miércoles, 29 de mayo de 2013

Highlander 5. What shall we die for...?

Aunque albergó la esperanza de poder llevar un equipaje más abultado… La única maleta que ocupaba el techo de su carruaje era sinónimo de la aventura tan inesperada que le esperaba. Una aventura que al parecer de muchos, debía evitar a toda costa pues ponía en riesgo su seguridad, y en mayor medida: su vida.
Pero a ella no le importaba. Tenía la posibilidad de conocer mundo, de ver otras tierras, otras gentes. Y sobre todo tenía la esperanza de vencer en la ayuda de su pueblo. Eso era lo que importaba realmente. Demostrar que siendo aún una mujer, y considerada por ello débil, podía proteger a su gente de cualquier amenaza. ¿Y qué mejor forma que en alta mar, batallando contra los alemanes?
Catherine caminó aún más decidida por la larga rampa                 que unía el saturado puerto con el principal barco de guerra. El nuevo barco Emerald.
Escuchó el saludo militar de sus soldados, y el relincho de los caballos al fondo. La multitud gritaba extasiada mientras los marineros mascullaban por lo bajo la amenaza que supondría llevar una mujer a bordo. Pero no hizo caso, ella confiaba en cada uno de ellos, y sobre todo confiaba en ella misma. Pero y si… ¿Y si moría en la batalla? ¿Sobreviviría cobarde por intentar vivir un segundo más? ¿O moriría con arrojo, al igual que los demás? Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez. ¿Pero qué quería ella? Estaba claro que quería sobrevivir, pero no a costa de la vida de muchos más. Mucho menos cuando ella proclamaba la libertad e igualdad entre todos.
Por tanto, paró cerca de la popa, despidiendo a su pueblo con la mano, sonriendo en una señal de esperanza, de aliento para luchar por cada futuro, por cada vida que formaría la historia del mañana.

Y fue hasta ver de lejos su castillo, que se presentó a la tripulación:
-           Sé que no estáis cómodos con la compañía de dos mujeres, y sé que desconfiáis de mi capacidad para resolver el problema, pero os aseguro que o muero en el intento de daros la libertad como dueños de estas aguas inglesas o no pararé hasta ver cumplida la promesa que ahora os hago a cada uno de vosotros. Estoy abierta a sugerencias, tácticas de batallas sobre alta mar, y lista para empezar. Habéis tenido la oportunidad para rechazar estar aquí hoy, pero sin embargo habéis aparecido, y eso ya dice mucho de vosotros, porque no estáis dispuestos a luchar por mí, sino a defender lo que os pertenece. Y eso vale más que cualquier fidelidad. Gracias por vuestra atención.
Pero solamente sonaron varios gritos de guerra pertenecientes a los escoceses de Alistair Cocks. Sin dejar de desanimarse entró en el camarote principal, abrió varios mapas de la zona en la que lucharían, y finalmente pasó a organizar las tropas en el navío. Su dama de compañía preparaba su vestido de guerra en el armario, su espada en un perchero al lado de la cama, y su Schoolfield debajo de su almohada. Además contaba con varios botes de pólvora inflamable y dagas en sus botas.
Cuando Alistair entró acompañado por el capitán y varios navegantes más, dio paso a la discusión. Catherine no sabía cómo sería realmente la batalla. Contaban con más de 60 cañones a corta distancia y 40 a larga, un total de mil marineros y 100 soldados preparados,  50 de los cuales elegidos especialmente para protegerla a ella, aunque sabía que llegado el momento, los mandaría a fortalecer el ataque. Los escoceses eran los únicos sin clasificación, no se sabía si estaban para protegerla a ella o para luchar, o para incluso gastar las reservas de cerveza.
Varias horas más tarde, bien entrada la noche salían todos del camarote, dispuestos a cenar. Catherine prefirió permanecer en el aposento, revisando las notas que había tomado a lo largo de la tarde y escribiendo en otras sus ideas para el día siguiente.
Estaba nerviosa. Quería tomar parte activa de la batalla, no solo permanecer en un rincón del buque, nerviosa por el encuentro al enemigo, o ajena a todo lo de fuera. Quería luchar, y sólo había una forma.
Esperó hasta después de cenar, incluso hasta después de que todos estuvieran dormidos, para prepararse. Cogió la sábana más fina que tenía y con una de sus dagas corto una ancha tira. Poco a poco fue escondiendo su pecho en ella, tapando la gran evidencia de su sexo. El siguiente paso era esconder su cabello. ¿Cómo lo hacía para esconder la melena? Podría atarse una cinta y después colocar otra tela y encima un sombrero… Pero podría caerse durante la lucha cuerpo a cuerpo. Sólo había una solución  y que en gran parte le parecía atractiva.  Corrió hasta las ventanas iluminadas por la luna llena, y con cuidado, empezó a cortar su cabello, desde la nuca, hasta parecer un chico. Ahora tocaba el turno de su rostro que tanto conocían los soldados: cortó un poco de madera de la pata de su cama y lo quemó en un recipiente con la vela, el polvito negro que salió lo mezcló con agua, y lo restregó por su rostro y sus manos. Finalmente, decidió olvidar la ropa que le había sido asignada. No llevaría el traje intentando parecer un hombre. Cogió la falda del vestido y cortó la malla de la falda por la mitad hacia abajo, y que luego coció en forma de pantalón con nuevas tiras de la sábana más pequeñas. Pensó en lo tonta que parecería con una falda rota, envuelta en lazos blancos, pero continúo en su labor. Una vez vestida, tapando el resto del vestido con la túnica del escudo de su familia, se armó con sus dagas, espada y pistola. Ya estaba lista para luchar. Y antes tenía que estar escondida, apenas faltaban unas horas para el amanecer.

Cuando Alistair descubrió la desaparición de la duquesa, armó un revuelo en todo el barco. Nadie la había visto desde la noche anterior, ni siquiera su propia dama de compañía que tanto decía haber estado atenta a sus movimientos. Estaba aturdido por el instinto protector que la loca hija prometida provocaba en él. Quería matarla con sus propias manos, pero no quería que sufriese ningún dolor. Distribuyó a sus soldados por todo el galeón, buscaron durante una hora y media y no encontraron a ninguna mujer tonta. ¿Habría sido raptada? Imposible, pensó para sí mismo, nadie había entrado  a la zona de las dependencias privadas, menos cuando hubo relevo de guardia. Ya se encargaría de matar él mismo al culpable.

Corrió en busca de sus armas cuando la batalla era inminente. Y sería durante ella que buscaría a la loca.

Catherine vio cómo su oportunidad para echarse atrás desaparecía de un plumazo. Por un momento pensó que la descubrirían, pero nadie se fijó en el relevo que hizo en el mástil al avistor. Nadie la pillaría allí arriba. Pero inmediatamente descendió cuando gritó con voz grave la llegada de varios galeones enemigos.
Se colocó al lado de los escoceses, que tan furiosos parecían luchar, pero que aún estaba por ver. Alistair apreció varios minutos después, dirigiendo unas palabras a la tripulación:
-          ¡Marineros! ¡Soldados! ¡Escoceses! Estamos aquí, ahora, preparados para luchar por lo que tanto ansiáis. Y no estamos aquí para dar la vuelta como cobardes. ¡¡¡NO!!! ¡Vamos a luchar como feroces guerreros! Y vamos a hacer que esos alemanes se coman sus propias palabras. ¡Vamos a darles una buena patada en el orgullo a esos asquerosos! ¿Quién está conmigo?
La tripulación respondió al momento con mayor energía que cuando Catherine había dicho su discurso. ¿Quizás era la seguridad que a ella tanto le faltaba lo que motivaba a los demás?
-          ¡Vamos a enseñar cómo luchamos! ¡Lucharemos por nuestros hermanos caídos! Por nuestros amigos y compañeros. ¡Vamos a vengarles! ¡Porque no hemos venido a dormirnos! ¡Hemos venido a luchar!
Y un coro en crecento aumentó desde el silencio. Golpeaban con fuerzas las armas contra el suelo del barco, se preparaban para la guerra.
En la distancia, el barco alemán daba la impresión de un navío desierto, callado en su abandono. Los hombres camuflados en sus puestos acechaban la aparición del galeón enemigo: discretamente colgados de los mástiles, ocultos detrás de los toldos, agazapados en los corredores de popa. En proa atisbaban.

