sábado, 18 de enero de 2014

We remain


Tal vez no exista una intimidad más grande que la de dos miradas que se encuentran con firmeza y determinación, y sencillamente se niegan a apartarse.

Hasta ahora sólo intercambiaban simples palabras, un “hola” y un “adiós”; un “¿qué tal estás?” y un “muy bien”. Pero cuando coincidían en la mesa del comedor… Dios Bendito. Parecían decirse muchísimas cosas con solo mirarse.

Ese día no era distinto.

Su compañera de habitación terminaba de comer, mientras Katherine apenas era capaz de dar un mordisco más a su lasaña por miedo a mancharse, y parecer idiota delante de Kael, el chico. Optó por terminar su postre,  un simple yogourt. De vez en cuando miraba furtivamente al chico que tenía dos sillas más al lado. Sus ojos marrones, casi negros, le daban un aura de misterio… su tez negra y su gran altura intimidaban a cualquiera… Menos a ella. A Katherine le gustaba mucho ese chico, por más que le dijeran que no sería nunca posible lo de ellos, y que ella no terminaría bien. Pero no le importaba. Se conformaba con quererle, desearle, desde la distancia, se conformaba con imaginarlos en sueños, queriéndose y amándose. Sólo ellos dos, ajenos al resto del mundo.

Levantó una vez más la mirada, a su rostro, a aquél bello rostro que hacía nacer mariposas en su estómago. Coincidió que él la miraba justo en ese instante. Los dos sonrieron al cruzarse sus miradas. Él agachó la cabeza tímido, aún con la sonrisa tímida en los labios, y ella volvió a prestar atención a su postre. Su compañera se dio cuenta del movimiento, y permaneció callada mientras más atención ponía a la pareja. Al cabo de unos segundos, volvieron a levantar la cabeza al mismo tiempo, coincidiendo de nuevo. Él amigo de él empezó a reírse mientras agachaba la cabeza y negaba, como si no pudiera creérselo. Kael mantuvo la vista en los ojos de la chica, sonriendo; y Kathie no pudo por menos que devolverle esa sonrisa de oreja a oreja.

-          ¿Qué está pasando, Kat?- preguntó su compañera, exigiendo una explicación.

-          ¿Perdón?- se dirigió a ella, mientras observaba al amigo de su amor platónico hablándole en francés para que ellas dos no entendieran. Kael agachó la cabeza serio, y continuó comiendo.

-          Que me cuentes qué me estoy perdiendo…- susurró Mira.

-          No…No pasa nada- y con una breve sonrisa, y una última mirada furtiva, retiró su bandeja, y acompañó a su compañera a la salida.

No pensó que después de ése día, Kael cambiaría tanto como para olvidarse de ella, de sus miradas furtivas, de sus risas… Para ser alguien completamente diferente. Su tímido ángel, era ahora, un desconocido.

Catching fire

Oír a los charlajos reproducir las voces de mis seres queridos siendo torturados, no era nada agradable. No podía soportar la idea de que en algún lugar, estaban siendo flagelados, quemados, o asfixiados. Por mi desesperada mente aparecían miles de imágenes sobre tortura medieval, clásica y moderna:  sillas eléctricas, estiramiento de miembros, machetes, látigos que arrancan la carne, ácido, agua… Mi pobre hermana Prim pasando por todo eso, sufriendo mis actos. Y mi madre, Gale… Todos ellos a punto de morir por mí culpa. Formarían parte de la lista de personas que mueren por mí a cada segundo que pasa: ciudadanos del doce, del ocho, del tres… Mis patrocinadores, el equipo de preparación, Cinna, Effie Trinket… ¿Cómo iba a seguir adelante con la muerte de todos ellos en mi consciencia?

Salí corriendo del prado, con Finnick a mi espalda, sufriendo el mismo dolor que yo.

Intenté taparme mis oídos con las manos, al mismo tiempo que corría con todas mis fuerzas. Dios mío, quería salir de la zona ya mismo, y no encontraba la salida. Alcé la vista para poder orientarme, y fue cuando vi el rostro de Peeta haciéndome señas. ¿Por qué no venía a ayudarme? ¿Por qué gritaba como si alguien nos escuchara? ¿Acaso yo no le importaba? Comprendí el motivo cuando mi cuerpo chocó contra una barrera invisible y me tiró al suelo. Me levanté, golpeando el cristal con mis manos, desesperada por salir. Por el movimiento en los labios de Peeta descubrí que intentaba decirme que me tranquilizara… Pero yo no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera huir de allí. Nuestras manos se juntaron en la barrera, realmente parecía desesperado por abrazarme hasta que todo pasara, pero yo era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera callar lo demás.

Vi como Finnick se tiraba al suelo, encerrado en un ovillo, balanceándose, intentando recomponerse. Por mi parte, mis rodillas se aflojaron, clavados mis ojos aún en Peeta, en mi único rayo de realidad. Mi frente se pegó al muro, aguantando los temblores. Y todavía quedaba una hora… La oscuridad me venció cuando no me quedaba nada más con lo que luchar.

Sentí unas manos recogiendo mi cuerpo, estrechándolo en un pecho fuerte, caliente. Alguien acariciaba mi cabello, besando mi frente, diciéndome que todo había pasado. Peeta.

-          Todo está bien… Ahora estoy yo contigo. No pasa nada- su tranquilidad me relajaba, me hacía sentir segura. ¡Dios, cómo lo quería!

 
Aún sigo recordando ese día. Mientras vago por las calles del Capitolio, oculta bajo mi capucha, observo las entrevistas a los que fuimos tributos.  Oigo los susurros de la gente, sobre él y yo. Las conversaciones que tienen entre sí.

- Cuéntame, por favor. Cuéntame todo lo que pasó. ¿Qué viste? ¿Les escuchaste? ¿Cómo sobrevivieron?

Ellos tenías luz en sus ojos... Estaban vivos. Yo les conocía. Fueron obligados a jugar en los juegos...Y mi corazón murió con ellos... Pero ahora sólo son niños que yo conocía. 
Es duro saber que estuvieron allí, que a la gente aún le sigue importando. Pero los corazones rotos están en todas partes. Y ahora ellos, sólo son corazones rotos para ti.

Despedidas

Las despedidas siempre duelen. Las despedidas entre amigos, entre madres e hijos, entre hermanos, compañeros… Por la muerte de uno, el traslado de otro, el fin de algo especial. Toda historia tiene un comienzo y toda historia tiene un final. Nadie puede cambiarlo. Por mucho que queramos  continuar con ella.
Quizás sea ése nuestro problema. Luchamos contra una corriente que no somos capaces de manejar, una corriente que va en contra de lo que queremos. ¿Pero cuándo no va lo que queremos en contra de lo adecuado? Demasiadas veces para el bien de una persona. Quizás por eso ella estuviera tan triste. Quizás por eso no soportara ninguna broma.

Un día cualquiera, la amistad que antes era un sinfín de historias por contar, podría decaer en un absoluto silencio. No porque no supieran qué decir, sino porque ya no había nada que contar. Un día diferente, el amor entre dos personas podía desvanecerse, tal como había venido, sin más explicaciones, ni consejos para sobrevivir. O quizás fuera que una queda relegada a un segundo lugar. Deja de tener tanta importancia, y le van cediendo el puesto a quiénes sí la van ganando. Esa persona puede ser un amigo, un conocido, un hermano, o incluso alguien que no conocemos.

