sábado, 14 de septiembre de 2013

Life and death... Lady Catherine Newhile


Recuerdo cuando era pequeña, y mi madre acostumbraba a decirme “no confíes en nadie”. No te dejes llevar por los sentimientos, contrólate… o podrás llegar a perderlo todo. No muestres tus sentimientos, no te encariñes con nadie, no busques amigos porque siempre te traicionarán.
Y así he vivido toda mi vida, y parece que el destino se puso de acuerdo con mi madre para recordarme esas lecciones.

Tengo un novio. Un chico maravilloso pero con sus defectos. Confío en él, le quiero y ansío poder estar con él algún día… si no fuera porque él no parece tener aspiraciones en la vida, y yo tenga el deseo de volar tan alto como mis alas puedan soportar. Él prefiere ahora una vida tranquila, y mi sueño más suave es recorrer el mundo probándolo todo.
Ahora lleva varios días sin conectarse, y eso me pone muy triste, porque para mí, un novio es alguien que debe estar ahí siempre, que te quiera y te mime, que te salude o te deje un mensaje en la noche y en la mañana… pero él no está. En su lugar hay amigos. Amigos simpáticos, graciosos, cariñosos. Chicos con los que hablo todo el día y de los que no me quiero encariñar, porque al final me harán daño.
Son chicos bromistas, divertidos, pícaros… Son chicos que podrían conquistar el corazón de cualquier otra chica, y sin embargo yo soy la tonta que siempre piensa en cómo estaría con ellos. Me confío, les hablo aún sabiendo que no me podré controlar, bromeo… y entre broma y broma surge algo nuevo. Más ganas de hablarle, de ser su centro de atención, de ser querida. Y ahí vuelve a aparecer mi madre “no confíes en nadie, no te encariñes, porque saldrás herida”. Entonces busco algo que me aleje de ese cálido sentimiento, de ésa tranquila felicidad. Huyo, huyo a mis sombras, a mi interior, a mi corazón helado… esa piedra marchita y triste. Pero me quedo más tranquila. Ellos no saben por qué me alejo, no saben por qué dejo de hablar, o por qué paro las bromas. No lo sospechan, porque apenas me conocen, apenas notan un cambio en mí.
La chica que antes hablaba siempre por el chat, pasa poco a poco, casi inadvertidamente, a ser la joven que responde con una sonrisa falsa y una mirada vacía a las bromas de sus amigos; luego soy la adolescente que mira por la ventanilla cuando nadie se da cuenta de ella… y finalmente, soy de las que dejan una nota de despedida. Una breve carta, general para todos, en la que mezclo sentimientos y palabras sin sentido, en la que me dejo llevar a otra dimensión… una dimensión donde mi paraíso de flores y color, se vuelve blanco y negro, marchito corazón. Y ellos apenas se dan cuenta. Porque yo soy la niña que siempre ayuda a todos, sin pedir nada a cambio; la que escucha los problemas de los demás, pero luego nadie está ahí para escucharla a ella; la que oculta lo que siente para que no lo usen en su contra, no la conozcan; la que guarda sus sentimientos e impotencia bajo siete llaves, la que guarda su corazón de todo lo que pueda causarle el mínimo daño; la joven, que aunque no lo quiera, llora por dentro y por fuera sonríe como si no ocurriera nada… porque cuando le preguntan cómo está, ella sigue respondiendo “bien, todo bien” y una nueva parte de su alma vuela… buscando el alma de alguien mejor, alguien feliz y fuerte…

Porque mientras su luz se apaga, y nadie se da cuenta, ella se va. Para no sufrir. Porque, el hecho de ser la buena chica que reparte entretenimiento, dinero, o ayuda a los demás, no quiere decir que sea siempre la chica fuerte que aparenta. A veces, sólo necesita que alguien insista un poco más en su pregunta de “¿estás bien?”… A veces sólo necesita que le digan “relájate… deja que yo me preocupe por ti… ya has hecho suficiente preocupándote por los demás, deja que yo cuide de ti… deja que te proteja… todo saldrá bien”. Pero nadie dice nada nunca. Y esa pequeña Cathie se hunde en un mar de rostros felices, rostros desconocidos, ajenos a la única realidad de ella. Porque a pesar de aparentar ser fuerte… ella cae como una pluma al barro, sin dudarlo… sin quererlo… sin poder evitarlo, preguntándose si a alguien le importa realmente, si alguien la echará de menos, si alguien lucharía por ella
.


Y vuelve a lo que ha sido siempre, la chica invisible… de la que nadie sabe nada, ni quieren saber. La chica invisible que pasa desapercibida incluso para el más observador… la chica invisible que nunca es vista, pero si aprovechada por los listos para conseguir cosas. La chica invisible que se rinde, y deja de luchar, por no ser herida. Y resulta que su mayor culpa, su mayor herida, es ella misma. Una chica invisible…

viernes, 13 de septiembre de 2013

Letras y sentimientos

Cuando lo pasas mal, escribir se convierte en tu forma de escapar. Escribes para llorar, para reír, para recordar, o para olvidar. Escribes para desahogarte, para hacerlo llegar a más personas, para ayudar, para explicarte. Es en esos momentos que a tu mente no le importa seguir despierta hasta las dos de la mañana, escribiendo como una posesa sobre el teclado, derramando alguna que otra lagrimilla, pero haciendo lo que más amas: escribir.
Cuando todo va bien, no sientes esa necesidad de plasmarlo todo. Olvidas cada mal momento y pasas a centrarte en lo bueno, en esos nuevos sentimientos y experiencias que se despiertan en ti. Pasas de escribir, queda relegado a un quinto, o último lugar, y no te arrepientes.
Pero yo me veo en una encrucijada. Amo escribir, expresar lo que siento, y demostrar con letras lo que mi boca no puede expresar… Pero me gusta ser feliz, conseguir mis sueños y vivir mi vida.

¿Qué haces cuando tienes que elegir entre lo que más amas, y lo que más ansías? ¿Te rindes a lo que te gusta, o permaneces en la transición a la felicidad? ¿Esperas a que el círculo de la vida se vuelva a repetir, o rezas para que no haya ninguna recaída?

¿Y si pasa tanto tiempo que llegas a olvidar cómo se escribía? ¿No llevaría eso a la muerte personal de cada niño dentro de nosotros? ¿No sería esa más profunda pena que una leve recaída de la que seguro nos levantamos?


Sólo sé una cosa: si pierdo mi soporte… perderé mi mundo. Y ese es el peor precio que puedo llegar a pagar.