Está comprobado. La vida no es más que una sucesión de
hechos repetidos, un círculo vicioso por el que pasas siempre, da igual en que
aspecto de él nazcas, pero a medida que vas creciendo, pasas por cada una de
sus distintas situaciones.
Soledad: te das cuenta de que realmente estás tú solo en el
mundo. Nadie puede comprenderte como tú, nadie puede ser fuerte por ti, y tú
eres tú único chaleco salvavidas. No puedes confiar en nadie, no puedes querer,
no sientes… no vives.
Desesperación: llegas al fondo de todo, y te vuelves loco
por poder salir. No ves solución a nada, todo está negro. No hay lucecitas
mágicas, ni ángeles, ni dioses que te ayuden. Estás solo tú y tu mierda de
vida, tu mierda de existencia sin salida.
Esperanza: de repente todo comienza a ir bien. Una luz se
abre camino desde tu alma. Lo desconocido empieza a tomar forma y nombre, nacen
nuevos sueños, nuevas fuerzas de flaqueza. Te ves capaz, dentro de la
dificultad, de conseguir lo que quieres. Y por un breve tiempo, esa esperanza,
eres rayito de luz en tu atormentada cabeza, es poder suficiente para alcanzar
la felicidad.
Felicidad: nuestro sueño cumplido, nuestra vida realizada,
nuestro mejor momento experimentado. ¿Qué más puedes pedir? Estás feliz, todo
sale bien, todo es como has soñado y no quieres que cambie. Estás rodeado de
amigos, de personas que te quieren, de chicos que te adoran, un novio que te
ama, relaciones perfectas… pero basta que pienses en algo negativo para que
todo caiga… Y vuelvas al principio.
Soledad.
Desesperación.
Esperanza.
Felicidad…
Yo estaba feliz. Pensaba en lo feliz que sería de ahora en
adelante, en lo bien que me salía todo… Pero bastó un comentario mal dicho para
que todo cayera en picado. Y ahora vuelvo a estar en la primera etapa de todas,
la soledad. Pero no es ella quién me da tanto miedo, porque la conozco desde
que nací, he aprendido a lidiar con ella, soy fuerte para permanecer ahí. No…
Lo que más miedo me da es lo que viene después, la completa oscuridad, la Nada
de la que parece imposible escapar. El sentimiento constante de impotencia, el
daño continuo a tu cuerpo por sentir que estás viva, el machaque mental de que
no vales nada. Aguantar que todo sale mal, que nada sea como quieres, que nada
sale bien, que nada… que nada…
A eso sí que no estoy acostumbrada, y creo que
nunca podría estarlo.
Un desaliento constante, dolor absoluto… deseo perpetuo de
que alguien te salve.
Pero no hay nadie. Sólo estás tú, y el dolor. Y sólo te queda seguir soportándolo.
Recuerdo cuando era pequeña, y mi madre acostumbraba a
decirme “no confíes en nadie”. No te dejes llevar por los sentimientos,
contrólate… o podrás llegar a perderlo todo. No muestres tus sentimientos, no
te encariñes con nadie, no busques amigos porque siempre te traicionarán.
Y así he vivido toda mi vida, y parece que el destino se
puso de acuerdo con mi madre para recordarme esas lecciones.
Tengo un novio. Un chico maravilloso pero con sus defectos.
Confío en él, le quiero y ansío poder estar con él algún día… si no fuera porque
él no parece tener aspiraciones en la vida, y yo tenga el deseo de volar tan
alto como mis alas puedan soportar. Él prefiere ahora una vida tranquila, y mi
sueño más suave es recorrer el mundo probándolo todo.
Ahora lleva varios días sin conectarse, y eso me pone muy
triste, porque para mí, un novio es alguien que debe estar ahí siempre, que te
quiera y te mime, que te salude o te deje un mensaje en la noche y en la mañana…
pero él no está. En su lugar hay amigos. Amigos simpáticos, graciosos, cariñosos.
Chicos con los que hablo todo el día y de los que no me quiero encariñar,
porque al final me harán daño.
Son chicos bromistas, divertidos, pícaros… Son chicos que
podrían conquistar el corazón de cualquier otra chica, y sin embargo yo soy la
tonta que siempre piensa en cómo estaría con ellos. Me confío, les hablo aún
sabiendo que no me podré controlar, bromeo… y entre broma y broma surge algo
nuevo. Más ganas de hablarle, de ser su centro de atención, de ser querida. Y
ahí vuelve a aparecer mi madre “no confíes en nadie, no te encariñes, porque
saldrás herida”. Entonces busco algo que me aleje de ese cálido sentimiento, de
ésa tranquila felicidad. Huyo, huyo a mis sombras, a mi interior, a mi corazón
helado… esa piedra marchita y triste. Pero me quedo más tranquila. Ellos no
saben por qué me alejo, no saben por qué dejo de hablar, o por qué paro las
bromas. No lo sospechan, porque apenas me conocen, apenas notan un cambio en
mí.
La chica que antes hablaba siempre por el chat, pasa poco a
poco, casi inadvertidamente, a ser la joven que responde con una sonrisa falsa
y una mirada vacía a las bromas de sus amigos; luego soy la adolescente que
mira por la ventanilla cuando nadie se da cuenta de ella… y finalmente, soy de
las que dejan una nota de despedida. Una breve carta, general para todos, en la
que mezclo sentimientos y palabras sin sentido, en la que me dejo llevar a otra
dimensión… una dimensión donde mi paraíso de flores y color, se vuelve blanco y
negro, marchito corazón. Y ellos apenas se dan cuenta. Porque yo soy la niña
que siempre ayuda a todos, sin pedir nada a cambio; la que escucha los
problemas de los demás, pero luego nadie está ahí para escucharla a ella; la
que oculta lo que siente para que no lo usen en su contra, no la conozcan; la
que guarda sus sentimientos e impotencia bajo siete llaves, la que guarda su
corazón de todo lo que pueda causarle el mínimo daño; la joven, que aunque no
lo quiera, llora por dentro y por fuera sonríe como si no ocurriera nada…
porque cuando le preguntan cómo está, ella sigue respondiendo “bien, todo bien”
y una nueva parte de su alma vuela… buscando el alma de alguien mejor, alguien
feliz y fuerte…
Porque mientras su luz se apaga, y nadie se da cuenta, ella
se va. Para no sufrir. Porque, el hecho de ser la buena chica que reparte entretenimiento,
dinero, o ayuda a los demás, no quiere decir que sea siempre la chica fuerte
que aparenta. A veces, sólo necesita que alguien insista un poco más en su pregunta
de “¿estás bien?”… A veces sólo necesita que le digan “relájate… deja que yo me
preocupe por ti… ya has hecho suficiente preocupándote por los demás, deja que
yo cuide de ti… deja que te proteja… todo saldrá bien”. Pero nadie dice nada
nunca. Y esa pequeña Cathie se hunde en un mar de rostros felices, rostros
desconocidos, ajenos a la única realidad de ella. Porque a pesar de aparentar
ser fuerte… ella cae como una pluma al barro, sin dudarlo… sin quererlo… sin
poder evitarlo, preguntándose si a alguien le importa realmente, si alguien la echará de menos, si alguien lucharía por ella
.
Y vuelve a lo que ha sido siempre, la chica invisible… de la
que nadie sabe nada, ni quieren saber. La chica invisible que pasa
desapercibida incluso para el más observador… la chica invisible que nunca es
vista, pero si aprovechada por los listos para conseguir cosas. La chica
invisible que se rinde, y deja de luchar, por no ser herida. Y resulta que su
mayor culpa, su mayor herida, es ella misma. Una chica invisible…
Cuando lo pasas mal, escribir se convierte en tu forma de
escapar. Escribes para llorar, para reír, para recordar, o para olvidar.
