Estaba tan cansada de estar allí. Tan cansada de fingir ser
alguien que no era. Mientras otros, ni siquiera considerados compañeros, reían
y disfrutaban de la mutua compañía. Al contrario de todos, ella era la única
que siempre estaba alejada, escondida, cuidadosa de no ser el centro de
atención. Libro en mano, auriculares en oídos, o simplemente durmiendo para
escapar de su realidad. Como era el caso.
Katherine se había marchado al cabo de dos semanas de estar
con Mathew. Dos semanas más maravillosas de su vida entera. ¿Pero quién era al
final él? Nada más que su amor platónico que dejaría de ser real cuando él
decida tener una novia en su país. Nada más que aquél que siempre amaría y él
no sería consciente de cuánto ella le quería. Soñó tantas veces con poder
decírselo… Y tantas veces se conformó con permanecer callada, absorbiendo cada
centímetro que se tocaban, cada beso robado.
Pero sin llegar a ser lo que ella quería: una pareja de verdad.
Cerró sus ojos al mismo tiempo que apoyaba su cabeza contra
la pared. Rememoró el momento en que, estando en la universidad de su único amor, le había confesado sus temores de
niña, sus secretos más guardados, sus deseos más preciados. Le había cantado la
canción que más se sabía My inmortal de Evanesence y Mathew la elogió por la
dulzura que desprendía. Pero a pesar de ello, fue después del accidente en la
manifestación que él decidió no avanzar más, no profundizar en su relación. Por
miedo a causarle más daño del que pudiera él mismo soportar. ¿Pero qué
importaba eso? Estando con él ella soportaría cualquier cosa. Prefería mil
veces sufrir eso, que el tormento de ahora: la indiferencia con que la gente la
miraba, la trataban.
Volvió al momento en que todo fue a peor:
Estaban en el tren que
les llevaría a la Moneda (el parlamento chileno) donde ocurriría la
manifestación de los estudiantes por un sistema de educación mejor del que
tenían. Mathew tomó parte activa desde un principio, convocando reuniones,
ideando formar de revelarse, de mostrar el enfado de la población estudiantil. Nunca se rindió, ni
en ese momento, ni en futuros sucesos que debieron de marcarle como un látigo a
fuego en el corazón.
Su mano derecha
acariciaba la muñeca de Katherine, en un lento ritmo, mientras sus miradas se
encontraban y se perdían en ellas. Él olía a Calvin Klein, ella a vainilla. Él
vestía con ropa punky de pantalón largo ajustado negro y una camiseta de manga
larga verde militar; mientras ella optaba por unos vaqueros azules y una camisa
rosada de manga corta. Su pelo rubio rapado en casi toda su totalidad a
excepción de una cresta central lisa; ella pelo corto y rizado. Cualquiera
diría que eran antítesis y que su relación nunca llegaría a nada. Katherine
sabía que a pesar de todo, él la complementaba, y ella a él también. Eso era lo
que contaba realmente.
Katherine extendió su
brazo hasta tocar la mandíbula del chico, rozando sus labios con los de ella en
un tierno beso. La gente les miraba con curiosidad, pero mientras subían y
bajaban del andén, no existía nada más.
Él atrajo su cabeza
nuevamente, en un gesto posesivo, tomando propiedad de su boca y saboreándola a
su antojo. Susurró algo contra ellos que no pudo entender, y al preguntarle, él
emitió una risa juguetona y la abrazó con más fuerza.
Al llegar al destino
bajaron con muchos otros alumnos del transporte público.
Siguieron la marea,
agarrados de la mano, uno al lado del otro, él sabiendo a dónde ir, ella
perdida.
-
No te
separes de mí pase lo que pase- gritó a su lado.
-
¿Y si
pasa? ¿Dónde nos encontraremos?-preguntaba ella preocupada por lo peor.
-
En ese
caso quiero que busques un sitio despejado y me llames. Conociéndome, si te
pierdo de vista estaré demasiado preocupado como para no estar pendiente del
móvil- una sonrisa bastó para tranquilizarla.
Al llegar a la plaza de delante el parlamento, Mathew la presentó a
varios amigos suyos: Angela, Ricardo, Marcus, Stephanie, María y Christo. A
Christo lo conocía de hacia tiempo por el juego online al que jugaban ambos.