Alistair Cocks acompañado de Corner, Jack, O’Connel y  Carty, el contramaestre, y dos de los mejores piratas en el manejo del hacha de abordaje. Catherine se situó agachada junto a Marcus, el sgundo timonel sustituto, pues los pilotos eran ahora Alistair y  Corner.
Ameneció con la habitual iridiscencia de la claridad intensa que sustituye a una  noche estrellada, sin una sola nube, el cielo más azul que de costumbre, el mar plateado hacia el lateral derecho, azul añil en el centro, verdoso hacia el lado izquierdo.

-           Tienen los cañones preparados. Dispararán antes que nosotros- comentó Jack.
-          Es su estrategia. Nos han visto y se han preparado de ante mano- Alistair comenzó a dar órdenes para calentar nuestros cañones y preparar las armas. Cat agarró su pistola con fuerza, colocando las balas y manteniendo su cabeza gacha.

El tiempo transcurrió más lento de lo esperado, a causa del viento suave que empujaba las velas. Los marineros empezaban a fatigarse de guardar las posturas inmóviles. El Emerald brillaba esparciendo reflejos dorados sobre las aguas. El mascarón de proa simbolizaba a una sirena alada esculpida en madera preciosa, las manos abiertas al aire, el perfil desafiante a otra bravía y suprema belleza. La estatua de cabellera encrespada al viento.

Cada vez que el galeón alemán avanzaba más próximo de los marineros, Jack hizo un gesto con la barbilla, fue izado la bandera inglesa y el escudo de armas de los Newhile. Catherine, envuelta en una capa negra, los puños cerrados y listos en las armaduras, dirigió su mirada a lo alto, hacia Alistair. Este hecho y el abordaje eran los momentos que más miedo le causaban.

Alistair reconoció a la joven nada más encontrar su mirada. Estaba escondida, como si tuviera miedo de lo que iba a pasar, agazapada detrás de varios hombres, intentando protegerse. No cabía duda, había cambiado su físico para morir como una tonta en una lucha que no era la de ella. Por un lado lo consideraba heroico, y de merecer, pero eso no quitaba sitio a la locura que la joven iba a cometer.

El dirigente asintió con el mentón por segunda ocasión, y uno de los cañones del Emerald disparó en pleno centro del barco, junto a la bomba de achique, y picó al lado del pañol de balas. Los adversarios no tardaron en contestar también a cañonazo limpio, e hicieron blanco en el velamen de los mástiles, traspasándolo, las balas de cañón cayeron al lado opuesto, salpicaron a babor, y fueron a varar al fondo del mar. Catherine Newhile aguardaba en su puesto, para nada pasiva, haciendo gala de su magnífica puntería, disparaba trabucazos y tumbaba alemanes como gorriones, vociferando atronadora con el objetivo de animar a los compañeros de a bordo para que una vez situados a menos espacio del navío enemigo obedecieran al clamor del asalto.


-          ¡Al abordaje!-gritó de una vez Alistair, atronador.
Desde babor, los más fornidos lanzaron anclas de cuatro puntas, las cuales fueron a clavarse en los bordes del navío, y hasta en las espaldas de algunos desprevenidos oficiales, quienes sirvieron de carne de lanza, o de escudos; de este modo, los ingleses consiguieron halar con numerosos esfuerzos el navío hacia ellos. Decenas de hombres saltaron impulsados por el viento de los mástiles sobre la cubierta del galeón, pendientes de gruesas sogas, sirviéndose de ellas como lianas sujetas de frondosos árboles. Los esgrimistas más certeros deslizaban tablones entre cubierta y cubierta, e incluso desde la santabárbara, para atravesarlos a pie, ágiles como panteras todos ellos, batiéndose en el abismo contra el enemigo, a riesgo de morir atrapados en el feroz oleaje; finalmente, dando múltiples volteretas, lograban caer encima del entablado. Catherine no necesitó soga, ni anclas siquiera, mucho menos tablones, brincó valiéndose de su envidiable ligereza, espada en mano, daga entre los dientes, y pistola en la izquierda; ojos y tez rojos de ira. O morían ellos mismos, o moría el enemigo… Y ella no iba a regresar sin su tripulación. Aunque fuera la primera vez que matara a alguien. Ya tendría tiempo de llorar más tarde.

Cat tasajeó mejillas y muslos, cortó brazos, cercenó orejas y narices, clavó el puñal en el único ojo sano de un contrario, de un sablazo diagonal cortó la cabeza de un sargento, la cual rodó por todo el barco enredada entre el hormigueo de los pies de los contrincantes. La chica aprovechó un respiro y limpió su sable ensangrentado en el dorso de la capa, la sangre espesa goteó encima de sus pies. Dominada por el enardecimiento, percibió junto a ella, una vez más, a Alistair, desaforado, impío, combatiendo junto a sus malvados compañeros.


Mientras, por su lado, Alistair Cocks se batía, observó de reojo a la joven loca disfrazada, y no pudo menos que dejar correr un escalofrío persuadido del coraje de Catherine, asustado de semejante maniobra temeraria. Corner descendió a las galeras y liberó a los remeros, en su mayoría negros, y encontró a los ingleses capturados en maniobras pasadas. Una vez en libertad, los esclavos se sumaron a la contienda y asesinaron vengativos a diestra y siniestra; aquellos que no alcanzaron armas, les bastaba sacar hígados con las uñas, hundir los dedos en las clavículas, estrangular, morder…

Había sido una terrorífica cacería, una horrible carnicería, aunque uno de los escoceses comentó que era un bello y digno espectáculo de los soberanos de la mar.


Crujió amenazador el barco alemán, y se partió justo por el lado de Catherine, resbalando y quedando ella sujeta al borde lleno de astillas, haciéndose daño en las palmas de las manos, y sintiendo cómo la gravedad la empujaba hacia el fondo. Gritó el nombre de Alistair con todas sus fuerzas, gritó con el remordimiento de haber dado su vida sin sentir nada más. El barco empezó a arder cegando a ambos bandos con la creciente humareda.

Alistair escuchó de repente, mientras cruzaba el puente entre ambos barcos, el aterrador grito de ayuda de Catherine. No sabía donde estaba, y no podía verla. Gritó a sus compañeros de lucha que le acompañaran hasta encontrarla, sabiendo que arriesgarían su vida por la misión encomendada.
Corrieron a lo largo de todo el barco, guiándose por el sonido de la ayuda. Estaba desesperado por encontrarla y darle un par de zarandeos por su locura.
-          ¡¡¡Catherine!!! ¿Dónde estás?-gritó él también asustado por perderla, por fallar.
-          ¡Alistair! Ayúdame ¡estoy cerca de la rotura del barco!
La cabeza rubia de Alistair apareció en su campo de visión, agarrando sus manos con fuerza, y tirando de ella hacia arriba. Sus compañeros le ayudaron a empujar más fuerte cuando el pantalón improvisado de Catherine se quedaba enganchado por medio de los hilos en un clavo. Cuando la consiguieron sacar, Alistair la ayudó a correr sobre el barco en llamas y los tablones rotos. Apenas podía mover sus pies en comparación con los del joven, que huía de la creciente muerte más cercana.