Escribes para desahogarte, para hacerlo llegar a más personas, para ayudar,
para explicarte. Es en esos momentos que a tu mente no le importa seguir
despierta hasta las dos de la mañana, escribiendo como una posesa sobre el
teclado, derramando alguna que otra lagrimilla, pero haciendo lo que más amas:
escribir.
Cuando todo va bien, no sientes esa necesidad de plasmarlo
todo. Olvidas cada mal momento y pasas a centrarte en lo bueno, en esos nuevos
sentimientos y experiencias que se despiertan en ti. Pasas de escribir, queda
relegado a un quinto, o último lugar, y no te arrepientes.
Pero yo me veo en una encrucijada. Amo escribir, expresar lo
que siento, y demostrar con letras lo que mi boca no puede expresar… Pero me
gusta ser feliz, conseguir mis sueños y vivir mi vida.
¿Qué haces cuando tienes que elegir entre lo que más amas, y
lo que más ansías? ¿Te rindes a lo que te gusta, o permaneces en la transición
a la felicidad? ¿Esperas a que el círculo de la vida se vuelva a repetir, o
rezas para que no haya ninguna recaída?
¿Y si pasa tanto tiempo que llegas a olvidar cómo se
escribía? ¿No llevaría eso a la muerte personal de cada niño dentro de
nosotros? ¿No sería esa más profunda pena que una leve recaída de la que seguro
nos levantamos?
Sólo sé una cosa: si pierdo mi soporte… perderé mi mundo. Y
ese es el peor precio que puedo llegar a pagar.
Hace años su institutriz le hizo una pregunta muy
sencilla: quería saber de dónde procedía tanta gente sola. Catherine sigue
pensando en su respuesta: “Y aún la mantiene. Ignoramos a nuestros amigos y
a nuestras familias para poder salvar a los amigos y las familias de los demás,
de tal forma que al final lo único que nos queda somos nosotros mismos, y nada
en este mundo puede hacerte sentir más solo.
Otra opinión que la mantenía en eterna contradicción era la del inglés Jhon
Don; él pensaba que nunca estábamos solos... claro que... no puedo compararme a
él. El hombre no es una isla, es un continente. Lo de la isla quería
decir que todo el mundo necesita a otra persona para apoyarse, para saber que
no estamos solos. ¿Y quien dice que ese alguien no pueda ser de una persona muy
distinta a nosotros? Alguien con quien jugar o con quien correr o con quien
simplemente estar.”
Ella continuaba pensando en sus recuerdos, en las
distintas lecciones que a prendió durante su niñez y adolescencia que olvidó la
hora. Estaba despidiéndose de su vida anterior, de su pasado muchas veces
triste, sus robos de galletas, sus correrías, sus actuaciones, la gente que
conocía y conoció, los amigos que dejó atrás por su obligación y los que se
alejaron por necesidad. Y ahora era todo tan diferente. Muchas veces sentía que
la necesidad le oprimía el pecho, no la dejaba respirar, le picaba la garganta
por las ganas de gritar a pleno pulmón. Pero nada conseguía hacerla volver a la
realidad. A todo lo que le quedaba por vivir.
Aquellas luchas hasta bien entrada la madrugada
por parar de llorar, los golpes a los objetos para desahogarse, escondiéndose
de todos y todas para no ser debilitada. Pero tenía la oportunidad de volver a
salir, de escaparse y resurgir de lo más hondo, de las llamas del Inferno como
un ave fénix. Tenía una nueva oportunidad para ser feliz.
Unos pasos fuertes, muy parecidos a los de
Alistair, sonaron desde el fondo del pasillo. Era la hora de partir. Empezó a
levantarse cuando el escocés entró vacilando. Aún con la mano en el pomo de la
puerta no se decidía a entrar, lo cual era extraño, él siempre entraba sin
dudar y sin pedir permiso.
-No sé si asustarme por cómo
entras, o si comprender que has entrado en vereda y en tu estancia aquí has
aprendido modales, escocés- su mofa no surtió efecto, él seguía titubeando.
Pasados unos minutos, emprendió la marcha a su actividad normal.
-Ya es la hora… Aún cabe una
maleta más, por si quieres llevar algo…- cruzó sus manos detrás de su espalda,
plantando su espalda recta y erguida… Más parecido a un soldado que a su
escocés. Sintió una oleada de temor y añoranza de ese hombre que tantas ganas
le daban de enfadarse, que tanto la devolvía a la vida.
-Aquí ya no me queda nada.
-Hablas como si hubieras
perdido todo, y sólo te vas un tiempo- su cuerpo se acercó al de ella,
contemplando mutuamente el paisaje inglés que se extendía a través de su
ventana en la torre.
-Siento que he fallado. A
ellos, a mi familia, a mí misma…
-¿Cómo dices eso si estabas
dispuesta a casarte con un bárbaro? Habiendo pasado por una experiencia así,
bien puedes sentirte orgullosa de lo que te espere en Hügyrus.
Su conversación terminó ahí. Ella no tenía nada que
decir, él nada que responder. Y así emprendieron el descenso hacia las
escaleras de la planta baja. Alistair mantenía su brazo pegado a la cintura de
ella para seguir los rumores que se corrían. Teniendo ella un amante nadie
osaría pedirle matrimonio, y siendo él el escocés, poco menos se atrevería a
cruzarse en su camino y decir un improperio. Allí donde él mantenía su tacto,
más calidez sentía, un dulce calor que la embargaba en una tenue
insensibilidad.
Salió por la puerta, la cabeza alta, como le había enseñado
su madre. Terminando de bajar los escalones, esperó para respirar hondo. Todo
el pueblo la vería en ese momento.
-¿Estás lista?- susurró uno él a su espalda por
detrás de su cuello. El otro guardia aguardaba serio en la puerta, dispuesto a
abrirla llegado el momento.
-Sí, abran la puerta- respondió serena. Recogió su
capa, y colocó la capucha.
El sol entró a
raudales por el oscuro pasillo, haciendo entrecerrar sus ojos. Bajaba los
escalones de la salida, caminaba por el suelo de tierra con la comitiva a sus
espaldas. Todos la miraban, atentos, buscando un tema nuevo de conversación
durante la semana. Pero ella ya no sentía nada, siendo toda su vida objeto de
acusaciones, faltas y rechazos. Una se terminaba acostumbrando. Continuaron,
algunos murmullos fueron acallados, otros permanecían en extremo silencio. El
cochero bajó del pescante, tendiendo una mano para ayudarla a subir. Recogió su
falda blanca y negra, y agachó su cabeza para acceder al interior del vehículo.
Al se sentó a su lado, cogiendo su mano con fuerza, insuflándole valor. A
través de la ventana vio cómo cada joven, cada niño levantaba sus manitas para
decirle adiós con la mano, añorándola desde ese preciso momento; los más
atrevidos corrían hasta el carro y se las tendían. Ella las aceptó, sin evitar
que se le derramaran lágrimas de orgullo por ellos, por luchar en su objetivo
simple.
Fue después de
alejarse, de salir de sus dominios, cuando no pudo resistirlo. Alistair lo notó
y la aferró en sus brazos, sosteniendo su alma, cuidando de ella a cada segundo
del viaje, atento a sus necesidades y sus emociones. ¿Sería igual de libre allí
donde iba? ¿Conseguiría encontrar un momento de felicidad?
Alistair agarró el cuerpo de Catherine. Lo agarró con fuerza. Una pena enorme se extendía a través de su pecho mientras ella le contaba todo lo que había pasado durante su infancia: sus problemas en las escuelas para señoritas, la forma que tuvieron de entrenarla en el manejo de armas, la exigencia a la que era sometida, la libertad que le fue arrebatada.
