lunes, 24 de junio de 2013

Q'est la vie?



Hace años su institutriz le hizo una pregunta muy sencilla: quería saber de dónde procedía tanta gente sola. Catherine sigue pensando en su respuesta: “Y aún la mantiene. Ignoramos a nuestros amigos y a nuestras familias para poder salvar a los amigos y las familias de los demás, de tal forma que al final lo único que nos queda somos nosotros mismos, y nada en este mundo puede hacerte sentir más solo.  Otra opinión que la mantenía en eterna contradicción era la del inglés Jhon Don; él pensaba que nunca estábamos solos... claro que... no puedo compararme a él. El hombre no es una isla, es un continente. Lo de la isla quería decir que todo el mundo necesita a otra persona para apoyarse, para saber que no estamos solos. ¿Y quien dice que ese alguien no pueda ser de una persona muy distinta a nosotros? Alguien con quien jugar o con quien correr o con quien simplemente estar.”


Ella continuaba pensando en sus recuerdos, en las distintas lecciones que a prendió durante su niñez y adolescencia que olvidó la hora. Estaba despidiéndose de su vida anterior, de su pasado muchas veces triste, sus robos de galletas, sus correrías, sus actuaciones, la gente que conocía y conoció, los amigos que dejó atrás por su obligación y los que se alejaron por necesidad. Y ahora era todo tan diferente. Muchas veces sentía que la necesidad le oprimía el pecho, no la dejaba respirar, le picaba la garganta por las ganas de gritar a pleno pulmón. Pero nada conseguía hacerla volver a la realidad. A todo lo que le quedaba por vivir.
Aquellas luchas hasta bien entrada la madrugada por parar de llorar, los golpes a los objetos para desahogarse, escondiéndose de todos y todas para no ser debilitada. Pero tenía la oportunidad de volver a salir, de escaparse y resurgir de lo más hondo, de las llamas del Inferno como un ave fénix. Tenía una nueva oportunidad para ser feliz.

Unos pasos fuertes, muy parecidos a los de Alistair, sonaron desde el fondo del pasillo. Era la hora de partir. Empezó a levantarse cuando el escocés entró vacilando. Aún con la mano en el pomo de la puerta no se decidía a entrar, lo cual era extraño, él siempre entraba sin dudar y sin pedir permiso.
-          No sé si asustarme por cómo entras, o si comprender que has entrado en vereda y en tu estancia aquí has aprendido modales, escocés- su mofa no surtió efecto, él seguía titubeando. Pasados unos minutos, emprendió la marcha a su actividad normal.
-          Ya es la hora… Aún cabe una maleta más, por si quieres llevar algo…- cruzó sus manos detrás de su espalda, plantando su espalda recta y erguida… Más parecido a un soldado que a su escocés. Sintió una oleada de temor y añoranza de ese hombre que tantas ganas le daban de enfadarse, que tanto la devolvía a la vida.
-          Aquí ya no me queda nada.
-          Hablas como si hubieras perdido todo, y sólo te vas un tiempo- su cuerpo se acercó al de ella, contemplando mutuamente el paisaje inglés que se extendía a través de su ventana en la torre.
-          Siento que he fallado. A ellos, a mi familia, a mí misma…
-          ¿Cómo dices eso si estabas dispuesta a casarte con un bárbaro? Habiendo pasado por una experiencia así, bien puedes sentirte orgullosa de lo que te espere en Hügyrus.
Su conversación terminó ahí. Ella no tenía nada que decir, él nada que responder. Y así emprendieron el descenso hacia las escaleras de la planta baja. Alistair mantenía su brazo pegado a la cintura de ella para seguir los rumores que se corrían. Teniendo ella un amante nadie osaría pedirle matrimonio, y siendo él el escocés, poco menos se atrevería a cruzarse en su camino y decir un improperio. Allí donde él mantenía su tacto, más calidez sentía, un dulce calor que la embargaba en una tenue insensibilidad.
Salió por la puerta, la cabeza alta, como le había enseñado su madre. Terminando de bajar los escalones, esperó para respirar hondo. Todo el pueblo la vería en ese momento.
-          ¿Estás lista?- susurró uno él a su espalda por detrás de su cuello. El otro guardia aguardaba serio en la puerta, dispuesto a abrirla llegado el momento.
-          Sí, abran la puerta- respondió serena. Recogió su capa, y colocó la capucha.
El sol entró a raudales por el oscuro pasillo, haciendo entrecerrar sus ojos. Bajaba los escalones de la salida, caminaba por el suelo de tierra con la comitiva a sus espaldas. Todos la miraban, atentos, buscando un tema nuevo de conversación durante la semana. Pero ella ya no sentía nada, siendo toda su vida objeto de acusaciones, faltas y rechazos. Una se terminaba acostumbrando. Continuaron, algunos murmullos fueron acallados, otros permanecían en extremo silencio. El cochero bajó del pescante, tendiendo una mano para ayudarla a subir. Recogió su falda blanca y negra, y agachó su cabeza para acceder al interior del vehículo. Al se sentó a su lado, cogiendo su mano con fuerza, insuflándole valor. A través de la ventana vio cómo cada joven, cada niño levantaba sus manitas para decirle adiós con la mano, añorándola desde ese preciso momento; los más atrevidos corrían hasta el carro y se las tendían. Ella las aceptó, sin evitar que se le derramaran lágrimas de orgullo por ellos, por luchar en su objetivo simple.

