En mi casa, nunca hemos sido una familia. No en condiciones,
porque a pesar de todo, teníamos los elementos necesarios para construirlo: una
perrita adorable, dos hermanos –chico y chica- que se querían muchísimo, una
pareja que se amaba, y el hogar para formarnos.
Pero pasábamos por altos pequeños detalles, que a la larga,
se han imperdonables.
A lo mejor, estabas comiendo con todos –ya fuera cenando,
almorzando- y cuando uno terminaba, se marchaba a hacer sus cosas, normalmente
ver la tele. Todos se iban, hasta que al final, sólo quedaba una persona.
Quedaba la mujer que siempre había luchado por sacarnos adelante, y con la que
se cabreaban siempre. La mujer que intentaba hacernos felices…y nosotros sólo
éramos capaces de agradecérselo con discusiones y dolor.
Sin embargo, ella seguía allí siempre, pasara lo que pasara,
tenía los brazos abiertos para cuando la necesitaras. Si necesitabas ayuda,
ella buscaba la forma de socorrerte, sin importar qué tuviera que hacer.
Y ahora, sin duda, lo veo. Mi madre se ha merecido mucho más
de lo que le hemos dado.
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