viernes, 26 de abril de 2013

Across the Universe


Estaba tan cansada de estar allí. Tan cansada de fingir ser alguien que no era. Mientras otros, ni siquiera considerados compañeros, reían y disfrutaban de la mutua compañía. Al contrario de todos, ella era la única que siempre estaba alejada, escondida, cuidadosa de no ser el centro de atención. Libro en mano, auriculares en oídos, o simplemente durmiendo para escapar de su realidad. Como era el caso.
Katherine se había marchado al cabo de dos semanas de estar con Mathew. Dos semanas más maravillosas de su vida entera. ¿Pero quién era al final él? Nada más que su amor platónico que dejaría de ser real cuando él decida tener una novia en su país. Nada más que aquél que siempre amaría y él no sería consciente de cuánto ella le quería. Soñó tantas veces con poder decírselo… Y tantas veces se conformó con permanecer callada, absorbiendo cada centímetro que se tocaban, cada beso robado.  Pero sin llegar a ser lo que ella quería: una pareja de verdad.
Cerró sus ojos al mismo tiempo que apoyaba su cabeza contra la pared. Rememoró el momento en que, estando en la universidad de su  único amor, le había confesado sus temores de niña, sus secretos más guardados, sus deseos más preciados. Le había cantado la canción que más se sabía My inmortal de Evanesence y Mathew la elogió por la dulzura que desprendía. Pero a pesar de ello, fue después del accidente en la manifestación que él decidió no avanzar más, no profundizar en su relación. Por miedo a causarle más daño del que pudiera él mismo soportar. ¿Pero qué importaba eso? Estando con él ella soportaría cualquier cosa. Prefería mil veces sufrir eso, que el tormento de ahora: la indiferencia con que la gente la miraba, la trataban.
Volvió al momento en que todo fue a peor:
Estaban en el tren que les llevaría a la Moneda (el parlamento chileno) donde ocurriría la manifestación de los estudiantes por un sistema de educación mejor del que tenían. Mathew tomó parte activa desde un principio, convocando reuniones, ideando formar de revelarse, de mostrar el enfado de  la población estudiantil. Nunca se rindió, ni en ese momento, ni en futuros sucesos que debieron de marcarle como un látigo a fuego en el corazón.

Su mano derecha acariciaba la muñeca de Katherine, en un lento ritmo, mientras sus miradas se encontraban y se perdían en ellas. Él olía a Calvin Klein, ella a vainilla. Él vestía con ropa punky de pantalón largo ajustado negro y una camiseta de manga larga verde militar; mientras ella optaba por unos vaqueros azules y una camisa rosada de manga corta. Su pelo rubio rapado en casi toda su totalidad a excepción de una cresta central lisa; ella pelo corto y rizado. Cualquiera diría que eran antítesis y que su relación nunca llegaría a nada. Katherine sabía que a pesar de todo, él la complementaba, y ella a él también. Eso era lo que contaba realmente.
Katherine extendió su brazo hasta tocar la mandíbula del chico, rozando sus labios con los de ella en un tierno beso. La gente les miraba con curiosidad, pero mientras subían y bajaban del andén, no existía nada más.
Él atrajo su cabeza nuevamente, en un gesto posesivo, tomando propiedad de su boca y saboreándola a su antojo. Susurró algo contra ellos que no pudo entender, y al preguntarle, él emitió una risa juguetona y la abrazó con más fuerza.
Al llegar al destino bajaron con muchos otros alumnos del transporte público.
Siguieron la marea, agarrados de la mano, uno al lado del otro, él sabiendo a dónde ir, ella perdida.
-          No te separes de mí pase lo que pase- gritó a su lado.
-          ¿Y si pasa? ¿Dónde nos encontraremos?-preguntaba ella preocupada por lo peor.
-          En ese caso quiero que busques un sitio despejado y me llames. Conociéndome, si te pierdo de vista estaré demasiado preocupado como para no estar pendiente del móvil- una sonrisa bastó para tranquilizarla.
Al llegar a la plaza de delante el parlamento, Mathew la presentó a varios amigos suyos: Angela, Ricardo, Marcus, Stephanie, María y Christo. A Christo lo conocía de hacia tiempo por el juego online al que jugaban ambos. Todos eran simpáticos y prometieron ayudarla si la veían perdida. También hicieron un juramento en silencio de cuidar a la que debiera ser la novia de su mejor amigo, pasara lo que pasara. Le sorprendió el pacto, o la enérgica amistad que había entre ellos. Estaban dispuestos a pasar por algo duro, con tal de ver feliz al más alegre del grupo, al más alegre y rebelde de todos.
Poco a poco empezaron a llegar más y más estudiantes descontentos con el sistema. Ninguno parecía un potencial peligro para la sociedad como decían las noticias, pero una nunca debía fiarse de ellas. Muchos de ellos conocían a Mathew, y él, alegremente, la presentó a diferentes representantes de las universidades. Esperaba caer bien a la gran mayoría, como más tarde la confirmarían.
El resto de la mañana fue tranquilo, ayudando a hacer ruido con cacerolas y pitos, silbatos y bocinas. Más de una vez se vio demasiado cerca de los pacos o policías que controlaban la zona con caballos, pero ninguna de esas veces estuvo cerca de una amenaza. Quizás los estudiantes también exageraban.
Y aún cuando creía que la tarde terminaría bien, empezó el caos.
Estaba al lado de Angela, conversando sobre las diferencias del sistema educacional español frente al chileno, cuando se oyó un sordo golpe cerca de su posición. La multitud enmudeció de repente, dando paso a la incertidumbre. Los policías empezaron a organizarse en torno a la larga zona por la que circulábamos. Todos nos miramos con temor, nadie comentó nada, porque empezaron a esperarse lo peor: los extremistas habían llegado. Buscó rápidamente a Mathew con la mirada, pero no estaba cerca de ella, no estaba en su campo de visión. El miedo ascendió por su cuerpo con velocidad. ¿Qué iba a pasar ahora?
Se sucedieron varios estallidos aún más cerca. Otro silencio. Y casi inmediatamente, el gritó desgarrador de una joven. Notó cómo la masa de gente comenzaba a movilizarse presa del pánico. Algunos ya empezaban a correr por encima de cualquiera, otros como ella, eran impedidos de moverse. No conseguía adelantar un paso por cuenta propia, los demás la arrastraban a la fuerza. Se escucharon varios gritos más hasta que la multitud los coreó con terror. 
-          ¡No me sueltes, Katherine!-gritó con fuerza Angela- Kathie iba a responder cuando alguien tiró de su brazo en dirección contraria a la de su nueva amiga. Todos tenían el terror reflejado en sus miradas. ¿Sobreviviría?
-          ¡¡¡Angela!!!-gritó desesperada.
Varios encapuchados corrieron hacia ella, con botes de cristal llenos de un líquido transparente y fuego en la tapa: cóctel molotov. Su instinto de supervivencia la instó a agacharse cuando una de ellas voló por cerca de su cara. Su rostro chocó contra el asfalto, rasgando parte de su piel.  No existía dolor mientras se levantó con rapidez y empezó a correr lejos del campo de batalla.
Varios policías se colocaron delante de ella montados a caballo. Cambió de dirección hacia una zona despejada. Varios encapuchados más se adelantaron a ella, prendiendo fuego a cubos de basura y lanzando incendiarias a los defensores de la ley. La justicia respondió con cañones de agua a presión.

