Siempre la habían considerado una marginada social.
Solamente porque prefería alejarse en sus momentos de tranquilidad, en busca de
un buen libro que leer, o una canción que escuchar. Muchas trataban de no
hablarle, evitando cualquier gesto amistoso por miedo a recibir su rechazo…
Muchos otros ni siquiera la miraban con respeto, a sus ojos, ella merecía mucho
menos. Su timidez era confundida con arrogancia, su miedo parecía indiferencia…
Y sus objetivos eran similares al odio universal.
Llegó a pensar que nunca encontraría a nadie adecuado para
ella. Creyó fervientemente en la inexistencia del amor… Hasta que decidió
mandar todo al olvido. Y fue la primera vez que comenzó a vivir realmente.
Ya en sus primeros años de universidad viajó por toda la
Península Ibérica, conociendo a mucha gente distinta, disfrutando de la cultura
medieval que inundaba al país. Y en una de esas grandes y maravillosas
comunidades, conoció a Alistair. Joven alto, ancho de espaldas y musculoso de
piernas, de rasgos marcados y mirada penetrante, moreno en piel y ojos marrones
mezclados con un verde oscuro.
Nunca lo vio como algo serio, sabía que sólo llegarían a un affair durante un tiempo indefinido.
Pero bendito tiempo era el actual.
Buscó en el armario de Alistair una camisa larga que
consiguiera taparle hasta la mitad de los muslos, mientras el joven en cuestión
permanecía acostado cuán largo era sobre la cama revuelta, un brazo por detrás
de su cuello, manteniendo su vista fija en ella.
Catherine se movió nerviosa por la estancia, acariciando
distraídamente la cabeza de uno de los perros que la seguía fielmente.
-
¿Puedo saber qué te pasa, Cat?- dijo su amante
desde las sábanas. Al volver la vista hacia él, se dio cuenta de lo que
realmente parecía: un Dios griego, un perfecto Dios que haría temblar al
mismísimo infierno. Pero no podía dejarse llevar por sus sentimientos, aún
tenía sueños pendientes por hacer antes de enamorarse.
-
No, cielo. Sólo intentaba recordar algo…- su
explicación no parecía ser suficiente para él. Levantó su cuerpo y se plantó
delante de ella, imponiéndose como un rey.
-
Siempre te he considerado como un halcón, Cat.
Una criatura feroz, hermosa y solitaria que vuela fuera del
alcance de los demás, mirando el resto del mundo desde la distancia, cuyos
pensamientos más íntimos sólo el viento conoce. Y me da muchísima pena no poder
ayudarte cuando te ausentas de esa forma.
-
¿Qué soy, Al?- su deseo por saber qué pensaba de
ella resultó más poderoso ahora que tenía la posibilidad de alcanzar una verdad
vedada desde pequeña. ¿Sabría él qué le pasaba de verdad? ¿Podría ayudarla?
-
Bueno… Eres una chica solitaria o ni tan
solitaria, amas los mundos de fantasía. Por eso me gustas, para mí eres
distinta… Sólo tú sabes maquillarte el alma con letras.
-
Pero, ¿qué soy para ti?-quiso saber ella. Él
dudo en responder.
-
Para mí eres lo mejor que me ha pasado en mucho
tiempo, y lo sabes. Pero no puedo
decirte las palabras que quieres escuchar, y sé que tú tampoco quieres hacerlo
ahora. Pero estoy seguro de que lo que siento por ti, irá en aumento, porque
nunca podrá terminarse ni menguar su poder.
-
Sí, tienes razón. Aún tengo muchos objetivos que
cumplir, muchas cosas que hacer… Y no podría hacerlas si tú estás a mi lado.
-
Lo sé, y yo te esperaré aquí. Te buscaré hasta
el final del mundo.
-
Gracias, gracias de corazón por
entenderme…-susurró ella contra sus labios, guardando cada último segundo que
pasaba con él, sintiendo en su corazón cómo le echaría de menos. Y por un
momento, deseó no marcharse y renunciar a todos sus sueños.
-
Sólo quiero que nunca te rindas, por favor no
cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y
se calle el viento; aún debe haber fuego en tu alma. Aún debe haber vida en tus
pasos.
-
Lo recordaré siempre- y no volvió a dudar en su
decisión. Minutos después salía del baño preparada para partir.
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