Parece que no nos damos cuenta en un principio. Pero realmente nuestro cerebro nos oculta esa información que probablemente nos heriría. No queremos verlo, y cuando llega, llega semejante a un hierro candente que nos deja marcado el corazón, o incluso el alma. Y no podemos hacer nada para que el dolor desaparezca. Siempre debemos aguantar de pie, o caer sobre una rodilla, para darnos impulso en el levantamiento. Al final del camino siempre llegaremos llenos de rasguños, de heridas, moratones… Quemaduras.

Poco a poco, esa persona que sólo veíamos como compañera empieza a caer mejor, a dar una nueva risa en la conversación, a alegrar la vida de otro… Y nosotros nos vamos quedando atrás. Los celos nos consumen, no podemos evitarlo. Queremos ser igual: igual de activos, igual de atrevidos, alegres, simpáticos, graciosos, enamoradizos, y miles de cosas más en las que nos superan. Dejamos de ver nuestras virtudes, y nos centramos en lo que nos carece. En el “ojalá fuera tan…” “¿Por qué no puedo ser más…?” Y con ello llegan las preguntas tristes, las que terminan por dañarnos hondo: ¿qué he hecho para ser así? ¿Por qué no me atrevo a más? ¿Por qué no puedo gustar por cómo soy? ¿Cómo puedo hacer para cambiarme? Casi sin darnos cuenta intentamos renunciar a la persona maravillosa que llevamos dentro para convertirnos en una copia imperfecta de otro ser. Que  a lo mejor no es tan perfecto, sino que vive y actúa de acuerdo a sus capacidades y forma de ser.
Será que el ser humano siempre ha querido sentirse el centro de atención. Puede que sin serlo, el egoísmo se adueñara de él a cada centímetro y no dejara ver más allá que del enfado y frustración. Quizás por eso muchos de nosotros terminamos enfermos, locos por sentirnos únicos, por ser adulados a cada segundo. Terminamos por cansar a los demás con nuestras propias inseguridades. Y volvemos a la ruleta rusa. 
Intentamos cambiar. Tomamos los consejos de quiénes no nos conocen, y volvemos a intentar ser copias imperfectas de un mundo cruel y desapacible. Lloramos, nos enfadamos, gritamos, criticamos, recapacitamos, intentamos y volvemos a caer. Pero luego no nos levantamos. Nos quedamos en el suelo, absorbiendo polvo, y finalmente, pasando desapercibidos. Porque ya no vivimos, ya no respiramos. Somos fantasmas errantes en busca de un alma que imitar y nos dé vida. Por eso nuestros amigos del pasado dejan de saludarnos (amigos que conocimos hace dos días, hace cuatro años, desde la infancia, o desde nunca…). Y así dejamos que nos vayan ganando terreno.

Pero es que las propias palabras de los demás nos hacen dudar a cada uno de nuestra valía. Cada vez que nos dicen “esta persona te está ganando terreno”, o nos preguntan por  ése personaje que tanto alegra las tardes, “es tan gracioso, me río mucho con él”, “deberías tomarte la vida más a risa como tal persona…” “¡qué seria eres! Llamaré a tal persona para que te enseñe a reír”. Llega un punto en que dejamos de sentir, y sólo pensamos en hacer daño a esa persona. Queremos que se de cuenta de lo que sentimos para que arregle el desequilibrio de nuestros propios sentimientos. Queremos que calle para siempre para recuperar a esos amigos que hemos perdido, o que ya no están tan pendientes de nosotros. Sólo por egoísmo, para ser el centro de atención, recibir piropos, adulaciones, o para sentirnos cómodos “si no está conmigo, tampoco contigo”. Pero siempre llegarán más gente, otras personas, quizás más fuertes, que les haga olvidar nuevamente. Porque eso es en lo que quedamos todos. En personas guardadas en el recuerdo, hasta que llega otro y hace olvidar a quién te hacía reír, a quién te contaba historias tontas, o a quién habías prometido dar una vuelta en coche. El ganador, se lo lleva todo.

Tal vez por eso, debajo de las sábanas, entre los brazos de Alistair, pensaba en sus dolores más profundos. No pudo evitar preguntarle.

-          ¿Crees de verdad que soy linda?- hizo una pausa hasta notar que él seguía escuchándola. Cuando recibió un apretón por su parte, continuó-. Porque todos de pequeña me decían que no lo era, y yo me lo llegué a creer. Y no sé por qué estoy llorando por esto ahora, cuando se supone que debería tenerlo superado…- las lágrimas derramaron por sus ojos, mojando la piel de su amante. En su pecho sentía la opresión que tantas veces la había hecho llorar. Alistair comenzó a darle besos por todo el rostro, consciente del dolor que la doblegaba, dolor que le partía el alma cada vez que recordaba.

-          Eres preciosa, hermosa, linda, bella… Eres muchísimas más cosas… ¿Por qué lo preguntas?

-          No quiero hablar de eso, porque me hace sentir mal. Y entiendo que quieras ahora coger mi mano. Me disculpo si te hago sentir mal, por verme tan, desgraciada y desconfiada…

-          No, no, no. No me importa que me preguntes este tipo de cosas, ni que llores. Prefiero que lo hagas delante de mí y podamos hablarlo, ante que lo hagas sola y no sepas cómo levantar cabeza.

-          Me duele tanto, Al… No sé cómo respirar, ni cómo seguir. Estoy tan cansada de seguir aquí. De prestar mi mano a todos, y recibir patadas. Y si tuviera que abandonarlo todo, desearía poder hacerlo ahora. Pero tu presencia me obliga a seguir de pie, mientras me siento tan sola…

Su mente continuaba alejada a la realidad.

“Cuando lloraba no había nadie que me diera su hombro, tenía que aguantar a estar en casa para llorar en mi almohada; cuando gritaba, lo hacía lejos de todos, para no ser escuchada. Y aún así, después de intentar ser sincera con la gente decir lo que sentía, me daban por tonta, por inmadura, por loca. No sabes cuánto duele que tu propia familia te trate como algo ajeno a ella. Los amigos del internado me trataban como a un ser invisible, no hablaba, no tenía nada que decir, y si hacía amigos, eran arrancados de mi compañía por críticas falsas y problemas inventados. Nadie me escuchaba y tuve que aprender a salir adelante sin contar con nadie. Porque no podía confiar, no podía fiarme, ni desahogarme. Estaba prohibido. Y lo he intentado tan duramente, que me he perdido por el camino. Sigo intentando que alguien esté a mi lado y no sienta más nunca ese eterno destierro interno. Pero al final siempre llega alguien que me quita el puesto, me quita protagonismo, y me da miedo volver a estar como al principio. Sin nada a lo que aferrarme, sin nada por lo que luchar. Sin nadie que me diga “bien hecho” o “qué lindura”. Me da pánico no volver a escuchar a alguien rogándome porque permanezca en un sitio, ni a otros invitándome a entrar. Duele. Duele que te traten como un pañuelo usado después de varias risas, y después cuando no puedes dar más de ti, te tiren a un lejano sitio del que nunca retornas. Sólo porque otro es mejor.
Y ahí lo sentía todo. En ese triste lugar. Sentía el peor sentimiento del mundo. Dar todo lo mejor de ti, y sentir que eso no era suficiente.”