Le daba muchísima pena ver a esa joven, ahora en sus rodillas, escondiendo su propia cara en el cuello de su camisa, llorando e intentando respirar al mismo tiempo. Era difícil. Él lo sabía.
Es difícil estar a la altura cuando la meta es demasiado alta, es complicado avanzar si te imponen el pasado como referencia... Ella era tan consciente de sí misma, tan compasiva que resultaba muy fácil hacer que se sintiera rechazada. Era una chica solitaria que amaba los mundos de fantasía. Por eso le gustaba, para él Catherine era distinta... Sólo ella sabía maquillarse el alma con letras. Pero en ese momento, cuando exteriorizó su dolor, Alistair aún tenía cosas que descubrir.
La gente normal no saben lo difícil que es intentar vivir cuando los valores sobre los que se basan la propia existencia se cimentan en una absoluta falta de seguridad en uno mismo. Los ataques constantes a la dignidad y a la valía personal tendían a imbuirla de una desvalida sensación de fracaso... Todo gracias a los métodos de educación de sus padre, fundamentados en las críticas mordaces y el desprecio. Cuando ella habla pocos la escuchan, así que a lo largo de su vida ha permanecido quieta. La gente le preguntaba por qué era tan tímida, y ella contestaba que no había nada que decir. Aunque en realidad tenía muchos pensamientos en su cabecita. No se los contaba a nadie, no sabía si podía confiar en alguien. Hasta el día de hoy, en que lloraba por tantos años en soledad.Pero ella se había hecho fuerte por el bien de su pueblo. Toda la escena que vivía le hizo recordar una frase que su padre solía decir: si alcanzas el silencio, escucharás los gritos de los que callan.
Catherine seguía murmurando palabras sin sentido, humedeciendo la tela de Alistair. Él notó el frío en el cuerpo de la joven y la arropó más contra su cuerpo, colocando una manta sobre sus hombros desnudos. El carruaje hacía rato que había parado en una posada para descansar del trayecto. Las camas estaban limpias, o lo suficiente como para dormir ingenuamente. Ellos compartían habitación. Pero como Catherine había comenzado a gritar en sueños, y luego se sucedió su conversación, decidió el guerrero permanecer cerca de ella, si no podía consolarla, al menos la cuidaría.
Mientras ella derramaba pequeñas perlas de cristal y riachuelos de plata por sus mejillas, él pensaba en lo distinto que era todo. A veces, la más linda sonrisa escondía los más tristes secretos, los más lindos ojos habían llorado todas las lágrimas y los corazones más amables habían sentido el mayor dolor. Quizás todo injustamente. Catherine ponía una sonrisa falsa sobre su rostro, sonreía y mentía, decía que estaba mejor que nunca, aunque su vida se estuviera cayendo a pedazos.
Ella estaba enfadada. Oscura. No se sentía segura y no sabía qué hacer con respecto a ello. Desearía poder controlar todos sus demonios, en vez de que ellos la controlaran. Está perdida. Sola.
Ella estaba ahí, acostada. Con el paso del tiempo cambió mucho. No sólo ella, si no la gente que la rodeaba. Se distanció de sus amigos, y ella todavía no entiende qué fue lo que hizo mal. Pero aprendió, poco a poco, a estar sola. A no escuchar nunca un ‘¿cómo estás?’, a no recibir muchos abrazos, a no escuchar muchos ‘te quiero’, sola fue adaptándose a no depender de nadie. Cada vez que se acuerda de viejos tiempos, se le llenan los ojos de lágrimas. Cada vez que necesita alguien en quien confiar, no encuentra a nadie. Se la pasa sentada en el bosque, o en su habitación mirando al vacío. Sola, llora sin que nadie le diga que todo va a estar bien. Que todo tiene solución y que siempre después de una tormenta, vuelve a salir el sol.
Mientras Alistair mantenía un abrazo férreo, Catherine pensaba en su vida... En algún momento en el camino, me perdí a mi misma. No me río tanto como solía. Creo que estoy bien, es solo que no disfruto estar bien, estar viva, estar dentro de ese círculo de inmunidad.Y disfrutaba tanto antes. Era como una niña, emocionada con todo.Extraño eso.Y no culpo a nadie.Solo busco respuestas.Un lugar nuevo donde pueda ser yo otra vez.Y disfrutarlo... disfrutarlo de veras.Quisiera tener el coraje de irme.De irme a encontrarme a mi misma.Y traerme de vuelta... There's only so much hurt a woman can take... All the hurt, I feel like is trying to explode out of me.
El dolor adopta formas diversas: una punzada, una
leve molestia... dolor sin más, el dolor con el que convivimos a diario. Pero hay
dolor que no podemos ignorar, un dolor tan enorme que borra todo lo demás y
hace que el mundo se desvanezca hasta que solo podemos pensar en cuanto daño
hemos hecho. ¿Como enfrentarnos al dolor? Depende de nosotros.
El dolor… anestesiarlo, aguantarlo, aceptarlo... ignorarlo, para algunos la
mejor manera de enfrentarse a él es seguir viviendo.
El dolor, sólo hay que aguantarlo. Esperar a que se vaya por si solo y a que la
herida que lo ha causado cicatrice. No hay soluciones ni respuestas sencillas,
solo hay que respirar hondo y esperar a que se calme. La mayoría de las veces
el dolor puede aliviarse, pero a veces llega cuando menos te lo esperas, te da
un golpe bajo y no te deja levantarte. Hay que aprender a aceptar el dolor,
porque lo cierto es que nunca te abandona y la vida siempre lo acrecienta.
Ella lo intentaba una y otra vez. Respiraba hondo, y
suspiraba lentamente. Llenaba su mente de recuerdos felices, y cuando se
acababan, volvía a pensar en algo más bello. Pero llegaba un momento en que no
podía seguir adelante. Sólo deseaba permanecer en la cama, llorando, sin motivo
alguno, abrazando su cuerpo, o siendo abrazada.
Pasaba que realmente no quería ver a nadie, ni
siquiera a Alistair. Se sentía avergonzada, desdichada, humillada y un ser
mancillado. En una sola noche dejó de ser la fuerte Catherine Newhile, para dar
paso a una deshonrada. Todo por ser demasiado inocente. Demasiada
ingenua.
Todo empezó la noche del baile. El duque con el que
tenía acordado contraer matrimonio, la invitó a dar un paseo por los jardines
del castillo, a solas. Ella, entrando en la boca del lobo sin darse cuenta,
aceptó con una alegre sonrisa. El ambiente del interior la agobiaba.
Pasearon hasta las profundidades de la oscuridad.
Llegaron a una rosaleda, y el hombre cortó una rosa roja. En vez de tendérsela,
la paseó por todo su escote, mientras sus ojos destilaban libido. Las tripas de
Catherine se alzaron en protesta, rogando porque terminara.
Pero fue al contrario. Él seguía tomándose
libertades. Libertades que ella no fue capaz de parar por respeto al
compromiso. Hasta que llegó el momento del sentido común. El Duque metió una
mano en su pecho, y lo apretó con fuerza. En ese mismo momento, un grupo del
baile apareció en el escenario de la tragedia. Entre ellos, Alistair Cocks. El
rostro de Catherine se tornó rojo, y su acompañante no tuvo más cabeza que
gritar y ocultarse detrás de ella misma.
Catherine sólo podía contemplar la furia que
irradiaba el escocés. Su rostro lleno de rabia, sus puños cerrados, uno de
ellos agarrando la empuñadora de su espada. Los demás acompañantes eran los
soldados escoceses, que imitaban el mismo movimiento que el jefe. Las damas
presentes se empezaron a reír y a cuchichear entre ellas. Una de ellas se
separó del grupo para extender el rumor a todo el potencial público.