Cogió la primera cuerda que vio para saltar al otro barco, que ya estaba alejándose para salvarse de las llamas. Agarró con fuerza el cuerpo de la joven y saltó sobre el mar encrispado.

Cuando Cat tocó pie sobre la superficie del barco, salió corriendo al extremo contrario, escondiéndose de todos. Le dolía su costado, y sentía picores por toda la cara. Un impulso de su cuerpo y mente le pidió quitarse toda la sangre que la envolvía y que tanto asco le daba.
 Pero no encontró agua… Y se limitó a arrodillarse contra la madera de popa, y agarrar sus rodillas, protegiendo su cuerpo del exterior… Rezando por no ser condenada, lamentándose por todos los niños que estarían sin padres en ese momento. Y se vio como lo que era, una asesina… Asesina que no dudaba en matar para mantener la felicidad de otros.

Alistair salió a la cubierta una hora después de ocuparse del trabajo de Catherine. Todos estaban al tanto de la mujer disfrazada que había luchado con ellos, sin protección, y por eso, había ganado la fidelidad de esos marineros… A costa de su propia integridad. Porque algunos no estaban hechos para matar personas.

 Halló a Catherine junto a la escotilla, tiznada y cubierta de manchas de sangre, parecía que acaparaba más que disfrutar de la brisa marina, los labios cuarteados y pálidos, la vista perdida en lontananza. Alistair llegó hasta ella y la abrazó, delicado, besando su frente, que olía a leña carbonizada.

-          Vamos a dentro, aquí te pondrás enferma después del calor.
Ella permaneció callada, tiritando de miedo.
-          Hoy he dejado a muchos niños sin padres…-susurró contra la ropa de él. Sus palabras le dejaron mudo-. Mañana, cuando las noticias lleguen a Alemania, los niños, y sus esposas, estarán destrozados por la pérdida.
-          Esas esposas que tú comentas, no estarán tan destrozadas. Se han librado de un holgazán, que casi ni se acuerda de ellas.
-          ¿Cómo estás tan seguro? ¿Por qué no podía ser uno de ellos un amante verdadero?- sus ojos rezongaban culpabilidad y dolor ajeno. Su capacidad para ponerse en el lugar de los demás sobrepasaba sus propias fuerzas, y para él, no tenía sentido ponerse en ese lugar.
-          Porque conozco la vida de un marinero, y ellos no sólo tienen una mujer, ni hijo único… Te aseguro que tienen miles de mujeres y a saber cuántos niños repartidos por el globo terráqueo.
-          Pero he matado…-volvió a decir ella, aún mas congojada.
-          Has matado para poder ver a tu país feliz. Luchaste por la libertad y la justicia que necesitaban. Y esos marineros de los que te lamentas, no te hubieran dejado vivir, te habrían violado cada uno de ellos y después de habrían arrancado la carne de tu piel. No habrían sentido ningún remordimiento, y se habrían alegrado de tu dolor- el rostro de ambos se crisparon en muecas. Ambos sabían la veracidad de sus palabras, y ella aún seguía sin saber qué creer.
-          Creo en tus palabras, pero no puedo más que pensar en la injusticia que he hecho a otros, por el bien de quiénes quiero…

-          Ese es uno de los problemas de amar, cielo. Siempre tendrás que elegir entre hacer el bien para unos, y causar el dolor para otros. Y lo que quieres, rara vez coincide con tu deber- su tono de voz dejaba entrever el cariño que empezaba a sentir por la muchacha. Sin quererlo, cada momento de su lucha, de su debilidad, había funcionado para hacer que él le cogiera cariño.
-          Abrázame, por favor…- y no hizo falta ninguna palabra. Él la cogió entre sus brazos, estrechándola con fuerzas contra su poderoso pecho, dándole la seguridad que ella tanto quería, y compartiendo el dolor que tanto la mataba.


Al regresar al puerto, todos los aplaudían como héroes. Ajenos al dolor, a las escenas horribles que tuvieron que presenciar… Ajenos al dolor que sintieron y el miedo que sufrieron. A ellos sólo les importaba que sus familiares habían vencido… Sólo les importaba su felicidad, porque eran ajenos a todo lo que rodeaba su país.

martes, 28 de mayo de 2013

Sad Mum....


No sé porqué siempre estamos posponiéndolo todo,
pero si tuviera que adivinarlo diría que tiene mucho que ver con el miedo; el miedo al fracaso, el miedo al dolor, el miedo al rechazo.
A veces es miedo a tomar una decisión porque... ¿Y si te equivocas y cometes un error sin solución?
Sea lo que sea lo que nos da miedo, una cosa es cierta: Cuando el dolor de no hacer algo es más insoportable que el miedo a hacerlo, es como si cargáramos con una pesada carga. Quien duda está perdido. 
No podemos fingir que no nos lo dijeron. Todos hemos oído los proverbios, a los filósofos, a nuestros abuelos advirtiéndonos sobre el tiempo perdido. Hemos oído a los poetas malditos instándonos a vivir el momento. Aunque, a veces, debemos escucharnos a nosotros mismos. Debemos cometer nuestros propios errores. Debemos aprender nuestras propias lecciones. Debemos dejar las posibilidades de hoy bajo la alfombra del mañana hasta que no podamos más, hasta que comprendamos por fin que es mejor saber que preguntarse, que despertar es mejor que dormir, y que fracasar y cometer un error enorme es mucho mejor que no haberlo intentado.


Su madre desconocía que escuchaba cada una de sus conversaciones tristes por teléfono… Siempre que la llamaban para preguntarle por su vida personal, y siempre y cuando fuera alguien de quién confiar, ella empezaba a llorar y desahogarse. Siempre con gente distinta, menos con su hija.
Por eso, mientras permanecía sentada en un escalón, escuchándola llorar nuevamente, pensó en la gran cantidad de cosas que le gustaría decirle sin miedos, sin temores y con la suficiente veracidad… Que la ayudaran a salir adelante.
La comunicación es una de las primeras cosas que aprendemos en la vida; es curioso que conforme vamos creciendo y asimilando palabras y aprendiendo a hablar menos sabemos lo qué decir o cómo pedir lo que queremos de verdad.
Al final no puedes evitar hablar de ciertas cosas. Hay cosas que no queremos escuchar. A veces hablamos porque no podemos estar callados más tiempo. Hay cosas que exceden a las palabras, son producto de la acción. A veces hablas porque no hay alternativa…otras cosas te las reservas; y no siempre, pero... de cuando en cuando algunas cosas hablan por si solas.

“La competición, mamá, es una lucha de leones. Levanta la cabeza, echa los hombros hacia atrás, camina con orgullo. No te lamas las heridas, celébralas. Las cicatrices de tu cuerpo son la marca del campeón. Has estado en una pelea de leones, que no hayas ganado no significa que no sepas rugir. Pero no debes rendirte aún… Tienes que seguir intentándolo porque nunca sabes qué pasará si no lo haces.

