Hacía unos largos minutos que había decidido salir fuera del restaurante para mirar el cielo; después de haberme pasado casi toda la noche, o el comienzo de ella pues aún no habíamos cenado, para contemplar de nuevo las estrellas. Fue en ese momento cuando recordé una canción de Disney, concretamente “Aquella estrella de allá” de Peter Pan. Recordaba por qué Ilya y yo habían decidido escoger de entre las millones de bellas estrellas sobre el firmamento una en común para las dos, para que al mirarla, recordáramos que no estábamos solos, y nos protegeríamos el uno al otro. Fue una gran ayuda durante nuestros primeros años juntos. Yo necesitaba saber que estaba conmigo en todo momento, que al mirar al cielo, habría algo que me recordara a él, y que pasara lo que pasara, lo tendría a mi lado. Resultó ser más que un apoyo, fue mi gran pilar.
Sabía justo cuando estaba sentándose a mi lado, en el banco de madera colocado estratégicamente para facilitar la vista al cielo protegido de Canarias. Supe hasta el modo en que su respiración se entrecortaba al tocarme, o cómo sus ojos se perdían en los míos. Y él era consciente de cómo mi corazón se aceleraba al tenerle cerca, de cómo aparecía una luz en mis ojos al pensar en él, y la forma en la que afrontaba los problemas estando con él.
Cogí una de sus manos, besándola con mis labios y entrelazando nuestros dedos más tarde.
Realmente, le quería muchísimo, y no me gustaría averiguar lo que sería mi vida sin este chico tan malo.
- Vamos dentro, aquí empieza a hacer frío y…- no pudo terminar la frase, mi padre ya estaba tocando una campana para que la gente lo escuchara y se acercaran a las mesas dispuestas en el pequeño salón. Más de diez mesas juntas, con un mantel rojo encarnado por encima (justo del color favorito de Ilya, y no el verde que querían poner en un principio). Los platos preparados con el famoso caldo de mi abuela y trocitos de pan cortados en un pequeño plato.
Ni cuenta nos dimos de la forma en la que habían distribuido las mesas, ni mucho menos, de que mi padre había puesto a mi lado derecho a Ilya y a mi izquierda su asiento, a lo mejor adrede para saber si sentía el mismo orgullo por él que hace siete años, o si era capaz de mantener una conversación amistosa con un hombre que no me había llamado durante mucho tiempo ni aún cuando estaba en un hospital.
Mi madre y mi padrastro estaban en frente, junto con mi hermano pequeño y la abuela de éste. Los tíos de mi hermano no pudieron ir porque habían quedado con sus amigos en Santa Cruz.
Por debajo de la mesa, encontré la mano de Ilya sobre mi rodilla, masajeándomela para que no me estresara ante tanta gente, últimamente normal en mí. Su boca se acercó a la mía, susurrándome que si no sonreía, se vería obligado a besarme… O algo peor.
No quería ver cómo mi madre, a menudo conservadora respecto a las muestras de afecto entre una pareja recién creada (aunque lleváramos un par de años ya juntos). Volví a acercar su cabeza, susurrándole yo esta vez que no dudaría en sonreír si él me dijera de nuevo cuánto me amaba.
Y así lo hizo, provocándome una carcajada y varias cosquillas en el cachete con la barba no muy bien afeitada.
- ¿Recuerdas cuando me enviaste por mensaje el link de una canción?
- ¿Cuál? Porque te he enviado muchísimas.
- Save the night, save the day, save your love, come what may. Love is worth, everything we pay…-mi chico se sabía más que de sobra esa canción. Me la pasó unos días antes de pedirme que fuera su novia oficialmente, por medio de una declaración amorosa con mucha imaginación por nuestra parte.
- I want to spend all my life time loving you. If that is all in life I ever do…
Se notaba que necesitaba quitar ciertos pensamientos de mi cabeza, si no, el no habría cantado la canción, aunque lo hiciera muy bajo. Intentaba hacerle cosquillas mientras continuamos el dueto:
- I want to spend my life time loving you, if that is all in life I ever do. I will want nothing else to see me trough- bajando aún más la voz llegando al final, casi rozando nuestros labios.
Uno de mis tíos desvió nuestra atención mientras leía una oración que daba comienzo a la cena que tomaríamos y a la gran noche que estaba por llegar.
Volví a levantarme para brindar con nuestras copas, acercándome a Ilya para abrazarnos, aparentemente sin motivo alguno, pero en realidad, por la satisfacción de poder haber hecho realidad uno de nuestros sueños tras mucho luchar y aunque todos pensaran que estaban en contra muchos factores.
Los camareros resultaron ser mis tías, que no dejaban que nadie se acercara a la cocina, ni siquiera el dueño del local, mi padre. Mis primos colocaron en marcha el reproductor de música, mientras yo contemplaba la forma en la que pasaba una de las mejores navidades de mi vida.
Junto al hombre perfecto... Y el mejor beso de mi vida.
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