-Para a esa mujer, McKenna.
No
necesitó respuesta del soldado. Rápidamente agarró a la mujer del brazo, y la
llevó hasta su carruaje.
-Duque Harrington. De la cara
en vez de ocultarse tras las faldas de su excelencia.
-¡Lárgate de aquí, idiota!
¡Has estropeado el momento!
Catherine
intentó soltarse del abusón que seguía metiéndole mano bruscamente. Rogó con su
mirada a su guardaespaldas. Y susurró con los labios “por favor”.
Pareció
todo permiso que necesitaba el escocés. Con rapidez la soltó de los brazos
pulposos, la puso rodeada de sus soldados, y propinó varios puñetazos a la cara
del Duque. Uno… Dos… Tres... Cuatro… Cinco. Los gritos del malherido de hacían
más débiles a cada rato.
Cat
escondió su rostro en el pecho del soldado Cam Rohan, negándose a ver más allá
de la sangre. Las damas empezaron a
gritar, y salieron corriendo cuando la pelea se movió de sitio. Varios soldados
del duque acudieron a su rescate. Ya no había escapatoria. Todo el mundo estaba
al tanto.
La
contienda se llenó de ejércitos de cada bando. Los suyos propios habían formado
un círculo a su alrededor, protegiéndola de miradas indiscretas, mientras otro
tanto empezaba a luchar contra los del Duque. Cat empezó a temer por la vida de
sus hombres. Hace poco habían salido de un derramamiento de sangre, como para
empezar otro innecesario.
-¡Por favor, parad!-gritó a
la multitud, rogando porque se detuvieran.
Poco a
poco Harrington pudo ser separado de las garras de Alistair, quien fue reducido
por cuatro hombres. Mientras, el insensato orgulloso no dejaba de gritar.
-¿Por qué defendéis a esa
zorra? ¿No véis lo fea que es? Al casarme con ella hago un favor al reino de
olvidarse de este asunto. Nadie querría casarse con ese pato feo. Ni toda la
ropa fina del mundo podría darle una figura de mujer, o el perfil si quiera. O
quizás le pase eso por la reputación de tener un escocés en su lecho…
Alistair,
que había intentado serenarse y alejarse de la contienda, volvió sobre sus
pasos. Sólo porque un hombre haya aprendido a controlar su temperamento no
significaba que no fuera capaz de perderlo cuando las circunstancias así lo
demandaban. Alistair consiguió hacerse paso entre los soldados del duque, lo
cogió por el cuello de la camisa y lo lanzó por el aire contra el árbol más
cercano.
-¿Cómo osas decir esas
mentiras sobre Catherine? Tú que eres un perdedor, malvada pieza del ridículo.
Ni siquiera mereces estar en su presencia.
El rostro
de Harrington se fue tornando en un interesante color blanco, y parecía poco
dispuesto a responder, probablemente porque el golpe había cortado cualquier
capacidad de respirar. De cualquier forma, la respuesta de Alistair había sido
retórica.
Él volvió
a coger por el cuello a Harrington, para lanzarlo nuevamente contra otro árbol,
mientras sus soldados eran reducidos por los de Catherine.
-Ella es la más hermosa-
nuevo “¡bum!”- exquisita- “’¡bum!”- mujer de todo Londres.
La gente
continuó llegando, pero a Alistair pareció no importarle.
- Nunca he visto una mujer más bella, ni en
Escocia, ni en Europa- “’¡bum!”- y ciertamente, no en las Islas Británicas.
Incluso más importante que eso. Es increíblemente amable. Bondadosa por el
tiempo que ha malgastado hablando contigo, enfermo imbécil- “¡bum, bum, bum!”.
Catherine
posó su mano sobre su hombro, y él se volvió, apretando sus dientes. Lo único
que se le pasaba a ella por la cabeza era detenerle de su arrebato o temrinaría por matar al duque, y si eso ocurría, Alistair podría ser acusado de asesinato, ella no podía permitirlo.. Sólo
sabía una forma de desarmarlo, poniéndose ella en evidencia. Le diría lo que él
menos esperaba escuchar.
-Cariño, por favor- dijo. Y
con solo esas tres palabras, la rabia desapareció de su rostro y soltó a
Harrington como si fuera una pieza de basura.
El terrible
guerrero que había aparecido segundos antes, se tornó en un amante preocupado.
-Tú-dirigiéndose al duque por
última vez- Si alguna vez vuelves a utilizar alguna palabra en contra de mi
mujer, aunque sea un cumplido, no te volveré a lanzarte contra un árbol. Al
contrario, te lanzaré a través de una ventana, y no precisamente desde una
segunda planta.
Alistair
no esperó por una respuesta, ¿qué loco iba a contestarle? Sin embargo, cogió a
Catherine en brazos, empujando la cabeza de ella hacia su cuello, para
protegerla de las miradas. Cuando se volvieron, comprobaron que el jardín
estaba lleno de gente interesada.
-Mi duquesa- empezó Alistair,
sus ojos analizando la multitud con el aire de un hombre que ha manejado las
olas del mar- no está en condiciones de aguantar a nadie más en este momento.
Por favor, desalojen el castillo inmediatamente.
Volvió su
mirada a Cat. Sus ojos estaban pintados en un exótico tono violeta. Unos labios carnosos y rojos, una gran
amabilidad, la divertida curva de su labio, la avispada inteligencia con la que
le sorprendía cada día. Eso era
belleza.
Sin
ninguna otra palabra, caminaron a lo largo de todas las escaleras, hacia sus
aposentos, mientras la multitud se abría ante ellos como el Mar Rojo. Alistair
vio aprobación en varios rostros, pero curiosidad malsana en otros. Dos manos
empezaron a aplaudir, y luego más, y finalmente llegaron a la habitación,
ajenos a los gritos y aplausos de la sociedad falsa.
A salvo en
su cuarto, Cat fue capaz de abochornarse por los cotilleos de los que estaba
siendo objeto. No quería ver a nadie, ya se sentía suficientemente aplastada
como para soportar la compasión de alguien más.
Pero
siempre tenían que romperse sus planes. Alistair entró sin llamar en los
aposentos. Caminó hasta su lecho, y movió sus sábanas. Puso un paño mojado en
los brazos de ella, donde los moratones del duque iban desapareciendo. Un
atisbo de rabia volvió a sus ojos. Pero seguía siendo el escocés atento de
anoche.
-Quiero que vengas conmigo.
-¿Es tan malo lo que dicen de
mí ahí afuera como para que insistas en llevarme lejos?- susurró ella contra el
hombro del soldado, mientras él masajeaba su espalda.
-Sí, no te mentiré.
-¿Qué es lo que dicen?
El dudó en empezar.
-Dicen que los escoceses
debemos ser buenos en la cama para que
hayas accedido a rebajarte de esa forma- Catherine gimió para sus adentros-.
También han dicho que nadie te dará su apoyo económico para seguir con los
arreglos en tus posesiones, porque rehúsan mantener contacto con mi grupo.
-No me lo creo…
-Por eso quiero que vengas a
mis tierras. Allí estarás alejada de todo esto.
-Quizás sea lo mejor…-
susurró ella, aún más dolida.
-Catherine, ¿puedo
preguntarte algo?
-Es la primera vez que me pides permiso para hacerlo.
-¿Por qué me dijiste cariño?
De todo lo que podrías haber dicho o hecho, elegiste ponerte en evidencia como
mi amante- ella permaneció callada, no sabía qué decir. ¿Cómo le confesaba los
sentimientos que empezaban a despertarse en su interior y que tanto se negaban
a dar paso a la realidad? ¿Cómo le diría lo que sentía si él mismo era un
hombre sin compromisos, un soldado que iba de aquí para allá, alguien sin poder
que pudiera mantenerla?