>> El dolor adopta formas diversas, una punzada, una leve molestia... dolor sin más, el dolor con el que convivimos a diario, pero hay dolor que no podemos ignorar, un dolor tan enorme que borra todo lo demás y hace que el mundo se desvanezca hasta que solo podemos pensar en cuánto daño hemos hecho. ¿Como enfrentarnos al dolor? Depende de nosotros, madre.
El dolor, anestesiarlo, aguantarlo, aceptarlo... ignorarlo, para algunos la mejor manera de enfrentarse a él es seguir viviendo.
El dolor, sólo hay que aguantarlo. Esperar a que se vaya por si solo y a que la herida que lo ha causado cicatrice. No hay soluciones ni respuestas sencillas, solo hay que respirar hondo y esperar a que se calme. La mayoría de las veces el dolor puede aliviarse pero a veces llega cuando menos te lo esperas, te da un golpe bajo y no te deja levantarte. Hay que aprender a aceptar el dolor, porque lo cierto es que nunca te abandona y la vida siempre lo acrecienta. Tú pareces amarlo con fuerza… Cuando te viene no dejas de pensar en él como si fuera lo único que existe alrededor de tu mundo… Y luego te quejas de que todo lo malo te pasa a ti, pero es que al final terminas atrayendo todo lo que no quieres, y que no necesitas. ¿Qué necesidad tienes de ir con miedo al trabajo por ver a ese hombre que no sabe más que hablar de Cristo, ritos y maldiciones? Recogemos lo que hemos sembrado, nos devuelven nuestros actos... Es el Carma y lo mires por donde lo mires es un asco. De una forma u otra nuestro Carma nos obligará a enfrentarnos a nosotros mismos, podemos mirar al Carma a los ojos o esperar que nos ataque por la espalda. De un modo u otro nuestro Carma acaba encontrándonos. Por mucho que lo intentemos no podemos escapar de nuestro Carma, nos persigue hasta casa. En realidad no podemos quejarnos de nuestro Carma, no es injusto, no es inesperado, sólo iguala la balanza. Incluso cuando estamos a punto de hacer algo el Carma siente tentaciones de mordernos el culo, aunque... nos da igual.
Sé que estás mal, que no quieres seguir día tras día ese mismo ritmo… Pero si tú no estás bien ¿quién Demonios en la casa lo va a estar? Sin ti nos derrumbamos a la de tres, y no soportamos ver cómo ríes y contemplar en el fondo de tu mirada esa gran tristeza que te embarga. Sólo te pido que aguantes, y si tan cansada estás de tu trabajo, busca algo que sí te guste, que te de energías… O pide un traslado, o lucha por el respeto que te deben… Pero no te dejes machacar de esa forma, porque después al final de día, para ti no habrá nada más que ése horroroso hombre y su recuerdo que no te dejará dormir tranquila sólo porque tú  quieres.


Cuando un cristal o un plato se rompe genera sonido de algo rompiéndose. Cuando una ventana se hace añicos, la pata de una mesa se rompe, o se cae un cuadro de la pared hace ruido. Pero cuando tu corazón se rompe, el silencio es total. Es algo tan importante que piensas que su ruptura hará tal ruido que se oirá en todo el mundo, o sonará como un gong o un timbre. Pero simplemente hay silencio y entonces es cuando desearías que hubiese algún sonido que distrajese tu dolor.  Pero si hay un ruido al romperse tu corazón, es interno. Es un grito y nadie puede oírlo, solo tú. Es tan alto que tus oídos pitan y tu cabeza duele. Es tan salvaje, como una herida abierta expuesta a agua marina, pero cuando realmente se rompe, solo se oye el silencio. Gritas en tu interior, pero nadie puede oírlo... Pero sin saberlo… A mí me lo haces llegar… Desde detrás de una puerta, o incluso a distancia… Sé cuándo tu corazón se ha roto en mil pedazos y me tengo que conformar con escucharte llorar y gritar, derrumbándote sin nadie que te recoja, porque no quieres que nadie te vea así.

Cuando te pasa eso, me encantaría tanto poder llevarte a mi mundo, a mi único y mágico paraíso personal donde puedo estar tranquila… Me gustaría hacerte viajar en el tiempo para olvidar todo lo que te duele, para hacerte feliz, para que viajes sin tantos temores y dejes de recordar todo el día. Deja que te lleve a mi mundo, guiaré todos tus pasos, aprenderé tus despertares, inventaré tus noches, permaneceré junto a ti. Borraré todos los destinos escritos, coseré todas las heridas. Los días que la cólera te domine, te ataré las manos a la espalda para que no te hagas daño, absorberé tus gritos para ahogarlos y nada será nunca más igual. Y si tú estás sola, estaremos solas en pareja, madre e hija. Si supieras todos los caminos que he tomado para llegar hasta ti, para superar todo lo que mi padre decía de ti y yo al final no creía… No sabía, mamá, me he equivocado muchas veces y siempre he vuelto a empezar con más alegría, con más orgullo. Quisiera que nuestro tiempo se detuviese para poder vivirlo, descubrirte y amarte como mereces, pero este tiempo nos une sin pertenecernos. Yo soy de otra sociedad donde todo es nadie, donde todo es único; yo soy el mal y tú el bien, yo soy tu diferencia, pero creo que te amo más que a mi vida misma, así que pídeme lo que quieras. Pero por favor, olvida tanto dolor de una vez… Vive y sé feliz… Cambia tanto sufrimiento, tanto malestar y angustia.

Y así, Catherine se alejó del escalón donde escuchaba a su madre, escondiéndose en su habitación, encendiendo precipitadamente sus auriculares y subiendo el volumen todo lo que pudiera, agarrando sus piernas sobre la cama, meciéndose como una niña asustada, llorando, necesitada del apoyo que tanto quería y no tenía… Mientras al otro lado de la casa su madre caía al suelo, sin fuerzas en las piernas, llorando desconsoladamente, desesperada, rogando que todo terminara de la forma que fuera. Para siempre. Porque la peor cosa de todo era perderla ella... Porque se perdía a sí misma.


Duérmete, otra vez, y
por ti cantaré tu
 
nana...

domingo, 12 de mayo de 2013

Highlander 3


¿Recuerdas cuando eras pequeña y creías en los cuentos de hadas?
Fantaseabas sobre como sería tu vida: con un vestido blanco y tu príncipe azul llevándote a su castillo sobre las colinas; por la noche te echabas en la cama, cerrabas los ojos y te abandonabas a tu fe.
Santa Claus, el Ratoncito Pérez, el príncipe azul estaban tan cerca que los saboreabas… Pero vas creciendo, y un día abres los ojos, y los cuentos de hadas han volado.
La mayoría de la gente acude a aquellos en quienes confía.
La cuestión es que es difícil dejar que los cuentos de hadas desaparezcan; a casi todo el mundo le queda una mínima esperanza de que un día abrirán los ojos y verán que se han hecho realidad.
Cuando el día llega a su fin, la fe es un misterio, aparece cuando menos te lo esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que los cuentos no son exactamente como habías soñado.
El castillo, puede que no sea un castillo; no es tan importante eso de ser felices para siempre, basta con ser felices en el momento.

Toda esa tristeza vino de golpe a su corazón, arrancando lágrimas de su poco agraciado rostro… ¿Cómo iba a vivir feliz si nunca dejaba de pensar en sus sueños y permanecía como una esfinge ante la adversidad? Ya casi ni recordaba qué era recibir un abrazo, o cómo era sentir un beso sincero en la mejilla. ¿Pero de verdad quería recibirlo ahora de nuevo? Su corazón le decía que sí con todas sus fuerzas, lo gritaba desde el interior recóndito de su alma, encarcelado en una celda llena de sombras… Mientras su mente le recordaba la imposibilidad. Antes tenía que terminar las reformas, la calidad de vida debía ser mejorada, las personas tenían que ser felices, para ella poder permitírselo también. Siempre había un “antes…” que impedía su “ahora”.

Volvió su rostro al grupo de hombres trabajadores colocando los últimos ladrillos grises en el suelo del mercado. Después de dos semanas de continuo trabajo, habían conseguido mejorar esa zona en especia, y que ya estaba empezando a llenar de nuevos mercaderes, nuevas oportunidades económicas para la población. Algunos también habían solicitado arreglar varias casas antiguas para poder hospedarse en ellas,  y también otros las habían comprado para la temporada. Los olores característicos de las panaderías y dulcerías se abrieron paso por los pasillos amplios de los vendedores… Las caras de felicidad de la multitud alegraron su corazón, que hasta ahora parecía granito frío.

