- ¡Katherine! ¿Estás lista?- la voz de su madre se
escuchaba desde el piso de abajo. Kathie, sin ganas de contestar, murmuró en su
armario un trémulo “sí”. En cambio, su madre, sin escuchar la respuesta, repitió su nombre una octava por
encima.
-
¡¿Qué?!- fue su breve respuesta. Áspera. Con
rabia. Aparte de que la obligaron a despertarse temprano, se veía apurada por
vestirse y salir en diez minutos al coche.
-
¿Aún no has elegido ropa? Con algo negro
bastará.
<< ¿Cómo va a bastar con
solo algo negro?>>.
Cuando estoy en problemas
La Madre María viene a mí,
Diciéndome palabras sabias: déjalo ser.
Y en mis horas de oscuridad
Ella está de pie justo en frente de mí,
Diciéndome palabras sabias: déjalo ser.
Tras mucho buscar, decidió ponerse
un traje corto negro y chaquetilla del mismo color. Creía estar decente con el cabello atado hacia
atrás en un recogido bajo y varios mechones cayendo delante. Pero su madre no
hizo caso a su vestimenta y se dirigió apesadumbrada al coche. Tampoco le
importaba mucho. Estaba acostumbrada a pasar desapercibida. Al final era lo que
mejor se le daba. Ser invisible incluso para ella misma. Y la única persona que
realmente podía soportarla, se había ido para siempre.
Desvió sus pensamientos de ese
terrible sentimiento. Escuchó música mientras iban a la iglesia de la ciudad.
De sólo pensar en que después debía soportar todos aquellos falsos pésames,
miradas de pena, abrazos que la harían llorar… Ella debía permanecer fuerte,
inalterable. No debía llorar delante de ellos. No debía demostrar lo mucho que
le afectaba para que su madre no se rindiera. No más de lo que estaba. Tenía
que resistir.
Y cuando la gente con el corazón destrozado
Vivan en el mundo aceptándolo
Habrá una respuesta: déjalo ser.
Sin embargo, algunos pueden estar separados
Pero hay una posibilidad de que se puedan volver a ver
Habrá una respuesta: déjalo ser.
Nada más entrar por el gran
pórtico gótico, la gente se arremolinó a su alrededor. La mayoría decía
palabras incomprensibles, algunos parecían haber llorado, otros sólo miraban
con cara de lástima… Otros… Otros… Había tanta gente que no reconocía a nadie,
pero tampoco quería. Nadie podría ayudarla. No ese día.
Su pequeña prima Mireille corrió hacia Katherine. Ambas se envolvieron en un abrazo doloroso. Mireille escondió su rostro en el cuello de su prima ,y rompió a llorar. Katherine, que había esperado poder mantener la compostura, no pudo evitar derramar ríos por sus hermosos ojos marrones. Acariciaba la espalda de su prima, agarraba fuerte su cabeza deseando poder hacer leve su dolor.
Cuando perdemos a alguien, lo
perdemos para siempre. Los reproches, los enfados, y las recriminaciones a esa
persona tomarían mayor importancia en ese lugar. Sería más doloroso de
soportar. Ver el cuerpo inerte de tu abuela y pensar que tú contribuiste a su
muerte. Poco a poco, tú la ibas matando con la mala cara que le ponías al ir a
ayudarla, los gritos con tu madre por no querer cargar con tu pobre abuela
enferma. Las amenazas e insultos… ¿Cómo pudo en ese momento causar tanto daño
sin pensar en el dolor que causaba? ¿Cómo pudo hacerle eso a su abuela sin
sentir ninguna pena en ese momento? Aquella pobre mujer, que la había cuidado
desde niña, la protegió de los abusos de los demás, la cuidó con su propia
vida… Y ella se lo recompensaba con todo lo malo que pasaba por su cabeza. ¡Qué
idiota era! ¡Qué estúpida fue mientras decía cada palabra! ¡Qué inmadura seguía
siendo! Y aunque llorara ahora, nada podría traerla de vuelta. Su abuela se
había ido. Y había sido culpa de Katherine.
Todos los días, a las horas en
punto, iba a la casa de su abuela, siempre enfadada pues prefería estar en el
ordenador hablando y sin estudiar. Veía cómo esa mujer empezaba a marchitarse,
dejaba de salir a pasear, no tenía equilibrio, perdía la movilidad del brazo
izquierdo, la capacidad de hablar, de mantener los ojos abiertos… Pero sus ojos
mostraban el terror de la situación. Tenía miedo a morir, pero al mismo tiempo
quería poner fin a esa agonía. Aguantó durante diez años esa desconocida
enfermedad. Y aún cuando empezó los primeros años de la maldición, ella seguía
acompañándola al colegio, preparándole la comida, dándole cariños… Katherine
Newhile nunca se lo agradeció. Ni siquiera le dijo un último te quiero. Ni
siquiera se despidió. Qué mala fue…
-
Hola, Katherine- le sonrió su compañera de
instituto desde un asiento cercano. Katherine sólo movió la cabeza en un gesto
de asentimiento, sin querer pronunciar palabra. Temía que su voz se rompiera al
hablar- ¿Cómo estás? ¿Ya estudiaste Geografía?
Si su amiga pensaba que con
cambiar de tema podría ayudarla, resultaba ser un poco ingenua. No quería estar
allí. Y mucho menos hablar de otros asuntos como si realmente no hubiera pasado
nada. Pero ese no era el caso. Su abuela murió, y ella le debía un respeto.