Y entre lágrimas y recuerdos desconsolados, terminó durmiendo en los brazos de su sueño artificial.

true love

Era fácil amar a Alistair. Lo sentía cada día que pasaba. A cada segundo, cada mirada indiscreta, cada caricia consentida. Catherine sabía con toda su alma lo que ocurría con su corazón. De repente, se enamoró del que debiera ser un paria social en su país. Pero no pudo evitarlo, ni antes o ahora. Le amaba, con locura, le necesitaba…  y ya nada podía hacer para cambiarlo.

Él, a pesar de sus palabras brutas y gestos toscos; bajo es apariencia de indiferencia y bromista, había un joven muchacho que necesitaba cariño, que esperaba verlo comprobada en cada persona que apreciaba. ¿Le habrían querido desde pequeño? Siendo como era un simple caballero –a su estilo y cultura- le resultó muy triste que hubiera sido privado de amor a causa de la instrucción militar. Un niño, independientemente de cualquier edad, debería ser criado bajo el amor y un buen estilo de vida. ¿Habría sufrido tanto Alistair para comportarse como lo hacía?

Su mente estaba inundada de preguntas misteriosas, secretos insondables que no se le estaba permitido conocer. ¿Pero querría ella saberlos? ¿Se arriesgaría a cambiar su visión de un mundo semi-perfecto por la realidad de un hombre pobre? Y lo más importante ¿sería capaz de cambiar su vida –llena de comodidades y lujos- por una casa pobre y trabajos en el campo? ¿Renunciaría a todo lo que tenía, a cambio de un solo amor que podría marchitarse en cualquier momento? Tenía miedo de la respuesta única. Porque a su parecer, si continuaba en su mundo, sería algo frívolo, carente de pasión. Pero si optaba por vivir con Alistair… sería un mundo peor: sufrimiento, pobreza, enfermedades, luchas, sangre… todo a lo que ella se negaba pertenecer; una vida de guerrero, aunque tuviera el amor más puro y platónico. Todos sabían que una lady que dormía entre plumas no sería capaz de sobrevivir en el campo por mucho tiempo.

Allí estaba ella. Sentada en el banco más cercano al juglar que cantaba una canción en un idioma que no era capaz de entender. No había nadie más en la pequeña plaza. Las casas de los campesinos estaban encendidas con velas, con puertas cerradas… todo estaban bajo un techo, menos aquél pobre hombre. El frío se notaba. Catherine estaba apretujada en su capa de piel por miedo a una hipotermia. Pero aquél hombre seguía cantando para las dos parejas y ella misma, sin importar las circunstancias.

-          Esta es una canción que escuché a un viejo amigo hace muchos años. La titulo Falling Slowly- presentó en un perfecto inglés, para traducirlo después al idioma desconocido.

Deslizó sus dedos por las cuerdas del laúd, haciendo flotar en el aire unas suaves notas graves. Mientras cantaba, Cathie estudió la gente que iba apareciendo en las casas de los campesinos.
Una mujer de edad avanzada, colocaba platos de comida en la mesa que compartía con su marido y sus cuatro hijos. Los niños jugaban animados entre ellos, tirándose del pelo, o haciéndose carantoñas. Sin embargo, el marido permanecía estoico ante los alimentos, como si esperara algo mejor de la pobre mujer. Y la mujer, con aspecto de estar cansada, mantenía su cabeza gacha, moviéndose con rapidez, y al mismo tiempo temerosa.

La escena le recordó a lo que podría ser su situación en un futuro lejano… Un futuro con Alistair, y provocó una gran pena en Cathie, que desvió la mirada a un  nuevo piso.

Las luces alumbraban esta vez a varios amigos en la posada que se hospedaban los escoceses y ella.  Los soldados de Alistair estaban riéndose en alto, brindando con sus jarras de cerveza y cantando canciones típicas de sus pueblos. Entonces llegó otro compañero desde el exterior y, mientras se quitaba la nieve sacudiendo su cabeza de un lado para otro, era recibido con gritos y palmadas en la espalda. Sin duda, parecían felices del momento de tranquilidad, lejos de una mujer extranjera. Alistair estaba en medio de todos ellos. Contaba algo que Cat apenas oía por el extraño idioma, pero sus amigos parecían encontrarle la risa pues no paraban de alborotar al personal.

Las miradas de los dos se cruzaron. Cat la desvió de inmediato al cantante. Se estaba terminando.

Espero un momento a que el público se alejara para entrevistarse con el cantante.

-          Buenas noches, señor- dijo ella, tímida-, me gustaría felicitarle por la canción, ha sido preciosa- el hombre la contempló durante un instante, valuando su ropa cara manchada de barro-.

-          Muchas gracias, my lady- fue su seca respuesta. Se dio media vuelta y empezó a guardar su laúd.

-          Disculpe por molestarle de nuevo… Pero me gustaría desearle lo mejor. Como le he dicho, me han encantado sus obras, y espero que alcance sus sueños- Nada más soltar eso por su boca se sintió estúpida. Ese pobre hombre no podría llegar a famoso sin un padrino rico o la protección de un aristócrata. Pero a él no pareció afectarle.

-          Ojalá sea así, my lady… Ojalá –cuando ella emprendió de nuevo la marcha para irse, él la paró-. Disculpe, my lady. ¿Sabe usted leer y cantar?

-          ¿Yo? Er… Sí, eso creo.

-          Entonces, podría hacerme un favor. He recibido una canción escrita por un amigo, pero no soy capaz de interpretar los signos ingleses. ¿Le importaría cantármela mientras yo toco?- en su mirada parecía atisbar un signo de esperanza, un rayo de luz.

-          Claro, como iba a negarme.

Se situaron uno frente al otro, encima de un banco. Él le tendió varios papeles con una canción titulada A thousand Years, y ella empezó a cantar:
Heart beats fast
Colors and promises
How I would be brave?
How can I love when I’m afraid
To fall
Whatching I stand alone
 
Mientras cantaba notó cómo un nuevo público los rodeaba, escuchando ensimismados la suave y romántica canción.


El propio Alistair salió del salón buscándola entre la multitud. Para cuando escuchó de labios de la joven la letra, pensó que era la voz de un ángel lo que oía,  y que su corazón se mataba por sentir esa voz mágica pronunciando su nombre.

El rey de las estrellas


Estaba a punto de caer rendida al sueño, a los brazos de su ángel negro. Un ángel que estaba en otra habitación, dentro del mismo internado. No eran una pareja común, ni por asomo pensaron que podrían llegar a ser buena pareja. Él era alto, de tez negra, flaco y fuerte; mientras ella era todo lo contrario: bajita, con curvas, blanca y cómoda. Sin embargo, algo les había unido en su momento, un lazo del destino, de Alá, o de Jehová… Daba igual. El lazo seguía manteniéndoles unidos y era lo único que importaba. Le debían mucho a ese lazo.