Katherine siguió corriendo por la marea de gente. Ya no eran solo los gamberros cometiendo ilegalidades, sino parte de los estudiantes se unieron a la lucha. En un momento que pensó estar en un sitio despejado, sintió un golpe por la espalda. Era un golpe que inmediatamente le humedeció la camiseta y la tiró al suelo. Alguien gritó su nombre a lo lejos. Intentó volver a ponerse en pie, pero el agua la mantenía pegada al suelo. Empezó a gatear contra un árbol grande. Justo al llegar, dejó de sentir la presión.

Volvió el rostro, buscando a alguien conocido. Le pareció ver a Mathew, pero no era nada más que un chico rubio siendo pegado por varios policías. Contempló cómo había cambiado en cuestión de segundos lo que fuera una marcha pacífica. Varios pacos mantenían en el asfalto a dos chicas, las cuales eran pegadas con las porras; varios estudiantes gritaban en contra de las atrocidades… Los bandoleros seguían tirando fuego a los cuerpos policiales, y los carros acorazados seguían lanzando agua indiscriminadamente. L a gente huía con toda la velocidad que podían, pero eran alcanzados por pistolas de gas comprimido o pelotas de plástico. Aparecían alumnos con cejas abiertas por un golpe, labios partidos, hemorragias en un brazo, o la nariz torcida. Le entraron arcadas con sólo ver la sangre de un cuerpo desplomado a sus pies.
<< ¡Madre mía!>> Movida por la pena, ocultó el cuerpo del chico detrás de los arbustos.  Se quitó el pañuelo y con él hizo un candado al joven herido. Cuando comprobó que había hecho lo que pudo volvió a aventurarse en el campo de batalla con mucho más cuidado.
Los insurrectos montaron varios bloqueos con fuego para impedir el paso de la policía. Arrastraban consigo a otros más estudiantes que intentaban escapar, manteniéndolos pegados a ellos. Un montón de chicos gritaban en busca de ayuda, otros en busca de pelea. Desesperada por encontrar a Mathew y salir de allí empezó a llamarlo a gritos. Una nueva oleada de muchedumbre enloquecida la empujó contra una dirección contraria a la que había decidido tomar. Luchó con todas sus fuerzas para poder escaparse de allí, pero le era imposible avanzar sin recibir un codazo, o un golpe en las costillas.
Al sentir unos brazos agarrándola con fuerza, gritó como si le fuera a dar un ataque al corazón.
-          Tranquila, tranquila cariño. Soy yo, estoy aquí- susurraba su chico contra su frente- mírame, mírame- Fijó su mirada en la de ella, seria, y fría-. Quiero que corras. Corre hacia la universidad. No des la vuelta, ni mires atrás. ¿Me oyes? Quiero que corras y te escondas allí. Yo iré por ti. ¡¡¡Vamos!!!
-          ¿Pero qué pasa contigo?-protestó ella asustada.
Mathew se alejó de ella, despistando a varios policías que sin saberlo, se acercaban a ellos. Casi al mismo tiempo, otros dos la seguían a ella. Empezó a correr contra la gente que iba en otra dirección, notando las pisadas de los perseguidores en su espalda.
Justo cuando creía estar a salvo de la pelea callejera que se libraba a sus espaldas, su suerte se tornó aún más negra. Un escuadrón de policías apareció frente  a ella, nuevamente. Cambió el rumbo cuando vio el acercamiento de varios de ellos. Alguien detrás de ellos gritó mantener la formación, pero no había terminado de decirlo cuando ya se lanzaban en su busca, cual lobo hambriento de semanas. Katherine corrió cuán más fuerte pudo, pues no era dada a la gimnasia. Sentía su respiración acelerada, el corazón le martilleaba en el pecho, y se sentía desfallecer en cualquier momento.

-          ¡Mathew!-gritó con todo el miedo que sentía. Los dos guardias que se habían adelantado, la tenían cogida por los brazos, intentando tirarla al suelo. Uno de ellos empezó a sacar la porra, y el otro aprovechó para asestarle un golpe en la mandíbula. El dolor atravesó cada poro de su piel, y el alarido fue aún más mayor que el anterior. Una negrura se hizo hueco en su mente con rapidez. Luchó con todas sus fuerzas para no desmayarse. Ella no era de las que se cedían fácilmente. Empezó a asestar golpes, arañazos, insultos… a todo lo que le impidiera moverse. Los dos policías ya empezaban a maltratarla, y ella no tenía con qué poder defenderse.
-          Te llevaremos  a donde te mereces, gamberra- repetía enfadado uno de ellos. El compañero parecía estar contento del trabajo que realizaba, pues su sonrisa de suficiencia atravesaba cualquier barrera.
Oyó la voz de Mathew acercándose. Su rostro descompuesto por la escena que debía presentar. Un líquido caliente se deslizó con lentitud por su frente, molestando a sus ojos. Su visión se tornó roja pasión. Deseaba que Mathew llegara a tiempo. Al notar la presencia del muchacho, los dos hombres que la mantenían sujeta empezaron a arrastrarla a una furgoneta verde militar. Katherine intentó nuevamente escapar, pero parecía estar atada por cadenas.  Siguió pataleando aún cuando empezaban a subirla al coche.

Como caído del cielo, su ángel surgió de entre el gentío para salvarla. Paró el brazo de uno de los agentes, y emprendió una serie de estacazos al hombre. Mathew estaba acompañado por varios amigos que se enzarzaron en la contienda. Una vez librada de los dos agentes, su chico la mantuvo en pie, abrazada a su cuerpo caliente. Sus ojos permanecían inyectados en sangre.
-          Te pedí que te fueras…-empezó a decir.
-          Y lo hice-respondía tajante.