Todos eran simpáticos y prometieron ayudarla si la veían perdida. También
hicieron un juramento en silencio de cuidar a la que debiera ser la novia de su
mejor amigo, pasara lo que pasara. Le sorprendió el pacto, o la enérgica
amistad que había entre ellos. Estaban dispuestos a pasar por algo duro, con
tal de ver feliz al más alegre del grupo, al más alegre y rebelde de todos.
Poco a poco empezaron a llegar más y más estudiantes descontentos con
el sistema. Ninguno parecía un potencial peligro para la sociedad como decían
las noticias, pero una nunca debía fiarse de ellas. Muchos de ellos conocían a
Mathew, y él, alegremente, la presentó a diferentes representantes de las
universidades. Esperaba caer bien a la gran mayoría, como más tarde la
confirmarían.
El resto de la mañana fue tranquilo, ayudando a hacer ruido con cacerolas
y pitos, silbatos y bocinas. Más de una vez se vio demasiado cerca de los pacos
o policías que controlaban la zona con caballos, pero ninguna de esas veces
estuvo cerca de una amenaza. Quizás los estudiantes también exageraban.
Y aún cuando creía que la tarde terminaría bien, empezó el caos.
Estaba al lado de Angela, conversando sobre las diferencias del sistema
educacional español frente al chileno, cuando se oyó un sordo golpe cerca de su
posición. La multitud enmudeció de repente, dando paso a la incertidumbre. Los
policías empezaron a organizarse en torno a la larga zona por la que
circulábamos. Todos nos miramos con temor, nadie comentó nada, porque
empezaron a esperarse lo peor: los extremistas habían llegado. Buscó
rápidamente a Mathew con la mirada, pero no estaba cerca de ella, no estaba en
su campo de visión. El miedo ascendió por su cuerpo con velocidad. ¿Qué iba a
pasar ahora?
-
¡No me
sueltes, Katherine!-gritó con fuerza Angela- Kathie iba a responder cuando
alguien tiró de su brazo en dirección contraria a la de su nueva amiga. Todos
tenían el terror reflejado en sus miradas. ¿Sobreviviría?
-
¡¡¡Angela!!!-gritó
desesperada.
Varios encapuchados corrieron hacia ella, con botes de cristal llenos
de un líquido transparente y fuego en la tapa: cóctel molotov. Su instinto de
supervivencia la instó a agacharse cuando una de ellas voló por cerca de su
cara. Su rostro chocó contra el asfalto, rasgando parte de su piel. No existía dolor mientras se levantó con
rapidez y empezó a correr lejos del campo de batalla.
Varios policías se colocaron delante de ella montados a caballo. Cambió
de dirección hacia una zona despejada. Varios encapuchados más se adelantaron a
ella, prendiendo fuego a cubos de basura y lanzando incendiarias a los
defensores de la ley. La justicia respondió con cañones de agua a presión.
Katherine siguió corriendo por la marea de gente. Ya no eran solo los
gamberros cometiendo ilegalidades, sino parte de los estudiantes se unieron a
la lucha. En un momento que pensó estar en un sitio despejado, sintió un golpe
por la espalda. Era un golpe que inmediatamente le humedeció la camiseta y la
tiró al suelo. Alguien gritó su nombre a lo lejos. Intentó volver a ponerse en
pie, pero el agua la mantenía pegada al suelo. Empezó a gatear contra un árbol
grande. Justo al llegar, dejó de sentir la presión.
Volvió el rostro, buscando a alguien conocido. Le pareció ver a Mathew,
pero no era nada más que un chico rubio siendo pegado por varios policías.
Contempló cómo había cambiado en cuestión de segundos lo que fuera una marcha
pacífica. Varios pacos mantenían en el asfalto a dos chicas, las cuales eran
pegadas con las porras; varios estudiantes gritaban en contra de las
atrocidades… Los bandoleros seguían tirando fuego a los cuerpos policiales, y
los carros acorazados seguían lanzando agua indiscriminadamente. L a gente huía
con toda la velocidad que podían, pero eran alcanzados por pistolas de gas
comprimido o pelotas de plástico. Aparecían alumnos con cejas abiertas por un
golpe, labios partidos, hemorragias en un brazo, o la nariz torcida. Le
entraron arcadas con sólo ver la sangre de un cuerpo desplomado a sus pies.