-Porque… Era la única forma
que veía de poder acabar con todo.
-¿Con todo?
-No quiero en el fondo
casarme, no aún. Y me queda mucho por ver, antes que estar esclavizada.
-
Entonces, Lord Falcondrige ¿de cuántas
propiedades contamos en este momento?
-El patrimonio asciende a cinco castillos en
Irlanda, tres de ellos en muy mal estado;
dos barcos de larga travesía y cinco de corta, aunque están sin
tripulación y uno de ellos necesita una urgente reparación; cuatro palacios
para cada estación, uno de ellos fue vendido al conde Freemantle por deudas…
Excelencia, hemos recuperado muchas de las propiedades, pero me temo que se me
escapan las situados en otros países…
Catherine contempló como el viejo
conde asesor del ducado dudaba al empezar una nueva oración, y ella misma era
consciente de la sarta de mentiras que le contaba. La única realidad, por
triste que pudiera parecer, era que su tío, falto de dinero para las apuestas y
el avance de las tropas, fundió todo el dinero de su herencia y la herencia de
ella. Y ahora ella tenía que hacer frente de todas esas deudas y arreglos
caros. ¿Pero por dónde debía empezar? Las propiedades podrían ser productivas y
recaudar fondos por medio de la agricultura… Podría arreglar los barcos y
comprar una tripulación adecuada al comercio entre el Reino Unido y los
diferentes continentes; pero no podría construir sin saber que podría costearse
tantos contratos y compromisos…
-¿De cuánto es la deuda que debemos pagar?-
preguntó, aún esperando un milagro.
-De 150.000 libras… Más el coste de arreglo, y
comprar otra vez las viviendas que no poseemos, podría llegar a costar unas
500.000 libras. Además del salario que deberíamos pagar a los trabajadores:
80.000 libras.
-Es mucho dinero…-respondió Catherine asustada
por tanta cifra. Necesitaba una vía de escapa más fácil.
-Excelencia… El duque Harrington me comentó hace
unas noches la posibilidad de contraer matrimonio con él. Se ha ofrecido a
pagar las deudas y ayudarla- La nueva duquesa no pudo evitar reírse ante la
ocurrencia del lívidoso duque, vecino a sus tierras, que tan conocido era por
sus gustos ostentosos, su humor machista y su deseo especial por los golpes. No
podría considerarlo. Moriría antes que permitirlo… Pero si podría ganarse su
favor.
-Consideraré la opción que me sugiere, conde.
Pero ahora debemos ocuparnos de que el baile de esta noche sea todo un éxito.
Encontraremos la forma de saldar las deudas y salir adelante.
-Por supuesto, my lady.
El hombre se alejó de la estancia, dudando de si realmente
ella llegaría a sacar a flote el ducado. Quizás él no fuera conocedor de que
ella sabía exactamente cada una de las palabras que gritaba entre sus
“admiradores” y amigos en el club de caballeros White’s. Sabía que dudaban de
su credibilidad como duquesa y de su capacidad para arreglar el estropicio de
su tío. Pero aún así, el hombre se le presentaba con una sonrisa, dispuesto a
ayudarla si hacía falta… O dispuesto a casarla con el primer maltratador que encontrara.
-Entonces ¿considerarás de verdad casarte con el
duque?-insistía Alistair desde la puerta más cercana a su asiento. ¿Desde
cuándo llevaría escuchando? ¿Y qué más le daba a él lo que ella hiciera?
-Es probable. A fin de cuentas, necesitamos el
dinero.
-Puedes buscar otras formas, en vez de casarte
con ese empedernido sexual… Pide el dinero a tu madre.
-Mi madre no está aquí, ni si quiera sé dónde encontrarla. Y en el
caso de poder hacerlo, dudo que pueda darme dinero. Ella debe de estar peor que
yo.
-¿Cómo estás tan segura?- sus ojos, los ojos del
joven apuesto, contemplaban serios cada uno de los movimientos que ella hacía,
observando atento sus debilidades, y machacándolas.
-Porque es así como debe ser. Después de ser
repudiada por un duque ¿quién iba a aceptarla en otro lugar con suficiente
dinero para mantenerla?
-Alguien que no vea importancia en los
caprichosos de otro hombre inglés.
-La visión de un escocés es muy distinta a la de
aquí. Mientras los hombres van por su vía, felices sin rendir cuentas a nadie,
las mujeres debemos obedecer y contentarnos con las migas que queráis darnos.
¿Acaso eso si es justo? Independientemente de lo que desee, al final deberé
aguantarme y seguir permitiendo vuestro dominio.
-No serás capaz de hacer nada para cambiarlo.
-Una mujer sola, ante todo un mundo de hombres,
no puede cambiar nada.
-Pero sí puede cambiar su mundo.
Frustrada por no saber qué
responder para hacerle realmente ver la maldición que era ser una mujer,
desistió y continúo su ascenso por las escaleras del castillo, hacia el torreón
donde dormía. Escuchó los pasos del escocés detrás de ella.
-¿Por qué me sigues?- quiso saber molesta por la
intrusión del individuo en su habitación.
-¡Porque no permitiré que arruines la mierda que
queda de tu vida!-explotó el guardaespaldas, sin poder contenerse por más
tiempo-. ¡Si tú no te preocupas por tu futuro, alguien tendrá que hacerlo!
-¡Tú no eres el más adecuado para saber qué
narices quiero!- gritó ella también, ajena a todo suceso del día, y a cada
momento triste. Sólo quería desahogarse.
-¡Lo soy si tú no estás en tus capacidades!- el
insulto reverberó en toda su mente, haciendo que su enfado subiera de nivel
cada segundo que pasaba. ¡Este atrevido maleducado era capaz de insultarla sin
miedo a ser colgado!
-Escúchame- terció más calmado-. Pospón el baile
cinco días más, lo suficiente para que varios escoceses poderosos puedan venir
al baile. Intenta ahí ganarte su favor, pero convenciéndoles de que es lo
mejor. Me tendrás de tu parte, y te ayudaré a no ofenderles.
-Los ingleses no toleran la compañía de los
distintos a ellos. No podría meterlos en la misma habitación sin montar un
problema nacional.
-En ese caso, haz otro baile para ellos,
distinto, otro día. Yo mismo me encargaré de contactar con ellos, no tendrás
que ocuparte de nada, yo mismo podré organizarlo todo para que se sientan
cómodos- Catherine se pasó nerviosa las manos por el pelo, frotando sus ojos
cansada de tantos problemas. ¿Podría funcionar? Había posibilidades de poder
salir sin un matrimonio… Además, nadie le garantizaba que el duque de
Harrington fuera a cumplir la promesa de ayudarla.
-Está bien, pero sin problemas.
Sin embargo no contaba en cómo se
presentaría ése mismo duque al baile que realizaban esa misma noche.
El sujeto en cuestión apareció en
la entrada con un chaleco de vivos colores, entre ellos mezclados el rosado con
el oro, y unos pantalones de caña negra. Su modista debía de tenerle odio, pues
el duque vestía algo de por sí pasado de moda y demasiado extravagante. Si ése
iba a ser su marido, prefería quedarse soltera y con deudas.
-¡Vaya! ¿Se podía venir disfrazado?- exclamó
Alistair cerca de su espalda.
-Al menos él mantiene distancias- se giró sobre
sus talones, contemplando el bellísimo rostro del joven guardaespaldas. Sus
rasgos marcados hacían aún más poderosa su mirada, provocando escalofríos por
todo su cuerpo. Le encantaban esos ojos, esas cejas pobladas, y esa mandíbula
marcada que le proyectaba seguridad.
