Es impresionante como
en un segundo tu vida puede cambiar para bien o para mal.
Cada segundo indicado por el tic tac del reloj puede pasar
de un recuerdo especial al más odiado de todos.
Incluso las cosas más pequeñas que pasan desapercibidas para
nuestra consciencia, pueden revolver la vida de uno y colocarla de patas para
arriba.
Estoy encima del tejado de mi casa en la playa, contemplando
la brillante esfera colgando del techo oscuro, asentada sobre las millones de
partículas marinas que llenan el aire que respiro.
Es cierto, es muy bello contemplarla sin ruidos, sin
problemas, sin pensamiento alguno que te inquiete o te haga recordar el día de
mañana.
La noche está repleta de estrellas, pequeñas bombillitas que
representan los sueños de los ciudadanos del planeta. Miles de sueños esperando
ser recordados… Añorando ser utilizados.
¿Les sacábamos provecho?
¿Les sacaba yo provecho?
¿Cómo saber si, con los recursos que tienes a tu alcance,
eres realmente feliz? ¿Cómo saber cuando dejar de buscar para finalmente
disfrutar? ¿Eso no sería conformidad? ¿O nos convertíamos en inconformistas por
querer siempre más? ¿Agradecemos lo que tenemos delante? ¿O simplemente no nos
damos cuenta hasta que lo perdemos? Y cuando ya está perdido, ¿cómo sabemos
exactamente qué perdimos? ¿Y si todos necesitamos algo cada día para seguir ambicionando más?
¿Nuestro crecimiento personal tiene algo que ver con las posesiones?
¿Por qué el ser humano se hace tantas preguntas?
Porque no conoce la respuesta.
Vuelvo a mirar la luna.
Tan bella. Blanca, pura, limpia… Perfecta como nada más.
Espectacular entre tanto negro.
Cierro los ojos y estiro mi cuerpo en la fría superficie de
cemento. Me tapo lo mayor posible con la manta. Coloco las manos cruzadas en mi
nuca, levantando en un ángulo cómodo la cabeza, de tal forma que pudiera seguir
observándola.
Desde que he nacido, ¿he disfrutado de las cosas que tengo?
Creo que no, creo que ni siquiera me lo he planteado.
Siempre ha sido buscar lo perfecto, más de todo: todo lo nuevo, todo lo bello,
todo lo moderno, todo lo gracioso, lo que me gusta, odio, amo, quiero… ¿Y
ahora? ¿Qué me impedía relajarme con lo que tenía? Nada, en realidad, si no lo
hacía era porque no quería.
Había rezado más de seis años para tener un hermano pequeño,
a los diez años de edad lo conseguí.
Soñaba con viajar más a menudo, en el verano de mi noveno
cumpleaños, volé a dos islas diferentes, una de ellas dos veces.
Deseé tener un MP3, me regalaron hace dos años uno que casi
nadie tiene.
Quise cantar en un concierto, y terminé participando en un
musical.
¿Pero qué pasa con lo que tengo y no uso? Mi
microscopio, mi bola del mundo, mis caja
de llaveros, mi diario, más de la mitad de la ropa de mi armario, colonias,
maquillaje… Cosas que costaron conseguir y las he dejado tiradas como si nada,
como objetos sin valor de los cuales quiero desprenderme rápidamente de ellos.
Esto no podía ser… Debía hacer algo.
Cerré mis ojos. Estaba cansada de pensar en reproches.
Imaginé una escena en mi cabeza. Unas figuras, un chico y
una chica, que caminaban por los jardines de una mansión londinense.
El joven toma de la mano a la chica. Dulcemente, como si
esta pudiera romperse al igual que una muñeca de porcelana. Ella baja su
mirada, ruborizada, al suelo sin pavimentar.
-
Parece que lloverá…-comentó él nervioso.
Utilizando uno de los temas más frecuentes ante una dama.
La joven alzó la cabeza, observando el cielo, deseosa de
poder confirmar lo del joven.
-
Si llueve, esto se pondrá precioso.
-
¿Le gusta ver llover?
Pensó un poco su respuesta.
Cierto era que le encantaba observar las gotas de agua que caían… Pero más aún
amaba sentir la lluvia sobre su cuerpo, absorbiendo todas las sensaciones que
ello provocaba.
-
Sí, me gusta ver llover- era verdad en cierta
parte, pero era indecoroso que una muchacha sin carabina declarase su felicidad
al estar expuesta, y encima empapada ante un noble.
-
En ese caso, ¿no cree que deberíamos volver
antes de que empiece?
La joven volvió a pensar.
¿Perdería la oportunidad de disfrutar unos segundos? Podría escaparse de su
habitación o… También podía olvidarse de todo y vivir.
-
Preferiría seguir con nuestro paseo, claro está
si a usted no le importa, my lord.
-
Por supuesto que no, lady Alice.
Siguieron avanzando por el
sendero de escarcha, rodeado de rosas blancas y rosas.
