domingo, 30 de septiembre de 2012

Una boda no es una boda sin el novio.

Era el día más feliz de su vida. Su boda. Se iba a casar con el amor de su vida, o eso creía ella.
Su traje era precioso. Todo el mundo lo alababa. Riveteado de piedritas brillantes al rededor de su cintura, cayendo delicadamente rodeando sus piernas. Ceñido a su cintura y torso, aumentando su pecho en forma de V y obligándola a poner la espalda recta. Estaba preciosa. Lo decían por toda la iglesia. De una punta a otra.
Su madre la había peinado.Cosa que desde los siete años no hacía. Fue un momento mágico. Las dos reflejadas en el espejo, madre e hija, unidas por lo que era un cariño a base de golpes en la vida. Y sin embargo, allí estaban una vez más, enfrentando una nueva situación, un nuevo reto, un sueño.
Rizó todo su pelo con unas tenacillas calientes, alisando un flequillo delantero, y la copa de su cabeza para luego anudarla atrás. Después cogió la pequeña tiara que le compró como regalo y se la colocó. "Pareces una princesa"dijo emocionada. "Tú me enseñaste a serlo. Nadie mejor que tú para enseñarme a ser fuerte y no dejar que caiga mi corona ante las adversidades". Siguieron con el maquillaje y el velo nupcial. Al verse en el espejo no podía creer en quién se había convertido. Una mujercita, quién a pesar del paso del tiempo, había madurado y embellecido; a pesar de todo lo que decían de ella. Y el daño que eso le causaba.
"Es la hora" Dijo desde la puerta su padrino de boda, David. El único amigo que había tenido durante mucho tiempo, el que la había acompañado siempre que lo necesitaba, a pesar de todo. Nunca la había abandonado, y hoy había viajado desde Barcelona, con su mujer e hijas, sólo para verla en su día más especial y acompañarla hacia el altar. Nadie más que él o su madre podía tener ese honor. Por eso mismo decidió ser acompañada por los dos, y no por su padre biológico, que no merecía esa oportunidad.
Por esa razón, bajando las escaleras hacia la sala principal, sonriendo a David, con su hija delante con los anillos, mi hermano unos metros más enfrente, sacando las fotos, ilusionado por su tarea.
Estaba siendo el día más feliz de su vida.
Pero al llegar al salón y ver la cara preocupada de su madre y sus damas de honor, notó que algo iba más que mal. Había una cosa que no estaba saliendo bien, y eso significaba que si día estaría estropeado. No quería recordar su día con una mancha de dolor.
"¿Qué pasa?" Preguntó David a su madre.
"No está"
"¿Quién no está?" susurró la joven novia. Pero algo en su interior le decía que sabía lo ocurrido.
"No ha venido..."
"Dadme un móvil" dijo la chica a punto de perder los estribos.
"Toma, corazón" le ofreció su madre.
 Se alejó un poco del grupo y marcó el número de Ilya. 
"¿Diga?"
"¿Dónde estás? ¿Pasó algo?"
"No he podido ir. Estaba en el coche cuando llegaste, pero no he podido entrar. No sé si seguimos siendo nosotros solos.
"¿Qué quieres decir?"
"No quiero que pienses algo que no es. Pero necesito decirte que tengo dudas ahora mismo. No puedo casarme."
"¿Por qué no me lo dijiste antes?"
"Te llamé al móvil. ¿Por qué no me lo cogías?"
"¡Yo que sé donde está mi móvil!"
Todos la miraron, a expectativas, pensando lo peor.
"Lo siento"
Su mundo se desmoronó cuando escucho la finalización de la llamada.
Se agarró su vientre con sus manos, doblada del dolor que le causó el abandono de su amor. Se había ido, así sin más. Como si tanto tiempo haciendo los preparativos no hubieran servido de nada.
"Cariño..." La voz de David atravesó la membrana de dolor en su mente. 
"Necesito irme..."
Sintió los brazos masculinos apoyando su cuerpo en el del hombre. Intentando aguantarla.
"Pero Evie..." dijo su hermano.
"Sacadme de aquí" repitió nerviosa.
"Al menos dinos qué pasa." dijo mi padre biológico.
"¡¡¡HE DICHO QUE ME SAQUÉIS DE AQUÍ. NECESITO IRME. TENGO QUE SALIR!!!"
David la sacó corriendo, bajando los escalones de la Iglesia lo más rápido que podían. Su madre eligió seguirla, pues no podía abandonarla cuando sabía que le dolía tanto. Su hermano comunicaría la cancelación de la boda, mientras ella salía corriendo del infierno en que se había convertido el día más especial.
Llegaron al coche, y fue sólo entonces ahí, cuando rompió a llorar desconsoladamente sobre el pecho de David, mientras su madre sacaba los pañuelos de su bolso y le quitaba el maquillaje.
Fue un dolor terrible sentir cómo dejaba de ser quién era, para convertirse en un dolor sordo, sin nada más a su alrededor.
Nada más importaba. Sólo su dolor ensordecedor que no la dejaba respirar.