Katherine escuchaba una melodía, arropada en sus mantas, de tal forma que parecía estar siendo abrazada por Kael. Imaginaba los momentos que habían pasado juntos, y les ponía música. Su  compañera, escribía a su novio por Whats App… Mientras tanto, Kael veía After Earth, la nueva película de Will Smith con su hijo. Aunque miraba cada tres minutos su BlackBerry, esperando respuesta al mensaje que le había mandado a la chica que más le gustaba.

Unos golpes sonaron en la habitación 217. Las dos jóvenes se miraron, preguntando si había sido una broma de mal gusto por parte de las demás estudiantes en esa planta. Luego se oyeron pasos corriendo de un lado para otro, y gritos femeninos.

-          Nos tocaron la puerta, ¿no?- pregunta su compañera extrañada.

-          ¿Qué hora es? La becaria pasó hace mucho rato…- corrió hacia la puerta y la abrió. El rubor subió a sus mejillas cuando se dio cuenta de que sólo llevaba una blusa suelta y unas bragas naranja fluorescente. Intentó ocultar gran parte de sus piernas con la blusa, y asomó la cabeza para ver quién había llamado.

-          ¡Katherine!- gritó desde la mitad del pasillo Martha, otra estudiante-. ¡Cierra todo! –decía alterada mientras se acercaba a nosotras-, no dejes nada abierto. Y los armarios con los candados. Vestíos y bajad rápido al Hall.

-          ¿Pero qué pasa? –aparecía mi compañera a mi lado. Martha sudaba por todas partes, estaba vestida con su pijama de conejitos rosa y el pelo despeinado. Su miedo traspasaba cada poro de su piel, metiéndose en el cuerpo de las otras dos muchachas.

-          Mark acaba de ver a un ladrón en la ventana de su habitación. Estaban dando golpes contra su ventana para romperla y entrar, pero justo entró él en el cuarto y corrió a por el chico. Creen que ha huido a esconderse a otra habitación. Por eso me mandaron para que os comunicara las medidas- la joven seguía con las noticias mientras Katherine corría al interior de su habitación y cerraba la ventana con fechillo, bajó el stor y cerró los tres armarios. Keira cerró la puerta cuando Kathie comenzaba a desvestirse y ponerse unos pantalones  y zapatillas de deporte.

-          ¿Vas a ir?- pregunta la compañera.

-          Aún no, pero si tengo que correr iré preparada para ello- extendió la mano para coger su sudadera negra con gorro, y su móvil, junto a su cartera y la documentación.

-          ¿Puedes ayudarme a meter las cosas del balcón? Tengo la ropa y los zapatos allí fuera…- Kathie miró con el rostro desencajado a su amiga. ¿Estaba loca? ¿Abrir el balcón con un ladrón fuera? Miles de imágenes de un asesino aparecieron en su mente. Un escalofrío le recorrió la espalda.

-          ¿Estás loca? ¿Ahora?

-          ¡Por favor!- Kathie puso los ojos en blanco mientras subía el stor. Keira cogió el escobillón como arma de defensa, y salieron al exterior que lloviznaba. Su compañera entró la ropa mientras Kath cubría las espaldas. Terminaron y lo cerraron todo de nuevo. Tecleteó en su móvil el nombre de Kael y grabó en un mensaje lo que le habían dicho anteriormente. Luego le escribió que tomara las mismas medidas él y tuviera mucho cuidado.

Salieron al pasillo. Dos policías armados paseaban por él. Kath se empezó a hacer una coleta mientras Keira se adelantaba a bajar los escalones al Hall. Los becarios y cuidadores estaban en corro, diciéndonos que estaríamos recluidos en las dos primeras plantas hasta saber que estábamos a salvos. Al rato subió a su habitación de nuevo, cuidando de que su compañera respirara debido  a su ataque de histeria.

Kael no paró el vídeo mientras leía el mensaje. Escuchaba de fondo varias voces discutiendo, a saber por qué. Escuchó atento las palabras en voz de su chica. No había acabado el primer mensaje cuando ya se estaba poniendo de pie y cogiendo ropa de abrigo para salir a la residencia femenina. Cuando iba a salir por la puerta, recordó avisar a sus amigos y alertarles. Bajó las escaleras a toda rapidez. Pasó por delante de becario que le cortó el paso.

-          ¿A dónde vas?- inquirió de malas maneras. De vez en cuando se preguntaba si los hombres blancos tenían algún problema con respecto a los de tez negra.

-          A dar una vuelta.

-          No puedes salir. Vuelve a tu habitación.

-          Aún puedo salir media hora más, sólo estaré en el femenino.

-          Dije que no, no se puede salir de aquí, ni acceder allí. Vuelve a tu habitación, es la última vez que lo repito.

Subió los escalones hasta las habitaciones de sus compañeros. Se reunieron en la tercera planta.

-          ¿Están bien las chicas?- preguntó Mustafa, sin duda refiriéndose a la novia de Kael, que tanto cariño le había cogido en el corto periodo de tiempo que se conocían.

-          Eso creo. Pero seguro que Keira está asustada, y eso preocupará más a Kath. Voy a ir, diga lo que digan- empezó a dar media vuelta cuando la mano de Dudabi se posó en su hombro y lo retuvo.
-          ¿Has pensado que podría ser una trampa?

-          No creo que hayan llegado hasta aquí. Apenas he dado señales de vida, tal y como dijo mi padre.

-          Pero ya sabes que nunca se cansaran de buscaros. Y se habrán enterado, por lo mucho que sobresalís tú y ella, de que es tu punto débil, hermano.

¿De verdad podrían haberle encontrado? Sabía que los rebeldes nunca se rendirían, pero no los creía capaces de tener contactos en España. Sin duda cuadraban ahora muchos detalles que habían pasado desapercibidos.

Volvió a su cuarto, escoltado por sus amigos. Cogió el arma que tenía escondida en un doble fondo de su armario. Luego se colgó desde atrás una maleta con munición, pasaportes  y dinero de emergencia… Realizó un par de llamadas: Aeropuertos, Agentes de Seguridad, su casa… y su padre.
Bajaron por las escaleras, vestidos para luchar. Los policías estaban revisando los cuartos en busca del ladrón. La entrada a la residencia masculina estaba libre. Empezaron a salir discretamente por ella, nadie se fijó. De repente escucharon voces en su idioma materno.

-          Están justo debajo- dijo su mejor amigo-. Si salimos al exterior como si nada, seremos un blanco fácil.

-          ¿Y si encendemos un fuego?- dijo Dudabi. Prepararon un pequeño humo que hizo saltar la alarma de incendios, y a los minutos todos los alumnos salían corriendo por las escaleras, directos a la salida. Se mezclaron entre ellos. Y cuando llegaron casi al final de ellas, apareció un ejército rebelde que luchaba con armas de fuego.

-          ¡Corre!- le gritó su jefe de seguridad.

Saltó por encima de la barra de las escaleras y empezó a correr al pasillo que conducía a la otra residencia. Notó a sus amigos disparando las armas de fuego y siguiéndole desde atrás. Preparó su arma a medida que corría. Cuando doblaba el segundo tramo de escaleras, una bala pasó volando cerca de su cabeza. Se ocultó detrás de una pared. E intentó dar al asesino sin ver. Cuando cesaron los disparos volvió a correr.
En el Hall femenino estaban varios policías peleando contra los rebeldes. El grupo y Kael aprovecharon para buscar a Kathie, pero no estaba en la sala. Subieron a la segunda planta, en su busca.