Fue después de alejarse, de salir de sus dominios, cuando no pudo resistirlo. Alistair lo notó y la aferró en sus brazos, sosteniendo su alma, cuidando de ella a cada segundo del viaje, atento a sus necesidades y sus emociones. ¿Sería igual de libre allí donde iba? ¿Conseguiría encontrar un momento de felicidad?


miércoles, 19 de junio de 2013

Time


Alistair agarró el cuerpo de Catherine. Lo agarró con fuerza. Una pena enorme se extendía a través de su pecho mientras ella le contaba todo lo que había pasado durante su infancia: sus problemas en las escuelas para señoritas, la forma que tuvieron de entrenarla en el manejo de armas, la exigencia a la que era sometida, la libertad que le fue arrebatada.

Le daba muchísima pena ver a esa joven, ahora en sus rodillas, escondiendo su propia cara en el cuello de su camisa, llorando e intentando respirar al mismo tiempo. Era difícil. Él lo sabía.
Es difícil estar a la altura cuando la meta es demasiado alta, es complicado avanzar si te imponen el pasado como referencia... Ella era tan consciente de sí misma, tan compasiva que resultaba muy fácil hacer que se sintiera rechazada. Era una chica solitaria que amaba los mundos de fantasía. Por eso le gustaba, para él Catherine era distinta... Sólo ella sabía maquillarse el alma con letras. Pero en ese momento, cuando exteriorizó su dolor, Alistair aún tenía cosas que descubrir.

La gente normal no saben lo difícil que es intentar vivir cuando los valores sobre los que se basan la propia existencia se cimentan en una absoluta falta de seguridad en uno mismo. Los ataques constantes a la dignidad y a la valía personal tendían a imbuirla de una desvalida sensación de fracaso... Todo gracias a los métodos de educación de sus padre, fundamentados en las críticas mordaces y el desprecio.  Cuando ella habla pocos la escuchan, así que a lo largo de su vida ha permanecido quieta. La gente le preguntaba por qué era tan tímida, y ella contestaba que no había nada que decir. Aunque en realidad tenía muchos pensamientos en su cabecita. No se los contaba a nadie, no sabía si podía confiar en alguien. Hasta el día de hoy, en que lloraba por tantos años en soledad.Pero ella se había hecho fuerte por el bien de su pueblo. Toda la escena que vivía le hizo recordar una frase que su padre solía decir: si alcanzas el silencio, escucharás los gritos de los que callan.