-Disculpe, excelencia. Olvidaba que se ponía
nerviosa al tenerme cerca. Si gusta, puedo apartarme lo suficiente como para
dar espacio a sus delincuentes para atacarla.
-No sé quién querría atacarme…-respondió ella
dudando. No tenía ningún enemigo, no robó el poder a nadie, y su madre aún
estando viva, no tenía ningún poder sobre ella. Si alguien intentaba quitarle
el ducado debería ser el rey en persona o por medio de la fuerza y revolución.
Viendo cómo estaba de feliz el pueblo, la revolución era una opción a
descartar.
-Muchos, se lo aseguro- pasados varios minutos
contemplando a su futuro marido intercambiar saludos con la aristocracia,
Alistair volvió a romper el silencio, aún más serio-. Creo que debería pasar
una temporada fuera de Londres. Incluso fuera de Stony Cross.
-¿Y dónde me sugieres?
-En Escocia. Tengo territorios allí que necesitan
una mejoría, y viendo cómo usted ha arreglado su ducado…-carraspeó nervioso.
Era la primera vez que le veía dudar en lo que decía. El joven que siempre
parecía seguro de sí mismo, arrogante o incluso amenazador, ahora cambiaba el
peso de un pie para el otro, eligiendo sus palabras con sumo cuidado-. Quiero
decir, si le apetece, me gustaría que me acompañara.
-Es una agradable oferte, pero antes debo
asegurar mi compromiso con el duque.
-Comprendo- fue su seca respuesta. A continuación
desapareció de su lado, dejando tras sí un aura de enfado y frustración. En
Catherine se adueñó un sentimiento de
fracaso y desazón. Quería ir con él, quería conocer mundo y relajarse. Si iba,
era para no planificar proyectos, ensanches, ni mejorar nada. Sólo para poder levantarse
tarde por las mañanas, leer libros en una biblioteca iluminada, hablar otro
idioma, llevas otros trajes más sencillos. Confundirse con la plebe.
El duque de Harrington se le
acercó sonriendo. Una hilera de dientes mal cuidados provocó su primer rechazo. Su aliento a alcohol terminó por
provocarle arcadas. Intercambiaron los saludos correspondientes, ella tendiendo
su mano y él besándola más tiempo del debido. Dejó un rastro de saliva en ella,
que cuidadosamente limpio asqueada.
-Es un placer verla, duquesa. Cada día está más
bella…- “cada día porque casi ni nos vemos”, se dijo para sí misma. No había
algo que odiara más que alguien hipócrita.
Una hora más tarde,
descansando en su despacho, irrumpió Alistair furioso, dando un sonoro portazo
en su puerta y haciendo temblar el suelo.
-¡¡¡No me puedo creer que hayas aceptado contraer
matrimonio con ese mequetrefe!!!
-No creo que eso sea asunto tuyo, Cocks.
-¡¡¡Pero él no te hará feliz!!! No te dejará
libertad para nada- su rostro se tornó de un color rojo furia, sin poder
aguantar cada palabra que decía.
-No me interesa encontrar la felicidad. Bien sabe
Dios que hoy día no hay nada que pueda proporcionarlo. Pero tampoco hay nada
que de libertad.
Aunque albergó la esperanza de poder llevar un equipaje más
abultado… La única maleta que ocupaba el techo de su carruaje era sinónimo de
la aventura tan inesperada que le esperaba. Una aventura que al parecer de
muchos, debía evitar a toda costa pues ponía en riesgo su seguridad, y en mayor
medida: su vida.
Pero a ella no le importaba. Tenía la posibilidad de conocer
mundo, de ver otras tierras, otras gentes. Y sobre todo tenía la esperanza de
vencer en la ayuda de su pueblo. Eso era lo que importaba realmente. Demostrar
que siendo aún una mujer, y considerada por ello débil, podía proteger a su
gente de cualquier amenaza. ¿Y qué mejor forma que en alta mar, batallando
contra los alemanes?
Catherine caminó aún más decidida por la larga rampa que unía el saturado puerto con
el principal barco de guerra. El nuevo barco Emerald.
Escuchó el saludo militar de sus soldados, y el relincho de los
caballos al fondo. La multitud gritaba extasiada mientras los marineros
mascullaban por lo bajo la amenaza que supondría llevar una mujer a bordo. Pero
no hizo caso, ella confiaba en cada uno de ellos, y sobre todo confiaba en ella
misma. Pero y si… ¿Y si moría en la batalla? ¿Sobreviviría cobarde por intentar
vivir un segundo más? ¿O moriría con arrojo, al igual que los demás? Los cobardes mueren muchas veces antes de su
verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez. ¿Pero qué
quería ella? Estaba claro que quería sobrevivir, pero no a costa de la vida de
muchos más. Mucho menos cuando ella proclamaba la libertad e igualdad entre
todos.
Por tanto, paró cerca de la
popa, despidiendo a su pueblo con la mano, sonriendo en una señal de esperanza,
de aliento para luchar por cada futuro, por cada vida que formaría la historia
del mañana.
Y fue hasta ver de lejos su
castillo, que se presentó a la tripulación:
- Sé que no estáis cómodos con la compañía de
dos mujeres, y sé que desconfiáis de mi capacidad para resolver el problema,
pero os aseguro que o muero en el intento de daros la libertad como dueños de
estas aguas inglesas o no pararé hasta ver cumplida la promesa que ahora os
hago a cada uno de vosotros. Estoy abierta a sugerencias, tácticas de batallas
sobre alta mar, y lista para empezar. Habéis tenido la oportunidad para
rechazar estar aquí hoy, pero sin embargo habéis aparecido, y eso ya dice mucho
de vosotros, porque no estáis dispuestos a luchar por mí, sino a defender lo
que os pertenece. Y eso vale más que cualquier fidelidad. Gracias por vuestra
atención.
Pero solamente sonaron varios gritos de guerra
pertenecientes a los escoceses de Alistair Cocks. Sin dejar de desanimarse
entró en el camarote principal, abrió varios mapas de la zona en la que
lucharían, y finalmente pasó a organizar las tropas en el navío. Su dama de
compañía preparaba su vestido de guerra en el armario, su espada en un perchero
al lado de la cama, y su Schoolfield debajo de su almohada. Además contaba con
varios botes de pólvora inflamable y dagas en sus botas.
Cuando Alistair entró acompañado por el capitán y
varios navegantes más, dio paso a la discusión. Catherine no sabía cómo sería
realmente la batalla. Contaban con más de 60 cañones a corta distancia y 40 a
larga, un total de mil marineros y 100 soldados preparados, 50 de los cuales elegidos especialmente para
protegerla a ella, aunque sabía que llegado el momento, los mandaría a
fortalecer el ataque. Los escoceses eran los únicos sin clasificación, no se
sabía si estaban para protegerla a ella o para luchar, o para incluso gastar
las reservas de cerveza.
Varias horas más tarde, bien entrada la noche
salían todos del camarote, dispuestos a cenar. Catherine prefirió permanecer en
el aposento, revisando las notas que había tomado a lo largo de la tarde y
escribiendo en otras sus ideas para el día siguiente.
Estaba nerviosa. Quería tomar parte activa de la
batalla, no solo permanecer en un rincón del buque, nerviosa por el encuentro
al enemigo, o ajena a todo lo de fuera. Quería luchar, y sólo había una forma.
Esperó hasta después de cenar, incluso hasta
después de que todos estuvieran dormidos, para prepararse. Cogió la sábana más
fina que tenía y con una de sus dagas corto una ancha tira. Poco a poco fue
escondiendo su pecho en ella, tapando la gran evidencia de su sexo. El
siguiente paso era esconder su cabello. ¿Cómo lo hacía para esconder la melena?
