Ella no era como las demás; fue el primer pensamiento que
vino a la mente de él cuando la vio. Era preciosa. Su pelo rizado, corto y
marrón oscuro estaba perfectamente colocado detrás de sus hombros, sus ojos
cerrados, su definida barbilla apoyada sobre el violín, su boca tornada en una
suave y relajada sonrisa. Su cuerpo se movía al tempo del ritmo, y las notas
fluían de sus dedos, arrancadas por su arco. Era bellísima, más incluso de lo
que habían sido sus últimas amantes.

Estaba a solo cuatro pasos de ésa pequeña mujercita. Cuatro
pasos que se tornaban mil años de distancia para poder tocarla. Se moría por
hablarle. Se aseguraba a sí mismo que la voz de ella debía ser delicada, como
si de una flor se tratase, sensual. ¿Quién es? ¿Dónde vive? ¿Estudiará o trabajará?
¿Qué edad tendrá? Miles de preguntas sin respuestas que deseaba hacer. Un
encuentro mágico, por más que se negaba a pensar en la coincidencia de
encontrarla. Creyó por un segundo que ella podría ser suya; podría preguntar su
nombre y buscarla en una red social; podría preguntarle a ella misma su nombre,
o incluso preguntarle a su compañera de atril; podría preguntar al director que
debía de conocerla bien, o presentarse y hablarle valientemente. Pero ¿cuándo
podría hablarle? En mitad de este concierto sería imposible.
El concierto. Le habían dicho el día anterior de asistir,
tocar las diecisiete partituras de los dos musicales y aguantar un bis. No
había tenido ganas de salir de su casa. No había querido estar obligado a
asistir y por ende, tocar hasta altas horas de la noche. Pero algo le impulsó a
ir. Algo dentro de él le gritaba con todas sus fuerzas que debía ir, que allí
encontraría algo fuera de lo común. Puede que no se hubiera equivocado, pero
sólo podía demostrarlo de una forma, conociéndola. ¿Por qué estaría tan seguro
de que era ella la razón de su asistencia? No tenía forma de indicarlo, sólo
podía dejarse llevar por sus emociones. La adrenalina que el momento
provocaría. La impaciencia por leer sus expresiones en su rostro, y así poder
probar sus teorías con respecto a ella.
Ya sólo le quedaban cuatro canciones para el descanso.
Habían terminado la dos primeras, y mientras, en su mente, sólo estaba ella y
su gran sonrisa.
Su compañera pelirroja le susurró algo, y la joven
misteriosa se rió por lo bajo. Sus mejillas se subieron, mostrando un ligero
rubor, su vista se achinó, y una sonrisa torcida iluminó su cara de ángel. Al
contrario, se equivocaba. No tenía cara de ángel. Un ángel no reiría sin
preocupaciones, ni tendría movimientos tan libres. Un ángel sería demasiado
bueno como para fijarse en él. Un ángel tendría miedo de aventuras, ella no
parecía tener miedo a vivir las opciones imprevistas que le ofreciera la vida. Hubo
un momento en que a él le pareció sentir que le miraba. Sus ojos habían
chocado, a él se le paralizó el corazón
de golpe.
***
-
Madre mía, ¡qué guapo es!- le susurró Mariane a
su compañera y gran amiga Jessica. Ésta la miró inquisitiva.
-
¿Por quién andas suspirando?
-
¿Ves el joven que está detrás de Álvaro? Es el
único que toca la trompeta. Camisa negra desabotonada, pelo cargado y negro,
sin gafas, cara más o menos afilada…
Jess giró su cabeza lentamente,
simulando que se colocaba el pelo hacía atrás. Figuró al chico entre los
trombonistas. Sin duda, tenía atractivo. El joven, de al menos veinticinco
años, tenía la piel morena, con un ligero asomo de barba. Simulaba un chico muy
seguro de sí mismo y reservado, quizás con algo oculto, pero sin duda, guapo.
-
Te gusta ¿eh?- le recriminó a su amiga.
-
Mucho, pero no va a haber nada- declaró muy
consternada. Su vista se entristeció, apagando el brillo de sus ojos. La
sonrisa se borró muy rápido de ella.
-
Eso tú no lo sabes. Pero no te preocupes, cuando
aparezca, sabrás que es él. No tengas prisa.