-          ¡Corre, corre! Coge todo lo necesario, Keira, no te entretengas por Dios.

Su compañera corría de un lado para otro, buscando con qué podía defenderse. Kathie tenía un cuchillo en la mano que había robado de la cocina, y Keira no se separaba de su escoba. De repente la puerta salió disparada hacia el interior. Su compañera gritó aterrada, y Kathie se preparó para entrar en combate. Casi se desmaya del susto cuando ve que es su novio. La abraza fuerte y le besa la coronilla.

-          Tenemos que irnos, amor. ¡Ya mismo!

Katherine asintió y cogió a su amiga de la mano, la estrechó con fuerza. La separaron de ella, y Mustafa la agarró, haciéndola correr por el pasillo. Cuando llegaban a la planta baja, salieron varios hombres armados  y con sangre en las ropas. No tuvieron tiempo de disparar porque su novio y sus amigos los mataron. Torcieron hacia una de las puertas de emergencia. Los gritos en otro idioma se oían por todos lados, y las balas pasaban muy cerca. Kathe no era capaz de gritar, y su novio le hacía daño en la mano de la fuerza con que se la apretaba.

Corrieron el largo tramo hacia un coche negro mal aparcado. Era una furgoneta. La lluvia les mojaba.
Subieron e  inmediatamente ésta empezó a acelerar por el pavimento húmedo. Kael la estrechaba entre sus brazos, repartiendo besos por su rostro. Keira se había desmayado nada más llegar.

-          ¿Qué ha pasado?- murmuró al joven que la abrazaba. Él la miró sin saber qué decir, apretando aún más su protección-. Dímelo, por favor-. Kael la miró, la besó una vez más con pasión.

-          Iban  por ti, para darme alcance.

-          ¿Cómo? No entiendo…

-          Por favor, deja que te lo cuente en otro momento… No me siento capaz.

Goodbye my lover


Siempre la habían considerado una marginada social. Solamente porque prefería alejarse en sus momentos de tranquilidad, en busca de un buen libro que leer, o una canción que escuchar. Muchas trataban de no hablarle, evitando cualquier gesto amistoso por miedo a recibir su rechazo… Muchos otros ni siquiera la miraban con respeto, a sus ojos, ella merecía mucho menos. Su timidez era confundida con arrogancia, su miedo parecía indiferencia… Y sus objetivos eran similares al odio universal.



Llegó a pensar que nunca encontraría a nadie adecuado para ella. Creyó fervientemente en la inexistencia del amor… Hasta que decidió mandar todo al olvido. Y fue la primera vez que comenzó a vivir realmente.
Ya en sus primeros años de universidad viajó por toda la Península Ibérica, conociendo a mucha gente distinta, disfrutando de la cultura medieval que inundaba al país. Y en una de esas grandes y maravillosas comunidades, conoció a Alistair. Joven alto, ancho de espaldas y musculoso de piernas, de rasgos marcados y mirada penetrante, moreno en piel y ojos marrones mezclados con un verde oscuro.

Nunca lo vio como algo serio, sabía que sólo llegarían a un affair durante un tiempo indefinido. Pero bendito tiempo era el actual.

Buscó en el armario de Alistair una camisa larga que consiguiera taparle hasta la mitad de los muslos, mientras el joven en cuestión permanecía acostado cuán largo era sobre la cama revuelta, un brazo por detrás de su cuello, manteniendo su vista fija en ella.

Catherine se movió nerviosa por la estancia, acariciando distraídamente la cabeza de uno de los perros que la seguía fielmente.

-          ¿Puedo saber qué te pasa, Cat?- dijo su amante desde las sábanas. Al volver la vista hacia él, se dio cuenta de lo que realmente parecía: un Dios griego, un perfecto Dios que haría temblar al mismísimo infierno. Pero no podía dejarse llevar por sus sentimientos, aún tenía sueños pendientes por hacer antes de enamorarse.

-          No, cielo. Sólo intentaba recordar algo…- su explicación no parecía ser suficiente para él. Levantó su cuerpo y se plantó delante de ella, imponiéndose como un rey.

-          Siempre te he considerado como un halcón, Cat. Una criatura  feroz,  hermosa y solitaria que vuela fuera del alcance de los demás, mirando el resto del mundo desde la distancia, cuyos pensamientos más íntimos sólo el viento conoce. Y me da muchísima pena no poder ayudarte cuando te ausentas de esa forma.

-          ¿Qué soy, Al?- su deseo por saber qué pensaba de ella resultó más poderoso ahora que tenía la posibilidad de alcanzar una verdad vedada desde pequeña. ¿Sabría él qué le pasaba de verdad? ¿Podría ayudarla?

-          Bueno… Eres una chica solitaria o ni tan solitaria, amas los mundos de fantasía. Por eso me gustas, para mí eres distinta… Sólo tú sabes maquillarte el alma con letras.

-          Pero, ¿qué soy para ti?-quiso saber ella. Él dudo en responder.

-          Para mí eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, y lo sabes.  Pero no puedo decirte las palabras que quieres escuchar, y sé que tú tampoco quieres hacerlo ahora. Pero estoy seguro de que lo que siento por ti, irá en aumento, porque nunca podrá terminarse ni menguar su poder.

-          Sí, tienes razón. Aún tengo muchos objetivos que cumplir, muchas cosas que hacer… Y no podría hacerlas si tú estás a mi lado.

-          Lo sé, y yo te esperaré aquí. Te buscaré hasta el final del mundo.

-          Gracias, gracias de corazón por entenderme…-susurró ella contra sus labios, guardando cada último segundo que pasaba con él, sintiendo en su corazón cómo le echaría de menos. Y por un momento, deseó no marcharse y renunciar a todos sus sueños.

-          Sólo quiero que nunca te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento; aún debe haber fuego en tu alma. Aún debe haber vida en tus pasos.

-          Lo recordaré siempre- y no volvió a dudar en su decisión. Minutos después salía del baño preparada para partir.


¿Pero estaría renunciando a algo pasajero, o al verdadero sueño que buscaba?

Cut your life


-          Cariño mío, te tengo un pequeño regalo- susurró su abuela desde una esquina de la habitación. Katherine se sentó delante de ella, en un pequeño asiento.
-          ¿Qué es, abuela?- inquirió la pequeña niña. Su abuela le depositó en la mano un colgante de plata, con una piedra azul.
-          Es un colgante, mi niña. Algo elegante, quizás un poco discreto, pero sin duda alguna, hermoso. Es como tú, vida mía. Eres discreta a simple vista, tan tímida y con tanta inocencia... Pero cuando se te conoce bien, se nota la gran hermosura que posees. Eres una joya, una piedra preciosa que nadie se atreverá a tocar.

La pequeña Katherine no supo qué contestar a la confesión de su abuela. ¿Ella hermosa? ¡Si casi ni podía soportar verse al espejo!