Catherine seguía murmurando palabras sin sentido, humedeciendo la tela de Alistair. Él notó el frío en el cuerpo de la joven y la arropó más contra su cuerpo, colocando una manta sobre sus hombros desnudos. El carruaje hacía rato que había parado en una posada para descansar del trayecto. Las camas estaban limpias, o lo suficiente como para dormir ingenuamente. Ellos compartían habitación. Pero como Catherine había comenzado a gritar en sueños, y luego se sucedió su conversación, decidió el guerrero permanecer cerca de ella, si no podía consolarla, al menos la cuidaría.

Mientras ella derramaba pequeñas perlas de cristal y riachuelos de plata por sus mejillas, él pensaba en lo distinto que era todo. A veces, la más linda sonrisa escondía los más tristes secretos, los más lindos ojos habían llorado todas las lágrimas y los corazones más amables habían sentido el mayor dolor. Quizás todo injustamente. Catherine ponía una sonrisa falsa sobre su rostro, sonreía y mentía, decía que estaba mejor que nunca, aunque su vida se estuviera cayendo a pedazos.

Ella estaba enfadada. Oscura. No se sentía segura y no sabía qué hacer con respecto a ello. Desearía poder controlar todos sus demonios, en vez de que ellos la controlaran. Está perdida. Sola.
















Ella estaba ahí, acostada. Con el paso del tiempo cambió mucho. No sólo ella, si no la gente que la rodeaba. Se distanció de sus amigos, y ella todavía no entiende qué fue lo que hizo mal. Pero aprendió, poco a poco, a estar sola. A no escuchar nunca un ‘¿cómo estás?’, a no recibir muchos abrazos, a no escuchar muchos ‘te quiero’, sola fue adaptándose a no depender de nadie. Cada vez que se acuerda de viejos tiempos, se le llenan los ojos de lágrimas. Cada vez que necesita alguien en quien confiar, no encuentra a nadie. Se la pasa sentada en el bosque, o en su habitación mirando al vacío. Sola, llora sin que nadie le diga que todo va a estar bien. Que todo tiene solución y que siempre después de una tormenta, vuelve a salir el sol.

Mientras Alistair mantenía un abrazo férreo, Catherine pensaba en su vida...

En algún momento en el camino, me perdí a mi misma. No me río tanto como solía. Creo que estoy bien, es solo que no disfruto estar bien, estar viva, estar dentro de ese círculo de inmunidad.Y disfrutaba tanto antes.
Era como una niña, emocionada con todo.Extraño eso.Y no culpo a nadie.Solo busco respuestas.Un lugar nuevo donde pueda ser yo otra vez.Y disfrutarlo... disfrutarlo de veras.Quisiera tener el coraje de irme.De irme a encontrarme a mi misma.Y traerme de vuelta...






There's only so much hurt a woman can take... All the hurt, I feel like is trying to explode out of me.

viernes, 14 de junio de 2013

Pains

El dolor adopta formas diversas: una punzada, una leve molestia... dolor sin más, el dolor con el que convivimos a diario. Pero hay dolor que no podemos ignorar, un dolor tan enorme que borra todo lo demás y hace que el mundo se desvanezca hasta que solo podemos pensar en cuanto daño hemos hecho. ¿Como enfrentarnos al dolor? Depende de nosotros. El dolor… anestesiarlo, aguantarlo, aceptarlo... ignorarlo, para algunos la mejor manera de enfrentarse a él es seguir viviendo.
El dolor, sólo hay que aguantarlo. Esperar a que se vaya por si solo y a que la herida que lo ha causado cicatrice. No hay soluciones ni respuestas sencillas, solo hay que respirar hondo y esperar a que se calme. La mayoría de las veces el dolor puede aliviarse, pero a veces llega cuando menos te lo esperas, te da un golpe bajo y no te deja levantarte. Hay que aprender a aceptar el dolor, porque lo cierto es que nunca te abandona y la vida siempre lo acrecienta.