Mariane. Su pequeña y linda Mary. ¡Cuánto miedo había tenido
que entrara en depresión por su ruptura con su antiguo novio! Sin embargo, ella
se había levantado de la tristeza con fuerzas renovadas, lista para continuar
con su vida, sin miedo, abierta aún más al amor, con nuevos sueños y esperanzas.
Era toda una luchadora, aparentemente seria y reservada, pero en el fondo muy
dada a mostrar cariño, divertida y demasiado madura para su edad. Puede que eso
fuera lo que la llevó a sufrir acoso escolar de pequeña. A lo mejor eso mismo
fue la causa de su distanciamiento con amigos, dudas hacia dónde ir, cómo ir y
con quién. Pero a ella no consiguió eliminarla así como así. Aún, después de
tantas rabietas, seguía apoyándola, demostrando que el mundo daba buenos amigos, y repitiéndole
que ella llegaría muy lejos. Sólo había que observarla detenidamente para que
uno se diera cuenta de la gran fortaleza y valentía que poseía. Era más que
inteligente, era muy amable con los que le hacían daño. No quería venganzas,
eso llevaba a más odio y dolor. Perdonaba, y seguía con su vida. Daba una
oportunidad, pero no permitía que ésa misma persona que le afligió dolor,
volviera a su vida. Aunque con su madre hizo varias excepciones en su momento.
Y otras miles con su padre. Aún, después de todo lo pasado, ella seguía
manteniéndose firme en sus metas y sueños. Sin que nadie la moviera de su
determinación.
-
¡Oh, Dios mío! Creo que me ha mirado…- ahogó una
exclamación antes de ponerse recta y colocar bien su violín, dos manchas rojas
colorearon sus mejillas.
-
Aprovecha para sonreírle mujer. Que sepa cómo
han chocado vuestros ojos.
-
¿Estás loca? ¿Y si no me miraba a mí? Haría en
ridículo.
-
Bueno… Si te pregunta más tarde si le sonreíste,
dile que no era a él, sino a otra
persona.
-
Definitivamente, estás muy loca.
Sin embargo, permaneció atenta al
joven. Más cuando ella creía que él no la miraba, Jess comprobaba lo prendado
que parecía estar él de ella.
El director llamó la atención de
los músicos, preparándolos para la siguiente obra.
Su amiga colocó su violín en
posición, y en cuanto empezaron, Jess vio de reojo cómo el trompetista miraba
asombrado a Mary.
Tendría que hacer algo para que ellos dos intercambiaran
palabras. No tenía dudas.
***
<> Pensaba para sí mismo mientras la volví a contemplar.
El polo negro que llevaba se le apretaba al pecho,
adivinándole unos encantos muy favorecedores. Su cintura no pertenecía a la de
avispa que llevaban todas las chicas de su época, al contrario, era ancha, pero
tampoco era gordita, solamente un poco entrada en carnes, aunque eso hacía
resaltar su belleza. Prefería eso mil veces, a unos huesos que se le clavaran
en el cuerpo. Ella era abundancia de lo que a muchas otras les faltaba. El
ejemplo más claro eran dos violinistas sentadas delante de la Venus. Dos rubias
flacas, escuálidas, sin encantos, serias a más no poder… Sin duda, cuerpecitos
que le causarían daño en el cuerpo y en la mente.
-
¡Esto sí es gracioso! –comentó el trombonista a
su lado.
-
¿Qué pasó?- preguntó otro chico de la fila.
Mientras tanto, Robert buscaba con
la mirada a su Venus ahora desaparecida.
-
Una de las violinistas ha salido corriendo. Creo
que es la que va a cantar.
Ese comentario atrajo
inmediatamente su atención, y dijo su única frase desde el inicio del concierto:
-
¿La violinista sentada al lado de la pelirroja?
El hombre le miró sorprendido,
como si no hubiera esperado escucharle hablar en todo el encuentro. No sintió
ninguna emoción con respecto a la sorpresa del otro, no esperaba otra cosa,
pero no soportaba que no le vieran capaz de algo. Eso sería infravalorarle.
-
Ésa misma.
-
¿Y qué cantará?- preguntó Robert, impaciente por
obtener respuestas muy ricas en información sobre ella.