Secó la sangre de su rostro, aumentando la presión en su abrazo. Comenzó a caminar con ella. Torció por una esquina intentando despistar al resto de los policías, y luego viró hacia la derecha sin mirar el semáforo en rojo. Continúo varias calles hacia un parque, para luego volver a girar a la izquierda y avanzar por una residencia de estudiantes en mal estado. Los gritos de la lucha seguían escuchándose con más fuerza. Katherine ntentó pensar en otra cosa para olvidar el dato, pero por más que lo intentaba le venían imágenes de muertes y dolor. ¿Dónde estaba Angela? ¿Estaría bien?¿Estarían bien los demás?

Al llegar a la universidad entraron por las puertas, cerrándolas de inmediato. El escenario la hizo temblar: cientos de personas apiñadas contra la pared, llorando, abrazados a cabezas inconscientes, durmiendo… Todos intentaban escapar a su manera del conflicto exterior. Varias fotos colgadas de las paredes, buscando a otros estudiantes. Algunos lloraban con nervios, otros temblaban ante lo que acababan de vivir… ¿Y Mathew quería que ella permaneciera allí mientras él hacía el héroe? ¿Y si le pasaba algo? Tampoco ella podía ser la heroína de un territorio que no conocía. Contempló su rostro, asustada por su vida.
-          Debo irme, aún faltan algunos de los chicos. Hazme caso y quédate aquí hasta que vuelva. No entrará nadie de la ley, está prohibido.
-          No me dejes aquí, por favor. No me dejes sin saber qué te puede pasar allí fuera- la sola idea de dejarle allí fuera, sabiendo lo que le pasó a ella, era inaudita. ¿Cómo volvería sin él? ¿Cómo le explicaría a sus padres que el propio hijo permanecía en la cárcel por salvarla a ella? O algo peor, que había muerto.
-          Tengo que irme- y sin terciar ninguna otra palabra, el joven salió por la puerta corriendo.

Entreabrió la puerta, intentando localizar su figura, pero se sucedían imágenes borrosas debido a sus lágrimas. Por Dios, tráelo vivo.
Al cabo de media hora, y sin saber nada de él… Sin poder soportar más el miedo y el temor, descendió la escalinata de piedra, dispuesta a buscarle.
Al atravesar varias callejuelas volvió a encontrarse en el punto de partida, por donde llegó en la mañana. Empezó a acelerar el paso buscándole. Seguía el conflicto, ahora decayendo por la represión del Estado, pero los heridos se sucedían en la calle. Algunos eran arrestados contra sus fuerzas y llevados en coches blindados de guerra.
Intentó reconocer a la gente tirada en el suelo, a las parejas llorando… No veía a nadie.
Cuando creyó perdida la búsqueda, una cabeza rubia sobresalió de entre varios coches destrozados. Corrió frenética hacia el cuerpo.
-          ¡¡¡Oh Dios mío!!!- Se oyó gimotear. Recogió la cabeza de Mathew entre sus brazos, abrazando el cuerpo con fuerza- Despierta, cariño mío, despierta…
Buscó su móvil en el bolsillo, marcando el número de emergencia, dando los datos de los sucesos y pidiendo que llegaran rápido. Varios policías pasaron por su lado sin prestarle atención, o quizás haciendo caso omiso de ella. Ya no le importaba si le daban golpes, sólo quería que el sobreviviese. ¿Qué era una vida sin él? Puro aburrimiento, puro dolor.  Siguió durante un tiempo indefinido repitiéndole que despertara, que no la abandonara en ese mundo de demonios… Esperaba sentir con más fuerza su latido, ahora casi inexistente. ¿Y si se moría allí? Por Dios que no podría soportar la culpa de verle morir en sus brazos sin haber hecho nada por salvarle. ¿Dónde demonios estaban los sanitarios? ¿Por qué tardaban tanto? Impaciente por ver de nuevo aquellos ojos azules, lo levantó a duras penas. Subió el cuerpo sobre su espalda y empezó a  caminar con él hacia la universidad… Al menos allí debería haber un botiquín con el que poder ayudarle. Pero al mismo tiempo sus pensamientos cambiaron: ¿qué narices iba a hacer con un botiquín si su amor necesitaba urgencia inmediata? Volvió a dejarle en el suelo, acostado sobre sus piernas, acariciando su sudorosa frente.
Lloró. Lloró como nunca lo hizo antes. Con dolor, sin aire que poder tragar. Actuaba como una mujer madura, pero cuando lloraba, volvía a ser una niña pequeña.


¿Quién iba  a pensar que después de aquello Mathew no querría volver a verla? ¿Orgullo? ¿Miedo? ¿No querer hacerla pasar por estar con un rebelde que podría poner su vida en peligro por reclamar sus derechos?
No sabía la respuesta a nada… Sólo que después de ése día, perdió toda esperanza de tener algo con quien sería su verdadero y único amor.

jueves, 18 de abril de 2013

Teathre



El escenario fue para mí, desde un primer momento, un jardín para caminar y una inmensidad para soñar -¿qué más podía pedir? Unas cuantas flores a mis pies eran las sillas del público. Y sobre mí las resplandecientes estrellas, focos que me iluminaban.

Sobre el escenario dejaba de ser yo misma, una chica tímida e insegura, para convertirme en diferentes mujeres: una sirvienta que hacía oídos sordos a su señora y repartía escobillazos; un ángel guardián del arcoíris; o simplemente la hija de un científico convertido en patata. Fui tantas mujeres que de cada una de ellas aprendí algo. Todos somos artistas: haciendo teatro, aprendemos a ver aquello que resalta a los ojos, pero que somos incapaces de ver al estar tan habituados a mirarlo. Lo que nos es familiar se convierte en invisible: hacer teatro, al contrario, ilumina el escenario de nuestra vida cotidiana.
Desde pequeña tuve miedo escénico, no podía hablar delante de un público sin temblar o sentir las lágrimas a punto de ser ríos por mi rostro. Quería cambiar, tener más confianza, aprender ese mundo que tanto me llamaba la atención, ser alguien más aparte de la Candy escondida detrás de los libros.
Yo no había decidido apuntarme a teatro, fue iniciativa de mi madre. Y un viernes por la tarde me encontraba ante una chica joven, con el pelo largo semejante a una lady de mis historias, segura y cómoda. Parecía tener una luz propia con la que iluminaba el camino y a quienes la rodearan. Ella era Goretti.
Decir que después de ese día cambió mi vida sería mentir. El cambió tardó mucho, pero mientras tanto, disfrutaba cada segundo con mis nuevos compañeros.