Ella lo intentaba una y otra vez. Respiraba hondo, y suspiraba lentamente. Llenaba su mente de recuerdos felices, y cuando se acababan, volvía a pensar en algo más bello. Pero llegaba un momento en que no podía seguir adelante. Sólo deseaba permanecer en la cama, llorando, sin motivo alguno, abrazando su cuerpo, o siendo abrazada.
Pasaba que realmente no quería ver a nadie, ni siquiera a Alistair. Se sentía avergonzada, desdichada, humillada y un ser mancillado. En una sola noche dejó de ser la fuerte Catherine Newhile, para dar paso  a una deshonrada.  Todo por ser demasiado inocente. Demasiada ingenua.
Todo empezó la noche del baile. El duque con el que tenía acordado contraer matrimonio, la invitó a dar un paseo por los jardines del castillo, a solas. Ella, entrando en la boca del lobo sin darse cuenta, aceptó con una alegre sonrisa. El ambiente del interior la agobiaba.

Pasearon hasta las profundidades de la oscuridad. Llegaron a una rosaleda, y el hombre cortó una rosa roja. En vez de tendérsela, la paseó por todo su escote, mientras sus ojos destilaban libido. Las tripas de Catherine se alzaron en protesta, rogando porque terminara.
Pero fue al contrario. Él seguía tomándose libertades. Libertades que ella no fue capaz de parar por respeto al compromiso. Hasta que llegó el momento del sentido común. El Duque metió una mano en su pecho, y lo apretó con fuerza. En ese mismo momento, un grupo del baile apareció en el escenario de la tragedia. Entre ellos, Alistair Cocks. El rostro de Catherine se tornó rojo, y su acompañante no tuvo más cabeza que gritar y ocultarse detrás de ella misma.

Catherine sólo podía contemplar la furia que irradiaba el escocés. Su rostro lleno de rabia, sus puños cerrados, uno de ellos agarrando la empuñadora de su espada. Los demás acompañantes eran los soldados escoceses, que imitaban el mismo movimiento que el jefe. Las damas presentes se empezaron a reír y a cuchichear entre ellas. Una de ellas se separó del grupo para extender el rumor a todo el potencial público.
-          Para a esa mujer, McKenna.
No necesitó respuesta del soldado. Rápidamente agarró a la mujer del brazo, y la llevó hasta su carruaje.
-          Duque Harrington. De la cara en vez de ocultarse tras las faldas de su excelencia.
-          ¡Lárgate de aquí, idiota! ¡Has estropeado el momento!
Catherine intentó soltarse del abusón que seguía metiéndole mano bruscamente. Rogó con su mirada a su guardaespaldas. Y susurró con los labios “por favor”.

Pareció todo permiso que necesitaba el escocés. Con rapidez la soltó de los brazos pulposos, la puso rodeada de sus soldados, y propinó varios puñetazos a la cara del Duque. Uno… Dos… Tres... Cuatro… Cinco. Los gritos del malherido de hacían más débiles a cada rato.
Cat escondió su rostro en el pecho del soldado Cam Rohan, negándose a ver más allá de la sangre. Las damas empezaron  a gritar, y salieron corriendo cuando la pelea se movió de sitio. Varios soldados del duque acudieron a su rescate. Ya no había escapatoria. Todo el mundo estaba al tanto.
La contienda se llenó de ejércitos de cada bando. Los suyos propios habían formado un círculo a su alrededor, protegiéndola de miradas indiscretas, mientras otro tanto empezaba a luchar contra los del Duque. Cat empezó a temer por la vida de sus hombres. Hace poco habían salido de un derramamiento de sangre, como para empezar otro innecesario.
-          ¡Por favor, parad!-gritó a la multitud, rogando porque se detuvieran.
Poco a poco Harrington pudo ser separado de las garras de Alistair, quien fue reducido por cuatro hombres. Mientras, el insensato orgulloso no dejaba  de gritar.
-          ¿Por qué defendéis a esa zorra? ¿No véis lo fea que es? Al casarme con ella hago un favor al reino de olvidarse de este asunto. Nadie querría casarse con ese pato feo. Ni toda la ropa fina del mundo podría darle una figura de mujer, o el perfil si quiera. O quizás le pase eso por la reputación de tener un escocés en su lecho…

