Era fácil amar a Alistair. Lo sentía cada día que pasaba. A
cada segundo, cada mirada indiscreta, cada caricia consentida. Catherine sabía
con toda su alma lo que ocurría con su corazón. De repente, se enamoró del que
debiera ser un paria social en su país. Pero no pudo evitarlo, ni antes o
ahora. Le amaba, con locura, le necesitaba…
y ya nada podía hacer para cambiarlo.
Él, a pesar de sus palabras brutas y gestos toscos; bajo es
apariencia de indiferencia y bromista, había un joven muchacho que necesitaba
cariño, que esperaba verlo comprobada en cada persona que apreciaba. ¿Le
habrían querido desde pequeño? Siendo como era un simple caballero –a su estilo
y cultura- le resultó muy triste que hubiera sido privado de amor a causa de la
instrucción militar. Un niño, independientemente de cualquier edad, debería ser
criado bajo el amor y un buen estilo de vida. ¿Habría sufrido tanto Alistair
para comportarse como lo hacía?
Su mente estaba inundada de preguntas misteriosas, secretos
insondables que no se le estaba permitido conocer. ¿Pero querría ella saberlos?
¿Se arriesgaría a cambiar su visión de un mundo semi-perfecto por la realidad
de un hombre pobre? Y lo más importante ¿sería capaz de cambiar su vida –llena
de comodidades y lujos- por una casa pobre y trabajos en el campo? ¿Renunciaría
a todo lo que tenía, a cambio de un solo amor que podría marchitarse en
cualquier momento? Tenía miedo de la respuesta única. Porque a su parecer, si
continuaba en su mundo, sería algo frívolo, carente de pasión. Pero si optaba
por vivir con Alistair… sería un mundo peor: sufrimiento, pobreza,
enfermedades, luchas, sangre… todo a lo que ella se negaba pertenecer; una vida
de guerrero, aunque tuviera el amor más puro y platónico. Todos sabían que una
lady que dormía entre plumas no sería capaz de sobrevivir en el campo por mucho
tiempo.
Allí estaba ella. Sentada en el banco más cercano al juglar
que cantaba una canción en un idioma que no era capaz de entender. No había
nadie más en la pequeña plaza. Las casas de los campesinos estaban encendidas
con velas, con puertas cerradas… todo estaban bajo un techo, menos aquél pobre
hombre. El frío se notaba. Catherine estaba apretujada en su capa de piel por
miedo a una hipotermia. Pero aquél hombre seguía cantando para las dos parejas y
ella misma, sin importar las circunstancias.
-
Esta es una canción que escuché a un viejo amigo
hace muchos años. La titulo Falling Slowly- presentó en un perfecto inglés,
para traducirlo después al idioma desconocido.
Deslizó sus dedos por las cuerdas del laúd, haciendo flotar
en el aire unas suaves notas graves. Mientras cantaba, Cathie estudió la gente
que iba apareciendo en las casas de los campesinos.
Una mujer de edad avanzada, colocaba platos de comida en la
mesa que compartía con su marido y sus cuatro hijos. Los niños jugaban animados
entre ellos, tirándose del pelo, o haciéndose carantoñas. Sin embargo, el
marido permanecía estoico ante los alimentos, como si esperara algo mejor de la
pobre mujer. Y la mujer, con aspecto de estar cansada, mantenía su cabeza
gacha, moviéndose con rapidez, y al mismo tiempo temerosa.
La escena le recordó a lo que podría ser su situación en un
futuro lejano… Un futuro con Alistair, y provocó una gran pena en Cathie, que
desvió la mirada a un nuevo piso.
Las luces alumbraban esta vez a varios amigos en la posada
que se hospedaban los escoceses y ella.
Los soldados de Alistair estaban riéndose en alto, brindando con sus
jarras de cerveza y cantando canciones típicas de sus pueblos. Entonces llegó
otro compañero desde el exterior y, mientras se quitaba la nieve sacudiendo su
cabeza de un lado para otro, era recibido con gritos y palmadas en la espalda.
Sin duda, parecían felices del momento de tranquilidad, lejos de una mujer
extranjera. Alistair estaba en medio de todos ellos. Contaba algo que Cat
apenas oía por el extraño idioma, pero sus amigos parecían encontrarle la risa
pues no paraban de alborotar al personal.
Las miradas de los dos se cruzaron. Cat la desvió de
inmediato al cantante. Se estaba terminando.
Espero un momento a que el público se alejara para
entrevistarse con el cantante.
-
Buenas noches, señor- dijo ella, tímida-, me
gustaría felicitarle por la canción, ha sido preciosa- el hombre la contempló
durante un instante, valuando su ropa cara manchada de barro-.
-
Muchas gracias, my lady- fue su seca respuesta.
Se dio media vuelta y empezó a guardar su laúd.
-
Disculpe por molestarle de nuevo… Pero me
gustaría desearle lo mejor. Como le he dicho, me han encantado sus obras, y
espero que alcance sus sueños- Nada más soltar eso por su boca se sintió
estúpida. Ese pobre hombre no podría llegar a famoso sin un padrino rico o la
protección de un aristócrata. Pero a él no pareció afectarle.
-
Ojalá sea así, my lady… Ojalá –cuando ella
emprendió de nuevo la marcha para irse, él la paró-. Disculpe, my lady. ¿Sabe
usted leer y cantar?
-
¿Yo? Er… Sí, eso creo.
-
Entonces, podría hacerme un favor. He recibido
una canción escrita por un amigo, pero no soy capaz de interpretar los signos
ingleses. ¿Le importaría cantármela mientras yo toco?- en su mirada parecía
atisbar un signo de esperanza, un rayo de luz.
-
Claro, como iba a negarme.
Se situaron uno frente al otro,
encima de un banco. Él le tendió varios papeles con una canción titulada A
thousand Years, y ella empezó a cantar:
Heart beats fast
Colors and promises
How I would be brave?
How can I love when I’m afraid
To fall
Whatching I stand alone
Mientras cantaba notó cómo un nuevo público los rodeaba,
escuchando ensimismados la suave y romántica canción.
El propio Alistair salió del salón buscándola entre la
multitud. Para cuando escuchó de labios de la joven la letra, pensó que era la
voz de un ángel lo que oía, y que su
corazón se mataba por sentir esa voz mágica pronunciando su nombre.
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