Tras un día estresante en el instituto, llegaba allí, al auditorio de Arafo, a mi refugio. El teatro era el espacio donde podía ser una niña otra vez sin ningún límite. Goretti nos ayudaba a  desarrollar  nuestra pasión de vivir y nos ofrecía una vía para huir de la multitudinaria sabiduría de las calles. A mí al menos, me enseñó a disfrutar del público, de sus risas que provocaban cosquilleos en mi nuca, de los aplausos al terminar, semejantes a una orquesta que se alzaba con fuerza y claridad, a la expectación de la intriga… Pasé a sentirme parte del atrezzo, a respirar y vocalizar las palabras, a mantener mi semblante en orden a mi diálogo… Sin duda alguna, a pesar de la tardanza del cambio, experimenté una de las mejores épocas de mi vida…
Supe por eso que el actor ideal no debía tener alma, porque tenía que recibir el alma de los demás. Y esta carencia de alma es una de las razones por las que la profesión de actor siempre ha resultado un tanto sospechosa a la autoridad oficial. Por eso es tan especial actuar. Dejas de ser tú misma para ser una princesa, un rey, un mendigo, un hombre loco, una serpiente que habla, una estrella que no ilumina.
Goretti fue la primera vez de muchas cosas:
Nos presentó a un compañero que nos explicó lo qué sucedía durante la reproducción de una película en el cine; tuve el honor de entrevistar y conocer a un actor español; grabé mi primer cortometraje de terror y aparecí en otro con el director Cándido Perez de Armas; armé mi primera marioneta artesanal, interpreté una canción, bailé delante de la gente… Descubrí la fuerza que tenía y la capacidad para expresar mis sentimientos sin dificultad y a soñar con seguir representando obras. De ahí mi pena cuando el ayuntamiento cerró la escuela. No entendía la razón, y esperaba que pudiéramos encontrar una solución. Pero las cosas fueron complicándose y terminamos casi por perder el contacto.

Sin embargo,  Goretti siempre ha estado a pie de cañón para mantenernos unidos.  Al poco de conocerla se me presentó como una joven luchadora, una mezcla entre soñadora y realista, llena de energía y vida, llevando alegría a dondequiera que fuera. Sabía enseñar con el ejemplo y cualquier ejercicio nuevo parecía un juego didáctico perfecto para hacernos recordar lecciones. Ella nos instaba a imaginar y crear, a innovar y dar ideas para mejorar nuestro pequeño salón donde hacíamos magia (teatro). Su actitud positiva te contagiaba, haciendo más fácil seguir adelante aunque fuera duro y complicado. Pero nunca faltaban las risas y las improvisaciones.
Creo que después de ella no volví a sentir tanta comodidad y libertad con nadie. Nos trataba como personas maduras, y al mismo tiempo, mantenía vivas nuestras ilusiones y fantasías. Los sueños junto a ella parecían poder hacerse realidad, como si la vida sin ellos fuera imposible y nos ayudaran a seguir adelante. Ahora sé que tenía razón.
Por ello sabía caer bien a la gente. Tenía dotes sociales que pocos pueden igualar y los que lo hacen no es de la misma forma. Quizás por eso para mí, el teatro fue una experiencia tan enriquecedora, la posibilidad de dejar de ser uno mismo es siempre muy hermosa.


Una de las enseñanzas que ella nos transmitía, o me parece a mí y no con las mismas palabras era que un fracaso en el teatro, por ejemplo, podía llegar a ser más estimulante que el éxito. ¿Qué hacer en caso de éxito sino bajar la mirada e intentar mostrarse modesto? En caso de fracaso, al contrario, hay que recordarle a la "troupe" desconsolada que no es el fin del mundo, que, al fin y al cabo, hemos pasado unos buenos ratos juntos. Y siempre estamos con la oportunidad de repetirlos.
Pero esta ha sido mi “pequeña opinión” con respecto a esa etapa de mi vida, cuando los sueños parecían ser más reales que la propia realidad en sí misma.