-          ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!- vitorearon repetidas veces una vez inaugurada la gran plaza. Los hombres se estrechaban las manos, orgullosos del magnífico trabajo realizado en conjunto. Las mujeres sonreían a sus maridos, parecidos estos a niños abriendo su regalo en Navidad. Ni siquiera Catherine intentó resistirse a tanta felicidad. Sus labios se tornaron en una ligera sonrisa, y sus ojos castaños se iluminaron bajo el cielo mañanero.
Dejando a la población disfrutar de tanto regocijo, emprendió su camino hacia el castillo, en busca del próximo mapa para mejorar distintas casas y hogares de la periferia. Ascendía con lentitud, dolorida por el esfuerzo anormal de su cuerpo, acostumbrado a las comodidades. Pero tampoco se arrepentía, se enorgullecía de poder participar activamente.
Una panadera sacaba sus dulces a la ventana. Olían tan bien que hicieron rugir el estómago de Catherine. Corrió hacia la mujer, y compró el dulce más calentito que vio. Un panecillo suave al tacto, tierno y azucarado. Una delicia, pensó mientras se relamía los labios.
Unos pasos sonaron a su lado cuando reanudó el camino. Al hacer caso omiso de ellos, notó como aceleraban hasta colocarse a su altura.

-          Buenos días, señorita- saludó educadamente Alistair.
-          Buenos días,-respondió ella seca. Aún no se sentía cómoda ante la grosera confianza del joven soldado, ni seguía sintiéndose así cuando la miraba de una forma tan familiar, tal cual libertino.
-          He visto que la construcción ha ido a las mil maravillas. Me alegro mucho porque el marqués decidiera invertir en las obras- a su parecer, Alistair intentaba demasiado llamar su atención sobre el asunto… Pero desconocía el motivo, ni siquiera imaginaba qué podría habérsele pasado por la cabeza para hablarle cuando normalmente se sentaba lejos de ella y rehusaba hablarle.
-          Sí, fue una alegría saber que contaríamos con su apoyo-cansada por la rapidez de sus pasos en librarse del guardaespaldas, paró en seco para respirar hondo y agarrarse el costado que le dolía.
-          ¿Está bien?-preguntó alarmado el chico. Cogió su mano para aguantarla con firmeza, apoyándola contra su poderoso pecho masculino. Señal de debilidad. Con agilidad se zafó del abrazo que él le ofrecía, respondiendo negativamente a la ayuda. ¿Qué pensaría la gente si la veían derrumbarse por una tonta caminata? Desconfiarían en su capacidad de aguante, y no podía permitirse fallos en ese momento.
-          No me hace falta su ayuda.
Siguió caminando, esta vez un poco más lento por el dolor de la espalda. Mientras, escuchaba la voz del hombre cerca de su brazo.

-          ¿Por qué rechazas mi contacto? No te voy a pegar ninguna enfermedad…- replicó él contento por poder picarla.
-          No he recordado darte permiso para tutearme- contempló enfadada cómo él se reía de su respuesta. Se divertía enormemente intentando molestarla como una abeja.
-          Y no lo has hecho… ¿O si? Ya no te acuerdas de nuestras conversaciones… Menuda cabecita- seguía Alistair jocoso.
-          ¡Claro!- intercaló ella entusiasta-. ¡Cómo tenemos tantos intercambios de palabras! ¿Cómo se me pudo haber olvidado tanta tontería?-  le respondió ella furiosa en su cara.
-          Vamos, vamos… ¿Para qué alterarse?  Ya sé que no puedes pensar en nada más cuando me ves- y empezó a reírse a carcajada limpia, como si nadie más los mirara, y tuvieran toda la confianza del mundo.
-          ¿Se puede saber qué estas haciendo? No me gustas, si es lo que quieres saber.... No creo en el amor, y nunca lo he hecho. Ahora déjame en paz- agarró con fuerza el brazo del joven, tirando de él para que se callara, mientras sus palabras, las de ella, rebotaban en su pecho, causándole aún más dolor por no creer en ese amor que tanto buscaba. Pero hizo caso omiso.
-          ¡No me digas que quieres bailar! ¿Por qué no lo dices simplemente?- sin esperar su consulta, Alistair la cogió por la cintura y la llevó hasta un grupo de parejas que disfrutaban quietos de la música interpretada por una banda. En el espacio que dejaban de separación la colocó pegada a su cuerpo, su mano derecha en la suya, y empezó una danza animada.
-          ¡Oh Dios mío!-suplicó  ella a quién no la escucharía. ¡¡¡QUÉ VERGÜENZA!!! Todo el mundo los miraba curiosos por el pasodoble.

Empezó a moverla en una línea, haciéndola saltar con los pies cual canguro. Sus faldas dejaban ver sus medias y enaguas, mientras ella intentaba por mantener el ritmo sin pisarle. Varias niñas la saludaron sonrientes desde la fila de enfrente, absortar en la belleza de su compañero de baile. Ella las saludó tímida con una mano. ¿Y si quizás con el baile ganara más amistades entre la población? Intentó parecer feliz con los distintos movimientos mientras Alistair sonreía de oreja a oreja.
Empezó a contar los pasos que daba para repetirlos, soltando una de sus manos para dar una vuelta sobre sus pies. Después tenía que cruzar las piernas y dar otra vuelta… Vueltas y más vueltas… Salto y vuelta… Vuelta que daba y vuelta que más se mareaba.
De repente, el soldado empezó a hacer piruetas mientras bailaba con ella: mientras ella daba una vuelta él ponía su rodilla en el suelo y daba un fuerte golpe con el talón de su bota negra; la levantaba en peso y le daba una vuelta en el aire, o la cogía y la movía de un extremo a otro de la pista sin pensar en el público; la dejaba bailando mientras él saltaba… Varias parejas más no tardaron en unirse a ellos imitando los movimientos. Finalmente, todos empezaron a reírse por los pasos que hacían. Algunos aprovecharon para hacer malabarismos o actuaciones de sus musculaturas y habilidades. Alistair seguía manteniéndola unida a él, sonriendo cada vez que sus miradas se encontraban.
Llegó un momento en que las mujeres formaron un coro alrededor de los hombres y alzaron sus piernas, agarradas de sus brazos. Catherine reía por todo lo alto, dando vueltas y saltando todo el tiempo, abrazando a Alistair y dando giros.

La música comenzó a sonar más rápido mientras ellos volvían a repetir los movimientos del principio. Todos estaban contentos por disfrutar de la fiesta.
Y a Catherine le llegó una gran verdad:
A veces, muy de vez en cuando, la gente puede darte una grata sorpresa; de vez en cuando, la gente te deja sin respiración y sin armas que resistirte.

sábado, 11 de mayo de 2013

Recuerdos de otra vida


Muchas veces pienso que he nacido en la época incorrecta, en un siglo al que mi cuerpo no responde, y mi mente rechaza.
Muchas veces sueño con lujosos palacios, elegantes vestidos, praderas por correr, caballos que poder montar, esgrima que practicar, barcos que probar... Bailes que bailar.

Quizás muchos piensen que deliro, que son sólo deseos de una joven por llamar la atención, o incluso que realmente no sé cómo se vivía en ésa época específica a la que me gustaría ir... Aunque también dicen que no sé lo que pienso, y que tantos libros románticos me han consumido el poco cerebro que me quedaba.
¿Pero qué va a ser si realmente quiero conocer otro mundo, otra época, y algo distinto a la falsedad del momento? Al menos en el pasado se disfrutaba de una salida campestre, podías montar a caballo por un largo descampado verde como la esperanza, lucir trajes y no carne... Todo es tan contradictorio ahora... Tan distinto de lo que la gente soñaba que sería.

