Las despedidas siempre duelen. Las despedidas entre amigos,
entre madres e hijos, entre hermanos, compañeros… Por la muerte de uno, el
traslado de otro, el fin de algo especial. Toda historia tiene un comienzo y
toda historia tiene un final. Nadie puede cambiarlo. Por mucho que
queramos continuar con ella.
Quizás sea ése nuestro problema. Luchamos contra una
corriente que no somos capaces de manejar, una corriente que va en contra de lo
que queremos. ¿Pero cuándo no va lo que queremos en contra de lo adecuado?
Demasiadas veces para el bien de una persona. Quizás por eso ella estuviera tan
triste. Quizás por eso no soportara ninguna broma.
Un día cualquiera, la amistad que antes era un sinfín de
historias por contar, podría decaer en un absoluto silencio. No porque no
supieran qué decir, sino porque ya no había nada que contar. Un día diferente,
el amor entre dos personas podía desvanecerse, tal como había venido, sin más
explicaciones, ni consejos para sobrevivir. O quizás fuera que una queda
relegada a un segundo lugar. Deja de tener tanta importancia, y le van cediendo
el puesto a quiénes sí la van ganando. Esa persona puede ser un amigo, un
conocido, un hermano, o incluso alguien que no conocemos.
Parece que no nos damos cuenta en un principio. Pero realmente
nuestro cerebro nos oculta esa información que probablemente nos heriría. No
queremos verlo, y cuando llega, llega semejante a un hierro candente que nos
deja marcado el corazón, o incluso el alma. Y no podemos hacer nada para que el
dolor desaparezca. Siempre debemos aguantar de pie, o caer sobre una rodilla,
para darnos impulso en el levantamiento. Al final del camino siempre llegaremos
llenos de rasguños, de heridas, moratones… Quemaduras.
Poco a poco, esa persona que sólo veíamos como compañera
empieza a caer mejor, a dar una nueva risa en la conversación, a alegrar la
vida de otro… Y nosotros nos vamos quedando atrás. Los celos nos consumen, no
podemos evitarlo. Queremos ser igual: igual de activos, igual de atrevidos,
alegres, simpáticos, graciosos, enamoradizos, y miles de cosas más en las que
nos superan. Dejamos de ver nuestras virtudes, y nos centramos en lo que nos
carece. En el “ojalá fuera tan…” “¿Por qué no puedo ser más…?” Y con ello
llegan las preguntas tristes, las que terminan por dañarnos hondo: ¿qué he
hecho para ser así? ¿Por qué no me atrevo a más? ¿Por qué no puedo gustar por
cómo soy? ¿Cómo puedo hacer para cambiarme? Casi sin darnos cuenta intentamos
renunciar a la persona maravillosa que llevamos dentro para convertirnos en una
copia imperfecta de otro ser. Que a lo
mejor no es tan perfecto, sino que vive y actúa de acuerdo a sus capacidades y
forma de ser.
Será que el ser humano siempre ha querido sentirse el centro
de atención. Puede que sin serlo, el egoísmo se adueñara de él a cada
centímetro y no dejara ver más allá que del enfado y frustración. Quizás por
eso muchos de nosotros terminamos enfermos, locos por sentirnos únicos, por ser
adulados a cada segundo. Terminamos por cansar a los demás con nuestras propias
inseguridades. Y volvemos a la ruleta rusa.
Intentamos cambiar. Tomamos los
consejos de quiénes no nos conocen, y volvemos a intentar ser copias
imperfectas de un mundo cruel y desapacible. Lloramos, nos enfadamos, gritamos,
criticamos, recapacitamos, intentamos y volvemos a caer. Pero luego no nos
levantamos. Nos quedamos en el suelo, absorbiendo polvo, y finalmente, pasando
desapercibidos. Porque ya no vivimos, ya no respiramos. Somos fantasmas
errantes en busca de un alma que imitar y nos dé vida. Por eso nuestros amigos
del pasado dejan de saludarnos (amigos que conocimos hace dos días, hace cuatro
años, desde la infancia, o desde nunca…). Y así dejamos que nos vayan ganando
terreno.
Pero es que las propias palabras de los demás nos hacen
dudar a cada uno de nuestra valía. Cada vez que nos dicen “esta persona te está
ganando terreno”, o nos preguntan por
ése personaje que tanto alegra las tardes, “es tan gracioso, me río
mucho con él”, “deberías tomarte la vida más a risa como tal persona…” “¡qué
seria eres! Llamaré a tal persona para que te enseñe a reír”. Llega un punto en
que dejamos de sentir, y sólo pensamos en hacer daño a esa persona. Queremos
que se de cuenta de lo que sentimos para que arregle el desequilibrio de
nuestros propios sentimientos. Queremos que calle para siempre para recuperar a
esos amigos que hemos perdido, o que ya no están tan pendientes de nosotros.
