domingo, 12 de mayo de 2013

Highlander 3


¿Recuerdas cuando eras pequeña y creías en los cuentos de hadas?
Fantaseabas sobre como sería tu vida: con un vestido blanco y tu príncipe azul llevándote a su castillo sobre las colinas; por la noche te echabas en la cama, cerrabas los ojos y te abandonabas a tu fe.
Santa Claus, el Ratoncito Pérez, el príncipe azul estaban tan cerca que los saboreabas… Pero vas creciendo, y un día abres los ojos, y los cuentos de hadas han volado.
La mayoría de la gente acude a aquellos en quienes confía.
La cuestión es que es difícil dejar que los cuentos de hadas desaparezcan; a casi todo el mundo le queda una mínima esperanza de que un día abrirán los ojos y verán que se han hecho realidad.
Cuando el día llega a su fin, la fe es un misterio, aparece cuando menos te lo esperas.
Es como si un día te dieras cuenta de que los cuentos no son exactamente como habías soñado.
El castillo, puede que no sea un castillo; no es tan importante eso de ser felices para siempre, basta con ser felices en el momento.

Toda esa tristeza vino de golpe a su corazón, arrancando lágrimas de su poco agraciado rostro… ¿Cómo iba a vivir feliz si nunca dejaba de pensar en sus sueños y permanecía como una esfinge ante la adversidad? Ya casi ni recordaba qué era recibir un abrazo, o cómo era sentir un beso sincero en la mejilla. ¿Pero de verdad quería recibirlo ahora de nuevo? Su corazón le decía que sí con todas sus fuerzas, lo gritaba desde el interior recóndito de su alma, encarcelado en una celda llena de sombras… Mientras su mente le recordaba la imposibilidad. Antes tenía que terminar las reformas, la calidad de vida debía ser mejorada, las personas tenían que ser felices, para ella poder permitírselo también. Siempre había un “antes…” que impedía su “ahora”.

Volvió su rostro al grupo de hombres trabajadores colocando los últimos ladrillos grises en el suelo del mercado. Después de dos semanas de continuo trabajo, habían conseguido mejorar esa zona en especia, y que ya estaba empezando a llenar de nuevos mercaderes, nuevas oportunidades económicas para la población. Algunos también habían solicitado arreglar varias casas antiguas para poder hospedarse en ellas,  y también otros las habían comprado para la temporada. Los olores característicos de las panaderías y dulcerías se abrieron paso por los pasillos amplios de los vendedores… Las caras de felicidad de la multitud alegraron su corazón, que hasta ahora parecía granito frío.

-          ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Bravo!- vitorearon repetidas veces una vez inaugurada la gran plaza. Los hombres se estrechaban las manos, orgullosos del magnífico trabajo realizado en conjunto. Las mujeres sonreían a sus maridos, parecidos estos a niños abriendo su regalo en Navidad. Ni siquiera Catherine intentó resistirse a tanta felicidad. Sus labios se tornaron en una ligera sonrisa, y sus ojos castaños se iluminaron bajo el cielo mañanero.
Dejando a la población disfrutar de tanto regocijo, emprendió su camino hacia el castillo, en busca del próximo mapa para mejorar distintas casas y hogares de la periferia. Ascendía con lentitud, dolorida por el esfuerzo anormal de su cuerpo, acostumbrado a las comodidades. Pero tampoco se arrepentía, se enorgullecía de poder participar activamente.
Una panadera sacaba sus dulces a la ventana. Olían tan bien que hicieron rugir el estómago de Catherine. Corrió hacia la mujer, y compró el dulce más calentito que vio. Un panecillo suave al tacto, tierno y azucarado. Una delicia, pensó mientras se relamía los labios.
Unos pasos sonaron a su lado cuando reanudó el camino. Al hacer caso omiso de ellos, notó como aceleraban hasta colocarse a su altura.

-          Buenos días, señorita- saludó educadamente Alistair.
-          Buenos días,-respondió ella seca. Aún no se sentía cómoda ante la grosera confianza del joven soldado, ni seguía sintiéndose así cuando la miraba de una forma tan familiar, tal cual libertino.
-          He visto que la construcción ha ido a las mil maravillas. Me alegro mucho porque el marqués decidiera invertir en las obras- a su parecer, Alistair intentaba demasiado llamar su atención sobre el asunto… Pero desconocía el motivo, ni siquiera imaginaba qué podría habérsele pasado por la cabeza para hablarle cuando normalmente se sentaba lejos de ella y rehusaba hablarle.
-          Sí, fue una alegría saber que contaríamos con su apoyo-cansada por la rapidez de sus pasos en librarse del guardaespaldas, paró en seco para respirar hondo y agarrarse el costado que le dolía.
-          ¿Está bien?-preguntó alarmado el chico. Cogió su mano para aguantarla con firmeza, apoyándola contra su poderoso pecho masculino. Señal de debilidad. Con agilidad se zafó del abrazo que él le ofrecía, respondiendo negativamente a la ayuda. ¿Qué pensaría la gente si la veían derrumbarse por una tonta caminata? Desconfiarían en su capacidad de aguante, y no podía permitirse fallos en ese momento.
-          No me hace falta su ayuda.
Siguió caminando, esta vez un poco más lento por el dolor de la espalda. Mientras, escuchaba la voz del hombre cerca de su brazo.