domingo, 14 de abril de 2013

Dancing...Society...Reviews...Chains


Nunca le habían gustado los bailes. Bueno, no el baile en sí, sino la reunión de la alta sociedad en los diferentes palacios para celebrarlos. O quizás era que no soportaba el tipo de gente con el que solía reunirse cada noche. Sí, sería eso, porque le gustaba vestirse para esos eventos. Le gustaba arreglarse el pelo, llevar trajes nuevos de diseño francés, y sobre todo, le gustaba bailar el vals, o la cuadrilla, o cualquier otro tipo de música, además de cantar y tocar el piano. Pero al contrario de lo que se esperaba de los de su clase, no aprobaba criticar a los demás, ni maltratar, ya fuera física o psíquica, a los criados. Ella misma se negaba a seguir las mismas reglas de la otra cara de la aristocracia: chicas de cabeza hueca, viudas que buscaban jugosos cotilleos que las entretuvieran durante un largo período de tiempo, libertinos y calaveras de todas las edades, madres estresantes que reprendían todo el tiempo… Protocolo y normas… Hipocresía y quimeras.
Definitivamente no soportaba a los nobles.
Pero como futura duquesa de Kingsbridge debía asistir a las veladas y dar una buena imagen de sí misma, por no decir conseguir un futuro marido lo suficientemente tonto como para dejarla ser libre y tomar sus propias decisiones sobre su ducado. No quería ser su mejor amiga, la condesa de Montalville, Anna, que debía ser sumisa a cada deseo de su esposo: un obeso de cincuenta años, libidoso y sarcástico. Katherine consideraba el sarcasmo como una cualidad poco atractiva en un hombre y  a él le sobraba. Al contrario, Katherine se prometió hace mucho tiempo no ser como su madre, ni dejar que un hombre controlara su patrimonio. Ella era la heredera, y ella decidiría sobre lo suyo. Empezaría por arreglar las casas de los campesinos, compraría las propiedades que su padre perdió en las apuestas, y reformaría el castillo en que vivían, de tal forma que volviera a ser la misma residencia alegre de antes. Y si para conseguir su objetivo debía soportar las críticas de la gente, estaría encantada de hacerlo.
La mansión de los Montalville en Mayfair estaba iluminada por varios farolillos en el exterior. Los carros avanzaban lentamente por el suelo adoquinado, y las mujeres con elegantes vestidos subían la escalinata acompañadas por sus parejas. A veces envidiaba a esas parejas jóvenes, conocían los secretos del matrimonio, disfrutaban de un respeto mayor entre los nobles, por no decir el derecho a negarse asistir a bailes, reuniones sociales y fiestas.
En cuanto su transporte frenó, un lacayo abrió la puerta y tendió su mano para ayudarla a descender. Obediente a la señal de su madre, cogió la mano y bajó los dos escalones del carruaje negro. Varios nobles la miraron un momento, para luego volver la vista a otra dama mucho más atractiva. Katherine era consciente de su poco atractivo, su cuerpo estaba al contrario de la moda del momento: curvas, de piel morena, ancha de caderas, rostro cuadrado, labios jugosos y ojos marrones. Todo en vez de piel sonrosada, flacas, rostro fino y afilado, boca fina y ojos azules. Pero no le importaba. Lo que hoy estaba de moda, mañana sería viejo.
Avanzó, por detrás de sus padres, a la entrada del gran edificio, donde la gente se arremolinaba para entrar.  Entre el gentío pudo reconocer al conde de Mashvile, al duque St.Warrington y a la condesa Hunt, mientras esperaba un leve reconocimiento, ninguno la saludó aún cuando pasó por cada lado de ellos. Contuvo su lengua para no soltar un improperio delante de sus caras ansiosas por coquetear. Sin embargo se abstuvo de ser condenada socialmente, y saludó de manera educada al marido de su mejor amiga, para después abrazar a su querida Anna.
Cuando se dio cuenta, la condesa Hunt se le había acercado.
-          Mi querida Newhile, ¿cómo se encuentra?- a pesar de sus palabras cariñosas, sus ojos fríos demostraban que no le importaba en absoluto saber cómo estuvo esos últimos días.
-          Muy bien, condesa. ¿Y usted? ¿Ha disfrutado del tiempo en Stradford?
-          Al contrario, siempre prefiero la ciudad. Hay más diversión, ya me entiende usted-guiñó un ojo, y su mirada se tornó maliciosa- O quizás no- ¿cómo no iba a saber la ironía de ese comentario?  Esa mujer no pensaba en otra cosa que no fuera compartir lecho con una nueva adquisición-. Espero que esta noche nos deleite con su hermosa voz…
-          No creo que sea posible, condesa Hunt…
-          Boberías. Una voz como la suya no debería estar guardada bajo siete llaves.
Antes de poder pronunciar una palabra más, la condesa había salido corriendo detrás de su amante. Katherine buscó a sus padres con la mirada en un fracasado intento. Negándose a permanecer en la puerta sola, como un conejillo temeroso, extendió su vestido añil con decorados violetas y atravesó el umbral de la puerta correspondiente a la sala de baile.
Algunas parejas ya estaban bailando al ritmo de la música en la pista. La mayoría damas presentadas en esa misma temporada. Ninguna de su edad. Estaban todas casadas. Menos ella, por supuesto. Pocos hombres se atrevían a sacarla a bailar, y mucho menos un vals. Kathie sospechaba que era por su inteligencia: los hombres tenían miedo de aquellos especímenes mucho más inteligentes, y la única forma de protegerse era manteniéndolos alejados. En su caso, permanecer sentada en una silla, esperando y esperando a que terminara la velada o sus padres quisieran marcharse. Como  un florero.
Mientras rodeaba la sala, tarareó en voz baja una canción para entretenerse. Los demás permanecían inalterables a su paso. Ninguno parecía fijarse en ella. Caras borrosas tras sus ojos de fémina. De repente, una voz sonó tras su espalda:
-          No me diga, señorita, que está usted aburrida. ¿Acaso no hay suficiente entretenimiento en esta sala para usted?
-          Debería…
-          ¿Por qué no lo ha buscado?-inquirió él. Al darse la vuelta pudo analizar el rostro del hombre. Era alto, una cabeza más que ella, ancho de espalda y de marcados músculos bajo la ropa que llevaba. Sus cara era de ángulos marcados y ancha, labios gruesos y ojos grandes azul grisáceo. Su cabello estaba recogido en una coleta hacia atrás, de un negro azabache. Su vestimenta hecha a medida.
-          Se supone que debería venir a mí- el dirigió una tímida sonrisa. Aún no conseguía mantenerse serena ante un sexo opuesto. Mientras su rostro se volvía rojo de vergüenza, su acompañante le tendió una mano.
-          Si así gusta, dama solitaria, le propongo bailar una pieza del siguiente vals.
Asombrada, Katherine no supo qué contestar a la invitación del hombre. Ni siquiera se había presentado, pero ¿sabría él quién era ella? ¿Sabría que sería duquesa? No creía otra forma de que se le acercara.
-          Ni siquiera se ha presentado, my lord. ¿Cómo bailaré con usted sin siquiera saber su nombre?
-          Por supuesto. ¡Qué maleducado por mi parte! Mi nombre es Jason Harry Rutteldge, hijo de Harry Rutteldge y Poppy Hathaways, vizconde. Discúlpeme por interrumpir nuestras presentaciones, pero nuestra pieza empezará en breve. ¿Me hace el placer de bailar conmigo esta pieza?
Ella aceptó de inmediato, rozando levemente su mano con la de él. Avanzaron por entre la multitud, él seguro de sí mismo, ella nerviosa. ¿Qué nombre debía decirle? ¿El verdadero? ¿No debería mentir? ¿Sería un buscador de fortunas?
La mano derecha de Rutteldge se posó poderosa en la cintura de ella, atrayéndola más de lo debido a su propio cuerpo. Y comenzaron a dar vueltas por entre las parejas. Los pasos de ambos se acoplaban a la perfección, él la dirigía a ella sin temor, y ella se dejaba guiar. Rutteldge la mantenía en posición, y ella disfrutaba del calor que transmitía su cuerpo.
-          Es su turno de presentarse, damisela- sus ojos azules se posaron sobre los de ella, manteniendo en una batalla la mirada.
-          Soy Katherine Newhile, heredera del ducado de Kingsbridge. Hija de Dereck Newhile y Elizabeth Mason.
-          ¡Vaya! Tengo una duquesa entre las manos. Sorprendente…
-          Lo dice como si estuviera acostumbrado, Rutteldge.
-          Y lo estoy, créame- respondió socarronamente.
La mano de James comenzó a bajar lentamente por su cintura. Inmediatamente, Katherine estiró su mano para colocarla donde estaba en un principio.
-          Si vuelve a ser ese movimiento, me veré obligada a dejar la pista de baile, usted en ella.
-          ¿Qué movimiento, duquesa solitaria? Yo no he hecho nada…- ¡¿Cómo se atrevía a negar su movimiento?!
-          Yo le he avisado, señor.
James rompió a reír delante del público que les observaba.
-          Qué inteligente parece usted, Katherine.
-          No le he dado permiso para usar mi nombre de pila, Rutteldge.
-          ¡Oh, sí! Disculpe de nuevo. Quizás prefiera ¿Madame? ¿Soledad?
-          No le veo la gracia, señor- ese señorito de cuna se estaba pasando con sus comentarios. A parte de que ella no soportaba a los tontos de mollera, no iba a tolerar tal agravio a su persona, menos viniendo de alguien que no la conocía.
-          Vamos…-respondió al ver el rostro enfadado de Katherine- sonría, duquesa. Son sólo bromas.
-          Quizás para usted, pero para alguien inteligente, no deja de faltar al respeto.
-          O usted se siente dañada en la verdad.
Los ojos del maleducado no dejaban de contemplarla fijamente. Humedeció sus labios con su lengua. Ese chico le gustaba, pero al mismo tiempo era tan, pero tan insoportable para su carácter, que ni siquiera sopesaba la idea de aguantarle más tiempo.
Tras varias vueltas más en la pista de baile, Katherine se despidió de Rutteldge y dio media vuelta sobre sus pies, de camino a la salida. Pero no todo había acabado. La condesa Hunt apareció en su campo de visión, de forma sospechosa, y sonriendo.
-          Mi querida excelencia. ¿Está lista para mostrar su hermosa voz?
-          ¿Cómo?-respondió asombrada Katherine. ¿De verdad tenía que cantar? ¿Era acaso una broma? Justo cuando se libró de un muermo, ¿tenía que cantar delante de tanta gente?
-          Por supuesto, querida. ¡Toda atención! ¡Presten atención!-gritó a los presentes- Katherine Newhile nos cantará con su hermosa voz una canción. Démosle un fuerte aplauso.
El público respondió con unas suaves palmadas mientras la orquesta cesaba en su canto. El miedo escénico comenzó a embargarla. ¡Socorro! Quiso gritar.
James Rutteldge se acercó a su padre, indignado. Katherine pudo entender unas frases de la conversación:
-          ¡Debe hacer algo! ¿Va a dejarla cantar así como así?
-          ¿Y quién es usted para decirme nada, muchacho?-respondió rojo de furia su padre.
-          No podemos hacer nada. Negarnos sería ponerla en una situación aún más comprometida-respondió su madre.
-          ¡Pero no pueden dejarla así!
-          Sobrevivirá- fue la breve respuesta de su padre.
A regañadientes caminó al escenario. Ascendió recogiendo sus faldas y se preparó para cantar. Localizó a James con la mirada, pues no veía a Anna.
Cantó la primera canción que pasó por su cabeza:

