domingo, 26 de febrero de 2012

Pequeño Edén.


Las dulces aguas cristalinas se reunían debajo de la cascada en una pequeña laguna bien fría, cayendo constante, pura, tranquila… El sol, suave y brillante, acariciaba cada resquicio de la frondoso forraje repartido a lo largo de la cascada. Era un paraíso oculto a los ojos de los corrientes.
Entre tanta paz podía verse dibujada la figura de una joven muchacha recostada sobre un viejo árbol. Sus mechones eran volados por el ritmo lento del viento y el susurro de las hojas de los árboles cayendo a su alrededor.
Una pequeña pétalo de una flor cercana cayó en su libro, entorpeciendo su lectura. La chica la cogió, observó durante más de un minuto su estructura, para luego olerla y soltarla sobre la pequeña laguna.
Apartó el libro a un lado, cerrando sus ojos y alzando su cabeza al cielo, disfrutando de las distintas fragancias.
Recordó aquellas tareas por terminar, las órdenes obligada a impartir, y las horas malgastadas de preocupación en su sobria alcoba. Se negaba a pensar de nuevo en sus defectos, recordando que en su edén, donde pasaba la mayor parte del tiempo, era ella su única dueña y ama; la única que decidía a dónde ir y cómo llegar; sin ataduras y con libertad.

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Su sueño se cumplía al final.
El bosque ya se había acostumbrado a su presencia, rescataba cada pensamiento lanzado al aire, guardándolo de los interesados, y atesoraba las huellas que iba dejando la descendiente del rey.  Cuando la escuchaba llegar preparaba sus armas más poderosas para que su estancia en él fueran lo más alegres posibles: le entregaba nuevos aromas que dilataban sus pupilas, exigía a la cascada una sinfonía, comunicaba por medio de los cerezos a los pájaros y distintos animalitos de la presencia de la joven… Por eso, aún cuando ella pensaba que cantaba en solitario, sus notas eran acompañadas por las ovaciones de su público.
Toda la corte la buscaba dentro del castillo, por lo que nadie pensó en indagar fuera de él.  Podía cantar o gritar, pues nadie la escucharía, y sus propiedades estaban libres de bandidos.
Empezaba a oscurecer y decidió regresar a la particular prisión donde debería dar explicaciones acerca de su paradero. Pero no le importaba porque siempre volvería a escaparse.

Soltó de una rama cercana las riendas del caballo, dirigiéndolo fuera de su refugio, observándolo por última vez, antes de esconder sus pasos y montar sobre el pura sangre, dirigiendo su marcha de tal forma que pudiera llegar al castillo lo antes posible. Suprimiendo el deseo de dar media vuelta y regresar al abrigo de su felicidad ahora evaporada.
El viento volvía a chocar contra ella, soltando su pelo del recogido en la nuca y tirando su capa hacia atrás. Llevando consigo las capas de su vestido, dejando al descubierto las medias de seda y sus torneadas piernas.  Dejó que la energía surgiera de su mente y recorriera su cuerpo, aguantando la respiración a medida que veía la salida de la espesura y el camino real hacia su residencia.

Una vez más, volvería a fingir sonrisas ante grandes bribones y mentirosas. Pero así era la vida, y ella esperaba poder escapar de eso algún día.

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