jueves, 21 de marzo de 2013

The song of a lonely woman




Mientras caminaba hacia su hogar, leía un nuevo libro que había caído en sus manos de una autora muy conocida para ella: Pride and Prejudcie de Jane Austen.
La señorita Austen era una hábil constructora de personajes y tramas que se alejan de lo heroico, para acercarse a la realidad más cotidiana. Orgullo y Prejuicio pertenecía a su primera etapa narrativa de cara al público, si bien podía catalogarse de una sátira del costumbrismo de la época. La novela presentaba el dilema bajo el cual se movían los protagonistas de las historias, exhiben una trama delicada, laboriosa, artesanal, en la que la mujer contemporánea de Jane Austen es reflejada con respeto y sin grandilocuencia, sin ironías ni juicios morales. Por eso le gustaba tanto la facilidad y conocimiento de cada uno de los temas que abordaba su amiga. Incluso llegaba a recordarle su propia historia de amor con John.
Cerró el libro al tiempo que empezaba a subir los escalones hacia Permberly, su hogar desde hacía poco tiempo. John permanecía de pie junto al balcón, de cara a ella, esperando a que terminara su ascenso para cogerla en brazos y darle un sonoro beso en los labios.
- ¿Has disfrutado de tu lectura, mon nuit?- Katherine sonrió ante el apodo cariñoso que recibía.
- Como bien sabe, marido mío, es la lectura una de mis grandes pasiones. No disfrutar de un libro sería como negarle a usted mi propia asistencia en sus asuntos de negocio- replicó ella al tirar de su perfecta nariz. El movimiento juguetón llevó a otro beso robado. 
- Pensaba ser yo el único de sus múltiples atenciones, mi señora- rió él por lo bajo, sonriendo contra su cachete.
- Sólo cuando permanece en Pemberly- contestó ahora ella, haciendo notar su tristeza cuando se veía separada, aunque fuera por poco tiempo, de su John.
- Deberé quedarme en casa más a menudo y así disfrutar de tus atenciones…
- ¡Y de mis conciertos!- gritó Georgiana, su hermana pequeña, desde la sala de música anexa al mirador.
- Huyamos antes de que nos haga escucharla- susurraba su marido empujando el brazo de Katherine en dirección a los jardines y lo oculto del bosque.
- Nos encontraría…- y era cierto. Georgiana conocía muy bien cada palmo de la elegante mansión y sus cercanías- No dudaría en montar a caballo para ir en nuestra busca.
- En ese caso deberemos marchar un tiempo de viaje.
No tuvieron oportunidad de continuar la charla, pues la joven pianista corría hacia ellos, con el traje blanco ondeando al viento y el pelo atado en una larga trenza media deshecha. Al par de minutos estaban sentados en un largo sofá, escuchando a la muchacha derramar las notas por la estancia, agradando a la pareja, e instaurando una atmósfera romántica y anhelante.
La segunda melodía que interpretaba era más conocida para Katherine. Era una propia composición de su cuñada: una melodía suave, lenta, con marcado silencio entre las notas, suave, dulce, delicado, elegante. Pero hacía falta la voz. Georgiana se negaba a cantar, pues pensaba que su tono no era el adecuado para la canción, y se negaba a modificarlo por la exquisitez y el esmero que puso en ella. Sin embargo, ofreció con una leve mirada hacia la esposa de su hermano, que la acompañara en la balada. Accedió por la privacidad del momento y la comodidad que le dispensaba su marido. Si desafinaba la pequeña hermana le aconsejaría un nuevo ejercicio, y si lo hacía bien, la ayudarían a perfeccionar una nueva destreza. En ambos casos, ella se sentiría cómoda cantando, y su marido la felicitaría.

El corazón late rápido 
Colores y promesas 
Cómo ser valiente 
Cómo puedo amar 
Cuando tengo miedo a caer 
Pero viendo que estas solo 
Todas mis dudas 
De repente desaparecen de alguna manera 
Un paso más cerca 

He muerto todos los días esperando por ti 
Cariño no tengas miedo, yo te he amado 
Durante mil años 
Te amaré por mil años más 


John estrechó con fuerza su mano, inspirándole confianza y seguridad. Le gustaba cuando cantaba. Lo sabía por cómo la miraba. Sus ojos oscuros permanecían todo el tiempo sobre los de ella, su cuerpo transmitía protección y bienestar. Su presencia era un regalo. Aún le sorprendía cómo se conocieron y lo desairada que Katherine fue con él en un principio. La forma en que los prejuicios se adueñaban de su carácter, de lo maleducada que se volvía cada día, lo impertinente de sus respuestas y los graves errores en que caía. Pero él la había ayudado a despertar, la obligó a reaccionar, y la llevó a la verdad. Por debajo de todo aquello estaban demasiadas mentiras, enredos que para ella suponían demasiada maldad en el mundo. Y lo más asombroso, que John hubiera podido sobrevivir a tanto dolor y ataques a su persona.

El tiempo se detiene 
Belleza en todo lo que ella es 
Voy a ser valiente 
No voy a dejar nada para llevar 
Sin embargo, de pie delante de mí 
Cada respiración, cada hora, ha llegado a esto 
Un paso más 

He muerto todos los días esperando por ti 
Cariño no tengas miedo, yo te he amado 
Durante mil años 
Te amaré por mil años más 

A lo largo creí que te encontraría 
El tiempo ha traído tu corazón a mi 
Te he amado mil años 
Te amaré por mil más 

Un paso mas cerca 
Un paso mas cerca 


Se levantó lentamente, atrayendo la mano de su marido a su pecho.
Quería intentar que bailara con ella, quería disfrutar de ese momento con los dos. En medio del campo, en medio de la nada y… En medio de todo.
Sus pasos se deslizaban sobre la moqueta, sus corazones latían desbocados.