Sí, puede que por su constitución física no llamase la atención en los bailes de sociedad, o que por su carácter rebelde fuera el dolor de cabeza de toda madre, pero era mejor permanecer como una florero en una fiesta donde todo le llamara la atención, que en clase, siendo invisible para todo el que mirara su asiento.
O incluso, aunque nadie quisiera sacarla a bailar, ella podría correr a las caballerizas del noble y montar a caballo durante la larga noche brillante, o esconderse en una biblioteca de esas enormes- que eran casi como un ídolo, un premio-. Pero en su época, en el siglo XXI, lo único que podía hacer era seguir de pie, en una sala donde nadie bailaba, donde nadie hablaba, donde todos se miraban asqueados, y sin saber qué hacer.

¿Qué hago aquí? ¿Pasar un tiempo hasta ser mayor y saber tolerar más este sufrimiento? No tengo depresión, pero no sé explicar por qué me siento tan vacía por dentro. Nada me llena, ya no vivo aventuras pues no hay ninguna por vivir, no conozco lores como antes, ni damas si quiera. Sólo hay jóvenes tontas por enseñar la carne al cazador, y ser cazadas cuál perrito faldero y gato caprichoso. Y si no vas a la moda que ellas imponen -enseñando todo lo que puedas casi rozando la indecencia- eres considerada monja, nerd o incluso palabras mal sonantes.

O incluso si pudiera inventar un mundo, sería algo parecido al medieval, donde los castillos predominaran, o la regencia, o incluso la época victoriana... Con igualdad de condiciones, libertad y entendimiento, junto a verdaderos sentimientos. Un mundo en el que la palabra "amar" siga significando algo.

Y volviendo al tema de pertenecer a otra época... Debo irme, me espera un nuevo waltz que bailar en la mansión de Lord Falcondrige.


viernes, 10 de mayo de 2013

Highlander 2

Un rayo de sol empezó a calentar el bello rostro de la muchacha sobre el césped. Su vestido estaba revuelto en sus piernas, y un brazo se apoyaba detrás de su cuello. La mañana se presentaba animada y alegre. Era el primer día de construcción después de tres días respetuosos a la muerte de su tío. El trino de varios pájaros se escuchaba a lo lejos, y el gorjeo de una moza labradora se iba acercando. No le importaba. Era su hora personal antes de comenzar de cara al público, era su descanso íntimo y su refugio.
Alentada por las nuevas energías de hacer algo de provecho en su vida que no fuera en compañía de nobles y mujeres sin mente, se levantó del suelo, arreglando el vestido sencillo marrón y blanco que llevaba. Caminó durante todo el sendero varios minutos, llegando a la zona de entrenamiento de los soldados. Ellos, los defensores de su herencia, se negaron a dejar de practicar cada día de entrenamiento, y ella respetó esa decisión. Habían sido educados en esa estricta formación, y si para ellos, estar en forma era practicar día tras día, no sería ella quien pusiera en cuestión tales asuntos. Esperó a que dos luchadores salieran de su paso para adentrarse en la zona, descendió una pequeña cuesta y apareció delante de la zona mercadera. Aunque en realidad no podía llamarse como tal. Los habitantes del ducado sólo tenían dos pequeñas tiendas donde poder intercambiar productos, y esas tiendas estaban en mal construidas. No había espacio para los juglares, ni para los circos abundantes, las tiendas de ropa alquilaban locales a un coste elevado y cada uno de los compradores debía moverse entre una gran multitud. Katherine se decidió a cambiar eso. 

Los consejeros reales intentaron disuadirla de la decisión que había tomado, pero no lo consiguieron. Se negaba a dejar a la población a la intemperie, desprotegida, tal y como estaban. Se merecían algo más, y era su turno darlo. Al ver que nadie tenía intención de ayudarla, sino de permanecer atentos a sus movimientos, empezó ella a sacar un mazo grande de la mula de carga traída por uno de sus guardaespaldas. Dudando de si tuviera o no fuerzas suficiente, avanzó hacia el puesto más cercano a ella. Remangó sus mangas hasta los codos, y ató su cabello en un moño fuerte. 
- Excelencia, usted no podrá con eso…-soltó angustiado el mozo. Preocupado por la integridad de la chica.
- Déjeme, Mathew, sé qué hago.
Cuando los presentes vieron lo que estaba dispuesta a hacer, varios gritos sonaron entre la multitud. Arremetió con toda la fuerza que pudo contra la madera, dañándola apenas. Pero no cesó en su intento. Continuó golpeándola… Hasta bien entrada la tarde, sin que nadie se presentara para ayudarla, ni para darle agua, ni para acompañarla o examinar qué hacía. 
El primer día pudo soportar la desilusión… Pero el segundo, y el tercero, y el cuarto… Pudieron con ella. No tenía ganas de volver a levantarse, ni de hacer el ridículo pegando a una madera de una caseta más vieja que ella. No quería seguir luchando por mejorar las condiciones de unos vagos que no hacían nada… Pero el recuerdo de que su madre no luchara por ella… O que su padre se rindiera a la muerte, la obligaron a levantarse un quinto día mas, para seguir demostrando el cambio de poder.
Volvió a la plaza, examinando el derrumbamiento de la primera y segunda caseta, faltaban dos más. Después vendría arreglar el suelo, probablemente con algo de piedra, y luego reconstruiría esas casetas pero más cómodas y espaciosas. 
No acababa de evaluar la situación, cuando un grupo de hombres fuertes y bajos se presentaron delante de ella. Sintió una nueva esperanza renacer en su interior.
- Buenos días, caballeros-saludó respetuosamente. A su juicio, debía mostrar importancia y respeto a aquellos habitantes que la ayudaran y le provisionaran comida día tras día. Debía comportarse de forma adecuada en su presencia, haciendo que estuvieran orgullosos de ella. 
- Buenos días, excelencia- respondió el más fuerte de todos, cuadrando sus hombros y haciendo una pequeña reverencia.
Como ninguno más habló decidió seguir avanzando, sonriente, por un lado del grupo. Al momento uno de ellos volvió a llamar su atención.
- Excelencia, hemos escuchado rumores de que ha planeado cambiar la organización del mercado…-dudaba en continuar. ¿Pensó que iba a matarlo por dirigirle la palabra? Ella no será su tío, Dios bendito.
- Por favor, continúe. Tiene toda mi atención- intentaba reconfortar al hombre, ahora avergonzado de su sonrojo. El de menor edad se adelantó esperanzado por llamar su atención.
- Excelencia, queremos ayudarla a mejorar el mercado. Estamos dispuestos a ayudarla a construir cualquier cosa. Sólo pídanoslo.
Varias caras de orgullo y admiración se abrieron paso a medida que surgieron más voluntarios a su causa. Ella se sintió henchida de felicidad por recibir esa tan ansiada ayuda, y poder descansar sus manos de las llagas y dolores. Pero no mostró su dolor, es más, regaló una gran sonrisa a los hombres.
- Será un placer recibir su ayuda, señor. Y la de todos vosotros- reconoció alzando la voz-. Vengan aquí y les contaré mi plan.
Desplegó sobre un espacio apartado de la zona de construcción un plano donde se veía un dibujo de las distintas casetas que repartió. Todo por secciones. Haciendo forma de círculo, y en el centro, explicó, construiría una fuente en la que se pudiera ir a buscar agua. Los hombres la miraban asombrados, evaluando con cierto aire de sorpresa las ideas de la joven duquesa. Algunos asentían continuamente, otros dudaban al hablar y expresar opiniones. Era indudable que haría falta una gran cantidad de dinero para desembolsar pero más adelante podrían comerciar con los condados cercanos, e incluso encontrar subvenciones de otros aliados. Al terminar la larga explicación varios jóvenes volvieron con herramientas para echar abajo el resto de cobertizos, mientras otros cargaban carros con la madera podrida y la repartían por las casas para darles calor esa misma noche en las chimeneas. Ella se ocupó de organizar y ayudar a cargar las leñas en los carromatos. Las mujeres llegaron más tarde, con vasos de agua y cosas de comer. Pasaron un gran rato todos juntos, acompañados de risas y bromas, anécdotas divertidas y comida.
Cuando menos ganas tenía de irse, vino el enviado de su madre: Alastair Cocks, el odio escocés que no dejaba de expiarla. Ella hizo caso omiso de la osadía del joven al ordenarle volver al castillo, pero no se dio por vencido con la ignorancia, sino que además, le recordó a la nueva duquesa sus deberes como representante del pueblo en los bailes sociales, y que esa misma noche tenía uno… De golpe recordó la asistencia a ese baile del marqués Stephan Swift, que podría ayudarla a seguir construyendo e incluso recomendar el mercado del ducado St.James a los mercaderes.