<< ¡Madre mía!>> Movida por la pena, ocultó el cuerpo del
chico detrás de los arbustos. Se quitó
el pañuelo y con él hizo un candado al joven herido. Cuando comprobó que había
hecho lo que pudo volvió a aventurarse en el campo de batalla con mucho más
cuidado.
Los insurrectos montaron varios bloqueos con fuego para impedir el paso
de la policía. Arrastraban consigo a otros más estudiantes que intentaban
escapar, manteniéndolos pegados a ellos. Un montón de chicos gritaban en busca
de ayuda, otros en busca de pelea. Desesperada por encontrar a Mathew y salir
de allí empezó a llamarlo a gritos. Una nueva oleada de muchedumbre enloquecida
la empujó contra una dirección contraria a la que había decidido tomar. Luchó
con todas sus fuerzas para poder escaparse de allí, pero le era imposible
avanzar sin recibir un codazo, o un golpe en las costillas.
Al sentir unos brazos agarrándola con fuerza, gritó como si le fuera a
dar un ataque al corazón.
-
Tranquila,
tranquila cariño. Soy yo, estoy aquí- susurraba su chico contra su frente-
mírame, mírame- Fijó su mirada en la de ella, seria, y fría-. Quiero que
corras. Corre hacia la universidad. No des la vuelta, ni mires atrás. ¿Me oyes?
Quiero que corras y te escondas allí. Yo iré por ti. ¡¡¡Vamos!!!
-
¿Pero qué
pasa contigo?-protestó ella asustada.
Mathew se alejó de ella, despistando a varios policías que sin saberlo,
se acercaban a ellos. Casi al mismo tiempo, otros dos la seguían a ella. Empezó
a correr contra la gente que iba en otra dirección, notando las pisadas de los
perseguidores en su espalda.
-
¡Mathew!-gritó
con todo el miedo que sentía. Los dos guardias que se habían adelantado, la
tenían cogida por los brazos, intentando tirarla al suelo. Uno de ellos empezó
a sacar la porra, y el otro aprovechó para asestarle un golpe en la mandíbula.
El dolor atravesó cada poro de su piel, y el alarido fue aún más mayor que el
anterior. Una negrura se hizo hueco en su mente con rapidez. Luchó con todas
sus fuerzas para no desmayarse. Ella no era de las que se cedían fácilmente.
Empezó a asestar golpes, arañazos, insultos… a todo lo que le impidiera
moverse. Los dos policías ya empezaban a maltratarla, y ella no tenía con qué
poder defenderse.
-
Te
llevaremos a donde te mereces, gamberra-
repetía enfadado uno de ellos. El compañero parecía estar contento del trabajo
que realizaba, pues su sonrisa de suficiencia atravesaba cualquier barrera.
Oyó la voz de Mathew acercándose. Su rostro descompuesto por la escena
que debía presentar. Un líquido caliente se deslizó con lentitud por su frente,
molestando a sus ojos. Su visión se tornó roja pasión. Deseaba que Mathew
llegara a tiempo. Al notar la presencia del muchacho, los dos hombres que la
mantenían sujeta empezaron a arrastrarla a una furgoneta verde militar.
Katherine intentó nuevamente escapar, pero parecía estar atada por
cadenas. Siguió pataleando aún cuando
empezaban a subirla al coche.
Como caído del cielo, su ángel surgió de entre el gentío para salvarla.
Paró el brazo de uno de los agentes, y emprendió una serie de estacazos al
hombre. Mathew estaba acompañado por varios amigos que se enzarzaron en la
contienda. Una vez librada de los dos agentes, su chico la mantuvo en pie,
abrazada a su cuerpo caliente. Sus ojos permanecían inyectados en sangre.
-
Te pedí
que te fueras…-empezó a decir.
-
Y lo
hice-respondía tajante.
Secó la sangre de su rostro, aumentando la presión en su abrazo.
Comenzó a caminar con ella. Torció por una esquina intentando despistar al
resto de los policías, y luego viró hacia la derecha sin mirar el semáforo en
rojo. Continúo varias calles hacia un parque, para luego volver a girar a la
izquierda y avanzar por una residencia de estudiantes en mal estado. Los gritos
de la lucha seguían escuchándose con más fuerza. Katherine ntentó pensar en
otra cosa para olvidar el dato, pero por más que lo intentaba le venían
imágenes de muertes y dolor. ¿Dónde estaba Angela? ¿Estaría bien?¿Estarían bien
los demás?