Había una vez...


Había una vez cuatro chicas. Una era guapa. Otra era lista. Otra era encantadora y la cuarta...Misteriosa. 
Pero estaban todas heridas. Había algo en la cuarta que le faltaba. Algo en la sangre. Grandes sueños. Era toda una soñadora. Creía que podría ser diferente. Especial. Que podía cambiar lo que era: una chica herida, a quien nadie quería. Marginada.
Pero había una cosa que le impedía mostrarse como era realmente. El miedo. Tenía miedo de olvidar de dónde venía y de enfrentarse a un futuro incierto, sin saber a dónde debía dirigirse, sin saber si estaría acompañada o en plena soledad.
Al mismo tiempo, ella quería dejar espacio a lo que es real, a todo aquello que podía oler y tocar, saborear y sentir: brazos alrededor de sus hombros, lágrimas e ira, decepción y amor.
Sentía que siempre tenía que perseguir lo que sea que quisiera, siempre tendría que preguntarse si era deseada de verdad o si simplemente se habían conformado con ella. Sentía deseos de impresionar, de demostrar que podía competir con todos los demás y que no era tan fácil ganarla. Pero siempre volvía el miedo para recordarle todo lo arriesgaba. Y que ese riesgo podía volverse en su contra. Hacer que lo perdiera todo.
"Toda elección tiene sus consecuencias" se decía a sí misma, con la esperanza de calmarse. "Cualquier elección nos lleva a saber más, a ver más allá de lo que hay".
Pero no se daba cuenta de una cosa muy sencilla y a la vez tan dura: había momentos en la vida, en que uno debía elegir un camino. Y con ese camino, forjaría su carácter.