Sólo se oían sus pasos,
internamente, podían notarse a sí mismo el latir acelerado de sus corazones y
su respiración falta de un ritmo fijo.
Se gustaban ellos dos, todo el
mundo lo sabía, aún así, preferían esconder la verdad, hacerse los ciegos, como
si no pasara nada… Eso ya no les servía.
Las primeras gotas cayeron sobre
la frente de Alice, quien sonrió para sí misma. Caminó más rápido, alejando su
brazo del del joven.
Las tres solitarias gotas pasaron
a diez, de diez a veinte, y de veinte a más de cincuenta continuas.
Ella no dejaba de estirar sus
brazos, dar vueltas bajo la llovizna…
Él no dejaba de verla como si la
joven educada, recatada y tímida con la que había hablado antes, fuera la misma
que se exponía semimojada ante un lord de su categoría.
Admiraba que mostrara esa
fidelidad a ella misma, pero… ¿Ante un hombre? ¿A caso no era consciente de lo
que podía hacerle él si quisiera?
En un intento vano de hacer que
la señorita parara:
-
Lady Alice, por Dios, deténgase… Alguien puede
vernos y traerle problemas.
La risa de la chica retumbó en
sus oídos.
-
La vida no se trata de esperar a que pase la
tormenta, se trata de aprender a bailar bajo la lluvia.
-
Pero usted debe cuidar su reputación…
-
Una vez, un
gran sabio me dijo que << lo
que hagas en la vida será insignificante, pero es muy importante que lo hagas,
porque nadie lo hará por ti, como cuando alguien entra en tu vida y una parte
de ti dice que nos estas mínimamente preparado para esto pero la otra parte
dice hazlo tuyo para siempre...>>. Por eso mismo, nadie disfrutará por mí
estar bajo la lluvia, ni sería lo mismo si no lo hiciera yo. Por eso estoy así,
ante usted, sin ningún remordimiento. Y usted debería hacer lo mismo, lord
Bradley. Todos deberíamos atender esto con intensidad, sin poses, disfrutando
cada momento, cada experiencia, cada afecto. Sin lugar a dudas, seríamos mucho
más felices
-
No la sigo, señorita…
-
Puede ser que me sienta tentada a ser una mujer
impecable, peinada y planchadita por dentro y por fuera. El aviso clasificado
de este mundo exige buena presencia: péinate, cómprate, camina lento, adelgaza,
come sano, camina derechita, ponte seria... Y quizá debería seguir las
instrucciones pero ¿cuándo me van a dar la orden de ser feliz?
-
¿No es feliz?
-
Claro que no. Hay días que lo siento…Pero la
gran mayoría no. Lo único que realmente me
importa es que al mirarme al espejo, vea a la mujer que debo ser.
Además, tampoco es que tengamos un buen concepto de felicidad…
-
Oh, por favor, dígame que entiende usted por
felicidad…
-
Ser feliz no significa que todo sea perfecto,
significa que aprendiste a mirar más allá de las imperfecciones.
-
Sabe que esto que dice… ¿Sería tachado de
blasfemia? Nunca la creerán.
-
No me importa si me creen o no. Bajo esta
máscara hay unos ideales, y los idéalas son a prueba de balas.
-
Pero… Su causa está perdida. ¿Por qué luchar por
algo que definitivamente está perdido?
-
Ninguna causa está pérdida mientras haya un
insensato luchando por ella.
-
En ese caso, es una gran derrota.
-
Existen derrotas, pero nadie está a salvo de
ellas. Por eso es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños
que ser derrotados sin siquiera saber por qué se está luchando.
-
¿Y cómo se gana?
-
El mérito de todo éxito es que uno se vence a sí
mismo. Quienes saben esto jamás conocerán la derrota.
-
Este tema es muy filosófico, mi querida
señorita.
-
Puede… O también puede que no se vea capaz de
darme su opinión.
-
¿Quiere mi opinión? Vivir con calma para morir
rápido, olvidarse de las ilusiones que
no se alcanzan. Hablar bajito pues gritar fuerte no sirve, tampoco hay un mundo de colores diferentes.
Reír con suave para calmar los llantos, pues no se puede tocar la luna. Dejarte
el alma en casa y así tener una excusa para volver.
-
Eso es demasiado triste. A pesar de todo, he
cometido mis errores, tropezaré y me caeré, pero las caídas, las heridas,
errores, sólo tendrán sentido si nos volvemos a levantar.
-
Eso ya es de una soñadora empedernida…
-
Porque usted es usted y yo vivo soñando porque
mi mundo son mis sueños y mis sueños son deseos. Porque quiero y querer es mi
camino… El camino que amo.
El joven se dio cuenta
de lo inferior que era la jovencita para él, pues era una soñadora y
como tal solo quería soñar cosas imposibles.
La joven, descubrió lo por encima que estaba del joven que
creía saberlo todo, de la sociedad machista, y de cualquiera que intentara
arrebatarle lo que era…
Una mujer libre, una luchadora.
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