Alistair, que había intentado serenarse y alejarse de la contienda, volvió sobre sus pasos. Sólo porque un hombre haya aprendido a controlar su temperamento no significaba que no fuera capaz de perderlo cuando las circunstancias así lo demandaban. Alistair consiguió hacerse paso entre los soldados del duque, lo cogió por el cuello de la camisa y lo lanzó por el aire contra el árbol más cercano.
-          ¿Cómo osas decir esas mentiras sobre Catherine? Tú que eres un perdedor, malvada pieza del ridículo. Ni siquiera mereces estar en su presencia.
El rostro de Harrington se fue tornando en un interesante color blanco, y parecía poco dispuesto a responder, probablemente porque el golpe había cortado cualquier capacidad de respirar. De cualquier forma, la respuesta de Alistair había sido retórica.
Él volvió a coger por el cuello a Harrington, para lanzarlo nuevamente contra otro árbol, mientras sus soldados eran reducidos por los de Catherine.
-          Ella es la más hermosa- nuevo “¡bum!”- exquisita- “’¡bum!”- mujer de todo Londres.
La gente continuó llegando, pero a Alistair pareció no importarle.
-           Nunca he visto una mujer más bella, ni en Escocia, ni en Europa- “’¡bum!”- y ciertamente, no en las Islas Británicas. Incluso más importante que eso. Es increíblemente amable. Bondadosa por el tiempo que ha malgastado hablando contigo, enfermo imbécil- “¡bum, bum, bum!”.

Catherine posó su mano sobre su hombro, y él se volvió, apretando sus dientes. Lo único que se le pasaba a ella por la cabeza era detenerle de su arrebato o temrinaría por matar al duque, y si eso ocurría, Alistair podría ser acusado de asesinato, ella no podía permitirlo.. Sólo sabía una forma de desarmarlo, poniéndose ella en evidencia. Le diría lo que él menos esperaba escuchar.
-          Cariño, por favor- dijo. Y con solo esas tres palabras, la rabia desapareció de su rostro y soltó a Harrington como si fuera una pieza de basura.
El terrible guerrero que había aparecido segundos antes, se tornó en un amante preocupado.
-          Tú-dirigiéndose al duque por última vez- Si alguna vez vuelves a utilizar alguna palabra en contra de mi mujer, aunque sea un cumplido, no te volveré a lanzarte contra un árbol. Al contrario, te lanzaré a través de una ventana, y no precisamente desde una segunda planta.
Alistair no esperó por una respuesta, ¿qué loco iba a contestarle? Sin embargo, cogió a Catherine en brazos, empujando la cabeza de ella hacia su cuello, para protegerla de las miradas. Cuando se volvieron, comprobaron que el jardín estaba lleno de gente interesada.
-          Mi duquesa- empezó Alistair, sus ojos analizando la multitud con el aire de un hombre que ha manejado las olas del mar- no está en condiciones de aguantar a nadie más en este momento. Por favor, desalojen el castillo inmediatamente.

Volvió su mirada a Cat. Sus ojos estaban pintados en un exótico tono violeta.  Unos labios carnosos y rojos, una gran amabilidad, la divertida curva de su labio, la avispada inteligencia con la que le sorprendía cada día. Eso era belleza.
Sin ninguna otra palabra, caminaron a lo largo de todas las escaleras, hacia sus aposentos, mientras la multitud se abría ante ellos como el Mar Rojo. Alistair vio aprobación en varios rostros, pero curiosidad malsana en otros. Dos manos empezaron a aplaudir, y luego más, y finalmente llegaron a la habitación, ajenos a los gritos y aplausos de la sociedad falsa.

A salvo en su cuarto, Cat fue capaz de abochornarse por los cotilleos de los que estaba siendo objeto. No quería ver a nadie, ya se sentía suficientemente aplastada como para soportar la compasión de alguien más.
Pero siempre tenían que romperse sus planes. Alistair entró sin llamar en los aposentos. Caminó hasta su lecho, y movió sus sábanas. Puso un paño mojado en los brazos de ella, donde los moratones del duque iban desapareciendo. Un atisbo de rabia volvió a sus ojos. Pero seguía siendo el escocés atento de anoche.