La joven miró una vez más su reflejo en el estanque, preguntándose qué debía hacer. Intentando recordar las enseñanzas de su madre tiempo atrás. Sin embargo, nada venía a su memoria. La nada, aquello que no debía ser, y que realmente era, traía el dolor y el olvido.
Sin embargo, recordó un momento con sus amigas. Un día en el que estaban en ése mismo lugar, acostadas bajo el sol, y sobre la hierba. La brisa del otoño jugueteando con sus cabellos y los árboles muriendo.
Reviviendo ése instante guardado, dijo en un murmullo suave y lastimero: "Aquí estuvimos una vez sentadas, como yo ahora... Contando las nueves en el cielo azul. Azul como el vestido de mi madre. Azul como una promesa. Una esperanza. Pero nunca se conoce a nadie del todo" y calló para sí misma "y ellas me lo demostraron. Abandonaron todo lo que fuimos en su tiempo y espacio. Cambiaron una amistad por poder y riquezas. Mientras yo permanezco aquí, con preguntas existencialistas y sueños lejanos. Sin saber a dónde ir, ni qué soy y seré."
Una solitaria lágrima, correspondida en algún otro lugar, brotó de su alma, limpiando su corazón lleno de dolor. Por mucho que creyese que había madurado, cuando lloraba, siempre volvía a tener cinco años, de nuevo.
Ella no se daba cuenta de que todos somos desconsiderados alguna vez. Todos hacemos cosas de las que luego nos arrepentimos. Al final, esas lamentaciones simplemente acaban formando parte de lo que somos, junto con todo lo demás. Perder el tiempo intentando cambiarse, es, en fin, como perseguir nubes.
Una voz desde lo más profundo del bosque. Una voz sabia y melodiosa, se abrió paso a través de los árboles secos y altos. Un viento otoñal alzó las hojas dispersas a su alrededor, rodeándola por completo.
Esa voz decía "Escucha a tu corazón. Debes conocerte a ti misma, saber lo que quieres.Escucha a tu corazón, y deja que sea él quién decida."
Las tres frases continuaron tres veces más, y tal y como vino, se fue. Misteriosamente.
Asustada, prefirió pensar en otra cosa y olvidar el suceso. Se concentró una vez más en su imagen reflejada, en un pequeño espacio roto por las que fueron vida de los robles y sauces.
El lago le devolvió el rostro de una adolescente, no muy mayor de veinte años, con un vestido sencillo pero elegante de color violeta claro. El pelo castaño oscuro ondeando en la suave brisa, su cuerpo curvilíneo y su cara redondita. Sus ojos marrones y verdes cerca del iris, sus pecas y su pequeña nariz. Toda una dama de la corte, en cambio una desconocida para ella misma.
El perdón. La frágil belleza de la palabra arraiga dentro de ella cuando vuelve al bosque, pasando por el sauce caído y el lago cristalino, donde la tierra permanecía húmeda en cualquier estación, dejando un ambiente fresco en comparación a su ciudad, situada a doscientos metros del bosque. Ahorita todo desaparecería. Pero el perdón.... "Debo aferrarme a eso".... "Me aferrare a esa frágil porción de esperanza y la mantendré cerca de mí, recordando que en cada uno de nosotros hay cosas buenas y malas, luz y oscuridad, arte y dolor, elecciones y lamentaciones. Cada uno de nosotros es su propio claroscuro, su propio trozo de ilusión que lucha por convertirse en algo sólido, algo real. Tenemos que perdonarnos eso. Tengo que perdonarme a mí misma. Porque hay mucho gris con qué trabajar. Nadie puede vivir siempre bajo la luz. Y porque quiero ver hasta dónde puedo llegar antes de parar".
La revelación vino de golpe. Todo con una simple concentración alejada de todos:
En cada final... Hay también un principio.

sábado, 29 de septiembre de 2012

Dolor... Muerte. Siempre están ahí.