Podría atarse una cinta y después colocar otra tela y encima un sombrero… Pero
podría caerse durante la lucha cuerpo a cuerpo. Sólo había una solución y que en gran parte le parecía atractiva. Corrió hasta las ventanas iluminadas por la
luna llena, y con cuidado, empezó a cortar su cabello, desde la nuca, hasta
parecer un chico. Ahora tocaba el turno de su rostro que tanto conocían los
soldados: cortó un poco de madera de la pata de su cama y lo quemó en un
recipiente con la vela, el polvito negro que salió lo mezcló con agua, y lo
restregó por su rostro y sus manos. Finalmente, decidió olvidar la ropa que le
había sido asignada. No llevaría el traje intentando parecer un hombre. Cogió
la falda del vestido y cortó la malla de la falda por la mitad hacia abajo, y
que luego coció en forma de pantalón con nuevas tiras de la sábana más
pequeñas. Pensó en lo tonta que parecería con una falda rota, envuelta en lazos
blancos, pero continúo en su labor. Una vez vestida, tapando el resto del vestido
con la túnica del escudo de su familia, se armó con sus dagas, espada y
pistola. Ya estaba lista para luchar. Y antes tenía que estar escondida, apenas
faltaban unas horas para el amanecer.
Cuando Alistair descubrió la desaparición de la
duquesa, armó un revuelo en todo el barco. Nadie la había visto desde la noche
anterior, ni siquiera su propia dama de compañía que tanto decía haber estado
atenta a sus movimientos. Estaba aturdido por el instinto protector que la loca
hija prometida provocaba en él. Quería matarla con sus propias manos, pero no
quería que sufriese ningún dolor. Distribuyó a sus soldados por todo el galeón,
buscaron durante una hora y media y no encontraron a ninguna mujer tonta.
¿Habría sido raptada? Imposible, pensó para sí mismo, nadie había entrado a la zona de las dependencias privadas, menos
cuando hubo relevo de guardia. Ya se encargaría de matar él mismo al culpable.
Corrió en busca de sus armas cuando la batalla
era inminente. Y sería durante ella que buscaría a la loca.
Catherine vio cómo su oportunidad para echarse
atrás desaparecía de un plumazo. Por un momento pensó que la descubrirían, pero
nadie se fijó en el relevo que hizo en el mástil al avistor. Nadie la pillaría
allí arriba. Pero inmediatamente descendió cuando gritó con voz grave la
llegada de varios galeones enemigos.
Se colocó al lado de los escoceses, que tan
furiosos parecían luchar, pero que aún estaba por ver. Alistair apreció varios
minutos después, dirigiendo unas palabras a la tripulación:
-¡Marineros! ¡Soldados!
¡Escoceses! Estamos aquí, ahora, preparados para luchar por lo que tanto
ansiáis. Y no estamos aquí para dar la vuelta como cobardes. ¡¡¡NO!!! ¡Vamos a
luchar como feroces guerreros! Y vamos a hacer que esos alemanes se coman sus
propias palabras. ¡Vamos a darles una buena patada en el orgullo a esos
asquerosos! ¿Quién está conmigo?
La tripulación respondió al
momento con mayor energía que cuando Catherine había dicho su discurso. ¿Quizás
era la seguridad que a ella tanto le faltaba lo que motivaba a los demás?
-¡Vamos a enseñar
cómo luchamos! ¡Lucharemos por nuestros hermanos caídos! Por nuestros amigos y
compañeros. ¡Vamos a vengarles! ¡Porque no hemos venido a dormirnos! ¡Hemos
venido a luchar!
Y un coro en crecento aumentó desde el silencio.
Golpeaban con fuerzas las armas contra el suelo del barco, se preparaban para
la guerra.
En la distancia, el barco alemán daba la
impresión de un navío desierto, callado en su abandono. Los hombres camuflados
en sus puestos acechaban la aparición del galeón enemigo: discretamente
colgados de los mástiles, ocultos detrás de los toldos, agazapados en los
corredores de popa. En proa atisbaban.
Alistair Cocks acompañado de Corner, Jack,
O’Connel y Carty, el contramaestre, y
dos de los mejores piratas en el manejo del hacha de abordaje. Catherine se
situó agachada junto a Marcus, el sgundo timonel sustituto, pues los pilotos
eran ahora Alistair y Corner.
Ameneció con la habitual iridiscencia de la
claridad intensa que sustituye a una
noche estrellada, sin una sola nube, el cielo más azul que de costumbre,
el mar plateado hacia el lateral derecho, azul añil en el centro, verdoso hacia
el lado izquierdo.
- Tienen los cañones preparados. Dispararán
antes que nosotros- comentó Jack.
-Es su
estrategia. Nos han visto y se han preparado de ante mano- Alistair comenzó a
dar órdenes para calentar nuestros cañones y preparar las armas. Cat agarró su
pistola con fuerza, colocando las balas y manteniendo su cabeza gacha.
El tiempo transcurrió más lento de lo esperado, a
causa del viento suave que empujaba las velas. Los marineros empezaban a
fatigarse de guardar las posturas inmóviles. El Emerald brillaba esparciendo reflejos dorados sobre las aguas. El
mascarón de proa simbolizaba a una sirena alada esculpida en madera preciosa,
las manos abiertas al aire, el perfil desafiante a otra bravía y suprema
belleza. La estatua de cabellera encrespada al viento.
Cada vez que el galeón alemán avanzaba más
próximo de los marineros, Jack hizo un gesto con la barbilla, fue izado la bandera
inglesa y el escudo de armas de los Newhile. Catherine, envuelta en una capa
negra, los puños cerrados y listos en las armaduras, dirigió su mirada a lo
alto, hacia Alistair. Este hecho y el abordaje eran los momentos que más miedo
le causaban.
Alistair reconoció a la joven nada más encontrar
su mirada. Estaba escondida, como si tuviera miedo de lo que iba a pasar,
agazapada detrás de varios hombres, intentando protegerse. No cabía duda, había
cambiado su físico para morir como una tonta en una lucha que no era la de
ella. Por un lado lo consideraba heroico, y de merecer, pero eso no quitaba
sitio a la locura que la joven iba a cometer.
El dirigente asintió con el mentón por segunda
ocasión, y uno de los cañones del Emerald disparó en pleno centro del barco,
junto a la bomba de achique, y picó al lado del pañol de balas. Los adversarios
no tardaron en contestar también a cañonazo limpio, e hicieron blanco en el
velamen de los mástiles, traspasándolo, las balas de cañón cayeron al lado
opuesto, salpicaron a babor, y fueron a varar al fondo del mar. Catherine
Newhile aguardaba en su puesto, para nada pasiva, haciendo gala de su magnífica
puntería, disparaba trabucazos y tumbaba alemanes como gorriones, vociferando
atronadora con el objetivo de animar a los compañeros de a bordo para que una
vez situados a menos espacio del navío enemigo obedecieran al clamor del
asalto.
-¡Al
abordaje!-gritó de una vez Alistair, atronador.
Desde babor, los más fornidos lanzaron anclas de
cuatro puntas, las cuales fueron a clavarse en los bordes del navío, y hasta en
las espaldas de algunos desprevenidos oficiales, quienes sirvieron de carne de
lanza, o de escudos; de este modo, los ingleses consiguieron halar con
numerosos esfuerzos el navío hacia ellos. Decenas de hombres saltaron
impulsados por el viento de los mástiles sobre la cubierta del galeón,
pendientes de gruesas sogas, sirviéndose de ellas como lianas sujetas de
frondosos árboles. Los esgrimistas más certeros deslizaban tablones entre
cubierta y cubierta, e incluso desde la santabárbara, para atravesarlos a pie,
ágiles como panteras todos ellos, batiéndose en el abismo contra el enemigo, a
riesgo de morir atrapados en el feroz oleaje; finalmente, dando múltiples
volteretas, lograban caer encima del entablado. Catherine no necesitó soga, ni
anclas siquiera, mucho menos tablones, brincó valiéndose de su envidiable
ligereza, espada en mano, daga entre los dientes, y pistola en la izquierda;
ojos y tez rojos de ira. O morían ellos mismos, o moría el enemigo… Y ella no
iba a regresar sin su tripulación. Aunque fuera la primera vez que matara a
alguien. Ya tendría tiempo de llorar más tarde.