-          ¿Por qué rechazas mi contacto? No te voy a pegar ninguna enfermedad…- replicó él contento por poder picarla.
-          No he recordado darte permiso para tutearme- contempló enfadada cómo él se reía de su respuesta. Se divertía enormemente intentando molestarla como una abeja.
-          Y no lo has hecho… ¿O si? Ya no te acuerdas de nuestras conversaciones… Menuda cabecita- seguía Alistair jocoso.
-          ¡Claro!- intercaló ella entusiasta-. ¡Cómo tenemos tantos intercambios de palabras! ¿Cómo se me pudo haber olvidado tanta tontería?-  le respondió ella furiosa en su cara.
-          Vamos, vamos… ¿Para qué alterarse?  Ya sé que no puedes pensar en nada más cuando me ves- y empezó a reírse a carcajada limpia, como si nadie más los mirara, y tuvieran toda la confianza del mundo.
-          ¿Se puede saber qué estas haciendo? No me gustas, si es lo que quieres saber.... No creo en el amor, y nunca lo he hecho. Ahora déjame en paz- agarró con fuerza el brazo del joven, tirando de él para que se callara, mientras sus palabras, las de ella, rebotaban en su pecho, causándole aún más dolor por no creer en ese amor que tanto buscaba. Pero hizo caso omiso.
-          ¡No me digas que quieres bailar! ¿Por qué no lo dices simplemente?- sin esperar su consulta, Alistair la cogió por la cintura y la llevó hasta un grupo de parejas que disfrutaban quietos de la música interpretada por una banda. En el espacio que dejaban de separación la colocó pegada a su cuerpo, su mano derecha en la suya, y empezó una danza animada.
-          ¡Oh Dios mío!-suplicó  ella a quién no la escucharía. ¡¡¡QUÉ VERGÜENZA!!! Todo el mundo los miraba curiosos por el pasodoble.

Empezó a moverla en una línea, haciéndola saltar con los pies cual canguro. Sus faldas dejaban ver sus medias y enaguas, mientras ella intentaba por mantener el ritmo sin pisarle. Varias niñas la saludaron sonrientes desde la fila de enfrente, absortar en la belleza de su compañero de baile. Ella las saludó tímida con una mano. ¿Y si quizás con el baile ganara más amistades entre la población? Intentó parecer feliz con los distintos movimientos mientras Alistair sonreía de oreja a oreja.
Empezó a contar los pasos que daba para repetirlos, soltando una de sus manos para dar una vuelta sobre sus pies. Después tenía que cruzar las piernas y dar otra vuelta… Vueltas y más vueltas… Salto y vuelta… Vuelta que daba y vuelta que más se mareaba.
De repente, el soldado empezó a hacer piruetas mientras bailaba con ella: mientras ella daba una vuelta él ponía su rodilla en el suelo y daba un fuerte golpe con el talón de su bota negra; la levantaba en peso y le daba una vuelta en el aire, o la cogía y la movía de un extremo a otro de la pista sin pensar en el público; la dejaba bailando mientras él saltaba… Varias parejas más no tardaron en unirse a ellos imitando los movimientos. Finalmente, todos empezaron a reírse por los pasos que hacían. Algunos aprovecharon para hacer malabarismos o actuaciones de sus musculaturas y habilidades. Alistair seguía manteniéndola unida a él, sonriendo cada vez que sus miradas se encontraban.
Llegó un momento en que las mujeres formaron un coro alrededor de los hombres y alzaron sus piernas, agarradas de sus brazos. Catherine reía por todo lo alto, dando vueltas y saltando todo el tiempo, abrazando a Alistair y dando giros.

La música comenzó a sonar más rápido mientras ellos volvían a repetir los movimientos del principio. Todos estaban contentos por disfrutar de la fiesta.
Y a Catherine le llegó una gran verdad:
A veces, muy de vez en cuando, la gente puede darte una grata sorpresa; de vez en cuando, la gente te deja sin respiración y sin armas que resistirte.

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