"No, no, no, no…" Pensaba la joven mientras corría hacia la penumbra del jardín. Su cabeza entre sus delicadas manos, sus ojos cerrados con fuerza mientras las lágrimas caían por sus mejillas con fuerza y propia voluntad. Sus pasos casi iban al mismo ritmo que las pulsaciones de su corazón, martilleándole su pecho sin piedad. De la misma forma, sentía cómo el dolor ascendía por su columna, apuñalándola una y otra vez. 
Cada segundo pensando en el mismo asunto: la muerte de un ser querido nunca era una buena noticia, ni podía darse de una forma tranquila sin causar pesar en el receptor. Dolía, a pesar de las buenas intenciones, y cualquier buena acción seguiría provocando el mismo resultado. O al menos el que siempre causaba en ella.
Recordó cómo su madre había corrido ese día al teléfono, con los nervios a flor de piel. Su voz temblaba cuando respondió por él. Se ahogó en un mar de lágrima cuando lo supo.
Se dijeron sin palabras la noticia, y aunque esa fue la forma en que peor había enfrentado una crisis, para su pesar, sintió por pocas fechas en su vida, que su mundo se derrumbaba de repente, sin avisar, sin pedir perdón, sin miedo. Sólo cayendo en medio de la nada, hasta lo más hondo y oscuro de su alma. Para minutos después sentir su corazón estallar en pequeños pedacitos esparcidos por su cuerpo, desintegrándose en el aire sofocante, cuando vio  a su madre corriendo hacia el coche y luego hacia el hospital.
¿Era de ella la culpa de ésa muerte? Se hizo la pregunta cuando se arrodilló al lado del lago, temblando por el sufrimiento. No, desde luego que no era culpa suya.
 A pesar de ver cómo se abuela envejecía en una cama prostrada, sin hablar, consciente de todo lo que le rodeaba. Contemplando la forma en que sus ojos, de un azul preciosos antes, se iban volviendo negros y oscuros, tristes y solitarios. Sus ganas de vivir mermaban cada día, pero ello no le impedía seguir luchando. Si de alguien era la culpa, no era solo de ella, sino de toda su familia. Pocos iban a visitarla, y cuando lo hacían, quedaban callados sin decir nada a una pobre mujer que no veía nada que no fuera una ventana y una televisión noche y día encendido. Siempre la encontrábamos mirando el reloj, desesperada por la llegada del que tenía que darle la comida o cambiarle el pañal. Nadie la sacaba al sol, nadie le leía un  libro. ¿Qué manera de vivir era ésa? ¿De dónde había sacado tanta fuerza de voluntad si cualquier otro se hubiera rendido ante eso? Los últimos meses de su vida los había pasado en un geriátrico, comiendo por sondas, echándole mentalmente reprimendas a Dios, y llorando cuando nadie creía que la veía. Ni siquiera la nieta que había criado se había apiadado. Yo odiaba ir a hacerle cosas. No hacía más que avergonzarse de ése comportamiento. Su madre pensaba que no le importa su abuela.
Se fue quitando la ropa a tirones, con sollozos desgarrados, quedando en una suave camisola de tela muy fina, formando una melodía triste y afligida mientras aspiraba aire por la nariz y ahogaba gritos. No quería ver a nadie, no quería hablar con nadie. Quería llorar sin miedo a que le dijeran nada, sin temor a ser descubierta, comportarse irracionalmente si así conseguía desahogarse.
Se intentó poner de pie, resbalando con la orilla y cayendo de cara al agua, sintiendo astillas en su piel, la manera en que su cerebro se colapsaba por el intenso frío y su mente se quedó sin energía para mantenerla atada a la cordura. Gimió con más fuerza, agarrándose a sus piernas, poniéndose inconscientemente en posición fetal. Escondió su rostro en medio de las rodillas, dejando sus nudillos blancos de la fuerza. Las lágrimas corrían por su cara. No había nadie que pudiera cambiar. Nadie que pudiera ayudar. El frío se acomodó en su corazón. Se convirtió en granito.
Y así permaneció durante horas enteras de la oscura y fría noche de invierno. Después, sólo hubo la nada.
********
Cuando Ilya encontró a Evie en el lago horrorosamente pálida, se asustó muchísimo. Corrió hacia ella, entrando de un salto en las gélidas aguas, temiendo por su vida.
-          Evie, cariño… ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?-palmeó con cuidado aunque de forma frenética el cuerpo de la muchacha, buscando una herida y las zonas más frías-, ¿por qué te has quitado la ropa? Respondeme, por lo que más quieras…
No escuchó ninguna respuesta a su pregunta. Sacudió el cuerpo una y otra vez, cada vez con más fuerza. Sus propias lágrimas, ocultas desde hacía tiempo, brotaron de sus ojos negros, cayendo con intensidad en la cara de la joven. Volvió a hacer la pregunta, pero el silencio seguía siendo el dueño de la respuesta. Ella se estaba muriendo, y él la estaba perdiendo para siempre.
Pegó su oído al pecho de ella. Su respiración era muy débil.
 - Por favor, Evie... No me abandones ahora que puedo estar contigo. Te amo.
Pero seguía sin ocurrir su milagro. Estrechó a su novia en sus brazos, llorando desconsoladamente. Apretando el cuerpo hasta más no poder, dando por seguro su perdición. Mientras el frío congelaba su poderoso cuerpo.
Sin embargo, llegó a entender unas palabras muy bajas, casi como si fueran un halo de esperanza.
-          Vete… Quiero estar sola, por favor.
-          ¿Piensas que voy a dejarte sola aquí? ¿Arriesgándome a perderte por una hipotermia? Antes loco que…
-          Se ha muerto, Ilya… ¿No lo entiendes? Se murió. Se murió y me duele muchísimo…
Sus manos rodearon a la pequeña, subiéndola en sus brazos y sacándola del estanque, colocándola sobre la tierra con cuidado y la arropó con su chaqueta, atrayéndola hacia él. Le regalaba su calor, y ella casi no oía lo que le decía debido al castañeo de sus dientes entre sus labios morados.