¿Cuánto he de estar esperando
para escucharte correr?
¿Cuánto he de estar
actuando para que tú lo dejes de hacer?
No quieras que, quiera seguir así
sobre esta resaca de un mar sin fin
oculta en el espacio, vacío y de cristal
sin nada que, consiga, hacerme hablar
¿Cuánto has de estar, invernando
para escucharme llover?
¿Cuánto has de estar en sus brazos
para intentar entenderme?
No quieras que, quiera seguir así
sobre esta resaca de un mar sin fin
oculta en un espacio, vacío y de cristal
sin nada que consiga, hacerme hablar
no quieras que, quiera vivir así
con estas cadenas en tu mundo gris
oculta en tu mano, vacía y de cristal
sin huecos que me dejen respirar
No quieras que, quiera seguir así
Sobre esta resaca de un mar sin fin, 
oculta en un espacio, vacío y de cristal
sin nada que consiga, hacerme hablar
No quieras que, quiera vivir así, 
Con estas cadenas de tu mundo gris
Oculta en tu mano, vacía y de cristal
sin huecos que me dejen, respirar.

Cuando terminó de cantar, James se le acercó corriendo, pero ella ya estaba saliendo por la terraza, en dirección al palacete escondido entre los árboles para llorar y soltar los nervios de su cuerpo.
No escuchó cómo él la seguía rápidamente, hasta cogerla por el brazo y aplastándola contra su pecho, manteniéndola unida a su cuerpo. Mostrándole seguridad y protección.
-          Ya ha pasado, ya ha pasado…-Susurraba contra su cabello repetidas veces.
-          Por Dios, sácame de aquí un rato…-rogó entre las lágrimas.
Cogiéndola en brazos, caminó por el sendero de tierra hasta la fuente de hadas y ángeles, donde una glorieta reinaba en medio de los árboles.
-          Has sido muy valiente, Katherine.
-          Ha sido horrible…
-          Pero has sabido llevarlo. Y lo hiciste genial. Tu cantar fue precioso.
-          ¿Por qué vengo a este tipo de cosas? Odio cantar en público, odio fingir como ellos, odio ser ellos…
-          Es tu obligación como hija del duque.
Al final todo eran obligaciones, reglas que debía cumplimentar para hacer a los demás felices. Debía fingir que todo iba bien, no podía mostrar nada o sería la comidilla de la sociedad.
Fingir y hacer que nada le importaba. Pero es que en realidad, deseaba con todas sus fuerzas ser feliz con alguien, compartir momentos, tener hijos, reír y llorar de felicidad, conocer mundo con alguien que la quisiera. Olvidar el dolor. No encontraría un hombre hasta que estuviera dispuesta a exponerse a un posible daño, a asumir el riesgo del rechazo, o la traición y a que se le rompiera el corazón, los cuales iban unidos a la experiencia de querer a alguien.
En su incesante lucha por salir adelante ella misma, había tantas emociones que no se había permitido vivir enteramente, tantas cosas que no había explicado, que ahora no podía parar.
-          La gente rica es tan desgraciada como la pobre. De hecho, es más desgraciada- comentó él contra su piel.
-          Intento ser comprensiva, pero en mi opinión existe una diferencia entre los problemas reales y los inventados.
Él volvió a callar, sumido en sus pensamientos. Y Katherine continuó en los suyos. Pero al rato, ella inició la conversación:
-          El amor consigue en escoger a la persona adecuada, no encontrar. Se trata de realizar una buena elección y entregarse de corazón.
-          ¿Tú crees? En mi opinión, el amor llega a nosotros sin avisar. A veces, la vida tiene un cruel sentido del humor y nos da lo que siempre hemos querido en el peor momento posible.
-          Mi madre me ha dicho a menudo que el destino de una mujer era padecer y soportar todo aquello que el Buen Dios quisiera enviarle. Y en el pasado, mi tía Mariam me había dicho que incluso el peor de los esposos era preferible a no tener esposo. Pero eso estaría muy bien para algunas chicas, pero no para mí. Yo no quiero a alguien que siempre me haga estar con la cabeza gacha. Quiero poder luchar con alguien,  tener conversaciones inteligentes, viajar por el mundo… Tengo otras ambiciones aparte de servirle de yegua a algún pomposo aristócrata al que asusta muchísimo la idea de que su esposa sea más lista que él.
-          Eres demasiado inteligente para todos ellos. Por eso nadie se acerca a ti. Tienen miedo de quedar como tontos. Por eso estás tan sola, sin nadie que te entienda. El dominio de ti misma que muestras en todo momento es realmente notable para una muchacha de tu edad. No tienes miedo, o al menos no lo muestras.
-          Una buena parte de la sociedad considera que un exceso de educación resulta perjudicial para una mujer. He tenido que aprender muchas cosas por mi propia cuenta.
-          No quieres ser como ellas, ¿verdad?
-          En absoluto.
-          Y no lo eres, Katherine. Eres hermosa de una manera tan irresistible como poco convencional, sin que el atractivo que suscitas por mí tenga nada que ver con algo tan banal como las proporciones clásicas. Todos tus rasgos están llenos de firmeza, las líneas de tus pómulos, tu mandíbula y tu cuello dibujados con impecable pureza. Y yo nunca he visto nada tan invitador como esa abundancia de pecas- James rió por todo lo alto, en una carcajada limpia. Ella permanecía roja por los cumplidos dados. ¿Realmente resultaba atractiva para él? Dios debió de haber escuchado sus súplicas.
-          Gracias.
-          Sólo digo la verdad. Si fueras una chica dócil y apacible, no habrías durado ni cinco minutos conmigo- al volver a fijar sus ojos sobre los de él, ella se sintió invadida por un cálido calorcillo en su cuerpo. Quería ser besada por James. Quería sentir sus labios sobre los de ella... Quería su primer beso.
James parecía haber leído su mente, y con lentitud, bajó su cabeza hacia la de ella... A pesar del tono dulce al principio, empezó en una vorágine de emociones, tornándose más y más ardiente... Hasta que ella dejó de existir.