-          Quiero que vengas conmigo.
-          ¿Es tan malo lo que dicen de mí ahí afuera como para que insistas en llevarme lejos?- susurró ella contra el hombro del soldado, mientras él masajeaba su espalda.
-          Sí, no te mentiré.
-          ¿Qué es lo que dicen?
El dudó en empezar.
-          Dicen que los escoceses debemos ser buenos en la cama  para que hayas accedido a rebajarte de esa forma- Catherine gimió para sus adentros-. También han dicho que nadie te dará su apoyo económico para seguir con los arreglos en tus posesiones, porque rehúsan mantener contacto con mi grupo.
-          No me lo creo…
-          Por eso quiero que vengas a mis tierras. Allí estarás alejada de todo esto.
-          Quizás sea lo mejor…- susurró ella, aún más dolida.
-          Catherine, ¿puedo preguntarte algo?
-          Es la primera vez que  me pides permiso para hacerlo.
-          ¿Por qué me dijiste cariño? De todo lo que podrías haber dicho o hecho, elegiste ponerte en evidencia como mi amante- ella permaneció callada, no sabía qué decir. ¿Cómo le confesaba los sentimientos que empezaban a despertarse en su interior y que tanto se negaban a dar paso a la realidad? ¿Cómo le diría lo que sentía si él mismo era un hombre sin compromisos, un soldado que iba de aquí para allá, alguien sin poder que pudiera mantenerla?
-          Porque… Era la única forma que veía de poder acabar con todo.
-          ¿Con todo?

-          No quiero en el fondo casarme, no aún. Y me queda mucho por ver, antes que estar esclavizada.