He muerto todos los días esperando por ti 
Cariño no tengas miedo, yo te he amado 
Durante mil años 
Te amaré por mil años más 

A lo largo creí que te encontraría 
El tiempo ha traído tu corazón a mi 
Te he amado mil años 
Te amaré por mil más


Hasta que el tiempo se paró, y ella abrió los ojos. 
Nadie la sujetaba en sus brazos en una mágica danza. Nadie pasaba con ella tardes inolvidables. Nadie estaba enamorado de ella. No había nadie que la abrazara, ni leyera con ella. Que saliera de paseo, o soñara. Nadie.
Katherine volvió a la realidad. La misma realidad de la nada. La misma realidad que la mataba lentamente.

viernes, 15 de marzo de 2013

Hero


Cerró lentamente el libro, guardándolo en su bolso y acomodándose mejor en el sillón del tren. Katherine contempló a través del cristal la sucesión de árboles y montañas.

En medio de la nada, de camino a ningún sitio, comenzó a pensar y recapacitar sobre el amor.





Porque nadie decía que fuera fácil amar. Todos dicen que es uno de los grandes regalos del mundo, ¿pero lo es realmente? También dicen que es fácil notar cuando alguien está enamorado de nosotros, pero ¿realmente te das cuenta o es simplemente el interés insistente del otro? Ella nunca notó si gustaba a alguien, tampoco se lo dijo nadie. Tampoco creía en el amor. La vida le había enseñado que realmente no existía, incluso creía que era una invención del ser humano para no sentirse solo en su camino a la "felicidad".

Las pruebas eran fáciles de encontrar: su madre se había casado con el que Katherine llamaría "papá" en su momento. No fue el hombre que creían. Se emborrachaba, bebía, llegaba tarde a casa, reclamaba sus "derechos maritales", fumaba demasiado, comía en exceso... Su madre lo dejó con él en cuanto Katherine cumplió ocho años.
La segunda prueba de que el amor no existía fue cuando tomó consciencia de todos los divorcios que enumeraba su familia, tanto parte de madre como de padre. O incluso las muertes de las parejas, sus abuelos entre ellos.
Los engaños amorosos que vio a lo largo de su infancia, niñez, adolescencia y juventud; muchos de ellos sufridos en su propia piel. Las mentiras y sobornos indirectos: los viajes con su padre por el país, las cenas en restaurantes caros, la compra de buena ropa, casas por todos lados... 

El amor no existía. Y si existía, se daba a esconder muy bien.


Pueden haber muchos tipos de "amores". Está el forjado por muy buenos amigos, el lazo que une a la madre con el hijo, el de los hermanos, el amor imposible y el platónico, el deseo sexual, el soñador y el romántico, el posesivo y celoso. Había tantos tipos de amores que era difícil diferenciarlos. Tan difícil era que las mismas dos palabras "te amo" habían dejado de tener su profundo significado. 

En los supermercados, en los cines, en las tiendas de ropa y zapatos, en el trabajo, en la peluquería... en todas partes te dicen "¿puedo ayudarte, amor?", "¿puedo ofrecerle algo, mi amor?", "¿está todo bien, amor?", "creo que este peinado te iría bien, amor", "amor", "amor", "amor"... Se banalizó el sentimiento. Confundible a todos los demás.

Se engañaba a sí misma pensando que lo tenía todo: la estimación de su familia, el cariño de su madre, el apoyo de su hermano, el compañerismo de su padrastro, la compañía de sus amigos, un buen trabajo y estabilidad social. Tenía todo menos ese minúsculo detalle de compartir tu vida con una pareja del sexo contrario. Tenía todo lo demás menos el chico con quién disfrutar. ¿Pero por qué iba a necesitar de un chico para disfrutar de la vida? Porque aunque le gustara disfrutar de la soledad, no le gustaba estar en ella.


Se apeó del tranvía justo cuando este se ponía en marcha para iniciar otra ruta. Katherine siguió el camino habitual, bajando las escaleras y cruzando la calle, caminando hacia la empresa en la que trabajaba. Abrió la puerta de su despacho, suspirando, y se sentó en la silla, contemplando las vistas de la ciudad.

Ella no tuvo nunca ese amor que hace parar el tiempo y te hace olvidar. Nadie la abrazó cuando lo necesitaba, ni le dirigió palabras cariñosas cuando se sentía mal, pocos estaban allí cuando ella realmente lo necesitaba.


Las lágrimas amenazaban por caer en su rostro. No podía permitirse el lujo de caer. Si lo hacía, el costaría levantarse.


Su último pensamiento antes de ponerse manos a la obra fue que nunca encontraría ese hombre de sus libros, y si lo buscaba seguiría sin aparecer. Lo mejor que podía hacer era disfrutar de la vida como pudiera, aunque su corazón gritara de dolor viendo a los jóvenes amantes. Quizás ese no era su destino, quizás no debía sentir.

No notó cómo su secretaria la contemplaba desde la otra sala. Ni cómo abrían la puerta para empezar el trabajo.