-
No lo sé, pero me dicen que canta mucho mejor
que todos los demás. Nunca la he escuchado.
-
Seguro será así.
El piano comenzó a tocar una
melodía, muy conocida: The Winner Takes It All de Abba. Al segundo apareció una figura menuda en el escenario, cogiendo nerviosa el micrófono, y esperando la señal del director. Se veía tan vulnerable allí arriba, que le dieron ganas de salir a darle consuelo.
Ella comenzó a cantar. Y el pudo
comprobar que sus conjeturas no iban muy desencaminadas. Era cierto que su voz
era serena, tranquila, pero denotaba en ella una fuerza, una resistencia, una
firmeza y aguante que hacía tiempo no veía en una mujer. Parecía ser una Venus
muy briosa, tenaz, constante, de ése espécimen que siempre se esfuerza en
conseguir lo que quiere, con algo de sensatez, pero con esa misma mezcla de
locura que tanto le enloquecía.
Era impresionante escucharla. Sus
pelos se habían puesto de punta, incluso su compañera la miraba asombrada. ¿No
se lo esperaban? Ella mostraba entereza en el escenario, estaba segura de lo
que hacía, sentía la melodía, las palabras de la canción, se notaba el dolor
del significado.
-
The
winner takes it all... Idon’t wanna talk, ‘cause it make me feel sad, and I
understand.
Vislumbró una lágrima que caía de
su mejilla. Y justo cuando pensó que no podía continuar con la canción, ella
sacó fuerzas de flaqueza e hizo un agudo brillante que incluso tuvo que rebotar
fuera del auditorio. Se movió por todo el escenario, mientras su pelo era
movido por la ligera brisa de las ventanas del techo, así como su cuerpo fluía
con la música. Ella sentía la música. Se movía con elegancia aún cuando debería
ser lo contrario. Se entregó al completo, y aunque lo intentaran, sería muy
difícil superarla. Sonrió satisfecho de que su Diosa fuera tan maravillosa.
-
Alucinante…-susurró el joven del al lado.
-
Ésa sí que es una voz prodigiosa.
***
“¡Qué vergüenza!” Pensaba la joven
para sí misma. Era su tercer concierto cantando delante de tanto público y aún
no sabía cómo afrontarlo. La misma energía de siempre, ése sentimiento de
mariposas en el estómago, el cual le encantaba sentir. Sentía nervios por si lo
hacía mal, pero eso no tenía importancia con respecto a su cuerpo relajándose,
su ser apasionado, las palabras deslizándose en su voz, traspasando todas las
fronteras que le impedían cantar delante de un público.
No tenía miedo, si se equivocaba
continuaría sin temor, disfrutando de la experiencia de cantar en un teatro
como aquél. Si ésta vez no le salía vez, volvería a intentarlo con más fuerzas,
sin desistir, sin rendirse. Ella pondría sus límites y la timidez no sería uno
de ellos.
Contempló los distintos asistentes
a medida que las luces se apagaban, dando lugar a un tenue resplandor amarillo.
Cada uno era totalmente diferente: unos la miraban con el ceño fruncido,
dispuestos a analizar la forma en que cantaba; otros esperando sorprenderse;
algunos tecleaban en el nuevo móvil de moda; pocos lograron fijarse en ella,
mientras contemplaban el Power Point creado por la profesora de canto. En él
aparecían distintas imágenes del Musical de Brodway “Mamma Mia”: Meryl Strep
cantando bajo un ventana azul “Money Money”...
Y allí estaba ella, distante a ser reconocida mundialmente por su voz,
dispuesta a comerse a cada uno de los desconocidos con su amor por la música. Y
si no podía, al menos saborearía la
oportunidad.
Los primeros sonidos del piano
comenzaron a nacer, delicadamente, como si de un despertar se tratara. Esperaba
la señal acordada con el director para comenzar su actuación, aunque no le
hacían falta. Conocía la composición a la perfección. Había nacido con parte de
esas canciones como banda sonora de su vida, sería difícil olvidarlas a ellas y
a todos los recuerdos que las acompañaba.
Se acercó el micrófono a los
labios. Respiró hondo, fijó su vista en el hombre principal, entendió su
mensaje y cerró sus ojos…
Entonó las primeras frases de la
primera estrofa. Intentó hacerlo tranquila, sin que temblara su voz. Relajada.