martes, 11 de junio de 2013

Por el deber, debes renunciar a tu libertad

-          Entonces, Lord Falcondrige ¿de cuántas propiedades contamos en este momento?
-          El patrimonio asciende a cinco castillos en Irlanda, tres de ellos en muy mal estado;  dos barcos de larga travesía y cinco de corta, aunque están sin tripulación y uno de ellos necesita una urgente reparación; cuatro palacios para cada estación, uno de ellos fue vendido al conde Freemantle por deudas… Excelencia, hemos recuperado muchas de las propiedades, pero me temo que se me escapan las situados en otros países…
Catherine contempló como el viejo conde asesor del ducado dudaba al empezar una nueva oración, y ella misma era consciente de la sarta de mentiras que le contaba. La única realidad, por triste que pudiera parecer, era que su tío, falto de dinero para las apuestas y el avance de las tropas, fundió todo el dinero de su herencia y la herencia de ella. Y ahora ella tenía que hacer frente de todas esas deudas y arreglos caros. ¿Pero por dónde debía empezar? Las propiedades podrían ser productivas y recaudar fondos por medio de la agricultura… Podría arreglar los barcos y comprar una tripulación adecuada al comercio entre el Reino Unido y los diferentes continentes; pero no podría construir sin saber que podría costearse tantos contratos y compromisos…
-          ¿De cuánto es la deuda que debemos pagar?- preguntó, aún esperando un milagro.
-          De 150.000 libras… Más el coste de arreglo, y comprar otra vez las viviendas que no poseemos, podría llegar a costar unas 500.000 libras. Además del salario que deberíamos pagar a los trabajadores: 80.000 libras.
-          Es mucho dinero…-respondió Catherine asustada por tanta cifra. Necesitaba una vía de escapa más fácil.
-          Excelencia… El duque Harrington me comentó hace unas noches la posibilidad de contraer matrimonio con él. Se ha ofrecido a pagar las deudas y ayudarla- La nueva duquesa no pudo evitar reírse ante la ocurrencia del lívidoso duque, vecino a sus tierras, que tan conocido era por sus gustos ostentosos, su humor machista y su deseo especial por los golpes. No podría considerarlo. Moriría antes que permitirlo… Pero si podría ganarse su favor.
-          Consideraré la opción que me sugiere, conde. Pero ahora debemos ocuparnos de que el baile de esta noche sea todo un éxito. Encontraremos la forma de saldar las deudas y salir adelante.
-          Por supuesto, my lady.
El hombre se alejó de la estancia, dudando de si realmente ella llegaría a sacar a flote el ducado. Quizás él no fuera conocedor de que ella sabía exactamente cada una de las palabras que gritaba entre sus “admiradores” y amigos en el club de caballeros White’s. Sabía que dudaban de su credibilidad como duquesa y de su capacidad para arreglar el estropicio de su tío. Pero aún así, el hombre se le presentaba con una sonrisa, dispuesto a ayudarla si hacía falta… O dispuesto a casarla con el primer maltratador que encontrara.
-          Entonces ¿considerarás de verdad casarte con el duque?-insistía Alistair desde la puerta más cercana a su asiento. ¿Desde cuándo llevaría escuchando? ¿Y qué más le daba a él lo que ella hiciera?
-          Es probable. A fin de cuentas, necesitamos el dinero.
-          Puedes buscar otras formas, en vez de casarte con ese empedernido sexual… Pide el dinero a tu madre.
-          Mi madre no está aquí,  ni si quiera sé dónde encontrarla. Y en el caso de poder hacerlo, dudo que pueda darme dinero. Ella debe de estar peor que yo.
-          ¿Cómo estás tan segura?- sus ojos, los ojos del joven apuesto, contemplaban serios cada uno de los movimientos que ella hacía, observando atento sus debilidades, y machacándolas.
-          Porque es así como debe ser. Después de ser repudiada por un duque ¿quién iba a aceptarla en otro lugar con suficiente dinero para mantenerla?
-          Alguien que no vea importancia en los caprichosos de otro hombre inglés.
-          La visión de un escocés es muy distinta a la de aquí. Mientras los hombres van por su vía, felices sin rendir cuentas a nadie, las mujeres debemos obedecer y contentarnos con las migas que queráis darnos. ¿Acaso eso si es justo? Independientemente de lo que desee, al final deberé aguantarme y seguir permitiendo vuestro dominio.
-          No serás capaz de hacer nada para cambiarlo.
-          Una mujer sola, ante todo un mundo de hombres, no puede cambiar nada.
-          Pero sí puede cambiar su mundo.
Frustrada por no saber qué responder para hacerle realmente ver la maldición que era ser una mujer, desistió y continúo su ascenso por las escaleras del castillo, hacia el torreón donde dormía. Escuchó los pasos del escocés detrás de ella.
-          ¿Por qué me sigues?- quiso saber molesta por la intrusión del individuo en su habitación.
-          ¡Porque no permitiré que arruines la mierda que queda de tu vida!-explotó el guardaespaldas, sin poder contenerse por más tiempo-. ¡Si tú no te preocupas por tu futuro, alguien tendrá que hacerlo!