sábado, 13 de abril de 2013

Déjalo ser


-          ¡Katherine! ¿Estás lista?- la voz de su madre se escuchaba desde el piso de abajo. Kathie, sin ganas de contestar, murmuró en su armario un trémulo “sí”. En cambio, su madre, sin escuchar la  respuesta, repitió su nombre una octava por encima.
-          ¡¿Qué?!- fue su breve respuesta. Áspera. Con rabia. Aparte de que la obligaron a despertarse temprano, se veía apurada por vestirse y salir en diez minutos al coche.
-          ¿Aún no has elegido ropa? Con algo negro bastará.
<< ¿Cómo va a bastar con solo algo negro?>>. 
Cuando estoy en problemas
La Madre María viene a mí,
Diciéndome palabras sabias: déjalo ser.
Y en mis horas de oscuridad
Ella está de pie justo en frente de mí,
Diciéndome palabras sabias: déjalo ser.

Era el funeral de su abuela, por Dios, ¿cómo no iba a presentarse "con solo algo negro" a la que iba a ser su despedida para siempre? El mero hecho de pensarlo le causaba un dolor agudo en el pecho. Quería llorar, pero dudaba de tener más agua en su cuerpo. La noche anterior permaneció despierta, llorando en soledad, ahogando sus desgarradores gritos… Cayó dormida antes de darse si quiera cuenta.
Tras mucho buscar, decidió ponerse un traje corto negro y chaquetilla del mismo color. Creía estar decente con el cabello atado hacia atrás en un recogido bajo y varios mechones cayendo delante. Pero su madre no hizo caso a su vestimenta y se dirigió apesadumbrada al coche. Tampoco le importaba mucho. Estaba acostumbrada a pasar desapercibida. Al final era lo que mejor se le daba. Ser invisible incluso para ella misma. Y la única persona que realmente podía soportarla, se había ido para siempre.
Desvió sus pensamientos de ese terrible sentimiento. Escuchó música mientras iban a la iglesia de la ciudad. De sólo pensar en que después debía soportar todos aquellos falsos pésames, miradas de pena, abrazos que la harían llorar… Ella debía permanecer fuerte, inalterable. No debía llorar delante de ellos. No debía demostrar lo mucho que le afectaba para que su madre no se rindiera. No más de lo que estaba. Tenía que resistir.
Y cuando la gente con el corazón destrozado
Vivan en el mundo aceptándolo
Habrá una respuesta: déjalo ser.
Sin embargo, algunos pueden estar separados
Pero hay una posibilidad de que se puedan volver a ver
Habrá una respuesta: déjalo ser.
Nada más entrar por el gran pórtico gótico, la gente se arremolinó a su alrededor. La mayoría decía palabras incomprensibles, algunos parecían haber llorado, otros sólo miraban con cara de lástima… Otros… Otros… Había tanta gente que no reconocía a nadie, pero tampoco quería. Nadie podría ayudarla. No ese día.
Su pequeña prima Mireille corrió hacia Katherine. Ambas se envolvieron en un abrazo doloroso. Mireille escondió su rostro en el cuello de su prima ,y rompió a llorar. Katherine, que había esperado poder mantener la compostura, no pudo evitar derramar ríos por sus hermosos ojos marrones. Acariciaba la espalda de su prima, agarraba fuerte su cabeza deseando poder hacer leve su dolor.

