domingo, 13 de mayo de 2012

Puede que tú hayas cambiado, pero yo no.


-Tengo que llegar… Tengo que llegar… ¡Tengo que llegar...
Mis pies corrían sobre la gravilla de la carretera mal hecha del pueblo, ahora oscura y desierta en comparación con las mañanas, bulliciosa. Agarré con fuerza la funda de mi espada, impidiendo que se cayera del cinto donde estaba amarrada, justo cuando estaba dispuesta a saltar un muro desde un barril de vino para pasar al siguiente conjunto de callejuelas.
Sólo tenía una oportunidad para alcanzar el barco en el que secuestraban a Ilya los secuaces de mi tío Frangois du Dulac. Lord Dulac se había negado hace medio año a cualquier compromiso matrimonial que tuviera su sobrina, por ventajoso que este fuera, pues quería heredar la fortuna familiar y sus posesiones más ricas.
Nadie sabía que su sobrina era "el encapuchado" más buscado, también llamado Pagan. Nadie sabía, que una joven de alta cuna, estaría defendiendo los derechos de las mujeres en la sociedad.
Disfrazada como iba, una capa negra que me llegaba hasta los tobillos, un sombrero que tapaba mi pelo castaño en su mayor totalidad, y la ropa negra ajustada que me permitía la mayor parte de los movimientos, contradictoria a la moda de la época. Armada de pies  a cabeza con una espada recién afilada, un revolver de precisión, varios explosivos, pequeños cuchillos repartidos por el pie… Eso sin mencionar la daga que tenía escondida en mi bota fuertemente anudada hasta por debajo de los tobillos.
Fuera quiénes fueran los secuestradores, iban a encontrarse con una maestra de las espadas muy enfadada.
El barco de vapor que transportaba a Lord Prakovski estaba a punto de alejarse lo suficiente de la plataforma como para imposibilitar mí subida a bordo. Pero no fue difícil saltar impulsada por mis talones, agarrándome al bordillo de la proa, nerviosa por delatar mi presencia. Decisiva, apunté mi zapato en el metal, pasando la otra lo más arriba que podía para entrar. Al conseguirlo, me escondí detrás de las paredes, en las sombras, avanzando lentamente, espada en mano, apurando mis pies sin hacer ruido.
El primer enemigo no tardó en ser localizado.
Alcé el arma, resuelta a asestarle la hoja en el cuello y tirarlo a la mar; el hombre, sin embargo, pareció advertir mi figura a contra luz, pues se giró encarándome con una pistola de perdigones oxidados, la cuál no duró nada en sus manos, ya que al ser yo más rápida, se la había quitado. Esquivé un puño directo a mi mandíbula, mientras yo le pegaba en el estómago con los anillos de metal. Cogiéndole por la camisa del cuello y entorpeciendo cualquier intento de fuga, lo tiré al océano. Su grito dio la voz de alarma.
De pronto, me vi rodeada de mercenarios harapientos, sólo armados con espadas cortas. Paré unos segundos, imaginando una nueva táctica en mi cabeza, buscando la forma de gastar el mínimo tiempo posible y aún así mantenerlos entretenidos. Di vueltas sobre mis pies, mirando cada cara, cada rostro, y me decidí por el más débil.
-          Uno por uno, caballeros.
Un estruendo de risas resonó en medio de la noche, al mismo tiempo que aullaba un perro en la lejanía, y yo me disponía.
Con mi espada, di unos suaves golpes a la del muchacho, teniendo la certeza de que estaba muy nervioso, y no era capaz de aguantar firme el arma. Empecé con un juego de pies, chocando el metal muy cerca de su empuñadura, y él me envestía con un intento de toque en el hombro. Impedí un ataque a la pierda, bajando rápidamente el arma y colocándola en posición nuevamente, esquivando otra espada de un segundo combatiente. Volví a parar, mostrándome aparentemente cansada, localizando a los dos insensatos. Con renovadas fuerzas alcé el arma tocando al joven en el costado, cayendo al suelo mientras yo me enfrentaba a un nuevo oponente.
Apareció en medio de mi campo de visión un hombre muy alto y fuerte, mientras yo intentaba parar su estocada, y el agarraba mi arma, riéndose. Una patada llegó de improviso a su entrepierna, haciéndole volver a la fila.
Furioso, llegó otro hombre corriendo, pretendiendo darme en la cabeza, pero mi florete, mucho más rápido, fracasaba sus intentos. Dejando a más de la mitad con las ganas, me refugié las espaldas, donde menos gente había, saltando y eludiendo, disparando y esquivando. Aproveché que un marinero se agachaba a recoger su arma para pasar espalda con espalda, por encima de él, dando una voltereta y ubicándome encima de una mesa con copas y cartas. Uno subió a ella, pero fue velozmente tirado al suelo. Acercándome al borde, di una patada a uno en el pecho. A otro le alejé de su espada la mano, y a un quinto le di una patada en la cara. Dos aspiraron subir, pero mis puñetazos lo sacaron fuera. Oro más fuerte ascendió, peleándose conmigo, y terminando sin cabeza. Corriendo nuevamente, entré en el pasillo, cerrando la compuerta y enfrentándome a los nuevos integrantes, atizándoles duros leñazos,  y beneficiándome de los distintos muebles dispuestos, tirándoselos a las caras sin contemplaciones.
-    Estoy empezando a hartarme de tantas molestias, señores.
Frente a los calabozos, había un nuevo marinero, medio durmiendo, a quién dejé tranquilo, desmayado.
-  ¿Ilya? ¿Estás ahí?
-   ¿Evie? ¿Qué haces tú aquí?
Siguiendo su voz conseguí encontrar la celda correspondiente, cargué uno de mis explosivos.
-  Aléjate de la puerta todo lo que puedas.
-Ya no sé qué decirte para que dejes de disfrazarte…
-Cállate y aléjate.
Solté la cerilla, escondiéndome detrás de una pared, y escuchando la explosión.
Al darme la vuelta, vi como Ilya salía desde los restos.
-  Toma- le tendí el revolver y la daga- te harán falta ahí fuera.
-  Pareces un hombre de verdad…
-  Ten cuidado no vayas a cambiar tus gustos- repliqué azorada.
-  Lo dudo.
Al salir por la puerta de metal principal sólo tuvimos preciso tiempo para soltar dos nuevos explosiones y saltar por la borda. Navegando hacia la orilla, lo más rápido que podíamos huyendo de la muerte y la amenaza. O eso creíamos.