Oír a los charlajos reproducir las voces de mis seres
queridos siendo torturados, no era nada agradable. No podía soportar la idea de
que en algún lugar, estaban siendo flagelados, quemados, o asfixiados. Por mi
desesperada mente aparecían miles de imágenes sobre tortura medieval, clásica y
moderna: sillas eléctricas, estiramiento
de miembros, machetes, látigos que arrancan la carne, ácido, agua… Mi pobre
hermana Prim pasando por todo eso, sufriendo mis actos. Y mi madre, Gale… Todos
ellos a punto de morir por mí culpa. Formarían parte de la lista de personas
que mueren por mí a cada segundo que pasa: ciudadanos del doce, del ocho, del
tres… Mis patrocinadores, el equipo de preparación, Cinna, Effie Trinket… ¿Cómo
iba a seguir adelante con la muerte de todos ellos en mi consciencia?
Salí corriendo del prado, con Finnick a mi espalda,
sufriendo el mismo dolor que yo.
Intenté taparme mis oídos con las manos, al mismo tiempo que
corría con todas mis fuerzas. Dios mío, quería salir de la zona ya mismo, y no
encontraba la salida. Alcé la vista para poder orientarme, y fue cuando vi el
rostro de Peeta haciéndome señas. ¿Por qué no venía a ayudarme? ¿Por qué
gritaba como si alguien nos escuchara? ¿Acaso yo no le importaba? Comprendí el
motivo cuando mi cuerpo chocó contra una barrera invisible y me tiró al suelo.
Me levanté, golpeando el cristal con mis manos, desesperada por salir. Por el
movimiento en los labios de Peeta descubrí que intentaba decirme que me
tranquilizara… Pero yo no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera huir de
allí. Nuestras manos se juntaron en la barrera, realmente parecía desesperado
por abrazarme hasta que todo pasara, pero yo era incapaz de pensar en otra cosa
que no fuera callar lo demás.
Vi como Finnick se tiraba al suelo, encerrado en un ovillo,
balanceándose, intentando recomponerse. Por mi parte, mis rodillas se
aflojaron, clavados mis ojos aún en Peeta, en mi único rayo de realidad. Mi
frente se pegó al muro, aguantando los temblores. Y todavía quedaba una hora…
La oscuridad me venció cuando no me quedaba nada más con lo que luchar.
Sentí unas manos recogiendo mi cuerpo, estrechándolo en un
pecho fuerte, caliente. Alguien acariciaba mi cabello, besando mi frente,
diciéndome que todo había pasado. Peeta.
-
Todo está bien… Ahora estoy yo contigo. No pasa
nada- su tranquilidad me relajaba, me hacía sentir segura. ¡Dios, cómo lo
quería!
Aún sigo recordando ese día.
Mientras vago por las calles del Capitolio, oculta bajo mi capucha, observo las
entrevistas a los que fuimos tributos. Oigo
los susurros de la gente, sobre él y yo. Las conversaciones que tienen entre sí.
- Cuéntame, por favor. Cuéntame todo lo que pasó. ¿Qué viste? ¿Les escuchaste? ¿Cómo sobrevivieron?
Ellos tenías luz en sus ojos... Estaban vivos. Yo les conocía. Fueron obligados a jugar en los juegos...Y mi corazón murió con ellos... Pero ahora sólo son niños que yo conocía.
Es duro saber que estuvieron allí, que a la gente aún le sigue importando. Pero los corazones rotos están en todas partes. Y ahora ellos, sólo son corazones rotos para ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejar un comentario, será la forma perfecta en la que veré si compartes mis ideas, tienes mis mismos sueños, o si incluso te ha gustado.