Llevó su mano al corazón, notando las miles de pulsaciones de él. Sin apenas
darse cuenta su cuerpo empezó a estremecerse por el placer que le producía la
melodía.
Los violines promovieron la
armonía, y ella se deslizaba por el espacio impulsada por la delectación.
Sonaban tan delicados, tan especiales… Tenían un sonido único, elegante. El ser
de los más difíciles de tocar no les restaba encanto. Pocos apreciaban su
verdadero potencial. Tantas formas de tocarlo, de acariciarlo. Tantas formas
tenía uno de manifestar sus sentimientos que era difícil no intentarlo al
menos. El violín era como ella. Consumado en el Barroco, como uno de los
instrumentos simbolizantes de la mujer con curvas, fino, aristocrático,
diferenciado de todos los demás. Y así era ella, o le decían de ser:
distinguida, un poco entrada en carnes, pero lindísima de cara, una señorita
con forma y carácter. Un espécimen muy distinto de su época.
Abrió los ojos, notando de forma
intensa la mirada de alguien en su nuca, provocándole un ligero cosquilleo.
Intentó dar educadamente su espalda al público, buscando a aquél dueño de su
intranquilidad. Estudió la cara de sus compañeros violines, todos estaban en su
labor de continuar el tema; los saxofones concentrados en la siguiente
partitura… Algo la estimuló a mirar al joven trompetista de antes, aquél que
hubo inquietado su ánimo ésa noche. No se equivocó. La estaba examinando
lentamente, con deliberado desparpajo e insolencia. ¿Qué se creería para
mirarla de tal forma? Giró su cuerpo con el suficiente intervalo de tiempo para
coger aún más aire y hacer el agudo de “The Winner Takes It All”, aplicando una
chispa de su cosecha. En cuanto emprendió el estribillo de nuevo, los saxofones
y la guitarra eléctrica entraron con fuerza, al igual que un trombón y la
batería. Cambiaron la tristeza sublime de la música para convertirla en un
dolor más agónico. Incluso sintió cómo la atravesaba la fuerza de todos y cada
uno de ellos. Llamando la atención de todos aquellos que no habían fijado su
vista en ella. Había funcionado.
Se permitió recordar, en un brevísimo lapsus de tiempo, su
niñez. No fue como la de los demás niños. Fue complicada y espinosa. Una ardua
tarea de sobrevivir para una niña de tan corta experiencia. En apenas un ocho
años de haber nacido, las chicas de su clase le decían todo tipo de palabras
crueles… La culparon de actos que no había cometido, le imponían horas de
castigo por cosas que no tenían su nombre, le pegaban, y se había mantenido
callada porque… Realmente no sabía por qué. Esperaba que pudiera cambiar con el
tiempo, que se aburrirían y la dejarían en paz. Ingenua de ella al no darse
cuenta de cuán interesante puede resultar para un alumno, hacerle la vida
imposible a alguien inferior. No le dieron día de descanso… Noches llorando
sola, negándole a su madre las marcas y roturas de su ropa y cuerpo.

Una lágrima rebelde se deslizó por su mejilla. Aún le dolía
recordar. No era más que un signo de lo poco que tenía superado ese período. Se
suponía que el pasado no debía interferir en el futuro, pero por más que lo
intentara, le era imposible olvidar todo lo sufrido para seguir con una vida,
sin saber a dónde iría, con quién, o cómo. Y era en ése mismísimo instante en
el que el miedo se apoderaba de cada fibra de su ser, le impedía respirar, no
le dejaba pensar ni sentir, excepto un dolor ahogado, interminable, que siempre
estaba al acecho de hacerle daño y recordarle sus miserias. Se veía sin nadie
que la apoyara, que le abrazara con fuerza y le recordase que todo era
pasajero… Se veía sumida en total soledad, sin poder hacer nada más que llorar
en total aislamiento.

Ya había terminado su canción, así como iniciado el descanso
del primer musical, cuando ya estaba saliendo de la escena, aguantando las
demás lágrimas, corriendo hacia la terraza. En cuanto salió de la vista de los
técnicos dejó escapar cada una de los sollozos contenidos. Subía los escalones
lo más rápido que sus piernas poco entrenadas le permitían. Abrió la puerta y
la cerró con fuerza. Captó el viento soplando en su cara, apenas unas gotas de
lluvia caían. Tenía el tiempo suficiente para resituarse y volver a estar firme. El tiempo necesario
para que nadie notara sus lágrimas.