Al llegar a la universidad entraron por las puertas, cerrándolas de
inmediato. El escenario la hizo temblar: cientos de personas apiñadas contra la
pared, llorando, abrazados a cabezas inconscientes, durmiendo… Todos intentaban
escapar a su manera del conflicto exterior. Varias fotos colgadas de las
paredes, buscando a otros estudiantes. Algunos lloraban con nervios, otros
temblaban ante lo que acababan de vivir… ¿Y Mathew quería que ella permaneciera
allí mientras él hacía el héroe? ¿Y si le pasaba algo? Tampoco ella podía ser
la heroína de un territorio que no conocía. Contempló su rostro, asustada por
su vida.
-
Debo irme,
aún faltan algunos de los chicos. Hazme caso y quédate aquí hasta que vuelva.
No entrará nadie de la ley, está prohibido.
-
No me
dejes aquí, por favor. No me dejes sin saber qué te puede pasar allí fuera- la
sola idea de dejarle allí fuera, sabiendo lo que le pasó a ella, era inaudita.
¿Cómo volvería sin él? ¿Cómo le explicaría a sus padres que el propio hijo
permanecía en la cárcel por salvarla a ella? O algo peor, que había muerto.
-
Tengo que
irme- y sin terciar ninguna otra palabra, el joven salió por la puerta
corriendo.
Entreabrió la puerta, intentando localizar su figura, pero se sucedían
imágenes borrosas debido a sus lágrimas. Por Dios, tráelo vivo.
Al cabo de media hora, y sin saber nada de él… Sin poder soportar más
el miedo y el temor, descendió la escalinata de piedra, dispuesta a buscarle.
Al atravesar varias callejuelas volvió a encontrarse en el punto de partida,
por donde llegó en la mañana. Empezó a acelerar el paso buscándole. Seguía el
conflicto, ahora decayendo por la represión del Estado, pero los heridos se
sucedían en la calle. Algunos eran arrestados contra sus fuerzas y llevados en
coches blindados de guerra.
Intentó reconocer a la gente tirada en el suelo, a las parejas
llorando… No veía a nadie.
Cuando creyó perdida la búsqueda, una cabeza rubia sobresalió de entre
varios coches destrozados. Corrió frenética hacia el cuerpo.
-
¡¡¡Oh Dios
mío!!!- Se oyó gimotear. Recogió la cabeza de Mathew entre sus brazos,
abrazando el cuerpo con fuerza- Despierta, cariño mío, despierta…
Buscó su móvil en el bolsillo, marcando el número de emergencia, dando
los datos de los sucesos y pidiendo que llegaran rápido. Varios policías
pasaron por su lado sin prestarle atención, o quizás haciendo caso omiso de
ella. Ya no le importaba si le daban golpes, sólo quería que el sobreviviese.
¿Qué era una vida sin él? Puro aburrimiento, puro dolor. Siguió durante un tiempo indefinido
repitiéndole que despertara, que no la abandonara en ese mundo de demonios…
Esperaba sentir con más fuerza su latido, ahora casi inexistente. ¿Y si se
moría allí? Por Dios que no podría soportar la culpa de verle morir en sus
brazos sin haber hecho nada por salvarle. ¿Dónde demonios estaban los
sanitarios? ¿Por qué tardaban tanto? Impaciente por ver de nuevo aquellos ojos
azules, lo levantó a duras penas. Subió el cuerpo sobre su espalda y empezó
a caminar con él hacia la universidad…
Al menos allí debería haber un botiquín con el que poder ayudarle. Pero al
mismo tiempo sus pensamientos cambiaron: ¿qué narices iba a hacer con un
botiquín si su amor necesitaba urgencia inmediata? Volvió a dejarle en el
suelo, acostado sobre sus piernas, acariciando su sudorosa frente.
Lloró. Lloró como nunca lo hizo antes. Con dolor, sin aire que poder
tragar. Actuaba como una mujer madura, pero cuando lloraba, volvía a ser una
niña pequeña.
¿Quién iba a pensar que después de aquello Mathew no
querría volver a verla? ¿Orgullo? ¿Miedo? ¿No querer hacerla pasar por estar
con un rebelde que podría poner su vida en peligro por reclamar sus derechos?
No sabía la respuesta a nada… Sólo
que después de ése día, perdió toda esperanza de tener algo con quien sería su
verdadero y único amor.