pesar del tono dulce al principio, empezó en una vorágine de emociones, tornándose más y más ardiente... Hasta que ella dejó de existir.

2 comentarios:

  1. Wow!! Realmente me atrapó ¡GENIAL! ;)

    ResponderEliminar
  2. Oh vaya!! Muchísimas gracias por el comentario :)

    Me alegro que te guste, hasta hace poco he ido colgando lo que sería algo parecido a la historia de Catherine Newhile. Comienza en Hihlander parte 1. Por si te interesa.
    Y otra vez, muchísimas gracias por tu tiempo y comentario =)

    ResponderEliminar

Dejar un comentario, será la forma perfecta en la que veré si compartes mis ideas, tienes mis mismos sueños, o si incluso te ha gustado.