Cat tasajeó mejillas y muslos, cortó brazos,
cercenó orejas y narices, clavó el puñal en el único ojo sano de un contrario,
de un sablazo diagonal cortó la cabeza de un sargento, la cual rodó por todo el
barco enredada entre el hormigueo de los pies de los contrincantes. La chica
aprovechó un respiro y limpió su sable ensangrentado en el dorso de la capa, la
sangre espesa goteó encima de sus pies. Dominada por el enardecimiento,
percibió junto a ella, una vez más, a Alistair, desaforado, impío, combatiendo
junto a sus malvados compañeros.
Mientras, por su lado, Alistair Cocks se batía,
observó de reojo a la joven loca disfrazada, y no pudo menos que dejar correr
un escalofrío persuadido del coraje de Catherine, asustado de semejante
maniobra temeraria. Corner descendió a las galeras y liberó a los remeros, en
su mayoría negros, y encontró a los ingleses capturados en maniobras pasadas. Una
vez en libertad, los esclavos se sumaron a la contienda y asesinaron vengativos
a diestra y siniestra; aquellos que no alcanzaron armas, les bastaba sacar
hígados con las uñas, hundir los dedos en las clavículas, estrangular, morder…
Había sido una terrorífica cacería, una horrible
carnicería, aunque uno de los escoceses comentó que era un bello y digno
espectáculo de los soberanos de la mar.
Crujió amenazador el barco alemán, y se partió
justo por el lado de Catherine, resbalando y quedando ella sujeta al borde
lleno de astillas, haciéndose daño en las palmas de las manos, y sintiendo cómo
la gravedad la empujaba hacia el fondo. Gritó el nombre de Alistair con todas
sus fuerzas, gritó con el remordimiento de haber dado su vida sin sentir nada
más. El barco empezó a arder cegando a ambos bandos con la creciente humareda.
Alistair escuchó de repente, mientras cruzaba el
puente entre ambos barcos, el aterrador grito de ayuda de Catherine. No sabía
donde estaba, y no podía verla. Gritó a sus compañeros de lucha que le
acompañaran hasta encontrarla, sabiendo que arriesgarían su vida por la misión
encomendada.
Corrieron a lo largo de todo el barco, guiándose
por el sonido de la ayuda. Estaba desesperado por encontrarla y darle un par de
zarandeos por su locura.
-¡¡¡Catherine!!!
¿Dónde estás?-gritó él también asustado por perderla, por fallar.
-¡Alistair!
Ayúdame ¡estoy cerca de la rotura del barco!
La cabeza rubia de Alistair apareció en su campo
de visión, agarrando sus manos con fuerza, y tirando de ella hacia arriba. Sus
compañeros le ayudaron a empujar más fuerte cuando el pantalón improvisado de
Catherine se quedaba enganchado por medio de los hilos en un clavo. Cuando la
consiguieron sacar, Alistair la ayudó a correr sobre el barco en llamas y los
tablones rotos. Apenas podía mover sus pies en comparación con los del joven,
que huía de la creciente muerte más cercana.
Cogió la primera cuerda que vio para saltar al
otro barco, que ya estaba alejándose para salvarse de las llamas. Agarró con
fuerza el cuerpo de la joven y saltó sobre el mar encrispado.
Cuando Cat tocó pie sobre la superficie del
barco, salió corriendo al extremo contrario, escondiéndose de todos. Le dolía
su costado, y sentía picores por toda la cara. Un impulso de su cuerpo y mente
le pidió quitarse toda la sangre que la envolvía y que tanto asco le daba.
Pero no
encontró agua… Y se limitó a arrodillarse contra la madera de popa, y agarrar
sus rodillas, protegiendo su cuerpo del exterior… Rezando por no ser condenada,
lamentándose por todos los niños que estarían sin padres en ese momento. Y se
vio como lo que era, una asesina… Asesina que no dudaba en matar para mantener
la felicidad de otros.
Alistair salió a la cubierta una hora después de
ocuparse del trabajo de Catherine. Todos estaban al tanto de la mujer
disfrazada que había luchado con ellos, sin protección, y por eso, había ganado
la fidelidad de esos marineros… A costa de su propia integridad. Porque algunos
no estaban hechos para matar personas.
Halló a
Catherine junto a la escotilla, tiznada y cubierta de manchas de sangre,
parecía que acaparaba más que disfrutar de la brisa marina, los labios
cuarteados y pálidos, la vista perdida en lontananza. Alistair llegó hasta ella
y la abrazó, delicado, besando su frente, que olía a leña carbonizada.
-Vamos a dentro,
aquí te pondrás enferma después del calor.
Ella permaneció callada, tiritando de miedo.
-Hoy he dejado a
muchos niños sin padres…-susurró contra la ropa de él. Sus palabras le dejaron
mudo-. Mañana, cuando las noticias lleguen a Alemania, los niños, y sus
esposas, estarán destrozados por la pérdida.
-Esas esposas que
tú comentas, no estarán tan destrozadas. Se han librado de un holgazán, que
casi ni se acuerda de ellas.
-¿Cómo estás tan
seguro? ¿Por qué no podía ser uno de ellos un amante verdadero?- sus ojos
rezongaban culpabilidad y dolor ajeno. Su capacidad para ponerse en el lugar de
los demás sobrepasaba sus propias fuerzas, y para él, no tenía sentido ponerse
en ese lugar.
-Porque conozco
la vida de un marinero, y ellos no sólo tienen una mujer, ni hijo único… Te
aseguro que tienen miles de mujeres y a saber cuántos niños repartidos por el
globo terráqueo.
-Pero he
matado…-volvió a decir ella, aún mas congojada.
-Has matado para
poder ver a tu país feliz. Luchaste por la libertad y la justicia que
necesitaban. Y esos marineros de los que te lamentas, no te hubieran dejado
vivir, te habrían violado cada uno de ellos y después de habrían arrancado la
carne de tu piel. No habrían sentido ningún remordimiento, y se habrían alegrado
de tu dolor- el rostro de ambos se crisparon en muecas. Ambos sabían la
veracidad de sus palabras, y ella aún seguía sin saber qué creer.
-Creo en tus
palabras, pero no puedo más que pensar en la injusticia que he hecho a otros,
por el bien de quiénes quiero…
-Ese es uno de
los problemas de amar, cielo. Siempre tendrás que elegir entre hacer el bien
para unos, y causar el dolor para otros. Y lo que quieres, rara vez coincide
con tu deber- su tono de voz dejaba entrever el cariño que empezaba a sentir
por la muchacha. Sin quererlo, cada momento de su lucha, de su debilidad, había
funcionado para hacer que él le cogiera cariño.
-Abrázame, por
favor…- y no hizo falta ninguna palabra. Él la cogió entre sus brazos,
estrechándola con fuerzas contra su poderoso pecho, dándole la seguridad que
ella tanto quería, y compartiendo el dolor que tanto la mataba.
Al regresar al puerto, todos
los aplaudían como héroes. Ajenos al dolor, a las escenas horribles que
tuvieron que presenciar… Ajenos al dolor que sintieron y el miedo que
sufrieron. A ellos sólo les importaba que sus familiares habían vencido… Sólo
les importaba su felicidad, porque eran ajenos a todo lo que rodeaba su país.