Fue al cabo de varios años cuando descubrió la verdad de aquellas palabras. Cuando su abuela murió, y ella se vio sola en un mundo de maldad.
No imaginó que un colgante pudiera darle tanta seguridad, y tanta tranquilidad cuando lo llevaba puesto. Era totalmente distinto. Fue una oportunidad se seguir viviendo, tras la muerte de su abuela. Una razón.
Era lo primero que se ponía por las mañanas, y lo último que se quitaba en la noche. La acompañaba a todas partes, y más de una vez creyó en los poderes mágicos que su abuela tanto le recordaba.

 Quizás fuera verdad.

Su abuela decía que los sueños eran, para cualquier mortal, recuerdos de otra vida… Pero para nosotras, ella y yo, los sueños eran un viaje en el tiempo. Un viaje del que no pensábamos con total claridad, y al despertar en un nuevo día en nuestra habitación, sólo recordábamos pequeños retazos de esos momentos. Sólo porque no teníamos consciencia absoluta de esos momentos maravillosos.


Sin embargo, en su caso era diferente. Por más que su abuela dijera y jurara que ella viajaba en el tiempo, sólo podía recordar emociones, sensaciones de dolor, de pena y de tristeza. De ahí que al despertar, su almohada estuviera empapada. 

Cambios


Ella no era como las demás; fue el primer pensamiento que vino a la mente de él cuando la vio. Era preciosa. Su pelo rizado, corto y marrón oscuro estaba perfectamente colocado detrás de sus hombros, sus ojos cerrados, su definida barbilla apoyada sobre el violín, su boca tornada en una suave y relajada sonrisa. Su cuerpo se movía al tempo del ritmo, y las notas fluían de sus dedos, arrancadas por su arco. Era bellísima, más incluso de lo que habían sido sus últimas amantes.
Estaba a solo cuatro pasos de ésa pequeña mujercita. Cuatro pasos que se tornaban mil años de distancia para poder tocarla. Se moría por hablarle. Se aseguraba a sí mismo que la voz de ella debía ser delicada, como si de una flor se tratase, sensual. ¿Quién es? ¿Dónde vive? ¿Estudiará o trabajará? ¿Qué edad tendrá? Miles de preguntas sin respuestas que deseaba hacer. Un encuentro mágico, por más que se negaba a pensar en la coincidencia de encontrarla. Creyó por un segundo que ella podría ser suya; podría preguntar su nombre y buscarla en una red social; podría preguntarle a ella misma su nombre, o incluso preguntarle a su compañera de atril; podría preguntar al director que debía de conocerla bien, o presentarse y hablarle valientemente. Pero ¿cuándo podría hablarle? En mitad de este concierto sería imposible.
El concierto. Le habían dicho el día anterior de asistir, tocar las diecisiete partituras de los dos musicales y aguantar un bis. No había tenido ganas de salir de su casa. No había querido estar obligado a asistir y por ende, tocar hasta altas horas de la noche. Pero algo le impulsó a ir. Algo dentro de él le gritaba con todas sus fuerzas que debía ir, que allí encontraría algo fuera de lo común. Puede que no se hubiera equivocado, pero sólo podía demostrarlo de una forma, conociéndola. ¿Por qué estaría tan seguro de que era ella la razón de su asistencia? No tenía forma de indicarlo, sólo podía dejarse llevar por sus emociones. La adrenalina que el momento provocaría. La impaciencia por leer sus expresiones en su rostro, y así poder probar sus teorías con respecto a ella.
Ya sólo le quedaban cuatro canciones para el descanso. Habían terminado la dos primeras, y mientras, en su mente, sólo estaba ella y su gran sonrisa.
Su compañera pelirroja le susurró algo, y la joven misteriosa se rió por lo bajo. Sus mejillas se subieron, mostrando un ligero rubor, su vista se achinó, y una sonrisa torcida iluminó su cara de ángel. Al contrario, se equivocaba. No tenía cara de ángel. Un ángel no reiría sin preocupaciones, ni tendría movimientos tan libres. Un ángel sería demasiado bueno como para fijarse en él. Un ángel tendría miedo de aventuras, ella no parecía tener miedo a vivir las opciones imprevistas que le ofreciera la vida. Hubo un momento en que a él le pareció sentir que le miraba. Sus ojos habían chocado,  a él se le paralizó el corazón de golpe.
***