-          ¡Tú no eres el más adecuado para saber qué narices quiero!- gritó ella también, ajena a todo suceso del día, y a cada momento triste. Sólo quería desahogarse.
-          ¡Lo soy si tú no estás en tus capacidades!- el insulto reverberó en toda su mente, haciendo que su enfado subiera de nivel cada segundo que pasaba. ¡Este atrevido maleducado era capaz de insultarla sin miedo a ser colgado!
-          Escúchame- terció más calmado-. Pospón el baile cinco días más, lo suficiente para que varios escoceses poderosos puedan venir al baile. Intenta ahí ganarte su favor, pero convenciéndoles de que es lo mejor. Me tendrás de tu parte, y te ayudaré a no ofenderles.
-          Los ingleses no toleran la compañía de los distintos a ellos. No podría meterlos en la misma habitación sin montar un problema nacional.
-          En ese caso, haz otro baile para ellos, distinto, otro día. Yo mismo me encargaré de contactar con ellos, no tendrás que ocuparte de nada, yo mismo podré organizarlo todo para que se sientan cómodos- Catherine se pasó nerviosa las manos por el pelo, frotando sus ojos cansada de tantos problemas. ¿Podría funcionar? Había posibilidades de poder salir sin un matrimonio… Además, nadie le garantizaba que el duque de Harrington fuera a cumplir la promesa de ayudarla.
-          Está bien, pero sin problemas.
Sin embargo no contaba en cómo se presentaría ése mismo duque al baile que realizaban esa misma noche.
El sujeto en cuestión apareció en la entrada con un chaleco de vivos colores, entre ellos mezclados el rosado con el oro, y unos pantalones de caña negra. Su modista debía de tenerle odio, pues el duque vestía algo de por sí pasado de moda y demasiado extravagante. Si ése iba a ser su marido, prefería quedarse soltera y con deudas.
-          ¡Vaya! ¿Se podía venir disfrazado?- exclamó Alistair cerca de su espalda.
-          Al menos él mantiene distancias- se giró sobre sus talones, contemplando el bellísimo rostro del joven guardaespaldas. Sus rasgos marcados hacían aún más poderosa su mirada, provocando escalofríos por todo su cuerpo. Le encantaban esos ojos, esas cejas pobladas, y esa mandíbula marcada que le proyectaba seguridad.
-          Disculpe, excelencia. Olvidaba que se ponía nerviosa al tenerme cerca. Si gusta, puedo apartarme lo suficiente como para dar espacio a sus delincuentes para atacarla.
-          No sé quién querría atacarme…-respondió ella dudando. No tenía ningún enemigo, no robó el poder a nadie, y su madre aún estando viva, no tenía ningún poder sobre ella. Si alguien intentaba quitarle el ducado debería ser el rey en persona o por medio de la fuerza y revolución. Viendo cómo estaba de feliz el pueblo, la revolución era una opción a descartar.
-          Muchos, se lo aseguro- pasados varios minutos contemplando a su futuro marido intercambiar saludos con la aristocracia, Alistair volvió a romper el silencio, aún más serio-. Creo que debería pasar una temporada fuera de Londres. Incluso fuera de Stony Cross.
-          ¿Y dónde me sugieres?
-          En Escocia. Tengo territorios allí que necesitan una mejoría, y viendo cómo usted ha arreglado su ducado…-carraspeó nervioso. Era la primera vez que le veía dudar en lo que decía. El joven que siempre parecía seguro de sí mismo, arrogante o incluso amenazador, ahora cambiaba el peso de un pie para el otro, eligiendo sus palabras con sumo cuidado-. Quiero decir, si le apetece, me gustaría que me acompañara.
-          Es una agradable oferte, pero antes debo asegurar mi compromiso con el duque.
-          Comprendo- fue su seca respuesta. A continuación desapareció de su lado, dejando tras sí un aura de enfado y frustración. En Catherine se adueñó  un sentimiento de fracaso y desazón. Quería ir con él, quería conocer mundo y relajarse. Si iba, era para no planificar proyectos, ensanches, ni mejorar nada. Sólo para poder levantarse tarde por las mañanas, leer libros en una biblioteca iluminada, hablar otro idioma, llevas otros trajes más sencillos. Confundirse con la plebe.
El duque de Harrington se le acercó sonriendo. Una hilera de dientes mal cuidados provocó su primer  rechazo. Su aliento a alcohol terminó por provocarle arcadas. Intercambiaron los saludos correspondientes, ella tendiendo su mano y él besándola más tiempo del debido. Dejó un rastro de saliva en ella, que cuidadosamente limpio asqueada.
-          Es un placer verla, duquesa. Cada día está más bella…- “cada día porque casi ni nos vemos”, se dijo para sí misma. No había algo que odiara más que alguien hipócrita.
Una hora más tarde, descansando en su despacho,  irrumpió Alistair furioso, dando un sonoro portazo en su puerta y haciendo temblar el suelo.
-          ¡¡¡No me puedo creer que hayas aceptado contraer matrimonio con ese mequetrefe!!!
-          No creo que eso sea asunto tuyo, Cocks.
-          ¡¡¡Pero él no te hará feliz!!! No te dejará libertad para nada- su rostro se tornó de un color rojo furia, sin poder aguantar cada palabra que decía.

-          No me interesa encontrar la felicidad. Bien sabe Dios que hoy día no hay nada que pueda proporcionarlo. Pero tampoco hay nada que de libertad.