Pasaron dos horas hasta que estuvo lista para el acontecimiento social. Portaba un traje verde oscuro de satén, que se estrechaba a partir de su cintura hacia el pecho y permanecía erguido gracias a unas asillas verdes y unos lazos. Caía en capas a lo largo y alrededor de sus piernas, formando un círculo y arrastrando parte de la tela hacía atrás, mientras que por un lado permanecía recogido, mostrando la capa negra de debajo. Era de sus trajes favoritos, y de los que más le favorecían. Notaba el aire besando su piel desnuda de la espalda, y cómo la tela rozaba con extrema dulzura sus piernas...
Bajó las escaleras apurada por llegar tarde a la velada, pero no se dio cuenta cómo dentro del carruaje la esperaba un hombre enchaquetado de negro, con botas negras hasta las rodillas y una espada colgada del cinto de su cintura. ¡¡¡Maldito Alastair!!! ¿No iría a ir con ella? Seguro que cualquier oportunidad de conseguir el favor económico del marqués se iría al traste con tremenda cabeza dura de soldado.
Pero ninguno de los dos dijo ninguna palabra durante todo el trayecto, hasta llegar a la casa vecina a su territorio: las propiedades del conde Hormford. En su gran mayoría jardines y bosques, respetando la naturaleza… Y casi pareciendo una selva.

Mientras el salón se llenaba de nuevas caras sociales, ella buscó los aristócratas más ricos que podía, alentándolos con su labia para invertir en el mercado que construía, para ofrecer apoyo en el trabajo y productos. Gracias a Dios, Alastair no decía nada a su espalda.
El único momento de la noche en que pasó una vergüenza horrible fue al hablar con el machista y corto de miras barón de Mortangue.
- ¿En serio está usted construyendo un mercado? ¿En el ducado?
- Sí, barón-respondía ella ignorante a la mala mente del hombre, ilusionada con su reforma.
- ¿Pero cómo va a ser eso, mi querida excelencia? ¡todo el mundo sabe que las mujeres no saben organizar el terreno! Eso solo podemos hacerlo los hombres, mi querida señorita. Ese proyecto se irá al traste, marqués, ya verás.
- ¿Cómo dice usted?-respondió ella enfadada por el agravio del hombre.
- Oh, disculpe si le ha ofendido, señorita, pero es la verdad. Las mujeres no saben mirar más allá de lo que ven sus maridos. Usted necesita a alguien que organice eso mejor, no puede hacerlo, no tiene tanta capacidad…
Su parafernalia siguió lo suficiente como para que su guardaespaldas se percibiera de los agravios que la duquesa recibía, y de los cuales no sabía cómo defenderse. ¿Qué debía decir? ¿Darle un bofetón al maleducado? ¿Marcharse con la cabeza erguida? Pero perdería el apoyo del marqués…
- Ya puede retirar todos esos insultos, barón de Mortangue. Usted no ha visto cómo va la edificación, ni siquiera sabe de cimentación. Y si como ejemplo debemos tomar su intento de crear el palacio Mortangue, no dudo que eso sí sería un error. ¿O acaso ya ha pagado sus deudas después del fracaso?
La humillación que sintió el barón se hizo notar aún más cuando abandonó la sala rojo de rabia. Pero ella agradeció la intervención de Alastair. Qué cobarde de ella por no saber defenderse sola. Y qué valiente él por saber actuar sin miedo a las consecuencias.
Finalmente, el marqués aceptó prestar sustento y materiales a los constructores, y que si teníamos algún problema, mandáramos un mensaje, que él respondería de inmediato. Sólo por eso valió la pena soportar el insulto del barón. 
Cuando regresó a la seguridad de su habitación en el castillo, pasó un momento pensando en cómo había cambiado su vida de repente: la muerte de su tío, la revelación de la existencia de su madre, la ayuda prestada por los obreros, los buenos momentos, la defensa de Alastair... Eran demasiadas cosas buenas que no le pasaban desde hacía tiempo, y ahora que lo tenía delante, no podía darse cuenta... Pero si hoy había salido bien, ¿por qué no podía ser igual mañana?

Y así, sus sueños comenzaron a dar forma a un nuevo futuro, el de todas las personas.

jueves, 2 de mayo de 2013

Serie Highlander 1

A pesar de las expectativas de las damas de la Corte, no echó ninguna lágrima delante de la alta sociedad. Ni siquiera cuando se enteró de la noticia. Al contrario. Permaneció seria la mayor parte del tiempo, con la mirada perdida.
Su tío no había sido el ser más querido del reino, ni siquiera de los más apreciados. Todos sufrían su puño de hierro, el mismo que su padre: un ducado basado en lo militar y conquista. Pocos niños se libraban de no ser educados en el arte de la guerra al cumplir seis años, muchas hembras debían aprender a defenderse de cualquier ataque sorpresa, las mujeres araban la tierra, mientras los hombres entrenaban a todas horas; incluso la hija del duque fue educada en la esgrima, defensa personal, matemáticas e idiomas. Todo esto porque su padre murió antes de ella nacer, y su tío tomó el cargo de educador hasta que ella cumpliera la mayoría de edad, y el Consejo le diera el visto bueno a toda sugerencia, como echar a su madre del castillo en que vivían... Con el fallecimiento de su pariente más cercano, cerca de su cumpleaños y su madre desaparecida desde hacía tiempo, los ancianos decidieron confiarle el territorio, al mismo tiempo del funeral.
Eso explicaba por qué no lloraba la muerte de su tío. El cargo era en sí un impedimento de vivir nuevas aventuras, o incluso de desaparecer sin ninguna obligación. Ahora debía cuidar de miles de vidas, renunciar a la suya propia, por la de gente que ni ella conocía. Era egoísta, pero si no miraba por sí misma, nadie más lo haría.