-          Madre mía, ¡qué guapo es!- le susurró Mariane a su compañera y gran amiga Jessica. Ésta la miró inquisitiva.
-          ¿Por quién andas suspirando?
-          ¿Ves el joven que está detrás de Álvaro? Es el único que toca la trompeta. Camisa negra desabotonada, pelo cargado y negro, sin gafas, cara más o menos afilada…
Jess giró su cabeza lentamente, simulando que se colocaba el pelo hacía atrás. Figuró al chico entre los trombonistas. Sin duda, tenía atractivo. El joven, de al menos veinticinco años, tenía la piel morena, con un ligero asomo de barba. Simulaba un chico muy seguro de sí mismo y reservado, quizás con algo oculto, pero sin duda, guapo.
-          Te gusta ¿eh?- le recriminó a su amiga.
-          Mucho, pero no va a haber nada- declaró muy consternada. Su vista se entristeció, apagando el brillo de sus ojos. La sonrisa se borró muy rápido de ella.
-          Eso tú no lo sabes. Pero no te preocupes, cuando aparezca, sabrás que es él. No tengas prisa.
Mariane. Su pequeña y linda Mary. ¡Cuánto miedo había tenido que entrara en depresión por su ruptura con su antiguo novio! Sin embargo, ella se había levantado de la tristeza con fuerzas renovadas, lista para continuar con su vida, sin miedo, abierta aún más al amor, con nuevos sueños y esperanzas. Era toda una luchadora, aparentemente seria y reservada, pero en el fondo muy dada a mostrar cariño, divertida y demasiado madura para su edad. Puede que eso fuera lo que la llevó a sufrir acoso escolar de pequeña. A lo mejor eso mismo fue la causa de su distanciamiento con amigos, dudas hacia dónde ir, cómo ir y con quién. Pero a ella no consiguió eliminarla así como así. Aún, después de tantas rabietas, seguía apoyándola, demostrando que  el mundo daba buenos amigos, y repitiéndole que ella llegaría muy lejos. Sólo había que observarla detenidamente para que uno se diera cuenta de la gran fortaleza y valentía que poseía. Era más que inteligente, era muy amable con los que le hacían daño. No quería venganzas, eso llevaba a más odio y dolor. Perdonaba, y seguía con su vida. Daba una oportunidad, pero no permitía que ésa misma persona que le afligió dolor, volviera a su vida. Aunque con su madre hizo varias excepciones en su momento. Y otras miles con su padre. Aún, después de todo lo pasado, ella seguía manteniéndose firme en sus metas y sueños. Sin que nadie la moviera de su determinación.
-          ¡Oh, Dios mío! Creo que me ha mirado…- ahogó una exclamación antes de ponerse recta y colocar bien su violín, dos manchas rojas colorearon sus mejillas.
-          Aprovecha para sonreírle mujer. Que sepa cómo han chocado vuestros ojos.
-          ¿Estás loca? ¿Y si no me miraba a mí? Haría en ridículo.
-          Bueno… Si te pregunta más tarde si le sonreíste, dile que no era  a él, sino a otra persona.
-          Definitivamente, estás muy loca.
Sin embargo, permaneció atenta al joven. Más cuando ella creía que él no la miraba, Jess comprobaba lo prendado que parecía estar él de ella.
El director llamó la atención de los músicos, preparándolos para la siguiente obra.
Su amiga colocó su violín en posición, y en cuanto empezaron, Jess vio de reojo cómo el trompetista miraba asombrado a Mary.
Tendría que hacer algo para que ellos dos intercambiaran palabras. No tenía dudas.
***
<> Pensaba para sí mismo mientras la volví a contemplar.
El polo negro que llevaba se le apretaba al pecho, adivinándole unos encantos muy favorecedores. Su cintura no pertenecía a la de avispa que llevaban todas las chicas de su época, al contrario, era ancha, pero tampoco era gordita, solamente un poco entrada en carnes, aunque eso hacía resaltar su belleza. Prefería eso mil veces, a unos huesos que se le clavaran en el cuerpo. Ella era abundancia de lo que a muchas otras les faltaba. El ejemplo más claro eran dos violinistas sentadas delante de la Venus. Dos rubias flacas, escuálidas, sin encantos, serias a más no poder… Sin duda, cuerpecitos que le causarían daño en el cuerpo y en la mente.
-          ¡Esto sí es gracioso! –comentó el trombonista a su lado.
-          ¿Qué pasó?- preguntó otro chico de la fila.
Mientras tanto, Robert buscaba con la mirada a su Venus ahora desaparecida.
-          Una de las violinistas ha salido corriendo. Creo que es la que va a cantar.
Ese comentario atrajo inmediatamente su atención, y dijo su única frase desde el inicio del concierto:
-          ¿La violinista sentada al lado de la pelirroja?
El hombre le miró sorprendido, como si no hubiera esperado escucharle hablar en todo el encuentro. No sintió ninguna emoción con respecto a la sorpresa del otro, no esperaba otra cosa, pero no soportaba que no le vieran capaz de algo. Eso sería infravalorarle.
-          Ésa misma.
-          ¿Y qué cantará?- preguntó Robert, impaciente por obtener respuestas muy ricas en información sobre ella.
-          No lo sé, pero me dicen que canta mucho mejor que todos los demás. Nunca la he escuchado.
-          Seguro será así.
El piano comenzó a tocar una melodía, muy conocida: The Winner Takes It All de Abba. Al segundo apareció una figura menuda en el escenario, cogiendo nerviosa el micrófono, y esperando la señal del director. Se veía tan vulnerable allí arriba, que le dieron ganas de salir a darle consuelo.
Ella comenzó a cantar. Y el pudo comprobar que sus conjeturas no iban muy desencaminadas. Era cierto que su voz era serena, tranquila, pero denotaba en ella una fuerza, una resistencia, una firmeza y aguante que hacía tiempo no veía en una mujer. Parecía ser una Venus muy briosa, tenaz, constante, de ése espécimen que siempre se esfuerza en conseguir lo que quiere, con algo de sensatez, pero con esa misma mezcla de locura que tanto le enloquecía.
Era impresionante escucharla. Sus pelos se habían puesto de punta, incluso su compañera la miraba asombrada. ¿No se lo esperaban? Ella mostraba entereza en el escenario, estaba segura de lo que hacía, sentía la melodía, las palabras de la canción, se notaba el dolor del significado.
-          The winner takes it all... Idon’t wanna talk, ‘cause it make me feel sad, and I understand.
Vislumbró una lágrima que caía de su mejilla. Y justo cuando pensó que no podía continuar con la canción, ella sacó fuerzas de flaqueza e hizo un agudo brillante que incluso tuvo que rebotar fuera del auditorio. Se movió por todo el escenario, mientras su pelo era movido por la ligera brisa de las ventanas del techo, así como su cuerpo fluía con la música. Ella sentía la música. Se movía con elegancia aún cuando debería ser lo contrario. Se entregó al completo, y aunque lo intentaran, sería muy difícil superarla. Sonrió satisfecho de que su Diosa fuera tan maravillosa.
-          Alucinante…-susurró el joven del al lado.
-          Ésa sí que es una voz prodigiosa.
***
“¡Qué vergüenza!” Pensaba la joven para sí misma. Era su tercer concierto cantando delante de tanto público y aún no sabía cómo afrontarlo. La misma energía de siempre, ése sentimiento de mariposas en el estómago, el cual le encantaba sentir. Sentía nervios por si lo hacía mal, pero eso no tenía importancia con respecto a su cuerpo relajándose, su ser apasionado, las palabras deslizándose en su voz, traspasando todas las fronteras que le impedían cantar delante de un público.
No tenía miedo, si se equivocaba continuaría sin temor, disfrutando de la experiencia de cantar en un teatro como aquél. Si ésta vez no le salía vez, volvería a intentarlo con más fuerzas, sin desistir, sin rendirse. Ella pondría sus límites y la timidez no sería uno de ellos.
Contempló los distintos asistentes a medida que las luces se apagaban, dando lugar a un tenue resplandor amarillo. Cada uno era totalmente diferente: unos la miraban con el ceño fruncido, dispuestos a analizar la forma en que cantaba; otros esperando sorprenderse; algunos tecleaban en el nuevo móvil de moda; pocos lograron fijarse en ella, mientras contemplaban el Power Point creado por la profesora de canto. En él aparecían distintas imágenes del Musical de Brodway “Mamma Mia”: Meryl Strep cantando bajo un ventana azul “Money Money”...
Y allí estaba ella, distante  a ser reconocida mundialmente por su voz, dispuesta a comerse a cada uno de los desconocidos con su amor por la música. Y si no podía, al menos saborearía  la oportunidad.