Sólo por egoísmo, para ser el centro de atención, recibir piropos, adulaciones,
o para sentirnos cómodos “si no está conmigo, tampoco contigo”. Pero siempre
llegarán más gente, otras personas, quizás más fuertes, que les haga olvidar
nuevamente. Porque eso es en lo que quedamos todos. En personas guardadas en el
recuerdo, hasta que llega otro y hace olvidar a quién te hacía reír, a quién te
contaba historias tontas, o a quién habías prometido dar una vuelta en coche.
El ganador, se lo lleva todo.
Tal vez por eso, debajo de las sábanas, entre los brazos de
Alistair, pensaba en sus dolores más profundos. No pudo evitar preguntarle.
-
¿Crees de verdad que soy linda?- hizo una pausa
hasta notar que él seguía escuchándola. Cuando recibió un apretón por su parte,
continuó-. Porque todos de pequeña me decían que no lo era, y yo me lo llegué a
creer. Y no sé por qué estoy llorando por esto ahora, cuando se supone que
debería tenerlo superado…- las lágrimas derramaron por sus ojos, mojando la
piel de su amante. En su pecho sentía la opresión que tantas veces la había
hecho llorar. Alistair comenzó a darle besos por todo el rostro, consciente del
dolor que la doblegaba, dolor que le partía el alma cada vez que recordaba.
-
Eres preciosa, hermosa, linda, bella… Eres
muchísimas más cosas… ¿Por qué lo preguntas?
-
No quiero hablar de eso, porque me hace sentir
mal. Y entiendo que quieras ahora coger mi mano. Me disculpo si te hago sentir
mal, por verme tan, desgraciada y desconfiada…
-
No, no, no. No me importa que me preguntes este
tipo de cosas, ni que llores. Prefiero que lo hagas delante de mí y podamos
hablarlo, ante que lo hagas sola y no sepas cómo levantar cabeza.
-
Me duele tanto, Al… No sé cómo respirar, ni cómo
seguir. Estoy tan cansada de seguir aquí. De prestar mi mano a todos, y recibir
patadas. Y si tuviera que abandonarlo todo, desearía poder hacerlo ahora. Pero
tu presencia me obliga a seguir de pie, mientras me siento tan sola…
Su mente continuaba alejada a la
realidad.
“Cuando lloraba no había nadie que
me diera su hombro, tenía que aguantar a estar en casa para llorar en mi
almohada; cuando gritaba, lo hacía lejos de todos, para no ser escuchada. Y aún
así, después de intentar ser sincera con la gente decir lo que sentía, me daban
por tonta, por inmadura, por loca. No sabes cuánto duele que tu propia familia
te trate como algo ajeno a ella. Los amigos del internado me trataban como a un
ser invisible, no hablaba, no tenía nada que decir, y si hacía amigos, eran
arrancados de mi compañía por críticas falsas y problemas inventados. Nadie me
escuchaba y tuve que aprender a salir adelante sin contar con nadie. Porque no
podía confiar, no podía fiarme, ni desahogarme. Estaba prohibido. Y lo he
intentado tan duramente, que me he perdido por el camino. Sigo intentando que
alguien esté a mi lado y no sienta más nunca ese eterno destierro interno. Pero
al final siempre llega alguien que me quita el puesto, me quita protagonismo, y
me da miedo volver a estar como al principio. Sin nada a lo que aferrarme, sin
nada por lo que luchar. Sin nadie que me diga “bien hecho” o “qué lindura”. Me
da pánico no volver a escuchar a alguien rogándome porque permanezca en un
sitio, ni a otros invitándome a entrar. Duele. Duele que te traten como un
pañuelo usado después de varias risas, y después cuando no puedes dar más de
ti, te tiren a un lejano sitio del que nunca retornas. Sólo porque otro es
mejor.
Y ahí lo sentía todo. En ese triste
lugar. Sentía el peor sentimiento del mundo. Dar todo lo mejor de ti, y sentir
que eso no era suficiente.”
Y entre lágrimas y recuerdos
desconsolados, terminó durmiendo en los brazos de su sueño artificial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejar un comentario, será la forma perfecta en la que veré si compartes mis ideas, tienes mis mismos sueños, o si incluso te ha gustado.