Esperó sentada en una silla, llena de capas de tela negra, y una mantilla echada hacia atrás que debiera tapar su rostro. Los nobles conversaban en rumores acerca del día tan aburrido que deberían pasar: muestras de cortesía, ayuda innecesaria, comida en abundancia, nuevas vistas, reuniones sociales… Y ella debía contentar a esos aprovisionamientos de armas y soldados.
Sus consejeros esperaban a cada lado de ella, protegiéndola y esperando cualquier orden. Sus damas de compañía entraron con premura, acercándose a Katherine. Fueron seguidas de dos soldados armados. Era la hora.
Sin ayuda de los hombres, levantó su cuerpo del asiento, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura ante tantos ojos observándola curiosos. Recogió con lentitud su traje, y comenzó a caminar por la gran sala. Detrás de ella escuchaba los movimientos de sus guardianes, siempre velando por su seguridad. Salió por la puerta, la cabeza alta, como le había enseñado su madre. Terminando de bajar los escalones, esperó para respirar hondo. Todo el pueblo la vería en ese momento.
- ¿Está lista, excelencia?- susurró uno de los guardaespaldas por detrás de su cuello. El otro guardia aguardaba serio en la puerta, dispuesto a abrirla llegado el momento.
- Sí, abran la puerta- respondió serena. Recogió el mantillo de su cabeza, y lo colocó encima de su rostro.
El sol entró a raudales por el oscuro pasillo, haciendo entrecerrar sus ojos. Bajaba los escalones de la salida, caminaba por el suelo de tierra-lugar del entrenamiento de combate- con la comitiva a sus espaldas. Siguió el camino hacia la colina donde se asentaba la pequeña capilla cristiana. Uno de los lores se adelantó para ofrecerle su mano, la cual ella rechazó con un ademán tosco. No necesitaba la ayuda de nadie para subir la colina. Y lo demostró ascendiéndola con carácter, fuerza y tranquilidad. Esperaba al resto de agotadas damas, mientras el cura salía de la Iglesia para darle los buenos días.

- Espero haya descansado bien, excelencia.
- Lo suficiente, padre. Sólo espero que esto acabe pronto- contempló el lugar donde descansaba el ataúd de su tío. Sus labios se crisparon en una mueca burlona: estaba donde se merecía.
- Los caminos del Señor son un misterio, nunca sabremos por dónde nos lleva.
Ella prefirió callar su opinión de un Señor que le quitaba libertad.
Esperó a que todos la Corte invitada entrara a la Capilla y tomara asiento, para imitar el movimiento. Sin embargo, al no ver con claridad el camino que pisaba, su pie resbaló sobre el bordillo de la puerta, haciendo que traspusiera y casi cayera al suelo. Los soldados rápidamente se apostaron a su alrededor, intentando levantarla. Los demás la miraban, ansiosos por ver su dolor. Sin embargo, una vez más, Katherine no cumplía las normas. Pidió que la dejaran a ella sola, y se levantó apoyada en el banco más cercano. Volvió a erguir su cabeza, y caminó hacia el interior. Una vez sentada, hizo oídos sordos a la misa. Prefirió imaginar cómo sería su vida de ahora en adelante.

¿Qué haría al ser la dueña? ¿No debería cambiar la política que se había llevado a cabo? Era su nueva tarea, y debía cumplir con lo que nació. Un destino del que no podría escapar. Quizás podría recortar las horas de entrenamiento de las tropas, y acortar la jornada laboral de la mujer. Quizás podría mejorar la calidad de vida de los habitantes, y moderar el consumo de alimentos en cada condado. Podría incluso mejorar la vestimenta de cada uno de ellos: los trajes que pasen de moda entre las nobles de menor rango, podrían ser llevadas a unas tiendas especiales de ropa, y allí podrían adquirirlas las mujeres que no poseyeran la misma capacidad económica. También podía atraer la clientela de los condados próximos, y así montar un mercado en St. James: crearía posadas donde la gente pudiera hospedarse días si quisiera, posadas administradas por las mujeres, y en buenas condiciones; empezaría a crear un lugar óptimo para el mercado, quizás cerca del castillo, para luego favorecer económicamente a los que no tuvieran tanta suerte de vender. Se crearía un almacén común para todos, y se guardarían los recursos que se fueran recolectando. Varios soldados serían los encargados de proteger y mantener en buenas condiciones los alimentos. El ducado contribuiría encargándose de dar formación y mejorar en las herramientas a la población. Se organizarían fiestas, y se darían días de descanso. También podía, de entre las familias numerosas con más de seis hijos, que uno de ellos fuera educado en el arte militar, y a otro en el ámbito de la educación… Pudo ver en ese momento tantas soluciones al daño de su tío, que no creía poder llevarlas a cabo. Le haría falta tiempo… Y mentes abiertas.
Terminado el sermón, descendió nuevamente de la colina, llegando a la plaza de la fortaleza. Contempló el sitio que sería el mercado. Cada vez le gustaba más la idea.

De improviso, varios extranjeros a caballo se adentraron en el lugar, llamando la atención de todos los presentes a la ceremonia. ¡Qué demonios era esa intromisión! Su indignación ascendió como la espuma cuando uno de ellos osó dirigirse a su persona como si fueran conocidos de toda la vida.
- Supongo que eres Katherine Newhile- confesó el que parecía estar al mando de la comitiva.
- Para usted, soy la duquesa St. James, señor. ¿Me hace el placer de conocer su nombre?
- No, para su desilusión. Necesito hablar con usted en privado, en este momento- decía con total confianza el hombre.
Su vestimenta era del todo inapropiada para la ocasión. Nunca había visto nada igual… Llevaba una falda de varios colores hasta las rodillas, sus piernas estaban peludas, pero musculosas. Su rostro era de facciones marcadas, ojos penetrantes, y pelo rubio. Parecía un bárbaro, pero al mismo tiempo un ángel. Mantuvo su posición.
- No puedo en este momento. Estoy ocupada, como puede ver.
Los demás lores empezaron a arremolinarse a su alrededor, comprobando interesados, la llegada de un escocés. En ese momento, descendió del caballo, acercándose hacia ella de forma amenazante. Los guardias de Katherine le impidieron avanzar más, pusieron sus espadas en posición de lucha, esperando cualquier movimiento del enemigo. Ella permanecía en el medio, contemplando el cambio de la situación.
- Debo hablar con usted, acerca de su madre, señorita terca.

- ¡Esto es inaudito! ¿No acaba de decirle que soy la duquesa de este territorio?- perdió los nervios sin darse cuenta.
- Ya veo lo mucho que se le ha subido el cargo a la cabeza. Mi pregunta es si estará hueca, al fin y al cabo.
- Ojo con lo que dice, forastero, puede ser colgado por no mantener la lengua amarrada- replicó furioso un protector.
- ¿De qué quiere hablar?- preguntó curiosa, y quizás algo más relajada, Katherine.
- De alguien que usted conoce muy bien: su madre.
El pecho de Katherine comenzó a subir y bajar de manera rápida, sin poder controlarse. ¿Su madre seguía viva? ¿Sabía todo este tiempo de ella y no había hecho nada por comunicárselo? ¿Dónde estaría ahora? ¿Estaría en Escocia y mandaría a este hombre?
- Demos un paseo, señor- antes de que sus soldados dijeran nada, empezó a caminar en dirección al lago, con el forastero. Cuando comprobó que nadie podría escucharles, empezó a hablar-. ¿Qué le ha pasado a mi madre? ¿Por qué no me ha venido a visitar si está viva?
- Sólo se me ha permitido comunicarle un mensaje, el cual he traído conmigo- le entregó una hoja doblada. Katherine leyó con ávidez.

Querida hija:
Sé que no he sido la más adecuada de las madres, y que ahora debe ser un infierno subir al ducado sin poder vivir como realmente deberías. Por eso mismo te envío al hijo de uno de mis mejores amigos: Alec Aoidh. Es escocés y quizás un poco terco… Pero con el tiempo te darás cuenta de que ha sido la mejor elección.


Cuando Katherine levantó los ojos de la pequeña hoja amarillo, sintió sus hojas anegados en lágrimas... Su corazón, por segunda vez en su vida, se rompió en mil pedazos.