Se apoyó contra uno de los muros laterales, contemplando la
inmensidad de la ciudad llena de luces a su alrededor, expandiéndose más
adelante. Apoyó su cabeza en el frió bloque, llorando y lamentando su suerte.
¿Cómo podía la vida hacer tanto daño a alguien, y esta
persona seguir adelante como si nada? Esos hechos permanecían en uno, quisiera
o no. Era difícil borrarlos. ¿Pero había forma de vivir con ellos en paz? ¿Sin
llorar casi todo momento? ¿Sin sentir la necesidad de ser el centro de atención
de quiénes más quería? ¿Era normal acaso tener tantas dudas de su existencia?
¿A dónde iría cuando no pudiera más? ¿Y cuándo terminase el Bachillerato, qué
estudiaría? No sabía cómo continuar en esta vida que apenas comenzaba.
***
¿Dónde estaría la joven? ¿Por qué salió corriendo? Lo había
hecho de maravilla, todo el mundo se puso de pie para aplaudirla, incluso
gritaron bravo, pero ella ya había desaparecido. Varios hombres a su lado
comentaron que pudo ser por los nervios, sin embargo el dudaba de que eso fuera
verdad. Algo le pasó mientras cantaba, y eso no eran nervios.
Siguió la misma dirección que ella debió de seguir si se
sentía mal, con ganas de estar sola. ¿A dónde iría él? A cualquier lugar que no
fuera nadie en una noche tan fría. ¿Y cuál podría ser ése lugar alejado? Las
escaleras estarían ocupadas, los baños de los camerinos repletos de gente, el
exterior del conservatorio también, el único lugar decente…Era la terraza del
lugar. Tres plantas más arriba. Si corría un poco, con suerte la pillaba sola.
Subió los escalones de dos en dos, espoleado por la
acuciante necesidad de darle apoyo, abrazar a ésa pequeña chiquilla que debía
sufrir en silencio.
Llegó a la puerta, inspiró todo el aire que pudo, comprobando
que nadie más le seguía, adentrándose en el salvamiento de la joven.
A primera vista no la encontró. Lo único que atisbó fueron
varios muebles dispersos, y alguna que otra planta tirada por la brisa.
Escudriñó mejor, sintiendo dudas de si realmente pudo haberse equivocado, y
ella podría haber estado en uno de los baños escondida. Pero no la creía capaz
de eso. No se expondría a la burla estando allí.
Cerró la puerta tras de sí, en silencio, escuchando unos
leves gimoteos desde un lado de la puerta. Caminó hacia el balcón más cubierto.
Halló a su Venus estrujando sus rodillas en su rostro, ocultándolo.
No sabía si decirle algo o permanecer callado. ¿Qué hacía
alguien en esas ocasiones? Él no sabía que le ocurrió, así que optó por guardar
silencio.
Se sentó a su lado, lo más cerca que pudo de ése frágil
cuerpo. Pasó una de sus manos alrededor de la espalda de ella, atrayéndola
hacia sí mismo. Apoyaba su cabeza en la de ella, y la de ella en su hombro. Su
otra mano acarició su hombro derecho en círculos.
-
Ya está, pequeña- le susurró contra su cabello.
Ella siguió sorbiendo por la nariz, aferrando con fuerza la blusa negra de él,
intentando balbucear unas palabras-. Shh… No digas nada, desahógate.
Sus palabras parecieron un bálsamo, pues empezaron a
disminuir las lágrimas y las convulsiones del cuerpo de ella. Su cabeza se
elevó a la misma altura de la del. Él pudo apreciar el marrón oscuro
predominante de ellos y el color miel claro que atravesaba cada pocos
milímetros ése fondo. Unas pequitas pintaban su nariz y mofletes. Sus labios
eran aún más jugosos y sensuales de lo que había imaginado. Sintió la acuciante
necesidad de besarla. De hacerle ver lo bella que era. Pegarla más a su cuerpo
y sentir cómo se acoplaban el uno al otro.