-          Evie, sabes que siempre me vas a tener de tu lado, siempre: a mi, a Óscar, a Erika, a Esther, a tu madre y tu hermano… A todos tus amigos y familiares. No quiero que te vayas sin decirme nada, sin decirme a dónde, pero si lo necesitas, si de verdad lo quieres, te dejaré ir. Yo, si te soy sincero, no quiero que te marches que nos dejes, espero que lo pienses mejor o no sé... Ahora que volverá Esther, que ha vuelto Martina; podremos echarnos unas risas al estar juntos. Besarte y amarte, sé que se hará igual en una ciudad u otra pero preferiría que te quedaras. Te amo mucho nena, eres una persona muy especial para mi, aunque algunas veces me cabreo, o te irrito, o te cabreas tu conmigo…Lo nuestro no lo rompe nadie, así que no creas que podrás escapar tan fácilmente de mí cuando más lo necesites, porque será cuando más intente estar para ayudarte.
-          Dios… ¿Por qué me dices estas cosas ahora? ¿No ves que me haces llorar más?
-          Porque sé que ahora es cuando las tomarás enserio de verdad.
-          Calla ya... Llévame lejos de aquí, por favor… Si mi madre me encuentra no quiero escucharla. A ella ni a sus reprimendas...
-          Te llevaré hasta el fin del mundo si hace falta, cariño mío.

sábado, 1 de septiembre de 2012

Here I am


Ser bueno hoy en día es ser tomado por bobo, ser justo... Por imbécil, tener moral y honor... Es ser retrógrada...Y  tener compasión es tan solo de débiles. Pero entonces qué le voy a hacer si resulta que soy: Bobo, Imbécil, Retrograda y Débil... Es que casi lo prefiero, lo contrario sería haber caído en un individualismo estúpido que no lleva a más que la soledad.”

Una vez más hizo uso de sus sonrisas para escapar del compromiso que le suponía bailar un vals con Lord Frederick de Montrose. Barón francés, cazafortunas y libertino de primera categoría.
Aún me sorprendía que nadie estuviera al tanto de las jóvenes inteligentes expuestas a la Sociedad Inglesa, terminando a principios de la primera temporada como simples floreros en una silla poco cómoda en mitad de un baile, rodeadas de hipócritas y hombres idiotas que no sabían ver la belleza que ellas ocultaban. Pasaban desapercibidas entre la multitud. No les hablaban, no las miraban, ni escuchaban. Podía resultar una bendición esa situación.
 Pero… ¿Qué pasaba si en medio de tanta multitud estaba el hombre que amaba? ¿El único amor de tu vida pasando largas horas encerrado entre mujeres insípidas, carentes de moral?  Eran bellezas clásicas, casi siempre demasías clásicas. Féminas bien dispuestas a pasar noches a escondidas de sus maridos; aunque sus figuras y caras eran atractivas, pronto comenzaría su declive debido a los rigores de sus indulgentes estilos de vida. Debían demasiado, y pasaban demasiado tiempo en fiestas y salones. A veces eran tan perfectas que comenzaban a aburrir. Mujeres sin moral, simple y llanamente eso.
El amor de verdad solo surgía entre dos personas que tengan mucho en común, ¿cómo entonces encontraría al amor de su vida entre tantos pomposos lores? Los gitanos dicen que los hombres y mujeres son mitades de una sola unidad que ha sido cortada y separada, y que vagamos en busca de nuestro compañero del alma, ese al que estamos destinados. El destino hará que estemos juntos, y si no, el compañero del alma estará todavía ahí fuera, esperándome en algún sitio.
Todo el mundo le decía que era distinta; “es usted una mujer encantadora, querida, sin duda llegará lejos. No es la típica joven y eso la ayudará a dar una buena impresión” me había dicho Lord Avenley. “Era joven y vivaz, una <> según había oído decir a alguien un minuto antes. Una mujer que vestía ropa cara con elegancia y que podía hablar de muchos temas diferentes” le había confesado Rosalie Berkeley. “No importa lo que pase, Evie, eres la clase de persona que siempre sale adelante; posees talento para hacerte amiga de aquellos que pueden ayudarte”, confesó Rand Lancaster.
Sin embargo, mi familia quería  que me casara con un joven educado que jamás me haga daño. Pero no era tan frágil como ellos pensaban. Necesito a alguien con quien pueda discutir de vez en cuando, alguien que me haga frente, alguien que no se deje intimidar por mí. No quiero a alguien más frágil que yo.
Sin embargo, ya tenia en mente a quién le gustaría tener como esa persona. Ilya Prakovsky. Había pocos hombres como él, capaces de atraer la atención sin esfuerzo alguno; era imposible pasar por alto su presencia. Era excitante estar junto a Ilya, era atractivo y agudo, poseía una sonrisa audaz y un temperamento que variaba con la velocidad del rayo. Era difícil predecir qué  cosas se tomaría en broma o en serio, pero ése era uno de los rasgos más atractivos de su carácter.