-
Perdona, Alice, pero no quiero hablar- no quiero
hablar porque me hace sentir triste, omitió para sí misma.
-
Oh, disculpa… Pensé que podría ayudarte de
alguna forma.
Dudo que puedas ayudarme ahora.
Algo en mi interior ha muerto. Algo se ha ido con mi abuela. Su vida ha
terminado, y con ella mis posibilidades de decirle lo mucho que la quiero… Lo
orgullosa que se sentiría de mí en un futuro, cuando consiga mis sueños.
Una puerta al lateral de la
Iglesia se abrió, y un ayudante del servicio religioso comunicó que se podía
ver al familiar por última vez. Nadie supo qué hacer. Todos permanecían
quietos. Katherine no dudó en seguir a su prima pequeña, que corrió hacia la
cámara anexa.
Su abuela estaba dentro del ataúd.
Aún esperaba que fuera una broma, que realmente no estaba muerta. No sabía qué
hacer. ¿Se le podía dar un beso? ¿Se le podía tocar aunque sea? ¿Qué importaba
si el fuego consumiría su cuerpo horas después? Se acercó al sarcófago. Quería
coger la mano de la anciana, gritarle que se levantara. Quería volver a estar
estrechada en sus brazos… Sus labios se posaron sobre la frente fría, como
muchas otras veces hizo cuando su abuela dormía. Las lágrimas empezaron a
desramarse por su rostro, manchando el de su abuela.
-
Lo siento tantísimo…-susurró contra la piel- lo
siento tanto, abuela.
La gente comenzó a formar como
militares detrás de ella. Sus cuerpos chocaban entre ellos para poder ver al
muerto como quién estaba en un circo morboso. Todos interesados, con las
lenguas por fuera. Perros sarnosos.
Y cuando la noche está nublada
Todavía hay una luz que brilla sobre mí,
Sigue brillando hasta mañana, déjalo ser.
Me despierto con el sonido de la música
La Madre María viene a mí,
Dice palabras sabias: déjalo ser.
Nadie la visitó mientras estuvo en
casa, y nadie lo hizo después, mientras moría en el geriátrico. Nadie se
importó por ella mientras estuvo viva, y ahora que murió, todos querían estar
presentes.
A lo largo de toda la misa, con el
cuerpo de su abuela delante, aguantó con todas sus fuerzas no llorar. No quería
que su madre viera su dolor. Ya tenía suficiente. Pero no pudo resistirse
cuando tuvieron que darse la paz entre ellos. Su vecina, el acompañante más
cercano, abrazó a Katherine con fuerza. Katherine no estaba acostumbrada a
recibir abrazos. Ni siquiera a un leve roce. Y eso superó todas sus fuerzas.
Todas sus barreras se derrumbaron. Y volvió a llorar como una niña pequeña.
¿Cómo podía alguien resistir tanto? ¿Acaso era posible, o terminaría por morir
ella de dolor?
Pensó en lo distintos que eran los
funerales del mundo. En Estados Unidos podría estar en un campo verde, mientras
el cura dice unas palabras. En un país asiáticos que no recordaba el nombre, un
familiar debía romper los huesos del
muerto, o en la India, debían quemarlo y tirarlo al Río Sagrado. Y ella sin
embargo, debía pasar una noche en vela, y vestir de luto.
No le importaba vestir de negro
una temporada, pero el pasar una noche en vela tampoco serviría de ayuda.
Cuando llegaron a la empresa que
incineraría el cadáver. Les dieron unos minutos a sus familiares más cercanos
para despedirse mejor de su abuela. Su madre, padrastro, primas, y tíos, así
como ella misma, tocaron el sarcófago. Katherine se demoró un poco más,
mientras todos salían. No quería separarse de allí. No quería dejarla ir. No
podría. ¿Quién la apoyaría ahora? ¿Quién le daría fuerzas? ¿Quién la haría reír
de verdad? ¿Quién le daría cariño cada día?
Sus piernas fallaron y cayó en el
suelo llorando. No podía más, no podía más.
-
Por favor, no… No me dejes. No aún.
Su prima pequeña escuchó su voz y
corrió hacia donde estaba Katherine.
-
Katherine, Katherine…- acunó su cabeza entre sus
brazos, arrodillada a su lado-. Ya está, cariño, ya está.
-
No, no
está. Fui tan mala con ella. ¡Por Dios! ¿Cómo pude hacer tanto daño sin
darme cuenta?
-
No fue tu culpa… Cuidar a abuela cansaba. Ya
está…- depositaba dulces besos en su
frente, pero Katherine ya no era capaz de sentir nada. Se había ido. Junto con
su abuela.
Una vez más, Mireille le repitió
que tenían que marcharse. El encargado se llevó el féretro. A su querida
abuela…
¿Pero cómo podía ser su querida
abuela, después de cómo la trató?
Pero eso ya no importaba.
Katherine Newhile dejó de sentir todo. Y es que el dolor, cuando es por dentro, es mucho más fuerte.
Déjalo ser, déjalo ser,
Susurra palabras de sabiduría: déjalo ser.
Déjalo ser, déjalo ser,
Déjalo ser, déjalo ser,
Susurra palabras de sabiduría: déjalo ser.
<< Cuando mi voz calle por la muerte, mi corazón te hablará desde el cielo>>
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejar un comentario, será la forma perfecta en la que veré si compartes mis ideas, tienes mis mismos sueños, o si incluso te ha gustado.