Los primeros sonidos del piano comenzaron a nacer, delicadamente, como si de un despertar se tratara. Esperaba la señal acordada con el director para comenzar su actuación, aunque no le hacían falta. Conocía la composición a la perfección. Había nacido con parte de esas canciones como banda sonora de su vida, sería difícil olvidarlas a ellas y a todos los recuerdos que las acompañaba.
Se acercó el micrófono a los labios. Respiró hondo, fijó su vista en el hombre principal, entendió su mensaje y cerró sus ojos…
Entonó las primeras frases de la primera estrofa. Intentó hacerlo tranquila, sin que temblara su voz. Relajada. Llevó su mano al corazón, notando las miles de pulsaciones de él. Sin apenas darse cuenta su cuerpo empezó a estremecerse por el placer que le producía la melodía.
Los violines promovieron la armonía, y ella se deslizaba por el espacio impulsada por la delectación. Sonaban tan delicados, tan especiales… Tenían un sonido único, elegante. El ser de los más difíciles de tocar no les restaba encanto. Pocos apreciaban su verdadero potencial. Tantas formas de tocarlo, de acariciarlo. Tantas formas tenía uno de manifestar sus sentimientos que era difícil no intentarlo al menos. El violín era como ella. Consumado en el Barroco, como uno de los instrumentos simbolizantes de la mujer con curvas, fino, aristocrático, diferenciado de todos los demás. Y así era ella, o le decían de ser: distinguida, un poco entrada en carnes, pero lindísima de cara, una señorita con forma y carácter. Un espécimen muy distinto de su época.
Abrió los ojos, notando de forma intensa la mirada de alguien en su nuca, provocándole un ligero cosquilleo. Intentó dar educadamente su espalda al público, buscando a aquél dueño de su intranquilidad. Estudió la cara de sus compañeros violines, todos estaban en su labor de continuar el tema; los saxofones concentrados en la siguiente partitura… Algo la estimuló a mirar al joven trompetista de antes, aquél que hubo inquietado su ánimo ésa noche. No se equivocó. La estaba examinando lentamente, con deliberado desparpajo e insolencia. ¿Qué se creería para mirarla de tal forma? Giró su cuerpo con el suficiente intervalo de tiempo para coger aún más aire y hacer el agudo de “The Winner Takes It All”, aplicando una chispa de su cosecha. En cuanto emprendió el estribillo de nuevo, los saxofones y la guitarra eléctrica entraron con fuerza, al igual que un trombón y la batería. Cambiaron la tristeza sublime de la música para convertirla en un dolor más agónico. Incluso sintió cómo la atravesaba la fuerza de todos y cada uno de ellos. Llamando la atención de todos aquellos que no habían fijado su vista en ella. Había funcionado.
Se permitió recordar, en un brevísimo lapsus de tiempo, su niñez. No fue como la de los demás niños. Fue complicada y espinosa. Una ardua tarea de sobrevivir para una niña de tan corta experiencia. En apenas un ocho años de haber nacido, las chicas de su clase le decían todo tipo de palabras crueles… La culparon de actos que no había cometido, le imponían horas de castigo por cosas que no tenían su nombre, le pegaban, y se había mantenido callada porque… Realmente no sabía por qué. Esperaba que pudiera cambiar con el tiempo, que se aburrirían y la dejarían en paz. Ingenua de ella al no darse cuenta de cuán interesante puede resultar para un alumno, hacerle la vida imposible a alguien inferior. No le dieron día de descanso… Noches llorando sola, negándole a su madre las marcas y roturas de su ropa y cuerpo.
Una lágrima rebelde se deslizó por su mejilla. Aún le dolía recordar. No era más que un signo de lo poco que tenía superado ese período. Se suponía que el pasado no debía interferir en el futuro, pero por más que lo intentara, le era imposible olvidar todo lo sufrido para seguir con una vida, sin saber a dónde iría, con quién, o cómo. Y era en ése mismísimo instante en el que el miedo se apoderaba de cada fibra de su ser, le impedía respirar, no le dejaba pensar ni sentir, excepto un dolor ahogado, interminable, que siempre estaba al acecho de hacerle daño y recordarle sus miserias. Se veía sin nadie que la apoyara, que le abrazara con fuerza y le recordase que todo era pasajero… Se veía sumida en total soledad, sin poder hacer nada más que llorar en total aislamiento.
Ya había terminado su canción, así como iniciado el descanso del primer musical, cuando ya estaba saliendo de la escena, aguantando las demás lágrimas, corriendo hacia la terraza. En cuanto salió de la vista de los técnicos dejó escapar cada una de los sollozos contenidos. Subía los escalones lo más rápido que sus piernas poco entrenadas le permitían. Abrió la puerta y la cerró con fuerza. Captó el viento soplando en su cara, apenas unas gotas de lluvia caían. Tenía el tiempo suficiente para resituarse  y volver a estar firme. El tiempo necesario para que nadie notara sus lágrimas.
Se apoyó contra uno de los muros laterales, contemplando la inmensidad de la ciudad llena de luces a su alrededor, expandiéndose más adelante. Apoyó su cabeza en el frió bloque, llorando y lamentando su suerte.
¿Cómo podía la vida hacer tanto daño a alguien, y esta persona seguir adelante como si nada? Esos hechos permanecían en uno, quisiera o no. Era difícil borrarlos. ¿Pero había forma de vivir con ellos en paz? ¿Sin llorar casi todo momento? ¿Sin sentir la necesidad de ser el centro de atención de quiénes más quería? ¿Era normal acaso tener tantas dudas de su existencia? ¿A dónde iría cuando no pudiera más? ¿Y cuándo terminase el Bachillerato, qué estudiaría? No sabía cómo continuar en esta vida que apenas comenzaba.
***
¿Dónde estaría la joven? ¿Por qué salió corriendo? Lo había hecho de maravilla, todo el mundo se puso de pie para aplaudirla, incluso gritaron bravo, pero ella ya había desaparecido. Varios hombres a su lado comentaron que pudo ser por los nervios, sin embargo el dudaba de que eso fuera verdad. Algo le pasó mientras cantaba, y eso no eran nervios.
Siguió la misma dirección que ella debió de seguir si se sentía mal, con ganas de estar sola. ¿A dónde iría él? A cualquier lugar que no fuera nadie en una noche tan fría. ¿Y cuál podría ser ése lugar alejado? Las escaleras estarían ocupadas, los baños de los camerinos repletos de gente, el exterior del conservatorio también, el único lugar decente…Era la terraza del lugar. Tres plantas más arriba. Si corría un poco, con suerte la pillaba sola.
Subió los escalones de dos en dos, espoleado por la acuciante necesidad de darle apoyo, abrazar a ésa pequeña chiquilla que debía sufrir en silencio.
Llegó a la puerta, inspiró todo el aire que pudo, comprobando que nadie más le seguía, adentrándose en el salvamiento de la joven.
A primera vista no la encontró. Lo único que atisbó fueron varios muebles dispersos, y alguna que otra planta tirada por la brisa. Escudriñó mejor, sintiendo dudas de si realmente pudo haberse equivocado, y ella podría haber estado en uno de los baños escondida. Pero no la creía capaz de eso. No se expondría a la burla estando allí.
Cerró la puerta tras de sí, en silencio, escuchando unos leves gimoteos desde un lado de la puerta. Caminó hacia el balcón más cubierto. Halló a su Venus estrujando sus rodillas en su rostro, ocultándolo.
No sabía si decirle algo o permanecer callado. ¿Qué hacía alguien en esas ocasiones? Él no sabía que le ocurrió, así que optó por guardar silencio.
Se sentó a su lado, lo más cerca que pudo de ése frágil cuerpo. Pasó una de sus manos alrededor de la espalda de ella, atrayéndola hacia sí mismo. Apoyaba su cabeza en la de ella, y la de ella en su hombro. Su otra mano acarició su hombro derecho en círculos.
-          Ya está, pequeña- le susurró contra su cabello. Ella siguió sorbiendo por la nariz, aferrando con fuerza la blusa negra de él, intentando balbucear unas palabras-. Shh… No digas nada, desahógate.

Sus palabras parecieron un bálsamo, pues empezaron a disminuir las lágrimas y las convulsiones del cuerpo de ella. Su cabeza se elevó a la misma altura de la del. Él pudo apreciar el marrón oscuro predominante de ellos y el color miel claro que atravesaba cada pocos milímetros ése fondo. Unas pequitas pintaban su nariz y mofletes. Sus labios eran aún más jugosos y sensuales de lo que había imaginado. Sintió la acuciante necesidad de besarla. De hacerle ver lo bella que era. Pegarla más a su cuerpo y sentir cómo se acoplaban el uno al otro.