Aunque… ¿qué más me daba no casarme? No iba a conseguir al hombre de sus sueños (él andaba muy ocupado con otras damas, y ella la pasaba de la edad casadera). El matrimonio era sólo una ceremonia cuya finalidad era unir a dos personas para toda la vida, y ella sabía que ningún ritual, juramento ceremonia podía disipar la sensación de soledad que sentía. El matrimonio no cambiaría nada, ni tampoco cambiaría aquella certeza interior de que ella no encajaba en ninguna parte.
-          No comprendo esa fijación tuya sobre los papeles y los sitios-dijo Marley Shesboorn en un momento de privacidad, desconcertada-. No desempeñas un papel en la vida, simplemente vives.
-          Que yo sepa, ya he vivido varias vidas cuando todo lo que quería era vivir una-me froté la frente con gesto cansado-. Oh, qué vieja, qué estropeada me sentiré al lado de esas chicas de diecisiete y dieciocho años. No saben nada del mundo, pero sí saben cuál es su lugar en él. Ya saben quiénes son y qué harán con su vida. Son tan maravillosamente convencionales que no puedo por menos que sentir envidia por ellas.
-          No creo que puedas juzgarte a ti misma por los estándares convencionales.
-          Pero eso es lo que harán todos los demás. ¿No lo ves? Esto es un error…, es un error pretender que encaje en tu mundo. Me siento como un ladrón que intentara entrar furtivamente por la puerta lateral de una casa para ocupar un lugar que no me corresponde. ¿No sería mejor encontrar un empleo para mí en otra parte? Algún lugar seguro y apartado donde no llamara la atención.
-          No serías más feliz de esa manera-dijo Marley con terquedad-. Y si lo que dices es cierto, y en realidad no perteneces a ningún sitio, entonces bien puedes aceptar los planes que tengo para ti. Tanto te dará casarte con un barón que con un panadero.
-          ¿No crees que estás siendo un poco extremista?
-          Tú no eres una persona convencional. Tienes tus propias reglas, y piensas y sientes de acuerdo a ellas. Eres mucho más hermosa que las jóvenes que dices envidiar, eres mucho más interesante y digna de amor que ellas. Eres…-Marley suspiró y me miró con impotencia-. Eres Evangeline Jenner, eres diferente y especial. Y eso no va a cambiar.
-          Guardé silencio durante un buen rato, meditando las palabras de mi amiga hasta que adquirieron un extraño sentido para mí. Con el innato sentido práctico que había heredado de mis antepasadas brujas, comencé a darme cuenta de lo inútil que era lamentarme por lo que nunca podría llegar a ser. Yo era quien era y, como Marley había señalado, no podía hacer nada para cambiarlo. ¿Tan difícil era sacarle partido a la situación? ¿Acaso tenía otra elección?
-          Sí, soy Evangeline Jenner-dije con una sonrisa cansada-, y supongo que podría haber sido alguien mucho peor, ¿verdad?