Cuando perdemos a alguien, lo perdemos para siempre. Los reproches, los enfados, y las recriminaciones a esa persona tomarían mayor importancia en ese lugar. Sería más doloroso de soportar. Ver el cuerpo inerte de tu abuela y pensar que tú contribuiste a su muerte. Poco a poco, tú la ibas matando con la mala cara que le ponías al ir a ayudarla, los gritos con tu madre por no querer cargar con tu pobre abuela enferma. Las amenazas e insultos… ¿Cómo pudo en ese momento causar tanto daño sin pensar en el dolor que causaba? ¿Cómo pudo hacerle eso a su abuela sin sentir ninguna pena en ese momento? Aquella pobre mujer, que la había cuidado desde niña, la protegió de los abusos de los demás, la cuidó con su propia vida… Y ella se lo recompensaba con todo lo malo que pasaba por su cabeza. ¡Qué idiota era! ¡Qué estúpida fue mientras decía cada palabra! ¡Qué inmadura seguía siendo! Y aunque llorara ahora, nada podría traerla de vuelta. Su abuela se había ido. Y había sido culpa de Katherine.
Todos los días, a las horas en punto, iba a la casa de su abuela, siempre enfadada pues prefería estar en el ordenador hablando y sin estudiar. Veía cómo esa mujer empezaba a marchitarse, dejaba de salir a pasear, no tenía equilibrio, perdía la movilidad del brazo izquierdo, la capacidad de hablar, de mantener los ojos abiertos… Pero sus ojos mostraban el terror de la situación. Tenía miedo a morir, pero al mismo tiempo quería poner fin a esa agonía. Aguantó durante diez años esa desconocida enfermedad. Y aún cuando empezó los primeros años de la maldición, ella seguía acompañándola al colegio, preparándole la comida, dándole cariños… Katherine Newhile nunca se lo agradeció. Ni siquiera le dijo un último te quiero. Ni siquiera se despidió. Qué mala fue…
-          Hola, Katherine- le sonrió su compañera de instituto desde un asiento cercano. Katherine sólo movió la cabeza en un gesto de asentimiento, sin querer pronunciar palabra. Temía que su voz se rompiera al hablar- ¿Cómo estás? ¿Ya estudiaste Geografía?
Si su amiga pensaba que con cambiar de tema podría ayudarla, resultaba ser un poco ingenua. No quería estar allí. Y mucho menos hablar de otros asuntos como si realmente no hubiera pasado nada. Pero ese no era el caso. Su abuela murió, y ella le debía un respeto.
-          Perdona, Alice, pero no quiero hablar- no quiero hablar porque me hace sentir triste, omitió para sí misma.
-          Oh, disculpa… Pensé que podría ayudarte de alguna forma.
Dudo que puedas ayudarme ahora. Algo en mi interior ha muerto. Algo se ha ido con mi abuela. Su vida ha terminado, y con ella mis posibilidades de decirle lo mucho que la quiero… Lo orgullosa que se sentiría de mí en un futuro, cuando consiga mis sueños.

Una puerta al lateral de la Iglesia se abrió, y un ayudante del servicio religioso comunicó que se podía ver al familiar por última vez. Nadie supo qué hacer. Todos permanecían quietos. Katherine no dudó en seguir a su prima pequeña, que corrió hacia la cámara anexa.
Su abuela estaba dentro del ataúd. Aún esperaba que fuera una broma, que realmente no estaba muerta. No sabía qué hacer. ¿Se le podía dar un beso? ¿Se le podía tocar aunque sea? ¿Qué importaba si el fuego consumiría su cuerpo horas después? Se acercó al sarcófago. Quería coger la mano de la anciana, gritarle que se levantara. Quería volver a estar estrechada en sus brazos… Sus labios se posaron sobre la frente fría, como muchas otras veces hizo cuando su abuela dormía. Las lágrimas empezaron a desramarse por su rostro, manchando el de su abuela.

-          Lo siento tantísimo…-susurró contra la piel- lo siento tanto, abuela.
La gente comenzó a formar como militares detrás de ella. Sus cuerpos chocaban entre ellos para poder ver al muerto como quién estaba en un circo morboso. Todos interesados, con las lenguas por fuera. Perros sarnosos.
Y cuando la noche está nublada
Todavía hay una luz que brilla sobre mí,
Sigue brillando hasta mañana, déjalo ser.
Me despierto con el sonido de la música
La Madre María viene a mí,
Dice palabras sabias: déjalo ser.

Nadie la visitó mientras estuvo en casa, y nadie lo hizo después, mientras moría en el geriátrico. Nadie se importó por ella mientras estuvo viva, y ahora que murió, todos querían estar presentes.
A lo largo de toda la misa, con el cuerpo de su abuela delante, aguantó con todas sus fuerzas no llorar. No quería que su madre viera su dolor. Ya tenía suficiente. Pero no pudo resistirse cuando tuvieron que darse la paz entre ellos. Su vecina, el acompañante más cercano, abrazó a Katherine con fuerza. Katherine no estaba acostumbrada a recibir abrazos. Ni siquiera a un leve roce. Y eso superó todas sus fuerzas. Todas sus barreras se derrumbaron. Y volvió a llorar como una niña pequeña. ¿Cómo podía alguien resistir tanto? ¿Acaso era posible, o terminaría por morir ella de dolor?

Pensó en lo distintos que eran los funerales del mundo. En Estados Unidos podría estar en un campo verde, mientras el cura dice unas palabras. En un país asiáticos que no recordaba el nombre, un familiar debía romper los  huesos del muerto, o en la India, debían quemarlo y tirarlo al Río Sagrado. Y ella sin embargo, debía pasar una noche en vela, y vestir de luto.
No le importaba vestir de negro una temporada, pero el pasar una noche en vela tampoco serviría de ayuda.
Cuando llegaron a la empresa que incineraría el cadáver. Les dieron unos minutos a sus familiares más cercanos para despedirse mejor de su abuela. Su madre, padrastro, primas, y tíos, así como ella misma, tocaron el sarcófago. Katherine se demoró un poco más, mientras todos salían. No quería separarse de allí. No quería dejarla ir. No podría. ¿Quién la apoyaría ahora? ¿Quién le daría fuerzas? ¿Quién la haría reír de verdad? ¿Quién le daría cariño cada día?

Sus piernas fallaron y cayó en el suelo llorando. No podía más, no podía más.
-          Por favor, no… No me dejes. No aún.
Su prima pequeña escuchó su voz y corrió hacia donde estaba Katherine.
-          Katherine, Katherine…- acunó su cabeza entre sus brazos, arrodillada a su lado-. Ya está, cariño, ya está.
-          No, no  está. Fui tan mala con ella. ¡Por Dios! ¿Cómo pude hacer tanto daño sin darme cuenta?
-          No fue tu culpa… Cuidar a abuela cansaba. Ya está…-  depositaba dulces besos en su frente, pero Katherine ya no era capaz de sentir nada. Se había ido. Junto con su abuela.
Una vez más, Mireille le repitió que tenían que marcharse. El encargado se llevó el féretro. A su querida abuela…
¿Pero cómo podía ser su querida abuela, después de cómo la trató?
Pero eso ya no importaba. Katherine Newhile dejó de sentir todo. Y es que el dolor, cuando es por dentro, es mucho más fuerte.
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Déjalo ser, déjalo ser,
Susurra palabras de sabiduría: déjalo ser.
Déjalo ser, déjalo ser,
Déjalo ser, déjalo ser,
Susurra palabras de sabiduría: déjalo ser.


<< Cuando mi voz calle por la muerte, mi corazón te hablará desde el cielo>>